17._ Donde se Anclan los Muertos (2/5)
A pesar de su tristeza, Brontes probó ser un chico alegre y educado. Les contó con una sonrisa en la cara sobre su especie y sus costumbres. Los sirivis eran una especie pacífica y neutral en las disputas de Nudo. A veces los nonis abusaban de ellos, pero en vez de pelear, ellos huían. A veces construían algunas chozas, pero solían ser nómadas.
—Me han contado historias de los humanos, pero ustedes son las primeras que veo— les aseguró— No pensé que fueran tan lindas.
—Ja, por supuesto— contestó Érica, intentando ocultar su sonrojo con soberbia.
Liliana sonrió, mas no dijo nada.
Ellas también le contaron sus historias a él. Conversaron sobre sus mundos y las cosas que les gustaban. Tenían mucho de qué hablar, pues Brontes no sabía nada de Madre y las niñas eran relativamente nuevas en Nudo.
Mientras conversaban, Érica notó que Liliana miraba atentamente al sirivi, como si intentara recordar cada parte de su rostro.
—No es tan lindo— se dijo Érica. Lo miró de nuevo para asegurarse. No era horrible, pero las facciones angulosas de su cara de sirivi le daban una apariencia extraña.
Después de un rato llegaron a un sendero frágil, suspendido en el aire por angostos pilares de piedra. No mostraban mucha estabilidad, lo cual era malo, pues hacia abajo se abría un precipicio hondo al que podían caer por ambos lados. Era tan hondo que el suelo no se veía, parecía estar cubierto en niebla.
—Qué lugar más raro— comentó Érica— nunca había visto algo así.
—Eso se ve peligroso— observó Liliana.
Brontes la sujetó con fuerza de la falda, asustado. Ella posó una mano sobre su cabeza en respuesta.
—Está muy alto— se expresó el niño, amedrentado.
—Tranquilo, chico. Yo iré primero— se ofreció Érica.
La muchacha se adelantó a los otros dos, pisó el puente de roca con cuidado y avanzó un poco, lista para saltar en cualquier momento por si colapsaba... pero el suelo no se cayó. Avanzó varios pasos más, pero nada ocurrió. Más segura, les hizo una seña a los que estaban atrás. Liliana y Brontes la siguieron.
A medida que andaban, el abismo bajo sus pies parecía hacerse cada vez más profundo, más oscuro. Liliana se imaginó que Brontes se mostraría más nervioso por la altura o por el silencio religioso del lugar, pero extrañamente se veía más relajado, y por alguna razón, triste.
Se dijo que era normal para alguien que había perdido a su familia ese mismo día, pero no era el sentimiento de pérdida que veía en él, sino... ¿Qué era? ¿Qué podía significar su cara serena y sus ojos caídos?
—¿Podría ser culpa?— se preguntó Liliana.
Pero no tuvo tiempo de pensar, pues en ese momento el sonido de rocas deslizándose alrededor los alarmó. Se detuvieron en seco, listos para saltar o echar a correr en cualquier momento. Esperaron dos, cuatro, cinco segundos, mas nada ocurrió.
Érica se giró hacia sus compañeros para indicarles que continuaran, pero al ver hacia atrás notó una gran masa negra a lo alto. Se fijó mejor, desconcertada. Los demás hicieron lo mismo; detrás de ellos, sujeto a la pared con poderosas garras se encontraba un monstruo enorme de escamas negras y colmillos puntiagudos. Era tan grande como una mansión. No tenía ojos, pero parecía saber dónde estaban en cada momento.
—¡Detrás de mí!— bramó Érica.
Liliana y Brontes corrieron para refugiarse en su espalda. Al mismo tiempo la bestia saltó hacia ellos. Érica se preparó para ir y enfrentarla a puño limpio, pero entonces el enorme monstruo cayó sobre el puente y lo destrozó. La primera sección cayó despedazada, mientras que la parte en donde los jóvenes se hallaban comenzó a colapsar. La bestia se perdió de vista en el abismo, Érica supo que ellos también lo harían si no reaccionaba. Rápidamente se dio la vuelta, tomó a Liliana y a Brontes en sus brazos y se disparó por el puente. La segunda sección comenzó a romperse casi al instante, Érica tuvo que saltar bien alto para alcanzar suelo firme. Aun así, el impacto viajó a través de todo el largo puente, resquebrajándolo rápidamente, sección por sección. La roca se separaba bajo los pies de Érica, mientras esta corría y saltaba con todas sus fuerzas para mantenerse a ella y sus compañeros de caer al abismo.
Más encima, en eso surgió nuevamente la bestia: escaló una de las paredes, persiguiendo sus presas con ahínco.
—¡Cuidado!— exclamó Liliana.
Érica lo vio, pero no podía ir a pegarle o esperarlo, solo podía correr. Entonces la bestia volvió a saltar con increíble fuerza y cayó justo frente a ellos. El puente se rompió, Liliana chilló de horror, Brontes exclamó con entusiasmo. Érica saltó sobre la nariz del monstruo, el cual se hundía hacia el abismo. La brika tuvo que moverse rápido y saltar de nuevo hacia el puente que seguía rompiéndose frente a ella. Aterrizó sobre una plataforma que se partió de inmediato en dos, saltó de nuevo más adelante y continuó corriendo a todo dar.
—¡Vamos a morir!— gritó Liliana.
Brontes reía como si estuvieran en una montaña rusa. Érica estaba tan concentrada que apenas le prestó atención. Atravesaron el puente a toda prisa, el cual se dirigía directo hacia una pared de roca y continuaba por un túnel.
—¡Allá podremos escondernos del monstruo!— pensó Érica, aliviada.
Sin embargo, nuevamente escuchó las garras de la bestia escalando por las paredes de roca. Era persistente. No le tomó mucho asomarse por su altura, con su gran hocico negro babeando un misterioso humo oscuro, una lengua podrida y su cara escamosa sin ojos.
—¡Muérete!— le gritó Érica.
La bestia saltó, esta vez apuntando a ellos. Abrió grande para devorarlos de un mordisco. Érica la notó volando hacia ellos y calculó que no alcanzaría a huir a tiempo. Solo le quedaba una opción, así que saltó bien alto, se giró en medio del aire y le mandó una patada en su negra nariz. El monstruo se detuvo un momento sobre el pente, mientras que los jóvenes salieron disparados en la dirección contraria, hacia la cueva. El peso del ente destrozó el sendero, pero los chicos aterrizaron junto a la sección pegada a la pared de roca, aún intacta. Érica no esperó ni un segundo más; aseguró a Liliana y Brontes en sus brazos y se lanzó adentro de la cueva.
El monstruo rugió, los escombros del puente de roca hicieron estruendo mientras caían y golpeaban las paredes por debajo. Érica finalmente dejó a los demás en el suelo y respiró tranquila.
—¡Uf!— exclamó— ¡Por fin!
Liliana se sujetó el abdomen adolorido. Con tanto zarandeo y saltos descomunales, había sido imposible para Érica evitar apretones.
—¿Qué fue esa cosa?— alegó Liliana— Podía escalar por las paredes como si nada.
—Era muy persistente— notó Érica— debe tener hambre para perseguirnos así.
Liliana se giró hacia Brontes, preocupada por él. Después de presenciar la muerte de su familia por un monstruo terrible, había huido de uno, quizás la misma bestia que había cometido tal tragedia.
—Brontes...— lo llamó.
Entonces este se giró hacia ellas, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Eso fue súper divertido!— exclamó el chico— Oye, Érica ¿Cómo eres tan fuerte?
—Ah...— Érica miró a Liliana desconcertada, pero Liliana estaba tan confundida como ella— yo... nací así. Soy una brika.
—¡No puede ser! ¡¿Una brika?!— exclamó Brontes.
—Sí ¿Has escuchado sobre las brikas?
—Solo que son muy temibles ¡Son peores que los monstruos! Pensé que eran cuentos que me contaba mi abuelo para asustarme, pero ahora veo que es verdad.
—Ah, bueno.
Érica supuso que no iba a reunir mucha información sobre las misteriosas brikas de un niño. Por otro lado, le extrañaba su comportamiento tan alegre ante un monstruo feroz como el que habían visto, pero no es que le importara mucho. Ella se había enfrentado a todo tipo de animales feroces de niña y nunca tuvo problemas. Sin embargo, para Liliana era distinto. El comportamiento de Brontes no solo le era un misterio, sino más bien algo imposible, una contradicción que no debía ser. Se preguntó si un niño inocente como él estaría escondiendo un secreto importante. Tampoco quería ponerse a interrogarlo y sacar el tema de su familia. Decidió que lo mejor sería olvidarlo, de momento.
Curiosos, regresaron sobre sus pasos, salieron de la cueva hacia el puente y miraron hacia abajo. No se veía el fondo del abismo, tampoco el monstro. El puente estaba completamente roto, el único camino que les quedaba era la cueva. Entraron de nuevo y se pusieron en marcha.
El interior era oscuro, apenas iluminado por unos cuantos cristales. Liliana se pegó a Érica por la espalda, atemorizada.
—¿Te da miedo la oscuridad?— inquirió la brika.
—No tanto la oscuridad, sino lo que pueda estar escondiéndose en la oscuridad— aclaró Liliana.
Brontes, por su parte, se adelantó a paso veloz y correteó alrededor.
—¡Brontes, ten cuidado!— le pidió Liliana.
—Descuida, nada nos puede hacer daño por aquí— aseguró el chico.
—No te voy a proteger si tú mismo te metes en problemas— le espetó Érica.
Brontes se paró en seco, se giró hacia ella con una expresión de ofendido y regresó a regañadientes junto a ellas. Liliana lo tomó de la mano para que no se perdiera por ahí.
Atravesaron la cueva casi tanteando al frente para no golpearse contra alguna pared. Avanzaban lento por la escasez de luz, al menos las niñas. Brontes siempre sabía dónde ir y cómo avanzar; saltaba hoyos sin verlos, evitaba pilares y paredes sin mirar. Era como si conociera ese lugar como la palma de su mano.
No pasó mucho tiempo para que el camino se dividiera en dos.
—¿Dónde crees que deberíamos ir?— inquirió Liliana.
Érica intentó buscar alguna diferencia entre ambas opciones, pero los túneles eran idénticos. No había forma de saber si una los llevaba a la salida.
—Este de aquí— indicó Brontes.
Sin esperar a las chicas, el niño se soltó de la mano de Liliana y se adelantó hacia el camino de la izquierda.
—¡Brontes, no te sueltes!— le pidió ella.
Pero ya era muy tarde. Preocupada, Liliana fue tras él, y Érica fue tras Liliana. No les tomó nada recuperarlo, pero para cuando lo hicieron, se sintió inútil regresar a tomar la decisión nuevamente. Cualquiera de los caminos podría servirles o no, así que continuaron por el que había elegido el muchacho.
—Brontes, es muy importante que no te alejes mucho— le espetó Liliana, luego de que le volvió a dar la mano— podrías caerte o encontrarte con monstruos.
—Pero si no hay monstruos— alegó él.
—¿Cómo sabes eso?— quiso saber Érica.
Brontes se giró a ella, curioso. Érica comenzaba a tener algunas sospechas sobre el muchacho, pero aún no sabía cómo tratarlo. Brontes le sonrió con ánimo.
—Mi tribu pasó por aquí hace poco ¿Recuerdan? No encontramos ningún monstruo.
—¿Pero y si estaban escondidos?— alegó Liliana— hay que ser precavidos con estas cosas.
—En verdad, no creo que haya monstruos en varios kilómetros. Hay algo que quiero mostrarles, por eso tomé este camino.
—¿Qué es?— quiso saber Érica.
—Ya lo verán ¡Es fenomenal!
Érica, algo irritada, se inclinó sobre la espalda del niño y estiró una mano para agarrarlo de la cabeza. Sin embargo, antes de hacer contacto, Brontes la esquivó con un paso rápido sin siquiera mirarla. Érica volvió a erguirse y se abstuvo de intentarlo de nuevo, desconcertada. Se preguntó si los sirivis tendrían alguna especie de súper oído o incluso un sexto sentido. Miró a Liliana, pero esta no lo había notado. Parecía muy concentrada en Brontes como para fijarse en ella.
—Mejor así— se dijo.
Avanzaron por los fríos túneles de la cueva, siempre descendiendo. Se encontraron con dos divisiones más en el camino, y en cada una Brontes volvió a elegir sin ninguna duda la dirección que debían tomar. Después de un buen rato, el estrecho túnel dio paso a una amplia, amplia cámara. Era tan grande que un pueblo entero podría haber habitado adentro sin problemas de espacio.
Lo primero que notaron fue una enorme estructura en medio de la sala: una torre que llegaba casi al cielo de roca. La delataban varias líneas finas de luz verde que circulaban lentamente dentro de fisuras en la estructura. Curiosas, las niñas y Brontes se acercaron.
Bajaron las escaleras con cuidado y se aproximaron a la torre, cuidando de no pisar las rocas opacas o luminiscentes. Pronto oyeron agua corriendo.
—Un río subterráneo— comentó Érica, aunque no podían verlo desde donde estaban.
Continuaron con cuidado hacia la enorme estructura, con muchas preguntas en su cabeza.
—¿Qué es esto?— quiso saber Érica.
—¿Les gusta? ¡Es el shakma, la torre del monstruo!— explicó el niño.
—¿Torre del monstruo?— saltó Liliana— ¡¿Tiene algo que ver con esa bestia horrible de antes?!
—A mí me parecía bastante guapo— protestó Brontes— pero contestando a tu pregunta, aquí es donde vive ¿No es genial?
—¿Cómo sabes...— quiso preguntar Érica, cuando de pronto un gruñido detrás de ellos los hizo girarse.
Justo ahí, detrás de ellos se encontraba la bestia, la misma que les había causado tantos problemas en el exterior.
—¡Mierda!— bramó Érica— ¡Corran!
Liliana tomó a Brontes de la mano y lo arrastró a toda prisa hacia la torre. El monstruo saltó a perseguirlos, pero Érica saltó y le mandó un rodillazo en la mandíbula. El enorme cuerpo del monstruo fue empujado por el golpe. Entonces se fijó en la culpable; Érica. Liliana se paró en seco, preocupada.
—¡Érica, ven!— le pidió.
—¡No, vayan a la torre!— mandó esta— ¡Yo distraigo a esta cosa! ¡Rápido!
Liliana quiso protestar. En ese mismo momento el monstruo se arrojó hacia Érica para empalarla de un mordisco. Sus fauces se cerraron sobre ella, pero la brika sujetó sus colmillos con sus brazos y piernas, resistiéndose. Liliana comprendió, muy a su pesar, que solo le estaba haciendo las cosas más difíciles quedándose ahí, así que continuó corriendo hacia la torre a toda prisa.
—¿No la vas a ayudar?— inquirió Brontes— Vaya, eres fría. Aunque supongo que no tienes alternativa.
—¡Érica puede contra ese monstruo!— alegó Liliana.
Las palabras de Brontes le habían tocado un lugar sensible que aún no estaba ni cerca de superar. Por primera vez se sintió irritada con él, pero no dejó que eso se viera reflejado. No pensaba desquitarse con un niño. Más importante, tenía una oportunidad para atar algunos cabos.
Corrieron y corrieron, esperando que los rugidos de la bestia que oían a sus espaldas fueran de frustración y los gritos de Érica no fuesen de dolor. Se acercaron a la torre, se subieron a la gran plataforma que hacía de base, ascendieron ominosas escaleras negras con fisuras de brillante verde, corrieron el último tramo hacia la puerta y entraron a toda prisa.
Lo primero que notaron fue el ruido de las puertas cerrándose solas detrás de ellos. Liliana se giró, desconcertada. Alzó una mano para tomarlas, pero se detuvo. No había razón para salir en ese momento, no mientras la enorme bestia pudiera matarlos de un mordisco o un pisotón.
Se giró de nuevo para estudiar el interior de la torre. Se encontraban en una sala cuadrada, con suelo de piedra liso, cielo cóncavo y paredes negras como el exterior. Solo había una puerta, por donde continuaron.
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