17._ Donde se Anclan los Muertos (1/5)
Al día siguiente descansaron un poco y continuaron su camino. Érica cargó a Liliana, pero después de un par de horas esta le pidió que la bajara para caminar por su cuenta.
—¿Cómo están tus pies?— le preguntó Érica.
—¡Súper!— le aseguró Liliana.
Se sentía bien después de dejarlos descansar, así que continuaron sin problemas. No mucho después, a lo lejos notaron levantamientos rocosos, montículos que se alzaban y se expandían tapando todo un lado del horizonte. Al continuar caminando, advirtieron un campamento en la falda de los montículos rocosos y a gente roja alrededor. Era un campamento noni.
—¿Qué estarán haciendo ahí?— inquirió Érica al aire.
—¡Eeeek!— contestó Papel, sobre la cabeza de Liliana.
Liliana apretó los labios. No quería acercarse a un grupo de nonis, pero supuso que ellos podrían orientarlas. Ninguna de las dos idea de dónde estaban o a dónde se dirigían, y necesitaban regresar a la civilización cuanto antes. A pesar de sus trabas con los nonis, Liliana no veía otra opción más que ir y hablar con ellos.
—Vamos a preguntarles cómo llegar al pueblo más cercano— sugirió al fin.
Érica se detuvo, miró a su compañera con cara de quien no tenía ganas, aunque sabía que era la mejor opción. Esta se extrañó un poco, pues por lo que la brika le había dicho, había hecho buenas migas con otros nonis.
—Está bien— se resignó.
—¿Qué pasa?— quiso saber Liliana.
Érica se miró los pies.
—Nada. Solo... es mucha gente.
Liliana se extrañó. Luego pensó que quizás Érica se sentía intimidada por la cantidad de nonis.
—Es verdad— observó— son demasiados nonis, deberíamos evitarlos.
—¿Eh? ¿Evitarlos?
—Podrían capturarnos y vendernos como esclavas— notó Liliana— eso es lo que te preocupa ¿No?
—Oh, no, yo puedo matarlos a todos sin problemas— aseguró Érica.
Liliana se la quedó mirando estupefacta.
—Pelear es fácil, pero ir y hablarles...— Érica suspiró con preocupación— pero después nos sentiremos tontas si no preguntamos. Vamos.
Continuó caminando. Liliana, desconcertada, se apresuró a seguirla.
—¿Te desagrada hablar con gente?— quiso saber.
—No es que sea desagradable. Me gusta hablar con personas buena onda, como tú— explicó Érica— pero ir con tantos desconocidos...— arrugó la nariz en una mueca de desagrado.
Liliana se quedó pensando un momento. Esa era su oportunidad.
—Yo les pregunto, no te preocupes— le espetó.
Érica la miró un segundo, tentada con su proposición.
—¿En serio?
—Para mí no es nada, mientras tú me protejas si intentan hacernos algo.
Érica se golpeó el pecho en un gesto de confianza.
—No te harán nada.
Liliana sonrió. Al pasar tanto tiempo solas, no había visto a Érica compartir mucho con otras personas. Nunca se había esperado que fuese del tipo antisocial.
Así, se acercaron al campamento. Al tenerlos más cerca, notaron armas y uniformes de alta calidad. Supieron que esos nonis eran soldados. No solo eso, sus ropas eran distintos de la milicia normal. Liliana puso su mejor sonrisa y una cara de niña buena. Llamó al primer noni que vieron desde una distancia prudente.
—Disculpe— saludó— señor noni.
El soldado parecía estar revisando su arma en ese momento. Al ver a ambas chicas aproximándose, giró la cabeza y llamó a alguien.
—¡Eh! ¡Unas humas se acercan!
Inmediatamente varios soldados surgieron de entre las carpas y rodearon a las intrusas. No les apuntaron con sus armas, pero Érica se preparó para reaccionar de todas formas.
Entonces, desde el grupo surgieron dos nonis distintos del resto: El primero era uno bastante grande y musculoso, con varias cicatrices por todo el cuerpo y un parche en el ojo derecho. El otro era bastante pequeño, un joven de no más de trece años, de cuernos pequeños y piel naranja que lo hacía contrastar con el resto. Era incluso más pequeño que Liliana.
—Humanas...— saludó el niño, o por lo menos a las chicas les pareció que las saludaba— ¿Cuáles son sus intenciones?
Liliana advirtió impaciencia y soberbia en su forma de hablar.
—Parece que es alguien importante— pensó, mirando a los soldados que le dejaban hablar como quisiera.
Se preguntó si sería una especie de noble.
—Estamos un poco perdidas— indicó Liliana, con una voz suave, pero firme— queríamos preguntarles cómo llegar al pueblo o ciudad más cercana, que no sea Vérgherel, porque venimos de ahí.
El niño frunció el ceño.
—¿Y cómo es que un par de humanas se vinieron a perder precisamente a este lugar?
La tensión creció repentinamente. Los nonis se llevaron las manos a las armas, preparándose para cuando les dieran la orden de apuntar y disparar. Érica formó una navaja escondida en su mano y dirigió su vista hacia el noni grandote. De comenzar una pelea, mandarlo a volar a él al principio les daría una ventaja.
Liliana fue quien mejor percibió esta tensión, pero fue quien menos le dio importancia. No iba a dejar que simple diálogo se le saliera de control, menos frente a un niño mimado y petulante. Desconfiaba de ellas por alguna razón, eso estaba claro. No le importaba el por qué, solo quitar esa desconfianza de su camino.
—Estamos escapando de una pandilla de bandidos— indicó la chica— No sabemos por qué este lugar es tan importante para usted, pero no lo es para nosotras. Solo queremos llegar a un pueblo para dormir cómodas y comer bien.
El niño y el noni grandote se miraron entre sí, como decidiendo telepáticamente si creerles o no. Finalmente el niño le restó importancia al asunto y regresó a su carpa.
El noni grandote dio un par de órdenes a los otros y estos se dispersaron. Seguidamente el mismo sujeto se acercó a las niñas.
—Disculpen si mi señorito las asustó— les espetó con una voz grave y rasposa— Yo les indicaré el camino. Mi nombre es Ungrar, es un gusto conocerlas.
Érica y Liliana se sorprendieron de su forma de hablar. Era lo más gentil que le habían escuchado a un noni.
—Am... me llamo Liliana— indicó esta.
—Érica— gruñó la otra.
Papel dio un chillido que se podría considerar un saludo.
—Ah, disculpa. Él es Papel— lo presentó Liliana.
Ungrar hizo una inclinación de cabeza hacia Papel, el cual emitió otro chillido en respuesta.
—¿Qué le pasa a ese pendejo?— alegó Érica.
—¿Ese qué?— se extrañó Ungrar.
—¡Érica!— le alegó Liliana.
—¿Qué?
—No deberías hablar mal de otros en presencia de sus amigos.
Érica se cruzó de brazos.
—No me gustó su actitud, eso es todo.
Ungrar arqueó una ceja.
—Supongo que ustedes no son familiares con el nombre de Cilo'non Rialal.
Las niñas negaron con la cabeza. Ungrar suspiró.
—Quizás sea mejor que no. Vengan conmigo, les mostraré el camino.
Los cuatro se alejaron del campamento, hacia las montañas rocosas. Al verlas más de cerca, las chicas notaron que, más que montañas, se trataba de un complejo bosque de rocas, desniveles y cuevas entrelazadas en confusas redes de caminos. En la falda, antes de entrar en esa majamama de vías, Ungrar se paró y les indicó el primer sendero que debían seguir con su abultado brazo.
—Primero tienen que ir por esa roca larga, luego se meten en esa cueva de ahí...—explicó.
Liliana intentó prestarle atención, pero pronto se distrajo con el gran número de cicatrices en todo su cuerpo, su parche en el ojo y su cara grande y espantosa. A pesar de esto modulaba bien, hablaba con tiempos y verbos correctos y se expresaba excelentemente con sus manos. Se notaba que tenía una buena educación— ... y después de unos cincuenta kilómetros ya estarán en el próximo pueblo ¿Alguna pregunta?
Liliana se quedó de piedra. Se había distraído durante toda la explicación y le daba mucha vergüenza pedirle que repitiera todo. Ungrar había estado hablando por casi tres minutos seguidos.
—No importa, seguro que Érica le entendió— pensó.
Sonrió, intentando parecer segura.
—Muchas gracias, Ungrar. Has sido de mucha ayuda.
—De nada, niña.
—¿Vamos, Érica?— le espetó Liliana.
—¿Ah? Ah, sí. Vamos.
Avanzaron unos pasos, cuando Ungrar las llamó.
—Ah, y una cosa más.
—¿Sí?— ambas chicas se giraron.
—Por aquí cerca hay un shakma. No deberían acercársele, es muy peligroso y no les traerá nada bueno. Aunque no tendría por qué darles problemas si siguen el camino que les dije.
—¿Qué es un shakma?— inquirió Érica.
—Una prisión con un monstruo horrible adentro. A eso vinimos nosotros, a matar al monstruo.
Las niñas asintieron, indicando que recibieron el mensaje. Luego agitaron sus manos para despedirse y continuaron su viaje.
—Aprieten los puños, jovencitas— musitó Ungrar, aunque estaba seguro de que nada les pasaría, pues el camino que les había indicado había sido erradicado de monstruos por él mismo y sus hombres.
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Las niñas y Papel entraron en la primera cueva, perdiendo de vista al noni y al campamento. Siguieron por el único camino libre hasta que salieron hacia una especie de gruta dentro de la tierra: un gran hoyo que se extendía a lo largo en un camino serpenteante y rodeado por lisas paredes de roca. En ese punto el camino se dividió en tres: uno que iba hacia arriba, otro que iba hacia abajo y otro que doblaba y se dirigía a la izquierda. Liliana se volteó hacia Érica.
—¿A dónde teníamos que ir ahora?— inquirió.
—No sé, no le puse atención a Ungrar— contestó con indiferencia.
Liliana se llevó una mano a la frente.
—¡Yo tampoco! ¿Qué vamos a hacer ahora?
—Podemos preguntarle a Papel ¿Qué dices, pedazo de...
Érica se palpó la cabeza y el cuello para buscar al animal, mas no lo encontró. Miró alrededor, manoseó a Liliana y levantó sus pies, pero no estaba por ningún lado.
—¡Argh! ¡No otra vez!
—¿Dónde está Papel?— inquirió Liliana.
—Se fue— Érica pateó el aire y se metió las manos a los bolsillos— Maldita rata, hace que me preocupe de más.
Érica comenzó a caminar por el camino que iba hacia la izquierda. Liliana la miró asustada.
—¿No deberíamos buscarlo? ¿Qué le va a pasar?
—No te preocupes, ya aparecerá— le aseguró— Créeme, es más inteligente de lo que parece.
—Ah... bien.
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A medida que avanzaban, la gruta se iba haciendo más profunda, más ancha y más oscura. Era bastante agradable, estar solo las dos en un lugar así de callado. No avanzaron más de media hora, cuando se encontraron con una persona tendida en el suelo. Era una mujer de una especie que no conocían bien; tenía la piel gris, sus brazos y piernas eran largas y terminaban grandes manos. Se encontraba inmóvil en el suelo, en una postura incómoda.
Liliana ahogó un grito, mientras Érica se le acercó para examinarla. Primero la dio vuelta para asegurarse de que no fuera una trampa, mas al hacerlo pudieron contemplar una enorme herida que recorría gran parte de su torso. Estaba muerta.
—¿Qué pudo haberle pasado?— inquirió Liliana.
—La atacaron— concluyó Érica— No es un tipo de herida que hace una caída.
—Oh, no. Pobrecita.
Érica se puso de pie y le indicó con la cabeza que siguieran. Caminaron alertas a sus alrededores y a los lugares elevados que no alcanzaban a ver. No había muchos escondites, solo rocas y túneles, pero de cuando en cuando les parecía escuchar algo deslizándose sobre sus cabezas, por detrás, fuera de la vista. La escena de la mujer muerta les había encendido la imaginación y comenzaban a asustarse solas.
No caminaron mucho cuando llegaron a un cuello de botella, donde el camino se ampliaba un poco por ambos lados. Ahí, apenas levantar la vista de sus pies, contemplaron unas cuantas docenas de cadáveres más. Liliana se llevó las manos a la boca, aterrada. Érica frunció el ceño.
—¡¿Qué sucedió aquí?!— exclamó Liliana con su voz quebrada.
Érica notó que su compañera comenzaba a ponerse nerviosa. Las manos le temblaron y su cara se deformó en un puchero de miedo, así que puso su mano sobre su hombro.
—Cálmate— le dijo.
Liliana la miró, eso la tranquilizó un poco. Érica decidió hacer lo que había visto una vez en la tele.
—Cierra los ojos. Yo te cargaré en esta parte del camino. No tienes por qué ver esto.
Liliana le sonrió, enormemente agradecida, pero ya se sentía en deuda con ella y no le parecía correcto tomar el papel de una niñita asustadiza.
—Gracias... pero no. No sería justo de mi parte.
En vez de dejarse llevar por la desesperación, Liliana se llevó las manos al pecho para concentrarse en su respiración. Desaceleró su ritmo inhalando grandes bocanadas de aire y exhalando por la boca.
—¿Segura?— le preguntó Érica.
—Sí, muchas gracias.
Ambas avanzaron por la gruta llena de cadáveres, con cuidado. Érica observó que no debían llevar mucho tiempo ahí, pues aún no sentía su olor. Había hombres, mujeres, ancianos y niños, incluso mascotas. Eran familias enteras.
—¿Crees que Ungrar y los nonis que nos encontramos mataron a estas personas?— inquirió Liliana.
Érica no necesitó pensarlo mucho tiempo.
—Pues se ven como guerreros hechos y derechos, y su jefe parece listo para matar a quien se le ocurra que no le caiga bien. Sí, es probable.
—Espera ¿No que Ungrar nos habló de algo peligroso que debíamos evitar?— recordó Liliana.
—¿Ah? Ah, claro ¿Qué era?
—Tenía un nombre raro, pero no puedo recordar.
Liliana se estrujó la cabeza por si salía algo, pero no consiguió nada. En eso, un leve lamento se hizo presente. Se detuvieron, alarmadas, y giraron sus cabezas hacia la siguiente esquina. Los lamentos venían de allá.
Érica se paró enfrente, avanzó con cautela y apoyó la espalda contra la esquina. Desde ahí miró hacia la siguiente sección: no encontró nada nuevo, solo varios cadáveres y roca morada.
Con una mano le indicó a Liliana que la siguiera en silencio. Las niñas avanzaron lentamente sin dejar de oír los lamentos. Estos se volvían cada vez más fuertes. De un momento a otro notaron la fuente a un costado, junto a uno de los cadáveres. Al principio les pareció un bulto de ropa que temblaba, pero al verlo por tres segundos, se dieron cuenta de que era un niño, un muchacho de piel gris y dedos largos. Temblaba y se lamentaba, llorando sobre el pecho de una mujer gris.
Érica y Liliana se miraron la una a la otra, dubitativas. Luego Liliana se espabiló y se dirigió al niño. Este al principio reaccionó asustado, incluso dio un salto hacia atrás por precaución, pero Liliana le hizo ver que no le iban a hacer daño.
Las niñas se tomaron un buen rato consolando al niño, o más bien Liliana lo consoló mientras Érica no hallaba qué hacer.
—Me llamo Brontes— se presentó, ya más calmado y lejos del cadáver de la mujer— soy un sirivi, somos una especie pequeña de nómadas. Vivimos cazando y recolectando baratijas para venderlas. Mi clan iba pasando por este estrecho, nos dirigíamos a Vérgherel. Todo iba bien, pero... pero...
Su cara hizo un puchero, visiblemente atormentado. Liliana lo tomó de una mano para ayudarle. Eso les pareció funcionar, porque el chico finalizó su historia.
—...pero de pronto apareció un monstruo muy grande y feo, y los mató a todos. Se los comió y los aplastó con sus patas ¡Fue horrible!— gritó al borde del llanto, otra vez— Mi mamá me escondió. Me dijo que todo iba a estar bien, pero... pero...
Su cara nuevamente hizo un puchero. Con eso tenían suficiente: había sido un monstruo. A Érica no le costó trabajo imaginarse cómo había ocurrido la masacre.
—Nudo tiene muchos monstruos fuera de las ciudades— confirmó— Algunos son bestias incontrolables, no hay nada que una persona normal pueda hacer frente a ellos.
Liliana miró a Érica con una pregunta en la cara, una que Érica ya se había hecho a sí misma.
—Brontes, este lugar es peligroso— le dijo al niño— Te llevaremos con nosotras hasta que sea seguro para ti ¿Tienes a alguien que pueda cuidarte?
Brontes lo pensó un momento.
—Mi tío abandonó el clan hace unos años. Podría mandarle una carta.
—Bien, eso haremos.
Érica le tendió una mano para que se levantara del suelo, Liliana la imitó. Brontes, más alegre, tomó sus manos para ponerse de pie. Juntos continuaron su camino hacia la salida.
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