19._ Cuántos Accidentes (2/2)
Luego de pagar y marcharse, se fueron al barrio de tiendas para comprar ropa. Liliana tomó una falda gruesa para viajes, unas blusas resistentes y un abrigo bonito. Érica miró un poco por la tienda, insegura.
—¿Cuándo fue la última vez que compraste ropa?— le preguntó Liliana.
—No lo sé, el año pasado, creo— indicó.
—¡¿El año pasado?!— saltó Liliana, desconcertada.
Érica suspiró.
—Nunca tuve la necesidad de comprar ropa, mi papá siempre me llevaba algo a la casa cuando creía que necesitaba más— explicó— siempre me gustó lo que me daba.
—¿Te compraba todo?— inquirió Liliana.
Érica se rascó la cabeza.
—Yo me compraba ropa interior... a veces.
Liliana se llevó un dedo al mentón, pensativa.
—¿Y has pensado en un estilo que quieras?
Mas Érica se encogió de hombros.
—Lo que más me importa es que sea cómoda. Aunque supongo que también tiene que cubrir harta área, para protegerme la piel al viajar. También debería darme espacio para pelear, nada que haga mucho bulto o cuelgue, porque eso me molestará al moverme.
Liliana sonrió. Ropa práctica, eso era lo que Érica quería. No era precisamente un estilo, pero era algo con lo que podía trabajar. Rápidamente recorrieron la tienda entera, tomando prendas, comparándolas y eligiéndolas.
—¿Tienes algún color de preferencia?— inquirió Liliana.
—Violeta— admitió— siempre me ha gustado el violeta.
—¡Qué bien! ¡El violeta te sienta de maravilla!
—¿En serio?— sonrió Érica.
Liliana asintió.
—El azul también, por tus ojos.
Érica contempló un segundo a Liliana. Había elegido mucha ropa negra, pero con algunos detalles verdes como sus grandes y bonitos ojos. Comenzaba a entender por qué le gustaba tanto mirarla.
Al final Liliana le eligió un atuendo simple, de blusa y pantalones violeta, con una chaqueta corta negra. Érica se la puso encima y su cara se ruborizó un poco.
—Se siente que solo la uso para verme bien— indicó.
—¡Y te ves estupenda!— le aseguró Liliana.
Érica sonrió tímida.
—Bueno, no está mal— dijo al fin. Dio unos golpes de prueba al aire— y no me molesta, así que me la llevo.
—¡Bieeeen!— exclamó Liliana.
Estaban por ir a la caja, cuando Érica se detuvo. Liliana la miró, luego siguió la línea de sus ojos hacia unos guantes negros.
—¿Eeeeh? ¿No que solo te gustaba la ropa cómoda?— se burló.
—¡No, no es nada!— alegó Érica.
Pero Liliana tomó los guantes y los extendió para verlos mejor.
—¡Son muy bonitos! ¡Y te quedarían espectaculares! ¿Por qué te llamaron la atención?
Érica los tomó para verlos mejor y le mostró a Liliana con el dedo. Eran guantes de cuero resistente, sin dedos y con protecciones en los nudillos.
—Nunca está de más tener algo para protegerse las zonas más delicadas. No sabes la de veces que me han sangrado las manos por pegar muy fuerte... pero como ahora tengo timitio, estos guantes serían inútiles.
—¡No, no!— insistió Liliana— ¿Qué pasa si necesitas usar tu timitio para otra cosa? No tendrías protección en tus manos. Aún son útiles.
Érica se hizo atrás, un poco intimidada con la perseverancia de Liliana. Al final tomó los guantes y aceptó.
Ambas salieron de la tienda de ropa satisfechas. Érica se ajustó sus guantes y probó a abrir y cerrar sus manos. Se sentía un poco ridícula de ponérselos por una razón tan burda, pero nunca sabía cuándo iba a surgir una nueva pelea. Eso la animó un poco.
No se detuvieron ahí: además de ropa, fueron a comprar cosas útiles para el viaje: barritas nutritivas, botellas de agua, mochilas, mapas y un pequeño asador, porque no tenían muchas maneras para asar carne con simples mecheros.
Luego de almorzar se dirigieron de vuelta a la posada Mientras caminaban por la vereda, notaron a un grupo de nonis más adelante que caminaban en la dirección contraria. El de más adelante hablaba por teléfono mientras miraba al cielo, algo distraído. Por los pocos harapos de cuero en que iban vestidos y su pelo levantado en punta, Liliana asumió que eran jóvenes maleantes. Los nonis maldadosos de esa edad solían vestirse de esa manera. Por suerte, ninguno les echó más que un vistazo.
Sin embargo, cuando ambos grupos se pasaron, el noni con el teléfono se tropezó, cayó al suelo y rompió su celular. Los demás nonis se echaron a reír, mientras que Érica y Liliana se detuvieron un momento a mirar. Al darse cuenta que no tenían nada que ver, se dispusieron a continuar con su camino, pero entonces el noni del teléfono roto las alcanzó y les cortó el paso.
—¡Alto ahí! ¡Ustedes rompieron mi teléfono!— alegó.
—¿De qué hablas? Te tropezaste solo— aseguró Érica.
—¡No es verdad! ¡Tú me hiciste caer!— bramó mientras le apuntaba.
Liliana miró al noni, luego a sus amigos. Se preguntó si había inventado esa mentira por la vergüenza que le había generado el accidente o simplemente se había confundido.
—Te caíste solo y no tiene nada que ver con nosotras— contestó Érica— Ahora, déjanos tranquilas o te rompo la cara.
Liliana abrió mucho los ojos, desconcertada.
—Está exagerando ¿Verdad?— se preguntó.
El noni la tomó de un brazo y la levantó sin problemas.
—¡Me vas a pagar por esto, tonta huma!— bramó rabioso— ¡Prepárate para traba ¡AAAah!
El noni soltó a Érica y se sujetó la mano adolorido. Al ver la muñeca de Érica, Liliana advirtió espinas de timitio emergiendo desde su piel. No le habría producido heridas graves, pero iba a sangrar un rato.
—¡¿Qué hiciste?!— alegó el noni.
En eso, los demás chicos se acercaron por detrás y pusieron sus manos sobre las niñas.
—Oigan, debiluchas, no nos gustan los trucos sucios— alegó el más grande y gordo.
Liliana intentó hacerse a un lado, pero el noni que le sujetaba el hombro no se lo permitió. Érica, por su parte, sujetó el antebrazo del noni detrás de ella, lo apoyó contra su hombro para hacer palanca y rompérselo de un movimiento. El noni apenas alcanzó a gritar antes que Érica lo pateara en la barriga y lo mandara volando al otro lado de la vereda. Los demás nonis intentaron contraatacar, pero Érica les dio una paliza sin esfuerzo: al segundo le rompió la pierna, al tercero le azotó la cara contra el pavimento y al cuarto lo mandó a volar hacia la calle. Liliana vio su pelea con horror.
Entonces, desde detrás de Érica, el noni del teléfono roto se le acercó para atinarle un último golpe. Liliana lo vio venir. Nerviosa, se interpuso entre él y la brika, con los brazos extendidos para impedirle el paso. El noni levantó un puño para golpear a ambas juntas y exclamó por la tensión en su cuerpo. Eso fue suficiente para alertar a Érica. Esta formó un bate con su timitio y se dio la vuelta para interceptar al noni con un potente golpe. Sin embargo, al hacerlo también le pegó a Liliana sin querer.
Tanto la chica como el noni salieron volando. Érica vio aterrada a Liliana cruzar el aire e impactarse contra el duro pavimento. Los pelos se le pusieron de punta.
—¡LILIIII!— gritó.
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Cuando volvió en sí, Liliana se encontró en una sala de paredes blancas, en una cama que no era la de su habitación en la posada. Miró a todos lados. Le costaba moverse, pero podía girar la cabeza sin problemas. Encontró a Érica a su lado, sujetándose la cabeza.
—Hola— dijo— ¿Qué pasó?
La brika subió la mirada, sorprendida.
—¡Lili! ¡¿Cómo te sientes?!— exclamó ansiosa.
Intentó sentarse, pero una punzada de dolor en las costillas le indicó que mejor sería quedarse quieta. Miró de nuevo a Érica, advirtió marcas de lágrimas secas en sus mejillas. Sus ojos estaban rojos y aun así seguían húmedos. Aun con todos esos detalles, le bastaba su cara de preocupación para saber que había estado muy alterada hasta hace poco.
—¿Cómo llegué aquí?— se preguntó Liliana.
"Esta bruta te atacó por la espalda" le explicó Brontes "al menos tuvo la decencia de traerte al médico".
Liliana miró la oficina por sobre el hombro de Érica: se trataba del mismo local al que habían ido por la mañana. El noni anciano se encontraba sentado en una silla, al otro lado de la habitación.
—¿Ya despertó?— musitó este.
Se levantó para acercarse. Inmediatamente le tomó el brazo y presionó su muñeca unos segundos, le tocó la frente, miró su lengua y examinó sus ojos.
—¿Cómo te sientes, muchacha?
—Bien— contestó Liliana.
—¿Te duele algo? Intenta respirar hondo, dime lo que sientas.
Liliana respiró lo más hondo que pudo.
—Ningún problema— observó.
El médico asintió y se separó un poco.
—Sufriste un golpe contundente en un costado— le explicó— por fortuna, tus órganos no sufrieron daños, eso habría complicado las cosas. Detuve el sangrado y estabilicé todo, en una semana deberías estar bien, pero intenta no moverte mucho en ese tiempo.
—Ah... bien— contestó Liliana.
—¿Alguna pregunta?
La muchacha negó con la cabeza. El médico se dirigió de nuevo a su escritorio, tomó un frasco y se lo pasó.
—Tómate una al día, preferentemente después de desayunar.
Luego de un par de instrucciones más, el noni dio de alta a Liliana. Las niñas se retiraron sin apuros y volvieron a la posada casi en silencio. Érica dejó todas las cosas que habían comprado sobre una silla y volvió con Liliana para ayudarle a acostarse, pero ella le restó importancia con un gesto de la mano.
—Estoy bien, de verdad— le espetó.
Pero Érica estaba preocupada, demasiado preocupada, como si estuviera dispuesta a sacarse un dedo si eso ayudaba a Liliana a reponerse. Esta actitud comenzó a preocuparla.
Érica cerró las ventanas y una cortina.
—Voy a traerte algo para tomar— le espetó.
—No, espera— le pidió Liliana.
Érica se detuvo a medio camino de la puerta. Liliana palpó el lado de la cama junto a ella para invitarla a quedarse.
—Me gustaría hablar— le espetó.
Érica asintió, tímida, y se dirigió junto a Liliana. Se sentó al otro lado de la cama y se abrazó una rodilla.
Liliana respiró hondo un par de veces, meditabunda. Quería entender qué llevaba a Érica a cerrarse tanto.
—¿Me pegaste por accidente?— preguntó.
Érica asintió, compungida.
—Debí haberme fijado dónde estabas. Lo siento— le espetó.
Liliana se pasó una mano por el costado.
—Bueno, supongo que era inevitable.
Echó un vistazo a Érica. Esta frunció un poco el ceño y apretó sus manos. Liliana notó frustración.
—Lo siento— repitió Érica.
Liliana guardó silencio un momento. En sus 18 años, dudaba que ese hubiese sido su primer "accidente". Tenía curiosidad, pero más le preocupaba ella.
—¿Cómo estás?— inquirió.
Érica la miró sorprendida.
—¿Qué? Estoy bien— aseguró— tú eres la que se lastimó... la que yo lastimé ¿No te duele nada?
—No, en serio— insistió Liliana— preguntaba porque te ves afectada. Esto de ahora... ¿Te ha pasado antes algo parecido?
—¡No!— exclamó Érica.
Se abrazó ambas piernas sin atreverse a mirar a Liliana.
—Nunca... nunca me había pasado— dijo con voz temblorosa— soy muy cuidadosa, en serio.
Inmediatamente se puso de pie.
—Voy a traer algo para comer— continuó en un tono nervioso— tú... quédate aquí.
Sin decir más, se marchó por la puerta. Liliana la vio marcharse, no muy segura de si había estado bien sacar el tema.
"Deberías abandonarla en cuanto puedas" le espetó Brontes "esa chica terminará matándote".
—No, Érica no haría eso.
"Está claro que no querría hacerlo, pero podría. Creo que te pegó con un bate de timitio, imagínate si hubiera hecho un arma afilada. Hasta ahí llegamos".
Liliana apretó los labios. No podía debatir con la lógica de Brontes, pero Érica era la única amiga que tenía en Nudo. Ni siquiera quería contemplar la posibilidad de abandonarla.
El resto del día fue algo incómodo para ambas, puesto que Érica intentó sobrecompensar torpemente por el golpe. Liliana aceptó sus mimos lo mejor que pudo, pero terminó agotada.
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Al día siguiente Érica tomó trabajos de caza recompensas puestos por el pueblo. Estuvo todo el día matando monstruos en el desierto. Mientras tanto, Liliana buscó tareas cortas dentro de las murallas; cosas simples, como hacer de mesera, cuidar niños y limpiar casas. No le agradó volver a su actitud servicial de esclava, pero ahora era distinto: tenía a Brontes con ella para protegerse. Nadie, ni siquiera el más forzudo de los nonis en el pueblo podía intentar forzarla o ponerle un collar de esclava, y aunque lo hiciera, Liliana podía romperlo de un tajo con Brontes.
El ánimo de Érica volvió poco a poco. Después de pocos días ya parecía que no había ocurrido ninguna anécdota. En ese mismo lapso de tiempo ambas consiguieron suficiente dinero para vivir bien otro mes. Podían continuar su viaje.
Durante su última noche en la posada fueron a comer al primer piso para planear sus próximos días. Apenas terminaron su comida cuando, de repente, un animal largo de pelo blanco se encaramó a Liliana.
—¡Papel!— exclamó sorprendida.
El animalito correteó por todo su cuerpo, emocionado de verlas. Luego saltó sobre Érica para hacer lo mismo.
—Te dije que iba a regresar
Érica intentó sonar gruñona, pero no podía ocultar su felicidad. También se sentía contenta de verlo. Papel finalmente se calmó y se acurrucó alrededor del cuello de la brika, como si fuera una bufanda.
—¿Pero cómo supo dónde encontrarnos?— quiso saber Liliana— Hemos viajado un montón ¿Estás segura que no es otro animal?
Érica lo miró.
—Oye, Papel— lo llamó.
—¡¿Eeeek?!— exclamó este al voltearse.
—¿Lo ves? Es el mismo.
Liliana no estaba muy segura de ese razonamiento, pero nadie alrededor parecía reclamarlo, y si no era Papel, era exactamente igual al de la vez anterior. Aunque no tuviera pruebas, también le costaba pensar que ese fuera un animal distinto.
—Bien— Érica golpeó la mesa— Tenemos dinero, ya podemos sobrevivir. Ahora nuestro problema es hacia dónde ir.
—El Núcleo— recordó Liliana.
—Exacto— Érica se desplomó sobre la mesa, frustrada— ¡Aaaaaaaaaaah! ¡¿Por qué no puede ser un lugar cualquiera?! ¿Por qué mi papá tiene que encerrarse en un lugar que no existe?
En eso, Liliana se cruzó de brazos con una actitud triunfal.
—Tengo buenas noticias.
Érica abrió mucho los ojos, estupefacta.
—No puede ser...— musitó, ansiosa.
—Como he estado más en el pueblo que tú, aproveché de preguntar un poco y oí algo interesante: ¿Te acuerdas que el doctor mencionó a unos "magos"?
Érica lo recordaba: "magos sanadores" es lo que había dicho. No le había prestado mucha atención en ese momento.
—Resulta que estos "magos" son personas muy inteligentes. Dicen que saben de todo, incluso los secretos del mundo que escapan a la comprensión.
Esto impresionó a Érica.
—¿O sea que ellos podrían conocer una manera de llegar al Núcleo?
—Es la mejor pista que tenemos, de momento.
—¡Es una pista excelente!— exclamó Érica— ¿Dónde están estos magos?
—Oí que había uno en una ciudad cercana: Bivifera.
Érica no cabía en su felicidad.
—¡Lo hiciste, Lili! ¡Eres impresionante!
Liliana sonrió, complacida. Érica se puso a pensar.
—¿Cómo serán los magos de Nudo?
—Parece que son distintos de lo que nosotros conocemos como "magos"— indicó Liliana— pero no te preocupes. Si vamos a Bivifera y le preguntamos a la gente de allá, estoy segura que nos ayudarán.
—¡Bien!— Érica golpeó la mesa otra vez. Liliana esperó que no la rompiera— Excelente, Lili. Ya tenemos nuestro próximo destino ¿Listo, Papel?
El animalito chilló en respuesta.
Después de comer y descansar un poco, las niñas prepararon lo casi nada de equipaje que habían ganado en su corta estadía en ese pueblucho y se fueron a la terminal de buses voladores, directo a Bivifera.
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