18._ El Segundo Encuentro
De repente despertó, sentada. Se encontraba en una silla, en una habitación oscura. Frente a ella había una zona iluminada por un foco que colgaba del cielo, la única alrededor. A Érica le tomó un rato recordar ese lugar.
—No... no puede ser— pensó.
Miró en todas direcciones, pero no encontró fantasmas de ningún tipo. De repente, apagados pasos llamaron su atención. Frente a ella, exponiéndose a la luz del foco, apareció una criatura peluda. Era el mismo monstruito que ella había protegido la vez anterior, solo que se veía distinto; podía pararse en dos patas, sus ojos habían disminuido en proporción a su cara y su cuerpo había crecido, ahora le llegaba a la cintura. Érica se lo quedó mirando con desconcierto.
—¿Hola?— saludó, porque no sabía qué más hacer.
El monstruito abrió la boca, pero de esta no salieron palabras, tan solo una especie de ladrido tímido, un saludo. Érica se puso de pie y acortó la distancia, pero la criatura se asustó y retrocedió unos pasos. Esto la hizo enojar un poco.
—Vamos, es obvio que no te haré daño.
Supuso que él también necesitaría recordar, por lo que se agachó y le tendió la mano bocarriba, como la vez anterior. El monstruo pareció reconocer este gesto, porque volvió a acercarse y posó su mano sobre la de Érica.
Entonces varias figuras aparecieron alrededor. Eran los fantasmas que los habían atacado la vez anterior. Circulaban lentamente, acechando, esperando su oportunidad para saltarles encima. Sin embargo, no se mostraban tan agresivos como la última vez. Ahora tomaban cierta distancia.
—Todavía están por ahí ¿Eh?— observó la chica.
Luego miró al monstruo, quien había tomado su mano y la había puesto sobre su cabeza, como intentando simular la vez anterior en que se había dormido en sus brazos. La niña se enterneció con este gesto. Decidió levantarlo y hacerlo sentir protegido otra vez. Estaba más pesado y muy grande para sujetarlo por completo, pero aun así consiguió acurrucarse y descansar.
Érica suspiró, un tanto preocupada.
—¿Siempre tienes miedo?— miró a los fantasmas, los cuales comenzaban a desvanecerse a medida que el monstruito se olvidaba de ellos— Ya veo, tú eres quien los crea.
Quiso pensar en una forma de arreglar ese problema. Su monstruito estaría condenado a vivir aterrado de su propia imaginación si no hacía algo ¿Pero qué podía cambiar ella?
Se sentó en la silla para pensar. Pensando y pensando, sus párpados comenzaron a pesarle y se volvió a dormir.
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