17._ Donde se Anclan los Muertos (4/5)
—¡¿Amigos?! ¿Por qué deberíamos ser amigos?
—Porque tú nos necesitas, me necesitas, específicamente a mí— le espetó— lo sé, lo pude ver. Eres un chico solitario. Has estado mucho tiempo sin compañía, por eso no nos atacaste desde el principio. Inventaste toda esa farsa con el niño y la bestia para conocernos, para divertirte con nosotras, porque necesitas a alguien a tu lado. Pero no necesitas estar solo por el resto de la eternidad.
Liliana miró alrededor.
—Esta torre, este shakma, no te puedes mover mucho de aquí ¿Verdad? ¿Hasta dónde puedes ir?
Brontes apretó los labios, inseguro.
—Yo...— gruñó— quizás sea verdad que no puedo alejarme mucho ¿Qué con eso? No significa que necesite compañía ¡Soy un espíritu! ¡No me compares con los vivos!
—Esa familia muerta con quienes te encontramos, quisiste hacerte amigo de ellos ¿Verdad? Pero ellos tuvieron que irse y tú tuviste que quedarte aquí. Estabas triste ¿Verdad? Ellos eran de tu misma especie, es de esperar que quisieras congeniar con ellos. Pero al final los mataste ¿Te alimentas de almas para sobrevivir? ¿Es eso?
Brontes apretó los dientes. Sin mirarla a los ojos, bajó su arma. No parecía muy contento con sus conclusiones.
—No... no es mi culpa. No entiendo por qué soy así, simplemente...— suspiró— en cierto momento me di cuenta que aún existía, a pesar de haber muerto hacía miles de años. Recuerdo mi vida perfectamente, pero lo que ocurrió entre mi muerte y el momento en que recobré la conciencia, es difuso. Solo sé que puedo hacer algunas cosas que no podía cuando estaba vivo, como invocar esta guadaña, transformarme o dividirme. No necesito comer o beber cosas materiales, pero siempre tengo hambre de almas. No sé qué ocurriría si paso muchos años sin devorar alguna, pero no lo puedo resistir; el deseo es más potente de cualquier adicción que hubiera tenido en mi tiempo vivo. Hay almas en el aire, en la tierra, puedo subsistir con ellas, pero apenas son migas de pan comparadas con el festín que viene dentro de un ser vivo. La inmensidad del alma dentro de personas me hace babear como un animal salvaje, como una bestia apática y cruel ¿Entiendes, Liliana? Ante este deseo imparable, soy más parecido a una fuerza de la naturaleza que a un hombre con quien puedas dialogar. Necesito comerte.
Liliana lo pensó un momento.
—Así que es una necesidad. Más encima no puedes salir de aquí porque estás anclado a esta torre ¿No hay ninguna manera de desanclarte?
Brontes inclinó la cabeza a un lado.
—¿Desanclarme? Desaparecería. Necesito un ancla dentro de este mundo material para mantenerme aquí.
Liliana apretó los dientes, intentando encontrar una grieta en sus argumentos para colarse hacia la victoria.
—¿"Un ancla"? ¿Puede ser algo distinto de esta torre?— inquirió.
—No, esta torre soy yo— le corrigió Brontes— este lugar es mi ancla. Necesitaría viajar a otro lugar para anclarme ahí. Sin embargo, para eso necesitaría desanclarme de este lugar antes. En cuanto lo haga, desapareceré. Puedo desplazarme poco a poco, cerca de un centímetro por año, pero este es el mejor lugar en los alrededores. No hay razón para desplazarme.
Liliana se llevó una mano al pecho.
—¿Y qué tal si te anclas a mí?— inquirió— puedes alimentarte de mi alma todos los días. Los seres vivos tenemos mucho ¿Verdad? Así podrás subsistir y más encima no estarás solo ¿Qué te parece?
Brontes se descolocó un momento.
—¿Quieres ser mi ancla?— alegó, desconcertado.
—¿No se puede?— inquirió ella.
Brontes abrió la boca como para decir que no, pero lo pensó mejor.
—Ahora que recuerdo, a través de las eras han venido algunos guerreros a tomarme como su "múnima". Querían que me anclara a ellos.
—¿Y qué hiciste?— inquirió Liliana.
—¿Qué crees? Los devoré a todos— contestó sin reparos.
—Oh, bueno, qué mal— musitó Liliana— ¡Pero podemos hacer eso! ¡Puedes anclarte a mí! ¡Podrás salir de aquí! ¡Podemos ir a ver el mundo juntos! ¡Todos los mundos!
Brontes soltó una risita entre dientes, divertido.
—¿Qué... ¿Qué sucede?— inquirió Liliana, nerviosa.
—Es la primera vez que alguien me propone anclarme a ellos como un regalo, todos los otros intentaron pelear conmigo o simplemente lo exigieron.
Liliana se llevó una mano al pecho.
—Yo... yo no soy ninguna guerrera— admitió— ¡Pero te aseguro que la pasaremos bien juntos! No es muy educado decirlo uno mismo, pero soy buena tratando con las personas ¡Conmigo no te aburrirás!
Brontes bufó con desdén.
—¿Eso es todo?— alegó.
Liliana se paralizó. Después de todo su intercambio, no esperaba una reacción así.
—¿Lo único que tienes para ofrecerme es amistad?— continuó el espíritu.
La muchacha reprimió un grito de pánico. Respiró hondo, se mantuvo firme y se agarró una mano temblorosa para que no se notara mucho. Miró al suelo.
—No lo logré— se dijo.
Necesitó que eso decantara. No le gustaba la idea, pero tendría que aceptarla.
—Pero al menos...— alegó— al menos, por favor, deja que Érica se vaya— sin poder evitarlo, lágrimas de terror comenzaron a correr por sus mejillas— ella es una niña buena, es amable y sincera como nadie más. Por favor, déjala ir al menos a ella.
Brontes suspiró, desmaterializó la guadaña y miró a una de las ventanas.
—Nunca rechacé tu oferta— le hizo ver.
Liliana abrió los ojos como platos, desconcertada.
—Estoy muerto. Oro y tierras no valen nada, pero amistad... eso es un regalo que podría serme útil. Además, si no me gustas, siempre puedo devorarte por dentro y rehacer mi shakma.
Liliana se limpió las lágrimas. Su cara pasó de la sorpresa a la esperanza eufórica.
—¡¿Entonces vamos a ser amigos?!— inquirió.
Brontes se arregló el cuello de su harapiento abrigo.
—Me anclaré a tu cuerpo, jovencita. Me has convencido. Veamos si tu corta vida me proporciona entretenimiento.
El espíritu se acercó a ella, sacó su guadaña de nuevo y le apuntó directo al pecho con la punta.
—Desde hoy y hasta el fin de los tiempos, nuestras almas estarán atadas la una a la otra. Tú me proporcionarás tu vida y tu compañía. Yo, en cambio, te daré mi protección y mi control sobre los muertos. Traicióname y tu alma será devorada sin dudarlo. Cumple tu parte del trato y tendrás a un fiel aliado. Ánclame a este mundo físico, mi nueva anfitriona. Abre tu alma a la bestia.
Un momento después, la guadaña desapareció, absorbida por el pecho de Liliana. Luego Brontes comenzó a disolverse en el humo negro de antes, lo mismo con la sala en donde se encontraban y el resto de la torre, todo volando directamente a su pecho. Ese humo, las almas rotas que Brontes había devorado, revolotearon alrededor mientras viajaban hacia ella. Taparon todo rastro de luz y la encerraron en un negro absoluto.
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Liliana volvió a abrir los ojos. Se encontraba acostada sobre el suelo duro de roca. No supo cuándo había perdido la conciencia ni cuánto tiempo había permanecido dormida.
Lo segundo que notó fue un mango que le brotaba del pecho, de unos treinta centímetros de largo. Al examinarlo con mayor detalle, se dio cuenta de que se trataba del principio de la guadaña de Brontes. Le salía del pecho como si la atravesara, solo que del otro lado no había nada. Tampoco le dolía. Curiosa, la tomó en su mano y la sacó lentamente. El largo mango se extendió varios centímetros, pasado el metro. Liliana tuvo que usar ambas manos para sacárselo. Cuando el mango pasó los dos metros, el ángulo de la guadaña cambió, la chica supo que había llegado a la hoja y la giró noventa grados para continuar extrayéndola. La hoja era curva, larga y ancha, mas no salía desde su pecho como si la sacara por una ventana sólida: observó que más bien se iba materializando a medida que la extraía.
Finalmente consiguió sacar la punta y se vio con la guadaña en su mano. Era inmensa, de dos metros de alto, con la hoja de un metro y medio de largo. Era negra y sólida, pero le pesaba lo mismo que un lápiz. Era tan ligera que podía tomarla con dos dedos desde un extremo y manejarla con toda facilidad. A través de toda su superficie la recorrían líneas de un leve brillo verde, como si tuviera venas.
—¿Brontes?— lo llamó Liliana.
"Aquí estoy" escuchó.
Miró alrededor por si acaso, pero su voz se oía como si estuviera en otro lado, no en una cueva, ni siquiera cerca, sino que dentro de ella.
"En este momento tu alma y yo estamos compartiendo tu cuerpo" explicó el espíritu "pero mi punto de conexión es tu pecho. Fíjate".
Liliana miró y se encontró con el punto de donde había extraído la guadaña. Había una marca, un tatuaje negro con la forma de un rombo deforme. Le tomó un rato reconocerlo: era un colmillo, el símbolo de una bestia.
"Podrás materializar mi guadaña desde este punto. Recuerda que también estoy ahí, así que manéjala con cuidado".
Entonces, para su sorpresa, la misma guadaña tomó posesión de su brazo y se acercó a su pecho para meter la punta. Con eso, el arma entera se desvaneció, como si Brontes la tirara desde el otro lado.
"¡Vaya, no sabía que podía hacer eso!" exclamó el espíritu.
—¡Oye, no vayas a hacer nada raro ahora!— alegó la muchacha, atemorizada.
"No, descuida. Solo tomaré control de tu cuerpo si se presenta una emergencia" le aseguró.
—Ah... gracias— le espetó Liliana— y por darnos una oportunidad, también. Te aseguro que la pasaremos bien, tú y yo.
"Sí, eso espero" contestó el espíritu.
Con eso listo, Liliana se puso de pie y miró alrededor. Se encontraban en la misma cueva donde habían visto a la torre. De hecho, se encontraban en el mismo punto donde antes se encontraba la torre, solo que esta no se hallaba por ningún lado. Liliana sabía que había sido absorbida dentro de su pecho, pero aun así le costaba creerlo.
Érica estaba tendida a unos metros de distancia. Liliana se acercó a ella para comprobar sus heridas, pero no tenía nada salvo un moretón en la cara, de cuando se pegó ella sola contra la pared. Liliana sonrió, aliviada.
—¿Cuántas veces voy a tener que vigilarte mientras duermes?— le reclamó.
Con cuidado la acomodó, puso sus propias piernas como almohada y le arregló el pelo para que no le molestara. Érica dormía como un tronco.
Liliana suspiró. Estaban los tres solos en esa inmensa cueva.
—Bueno, al menos tenemos tiempo para conocernos— le espetó a Brontes.
"Es verdad" asintió el espíritu.
Pasaron a relatarse sus respectivas historias. Como eran de mundos distintos, había mucho que contar. Liliana quiso saber de inmediato cómo había sido la vida de Brontes, pero este insistió en que ella le contara primero su historia, así que eso hizo. Le explicó sobre su mundo, sobre su país, su familia, su mejor amigo de toda la vida y sobre su tiempo en Nudo. Él, a su vez, le explicó un poco de su vida.
Brontes había sido un monarca en su mundo; había reinado sobre un pequeño reino en el extremo de un continente. Por eso mismo por sus tierras no pasaban muchos comerciantes, haciéndolas menos prósperas que otros países y potencias de su mundo, pero la calidad de vida de sus súbditos siempre fue relativamente buena. La gente se dedicaba a trabajar la tierra, generar productos y de cuando en cuando librar guerras con los países vecinos. Brontes siempre fue estricto con sus gobernadores y nobles, se lo conocía como un rey gruñón, pero eso lo llevó a terminar muchos proyectos que ayudaron a su pueblo. Le comentó a Liliana que en su mundo las lanzas eran las armas más populares, pero que su reino había sido erigido a partir de revueltas de campesinos, por lo mismo el arma conmemorativa de la realeza era la guadaña. De esa manera, decía la leyenda, no se olvidarían de sus orígenes. Esa era la razón de que Brontes fuera un maestro en el uso de la guadaña. Por otro lado, la imagen de la bestia la había sacado de un tipo de monstruo temido en su mundo, unas criaturas horriblemente poderosas que destruían todo lo que se acercaba a su territorio.
Liliana recordó la ropa elegante pero hecha tira que le había mostrado en su forma adulta. Se preguntó si así se había visto al momento de su muerte.
—¿Cuántos años tenías cuando...— pero se detuvo, no muy segura de cómo él lo tomaría.
"Estaba entrando en la vejez" indicó "tenía unos 57, creo".
—¿Fue en una guerra?
"No... no, eso no fue una guerra. Nos pasó lo mismo que a ti; de pronto aparecieron criaturas extrañas que no conocíamos, seres con tecnología superior a la nuestra. Se esparcieron como el fuego a través de todo el mundo, nos conquistaron y nos trajeron aquí para usarnos como esclavos. Yo conseguí librarme, intenté liderar una revuelta, pero nos mataron a todos".
Entonces Liliana cayó en la cuenta: Brontes no había podido moverse en todo ese tiempo desde que lo mataron.
—¿Fue aquí?— quiso saber.
"El paisaje era distinto, en ese entonces" recordó Brontes "pero sí, fue más o menos por aquí. Mi cuerpo debe haberse esparcido por la tierra, mi alma permaneció más o menos unida, por alguna razón. Quizás fue mi voluntad de venganza, quizás algunas almas tienen algo que les permite mantenerse conscientes a través de las eras, no estoy seguro. Cuando volví en mí, ya estaba dentro de este shakma, anclado a esta tierra y hambriento por almas vivas. De eso hace unos tres mil años".
—¡¿Tres mil años?!— saltó Liliana— ¿Y hace cuánto tiempo moriste?
Nunca pensó que llegaría a hacer esa pregunta.
"No lo sé" musitó "no estoy seguro".
—Érica y yo estamos buscando a nuestras familias— le espetó Liliana— podemos ir a visitar tu mundo, ver cómo ha progresado tu gente...
Pero entonces Liliana se dio cuenta de un error fatal: no sabía si el reino de Brontes siguiera en pie. Lo más probable es que hubiese terminado con la invasión. Aun sin la influencia de los nonis, no había manera de que su civilización hubiese durado todo ese tiempo.
"Algún día" musitó Brontes "aunque no hay prisa".
—¡Claro, claro!
"Busquemos a tu familia primero, las personas son más frágiles que los mundos, después de todo".
Liliana sonrió.
—Gracias, sabía que eras un buen chico.
Brontes no dijo nada por unos segundos, no supo cómo responder. Al final se limitó a cambiar de tema.
"Intenta descansar, Érica debería despertarse en cualquier momento" indicó.
Liliana no vio ninguna razón para oponerse, así que se acostó junto a Érica y reposó.
Después de un buen rato, Érica despertó muy confundida. Liliana le explicó todo lo que había ocurrido y le mostró su nueva marca. Érica no se mostró muy confiada de su nuevo compañero, lo cual Liliana sintió era comprensible. Después de todo, Brontes las había engañado para comerse sus almas. Pero la brika no se negó a llevarlo con ellas. En poco tiempo se pusieron de pie y se prepararon para partir, mas Brontes las detuvo antes de que avanzaran mucho.
"Si quieren salir, lo más fácil será dirigirse por el otro lado" indicó.
Aunque estaba dentro del cuerpo de Liliana y no lo podían ver, esta supo a dónde apuntaba: hacia una pared casi al lado contrario de las escaleras.
—No sé, me suena a una trampa para comerse nuestras almas— comentó Érica.
"Quizás debería comerme la suya" gruñó Brontes.
—Vamos, vamos, no se peleen— les pidió Liliana.
De todas maneras se dirigieron al punto donde indicaba Brontes. Desde ahí un túnel las guio un corto tramo hacia un callejón sin salida. Esta estaba tapada por una roca grande y gorda, casi cilíndrica. Por los lados podían ver el exterior apenas iluminado por el sol de la tarde, pero los orificios eran muy angostos para dejarlas pasar.
—Quédate atrás, yo la empujo— se ofreció Érica.
Puso ambas manos contra la roca y empujó con gran fuerza. Esta comenzó a moverse poco a poco, arrastrándose por la tierra. Érica se agachó un poco para tomar mejor impulso, abrazó la roca y empujó aun con más fuerza. La masa de piedra comenzó a caer hacia afuera. Liliana, alegre, sintió las primeras brisas de aire desde hacía un buen rato. Sin embargo, mientras salían de la cueva, notó una roca igual de grande sobre la que Érica empujaba. Mientras la de su compañera caía hacia afuera, la de arriba se tambaleó al otro lado y le cayó directo encima, pero Érica estaba muy ocupada como para darse cuenta. Liliana no tuvo tiempo para reaccionar, de hecho, ni siquiera reaccionó: su cuerpo se movió por su cuenta. En un instante sacó su guadaña, apoyó un pie sobre la espalda de la brika y saltó sobre ella para cortar la roca en dos.
Ambos pedazos se desplomaron sobre el suelo a los lados de las niñas, mientras que Liliana aterrizó sin problemas detrás de Érica. Esta, desconcertada, se giró. Miró a ambos lados atónita, luego arriba para cerciorarse de que no le iba a caer nada más.
—¡¿Qué fue eso?!— alegó.
Liliana miró la guadaña en su mano, sin entender tampoco.
—¿Brontes?— dijo al fin.
"Tomé posesión de tu cuerpo un momento" le espetó.
Liliana miró a Érica.
—¡Brontes te salvó!— exclamó.
—¿Él? Pensé que me quería muerta.
"Solo porque quiero comerme su alma no significa que la quiero muerta" alegó el espíritu "después de todo, si muriera, su alma se esparciría antes de que pudiera devorarla por completo. Sería un desperdicio".
—¡De todas formas, eso fue genial!— exclamó Liliana— ¿Cómo cortaste esa roca? Ni siquiera usaste mucha fuerza.
"No es para tanto. La hoja de mi guadaña es tan afilada como yo la quiera" se explicó "¿Por qué no lo pruebas?"
Liliana se acercó a la misma roca que Érica había empujado, le pidió que se alejara un poco y luego pasó la guadaña a través del sólido pilar. No tuvo que hacer ningún esfuerzo; la hoja simplemente pasó como si atravesara agua. El pedazo superior se deslizó lentamente y cayó pesado sobre el suelo.
—¡¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeee?!— exclamó Érica— ¡Lili, eres fantástica!
—¡Oh, por Padre! ¡Qué filoso!— saltó ella.
Comenzaba a comprender por qué tantos guerreros habían ido a pedirle a Brontes que se anclara a ellos; su múnima no solo era muy filosa y fácil de llevar, sino que él mismo podía poseer el cuerpo de su ancla y pelear por ellos.
—¿Cómo hiciste todo eso?— quiso saber Érica.
Liliana recordó que no había estado despierta durante su conversación con Brontes, así que pasó a explicarle los detalles de cómo funcionaba. Mientras tanto, continuaron por la senda rocosa hacia la salida. Esta vez llevaban a un guía que conocía bien el terreno.
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