17._ Donde se Anclan los Muertos (3/5)
Llegaron a otra sala, mucho más grande. Era redonda, dispuesta en espiral; por un lado había escaleras que bajaban, por otro había escaleras que subían. Alrededor había más puertas que llevaban a distintas habitaciones.
—Vamos al subterráneo— mandó Liliana.
Arrastró a Brontes consigo a las escaleras que iban hacia abajo, pero al acercarse, desde ahí aparecieron bultos de humo. Liliana se detuvo, confundida al principio. Estos bultos de humo cobraron forma lentamente, como si necesitaran esforzarse mucho para conseguirlo. Luego se unieron y se dividieron entre sí hasta que se decidieron en una forma fija. Entonces aparecieron dos cuencas transparentes y dos hileras de dientes podridos. Liliana podía verlos, pero también podía ver a través de ellos. Eran criaturas que flotaban y atravesaban objetos sólidos sin problemas. La muchacha se puso más pálida de lo que ya era, se cayó de poto y se arrastró hacia atrás, aterrada.
—Fan... fan...— quiso decir.
Las criaturas echaron a volar alrededor de la sala. Poco a poco salieron más desde el sótano. Liliana trató de acelerar, pero sus brazos temblorosos apenas le respondían. Pensó que moriría ahí, cuando de repente Brontes la tomó de un brazo.
—¡Vamos, tenemos que correr!— exclamó.
Esto la hizo reaccionar. Tenía a un niño con ella, debía comportarse como una adulta. Rápidamente se incorporó y con Brontes de la mano, huyeron a toda prisa. Se dirigieron a la puerta más cercana, pero apenas abrirla, surgieron más fantasmas. Liliana saltó hacia atrás, con los brazos sobre la cabeza y chillando de miedo. Corrió a la sala contigua, pero le apreció en la cara un tercer grupo de fantasmas.
Aterrada, echó a correr al centro de la sala. Los fantasmas surgieron en grandes cantidades y se esparcieron por la sala central como humo en un incendio. Sus caras eran aterradoras, sus colmillos agudos y sus garras tan grandes que podrían atravesarle el torso si se acercaban mucho. Liliana quiso gritar, desesperada.
De repente sintió un tirón a un lado. Al mirar, se encontró con Brontes tirando de su pantalón. Le señalaba en una dirección. Liliana miró: se trataba de las escaleras que iban hacia arriba. No aparecían fantasmas desde ahí.
—¡Vamos!— exclamó.
Tomó a Brontes y lo arrastró consigo a toda prisa, hacia las escaleras. Esquivaron a los fantasmas en el camino, atravesaron la distancia y comenzaron a subir. Liliana no era muy atlética y no estaba muy descansada, pero en ese momento sus piernas se sintieron como una máquina voladora, sus tobillos tenían alas y sus talones propulsiones a chorro. Subieron en un instante al segundo piso y no se detuvieron a mirar, continuaron por las escaleras al tercero y al cuarto. Liliana oía a los fantasmas persiguiéndolos, no tan rápidos como ella, pero de todas maneras en su espalda. Brontes hacía lo que podía para seguirle el paso.
De esa manera subieron doce pisos. En la cima de la torre Liliana se detuvo, comprobó que no había más escaleras y cayó derrotada al suelo. Sus pulmones y garganta le ardían, sus pies se sentían como plomo, su cuerpo irradiaba calor. No recordaba haber corrido tanto en su vida, ni siquiera en sus días de ladrona.
Aún amedrentada, miró atrás, a las escaleras. En ese mismo momento Brontes las tapó con una trampilla, encerrándolos ahí, en la última cámara de la torre.
—Bien hecho— le espetó Liliana.
Brontes se acercó a ella. Le tomó un rato notarlo, porque estaba muy cansada y necesitaba recuperar el aliento, pero el niño no se veía para nada cansado.
Corría una pequeña brisa. Liliana miró alrededor; la sala era redonda, de apenas unos diez metros de diámetro. Contaba con varias ventanas que miraban a todos lados, sin ventanas. Podía oír golpes, gritos y rugidos por afuera. Se levantó a mirar y advirtió al monstruo peleando. Luego notó a Érica, encima de la bestia, pegándole con todas sus fuerzas. El monstruo era muy grande y lento para alcanzarla, Érica pegaba tan fuerte que cada golpe debía al menos romperle algunos huesos. Sin embargo, el monstruo se levantaba como si nada para continuar la pelea. Era demasiado raro, Liliana nunca había visto a ningún monstruo durar tanto contra la brika.
Se giró hacia Brontes, quien miraba la pelea desde otra ventana. Ella aún respiraba agitadamente, mientras que él estaba de lo más calmado. No le molestaba que actuara tan raro, pero si había una posibilidad de que por su culpa Érica resultara dañada, Liliana no se lo perdonaría. Tenía que aclarar sus temores.
—Brontes ¿Quién eres?— alegó.
El chico se giró hacia ella, curioso.
—Soy un huérfano sirivi— contestó.
Mas Liliana negó con la cabeza.
—No eres huérfano, al menos no de esas personas que vimos en la entrada— aseguró.
Brontes se tapó la boca con una mano.
—¿Pero qué cosas dices? Acabo de perder a mis padres, soy una pobre víctima— dijo con un tono tranquilo, controlado, casi sonriente.
Liliana apretó los labios. No le gustaba a dónde iba todo eso.
—¿Cómo se llamaban?— preguntó.
Brontes lo pensó un momento.
—Emh... Brumhilda, Conde, Strafanos... Ámili...
—No sabes sus nombres ¿Verdad?— lo cortó Liliana.
Brontes dejó de fingir y sonrió con complicidad.
—¿Cómo lo supiste?— quiso saber él.
—No eres el mejor actor del mundo— le espetó Liliana.
Suspiró, aún temblorosa. Miró un momento la trampilla, no sabía cuánto se tardarían los fantasmas en aparecer. Esperaba con todas sus ansias que no lo hicieran, y tenía la impresión de que no lo harían mientras Brontes estuviera interesado en la conversación.
—Mira, seas quien seas, no me importa que nos hayas mentido— aseguró ella— Solo quiero saber ¿Qué relación tienes con ese monstruo? ¿Por qué nos guiaste aquí?
—¿Oh?— Brontes sonrió de oreja a oreja— ¿Qué crees tú, Liliana? ¿Por qué te parece que tengo alguna relación con ese monstruo?
Liliana apretó los dientes. Si tan solo Arturo estuviera ahí, podría decirle la respuesta correcta. Ni siquiera eso, habría deducido todo incluso antes de entrar a la cueva. Pero solo estaba ella, una chica normal con una mente normal. Rápidamente pensó en las pistas que le señalaban que había algo raro.
—Parecías muy seguro de que no había más monstruos que esa bestia negra— indicó— nos guiaste aquí, justo a donde nos estaba esperando, así que... ¿Tú te encargas de alimentarlo?
Brontes movió su cabeza de un lado a otro.
—Más o menos. Te lo concederé, de todas maneras. Es verdad que yo alimento a la bestia.
Entonces la trampilla se abrió de par en par. Los fantasmas salieron en multitud desde el piso inferior e inundaron la sala. Sin embargo, antes de que la saturaran, se desviaron y entraron al cuerpo de Brontes. Todo su ser fue absorbido por el niño. Liliana vio atónita la corriente de fantasmas como un remolino decantando en el muchacho al que había llevado de la mano hasta hace poco.
—¿Qué... ¿Qué está pasando?— alegó.
Mientras absorbía a los fantasmas, Brontes alzó una mano hacia una de las ventanas. Liliana miró, al mismo tiempo que un estruendo sacudió la torre y la botó al suelo. Cuando volvió a mirar, se encontró con una hilera de colmillos grandotes tapando la ventana. La bestia había saltado y se encaramaba a la torre para acudir al llamado de su amo. Sin embargo, antes de que intentara cualquier cosa, su enorme cuerpo de monstruo se disolvió en el mismo humo negro de los fantasmas. El monstruo se deshizo, ingresó a través de la ventana y fue absorbido por el niño. Recién entonces Liliana entendió.
—Tú eras la bestia— alegó— tú mataste a esa gente ¿Quién... ¿Qué eres?
Brontes sonrió. A continuación, su cuerpo creció, se volvió una figura alta y flaca como un árbol en invierno. De un niño de piel gris, se convirtió en un hombre de piel gris, de largo pelo negro verdoso suelto. Su ropa desteñida, avejentada y arañada mostraba detalles y decoraciones de alguien de gran estatus, aunque Liliana no reconocía el diseño de nada que hubiera visto en su corta estadía en Nudo. Su cara era larga como su cuerpo, sus ojos negros, su boca grande y sus dientes verdosos.
—Me llamo Brontes, fui un sirivi en vida— se presentó con una voz calmada, siempre en control— ahora no soy más que un espíritu rencoroso que se alimenta de almas inocentes, como la que tienes tú.
Alzó su mano a un lado. De esta salió el mismo humo que conformaban a los fantasmas y a la bestia, pero esta vez tomaron una forma delgada como él; un palo de dos metros de alto, con una gran extensión curva en una de las puntas: una guadaña.
Dio un paso hacia ella, alzó su guadaña. Liliana estaba agotada, y aunque quisiera escapar, no había dónde esconderse en esa sala redonda y sin muebles. Más encima, Brontes era muy largo y tenía un arma de gran alcance. Hiciera lo que hiciera, sabía que no podía huir de él.
—Ahora te devoraré, Liliana.
Arremetió con su afilada arma. Liliana solo suspiró, ni siquiera miró a otro lado. La guadaña cayó, pero en ese momento otra persona embistió a Brontes y lo mandó al lado contrario de la sala.
—¡Lili!— bramó Érica.
Rápidamente le tendió una mano y le ayudó a ponerse de pie.
—¡Érica!— exclamó Liliana— ¡Estás viva!
La abrazó por impulso, aliviada. Érica correspondió con un brazo, mientras giró para interponerse entre su compañera y el espíritu vengativo.
—¿Quién es ese tipo?— inquirió.
—Es Brontes. Él es la bestia— explicó Liliana.
Esperó que Érica se sobresaltara tanto como ella, pero solo asintió con la cabeza. Con cuidado se separó de ella y avanzó para enfrentarlo. Mientras tanto, el largo sirivi se puso de pie y se sacudió el polvo de la ropa harapienta.
—No volverás a sorprenderme, Érica— le espetó.
—¿Por qué nos trajiste aquí?— quiso saber la brika.
—Se lo acabo de decir a tu amiga— Brontes blandió su guadaña con facilidad y asumió una relajada pose de combate— para devorar sus alm...
Érica se agachó para apoyarse en el suelo y se disparó con sus brazos y piernas hacia Brontes, sin darle tiempo de terminar. Sin embargo, el sirivi giró sobre su talón y la mandó contra la pared con su propio impulso. Érica se estrelló de cara, cayó y se quedó un buen rato encogida de dolor.
—Necesitarás más que eso para eliminarme— indicó Brontes.
Érica se puso de pie, aún adolorida. Se limpió un hilo de sangre con el brazo, apuntó a Brontes y se arrojó nuevamente hacia él. Lo arremetió con un combo dirigido a la cara, que este desvió con su guadaña. Le mandó una patada a las costillas, pero Brontes fue más rápido y atravesó su pierna de apoyo con el filo de su arma.
La muchacha cayó como una muñeca de trapo. Inmediatamente se examinó la pierna, aterrada, pero esta seguía ahí, intacta.
—Descuida, no te amputé— indicó Brontes— mientras más haya de ti, más alma hay para mí. No querría desperdiciar un alma tan próspera como la tuya.
Érica quiso ponerse de pie y continuar peleando, pero su pierna no se movía. Desde la zona en que la guadaña la atravesó hasta la punta de los dedos, sentía un cosquilleo horrible, muy molesto. Sus músculos no respondían, era como si su pierna decidiera haber ido a dormir. Entonces la guadaña atravesó su cuello.
Érica se desplomó en el frío suelo, inconsciente.
—¡ÉRICA!— gritó Liliana, preocupada.
Corrió hacia ella, pero la guadaña de Brontes se interpuso en su camino. Liliana se paró en seco.
—Descuida, solo está dormida— le espetó Brontes.
Liliana estudió a Érica desde la distancia. Su cuello estaba limpio, sin una gota de sangre a la vista.
—¿Qué hiciste?
—Soy un espíritu, no es tan raro— alegó Brontes— cuando corto gente con esta guadaña, puedo hacerlos dormir. Si corto alguna extremidad, hago dormir únicamente la parte que corté, pero si atravieso el pecho, el cuello o la cabeza, el individuo entero cierra sus ojitos por un buen tiempo. Es muy útil a la hora de cazar a los ilusos que se atreven a irrumpir en mi dominio.
Liliana retrocedió. A pesar de la situación, estaba aliviada de que Érica solo estuviera dormida.
—¿Entonces no nos puedes matar con esa guadaña?— inquirió.
—Oh, no. Puedo cortarlas en pedacitos sin ningún problema, solo elegí hacerla dormir para conservar toda su alma intacta. No me gusta desperdiciar.
Brontes alzó su guadaña y procedió a hacerla girar entre sus dedos, la arrojó al aire y la atrapó sin problemas con la otra mano.
—Ahora, esta pequeña aventura fue muy divertida, pero llegó la hora de terminar. Despídete, Liliana.
Brontes alzó su guadaña para atravesarla por la mitad. Liliana no tenía ninguna posibilidad de esquivarlo o de bloquearlo. Érica era la única que podía pelear con él y había sido derrotada sin problemas. Liliana supo que no podía hacer nada para detenerlo por la fuerza.
Pero quizás no necesitaba obligarlo.
—¡Tengo una propuesta!— exclamó.
Brontes se detuvo, extrañado, pero acercó la afilada hoja de la guadaña al cuello de Liliana de todas formas.
—¿Qué deseas? No te servirá hacer tiempo, Érica no despertará en varias horas.
—No estoy haciendo tiempo. Dije que tengo una propuesta, eso significa que tengo algo que te interesa.
Brontes sonrió de lado, tanto extrañado como divertido.
—¿Crees que puedes ofrecerme algo mejor que tu alma?
—¡Sí!— exclamó Liliana.
El sirivi alejó su guadaña de la muchacha un momento.
—Muy bien, te daré un momento para darme tu propuesta. Diviérteme un minuto más.
Liliana tragó saliva. De esa negociación dependían su vida y la de Érica, fácil. Sin embargo, tenía buenas razones para pensar que todo iba a ir bien. Ese era su campo de batalla, donde podía brillar más que nadie, donde ella las salvaría a ambas de ese monstruo y más.
Con un dedo acusador, apuntó directo al espíritu.
—Brontes, al principio no estaba segura, pero ahora lo sé. Tú no quieres matarnos.
La cara del sirivi pasó de la seguridad a la confusión en un parpadeo.
—¿Qué?
—No necesitas ocultarlo, lo sé. Desde que te encontramos, aún con tu apariencia de niño, tenías una tremenda cara de culpa. Intentas devorar nuestras almas porque no tienes de otra, pero en el fondo no quieres hacerlo, odias hacerlo, estás harto. Quieres escapar de este horrible ciclo, pero no sabes cómo.
Brontes intentó aguantar una risa, pero se le salió a través de los labios y al final dejó que escapara. Una risa corta y ruidosa.
—¿De qué hablas? ¿Es una especie de chiste de tu mundo? Devoraré tu alma de todas maneras.
—No, no lo harás— le aseguró Liliana— porque tú y yo... ¡Tú y yo seremos buenos amigos!
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