15._ La Tercera Cadena es la Ladrona Pacifista (2/2)
Subió las escaleras rápidamente y se adentró en la oficina de Alberto. Se trataba de una sala pequeña, sin rincones intrincados ni escondites, tan solo un escritorio con una silla detrás y un mapa de la ciudad encima. Habrían estado planeando algo, sin duda, solo que a ella no le interesaba en lo más mínimo.
Más importante, ahí no se encontraba la ladrona que había estado persiguiendo. Por un momento maldijo su suerte y juró sacarle las muelas a golpes al chico que le había mentido, hasta que, revisando la oficina, debajo de la silla se encontró con otra trampilla.
—¡Naaaaaaah!— exclamó, sin ocultar su entusiasmo frente a un secreto extra.
Sin perder tiempo, quitó la silla de un manotazo, abrió la trampilla y se arrojó por el hoyo que escondía, de bruces a la aventura.
Nuevamente cayó, esta vez a una cueva de verdad. Era un poco estrecha y chica, tenía que bajar su cabeza para pasar por los corredores, pero solo había un camino, no tenía cómo perderse.
Corrió y corrió por los túneles rocosos, agachada, hasta que dio con la salida. Al final se halló en una llanura en el desierto. Unos doscientos metros al frente, el terreno comenzaba a fallar y a presentar desniveles y pendientes, hasta converger en un amplio valle a varias decenas de metros de profundidad. Al fijarse, observó una silueta negra que corría alejándose. Érica sonrió con malicia al verla; ya no tenía escapatoria. Rápidamente corrió hacia la silueta, puso toda su fuerza en los pasos, golpeando el suelo como balas de cañón con sus pies hasta que la ladrona se dio cuenta de que era perseguida.
En ese momento Liliana se dio vuelta, asustada. Los nervios la hicieron tropezar con una piedra y terminó cayendo al suelo. Lamentablemente para ella, se encontraba en una pendiente, por lo que rodó y se deslizó sin poder hacer nada hasta el límite de una zona en altura. Un metro más allá se encontraba un abismo de cien metros de profundidad. No tenía escapatoria.
Érica se plantó detrás de ella sin darle tiempo de recuperarse. Liliana se giró, sin atreverse a ponerse de pie para mirarla.
Recién en ese momento, por primera vez Érica contempló el rostro de Liliana: era una muchacha baja, pálida y de pelo negro como el carbón. Sus ojos eran grandes y verdes. Sus facciones redondas y armoniosas. Su cara era tan bella que parecía más una pintura de un museo que una persona de verdad. Érica no recordaba haber visto a una chica tan linda en su vida.
Por un momento pensó que se iba a quedar sin palabras, pero seguía enojada por el hurto, solo necesitó recordarlo para volver en sí misma.
—Tú robaste mi paga— le indicó, y formó una daga con su timitio para intimidarla.
Liliana miró la daga negra, luego a Érica, y supo que no podría disuadirla de hacerle daño. En verdad robar había estado mal, ella lo sabía perfectamente, pero tenía que sobrevivir de alguna forma.
De súbito, toda la frustración acumulada durante los últimos dos meses se le vino encima; ser raptada y vendida, obligada a servir y luego a robar, a pasar hambre, noches frías y condiciones inhumanas. A odiar tanto y por tanto tiempo. Todo ese estrés se rebalsó con el miedo que le producía Érica.
Para esta fue una sorpresa. De repente la ladrona la miró con una cara de llanto que le partió el corazón. Con una vocecita rota le dijo:
—Lo... lo siento— sollozó— Yo no quería... no quise...
No pudo hablar más, pues se largó a llorar. Érica disolvió la daga de timitio en su mano y se agachó frente a Liliana para limpiarle las lágrimas.
—Tran... tranquila, está bien— le espetó.
Mas Liliana negó con la cabeza, con energía.
—¡No! ¡Soy una maldita ladrona! ¡Soy una vil harpía! ¡Soy despreciable!— sollozó, desesperada— ¡Debes odiarme! ¡Solo mátame!
Érica hizo un poco de distancia, desconcertada.
—Solo... solo estás confundida, seguro— le espetó.
Pero Liliana se llevó ambas manos a la cara y volvió a negar con la cabeza.
—¡Ya no aguanto esto! ¡Tienes razón, soy una persona horrible!
—¡No, yo no he dicho eso!— alegó Érica— mira, no te haré daño ¿Está bien?
Liliana se calló un momento para respirar, pero no dejó de chorrear lágrimas. En ese estado miró a Érica, confundida.
—¿En... serio?— preguntó entre sollozos— ¿Me... me vas a... perdonar?
Érica se encogió de hombros.
—Sí, bueno, te disculpaste. Eso ya es algo. Solo dame lo que me quitaste y estaremos bien.
Liliana sintió un enorme alivio. Érica hablaba con calma, al parecer decía la verdad. No podía creer que después de tanto tiempo de tratar con nonis violentos y humanos rencorosos, se encontraba con alguien dispuesta a perdonar.
Agradecida, asintió, lista para explicarle todo y disculparse como debía. Sin embargo en ese instante ambas sintieron un chasquido. Asustadas, se giraron y notaron que el borde de roca en donde estaban paradas se rompió de un chasquido.
No hubo tiempo. Antes de que cualquiera de las dos pudiera reaccionar, se vinieron abajo, hacia el abismo de más de cien metros de alto. Inmediatamente Érica enterró un cuchillo de timitio en la roca y estiró su mano hacia Liliana para agarrarla, pero la ladrona cayó más rápido por la pendiente.
No tuvo tiempo para pensar. Érica se arrojó hacia abajo, corrió por la pared inclinada del precipicio y se arrojó hacia Liliana. Apenas tocarla, la envolvió con sus brazos y giró para deslizarse por la pendiente sobre su espalda. Sin embargo el abismo no era perfectamente vertical, sino que tenía una pequeña inclinación llena de rocas duras y afiladas, capaces de cortar por la mitad a quien se deslizara cuesta abajo.
El primer golpe le llegó antes de lo esperado, como un hachazo en la columna. Le siguieron rápidamente un mazazo en las costillas, un tajo en el poto y cientos de golpes más. Las rocas arrasaron con su espalda a medida que caían. El descenso duró un buen rato, algunos golpes la hicieron saltar, otros se enterraban en su espalda y dejaban una fea marca de sangre en el camino, pero en ningún momento la dejó ir.
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Por un tiempo indefinido Liliana no supo qué había pasado, ni en dónde estaba. Luego abrió los ojos. Se incorporó.
—Nos caímos por el precipicio— recordó.
Miró alrededor. Detrás se alzaba la enorme pared por donde se habían deslizado. A su lado se encontraba la chica rubia que la había perdonado. Estaba de espaldas al suelo, con varias heridas en la cabeza y los brazos, y manchas de sangre asomándose desde atrás en su ropa. Por un momento Liliana temió por sí misma, pero luego de palparse el cuerpo entero notó que casi no había recibido daño.
—Ella me protegió...— advirtió, estupefacta.
Se sintió mal. Quiso gritarle que no tendría que haberlo hecho, pero de nada servía; Érica estaba inconsciente. Tantos golpes y pérdida de sangre eran mucho para cualquiera.
—¡Ay, no! ¡Tengo que ayudarla!— pensó, nerviosa —¿Pero qué hago?
Miró en todas direcciones. Cerca de la pared del precipicio advirtió una roca bastante grande. Con mucho esfuerzo tomó a Érica y la arrastró hasta la sombra de la roca. Ahí le sacó la ropa para revisarla y limpió sus heridas como pudo. No era nada mortal, pero le dolería un montón cuando se despertara. Luego la volvió a vestir, se sentó contra la roca y dejó a Érica descansando en sus piernas, pues no había almohadas por ahí.
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Liliana tuvo mucho tiempo para pensar en su vida en Madre, en la invasión y también en sus compañeros marginados. Había huido, había dejado a los ladrones atrás para que lidiaran con el problema que ella había causado. No sabía si le perdonarían eso.
—¿Me estarán buscando?— se preguntó.
Sentía que tenía que huir, en cualquier momento la encontrarían si se quedaba tan cerca de la guarida, pero no podía dejar a la chica rubia sola mientras estuviera inconsciente. Solo le quedaba esperar.
Y eso hizo; se quedó tranquila, cuidando de la chica que se había sacrificado por salvarla sin siquiera conocerla. Después de más de una hora apareció alguien: un animalito largo, de pelo blanco y ojos azules corrió ladera abajo, desplazando algunos pedruscos chiquititos como sus patitas. Se acercó hasta detenerse a unos cuantos metros de las chicas, atento a Liliana. Esta le devolvió la mirada, preguntándose qué clase de animal sería.
Finalmente Papel se decidió por acercarse a Érica y olisquearla por todos lados, preocupado. Luego hizo lo mismo con Liliana, quizás para conocerla mejor. Esta le acercó su mano. Papel se subió y le recorrió el brazo entero para subirse a sus hombros, haciéndole cosquillas.
—Jiji— rio— Por fin un animalito amigable.
El largo animal se bajó un momento para lamer a Érica en la mejilla.
—¿Estás preocupado por ella?— inquirió Liliana— No me digas que la conoces.
Pero Papel no le contestó, pues era un animal y no podía hablar. En vez de eso se metió un momento debajo de la ropa de Érica, surgió por el otro extremo, se subió a los hombros de Liliana y ahí se acostó alrededor de su cuello como si fuera una bufanda.
Todo parecía tranquilo, callado. Liliana no recordaba sentirse tan relajada en Nudo, tanto que por poco se olvidó de los ladrones y su jefe, Alberto, cuya voz la sorprendió.
—Lili.
La chica se giró. Advirtió que Alberto y un puñado de hombres aparecían desde los costados de la roca en la que estaba recostada.
—¡Alberto!— exclamó la chica, sorprendida.
—¿Cómo estás? ¿Esa traidora te hizo algo?
Alberto no esperó a que le contestara, se plantó frente a Liliana y notó que Érica descansaba junto a ella.
—¡¿La mataste?!— exclamó, sorprendido.
—¡No!— saltó Liliana.
Alberto la miró con cara de quien no entiende.
—¿Está dormida?— adivinó.
—Sí, me protegió cuando caí por la pendiente.
El jefe meditó un momento.
—Así que no te atreviste a matarla— concluyó— Bueno, está bien. Todo está bien mientras no te haya hecho daño.
Entonces sacó una navaja oculta que llevaba consigo, la empuñó con fuerza. A Liliana no le gustó lo que veía.
—¿Qué vas a hacer?— alegó, asustada.
—Ella conoce nuestra guarida y nos dio a todos una paliza. Sea quien sea, no está de nuestro lado, es una traidora. Dices que la encontraste junto a la oficina de recompensas ¿Verdad?
Liliana asintió.
—Seguramente es una caza recompensas. Por suerte hoy no andaba con la policía, pero si la dejamos ir, irá con ellos y les dirá dónde estamos para que le den la recompensa por capturarnos.
—¡Pero no podemos matarla!— alegó Liliana.
—Ella no dudaría en matarnos a nosotros— alegó Alberto— quizás no viste el desastre que dejó en la guarida, pero no es nada bonito.
Alberto dio un paso hacia Érica, pero Liliana se puso de pie entre ambos con los brazos extendidos para impedírselo.
—¡Esto es serio!— le rogó— ¡No puedes simplemente matar a alguien!
—No lo hago porque quiera— el jefe puso una mano sobre su hombro— Ve con los chicos a la guarida, no tienes por qué ver esto.
Alberto quiso acercarse más a Érica, pero Liliana lo abrazó por las costillas para impedirle el paso.
—¡No te dejaré!— exclamó, sin saber qué más hacer.
Sin embargo, poco podía hacer ella contra cinco o seis hombres. Los amigos de Alberto la tomaron por los brazos y la separaron de su jefe con cuidado. Ellos entendían también el punto de vista de Liliana, pero habían visto el monstruo que era Érica y comprendían bien las consecuencias de dejarla libre.
—¡No! ¡Suéltenme!— chilló Liliana, mientras dos de los ladrones la sujetaban y la alejaban unos pasos de Érica.
Por su parte, Alberto se le acercó, se agachó sobre ella y apuntó su navaja al cuello.
—Como degollar a un cerdito— se dijo para darse valor.
Por un momento dudó. Liliana tenía razón, tomar la vida de una humana no era un asunto trivial. Quizás lo que estaba a punto de hacer le daría pesadillas por el resto de sus noches... pero no había otra forma.
—Solo hazlo, rápido y fácil— se dijo.
Apretó los dientes y sujetó con fuerza el mango de la navaja. De súbito, Papel escaló hasta la cabeza de Liliana y gritó con todas sus fuerzas, tan potente que hizo estremecer a las personas a su alrededor.
—¡EEEEEEEEK!— chilló con su voz aguda.
Érica también se removió, despertando de golpe. En un segundo notó y procesó el peligro inmediato que la amenazaba. Alberto vio sus ojos bien abiertos. Presionó la navaja con todo su peso hacia abajo, sin embargo Érica fue más rápida y agarró su antebrazo con una mano para detenerlo.
Luego se dio tiempo para examinar al resto: Los hombres sobre la tierra, la ladrona luchando por librarse, Papel en la punta de su cabeza y el jefe de los ladrones tratando de matarla.
—Mmh...— gruñó.
De un manotazo mandó a volar la navaja de Alberto. Luego le pateó la quijada para dejarlo inconsciente. Inmediatamente se puso de pie, se lanzó contra los sujetos que agarraban a Liliana y les dio a ambos un rodillazo en la cara, al mismo tiempo. Después embistió a otro, esquivó el combo de un quinto y le dio un codazo en las costillas, rompiéndole todas las de ese lado. El resto huyó despavorido. La pelea terminó en un parpadeo.
Viendo que ya no había peligro presente, se estiró con calma. Entonces recordó la caída y los golpes que se había hecho. Alarmada, se revisó la espalda, incluso se levantó la polera, pero ahí no tenía ninguna herida. Era como si se hubiera sanado por arte de magia.
—Ah, estoy bien.
Luego se giró, justo para recibir a un contento Papel. Este saltó sobre ella y recorrió sus hombros y cintura dando vueltas con emoción.
—¡Oho, hola! También me alegra verte— lo saludó.
Seguidamente se fijó en Liliana, quien la miraba sonriente. Érica también le sonrió, sin saber muy bien qué la tenía de ese ánimo.
—¿Esos tipos no te hicieron nada?— le preguntó.
—No, estoy bien... emh...— Liliana se sujetó un brazo con la otra mano— Gracias por rescatarme, cuando nos caímos.
—¡Je! No hay de qué. Como decía, mientras me devuelvas mi paga, no hay...
—¡Es verdad! ¡Tu paga!— exclamó Liliana.
Inmediatamente sacó un sobre de su bolsillo, el mismo sobre que Érica había recibido en la oficina de recompensas, y se lo tendió.
—¡Disculpa! No debí haberte robado— le espetó.
Érica lo tomó con cuidado.
—Está bien— dijo, aunque lo revisó de todas formas por si acaso.
—Dime ¿Eres de Madre?— le preguntó Liliana.
—¿Ah? Ah, sí ¿Tú también?
Liliana asintió.
—Qué raro, nunca había oído de alguien tan fuerte como tú— admitió.
—¿En serio?— se extrañó Érica.
—¿Quién eres?— preguntó Liliana, con dos grandes e hipnóticos ojos verdes abiertos de par en par.
—Me llamo Érica ¿Y tú?
—Liliana.
Érica miró alrededor, hacia los hombres tumbados en el piso, inconscientes.
—Pues parece que dejé a tus amigos inconscientes...— se interrumpió un momento— ¿Qué fue lo que pasó?
—Je, verás— Liliana agachó la cabeza, sin saber cómo contárselo— mis compañeros querían matarte.
Lentamente subió la vista para mirar a Érica, la cual se mostraba expectante.
—¿Y tú? ¿También quieres matarme?
—¡No! ¡No, por ningún motivo!— exclamó— Les pedí que no lo hicieran. Matar es algo terrible... por favor, perdónalos. Solo te tenían miedo, eso es todo.
Érica se rascó el mentón, pensativa.
—Pues ya les di su merecido, no tengo mayores problemas con sus intenciones— indicó— Gracias por protegerme, aunque puede que ahora te vean como una enemiga.
Liliana negó con la cabeza.
—Pensaba escapar de todas formas. Este lugar es peligroso.
—¿Peligroso?— repitió Érica, meditabunda —¿Y a dónde irías?
Liliana se encogió de hombros.
—No sé, no conozco nada de este mundo. Me gustaría volver a Madre, pero no creo que sea posible hacerlo pronto. Más que eso, quisiera encontrar a mi familia y a mis amigos. Estoy preocupada.
—Ja. Yo estoy buscando a mi papá ¿Quisieras venir conmigo?
Liliana subió la mirada, descolocada.
—¿Eh?— necesitó de unos segundos más para entender lo que le decía Érica— ¿Viajar? ¿Contigo?
Érica miró a otro lado. Lo había dicho porque Liliana le parecía linda, pero mientras más lo pensaba, más complicado lo veía.
—Aunque puede que sea difícil...— musitó, ya no tan segura— suelo meterme en problemas, peleo con muchos monstruos y... bueno, yo misma soy algo peligrosa. Lo siento, quizás no sea tan buena ide...
—¡Me encantaría!— exclamó Liliana, interrumpiéndola.
—¿Eh? ¿En... ¿En serio?
Pero Liliana sonreía de oreja a oreja, emocionada con la propuesta.
—¡Sí! ¡Eres fenomenal, Érica! ¡Por Padre, no puedo creer que una chica de Madre sea tan capaz! Seguro tú no tienes problemas con los nonis ¿O sí? Les das el viejo uno—dos y los dejas callados ¿Verdad? ¡Qué emoción! ¡Viajemos juntas!— exclamó Liliana, mas luego se cohibió un poco— digo... si a ti no te molesta viajar conmigo, claro.
Érica se quedó paralizada, no muy segura. La reacción de Liliana era algo que había visto varias veces, gente emocionada al pensar en las posibilidades de tener una amiga súper fuerte, pero esa alegría pronto se transformaba en odio y resentimiento al ser afectados por la misma fuerza que tanto alabaron.
Sin embargo, Liliana era impresionantemente linda. No solo eso, su manera de comportarse, su actitud hacia Érica, era algo muy agradable y atractivo, aunque no sabía bien por qué se sentía así. Tenía la impresión de que tarde o temprano su compañera huiría despavorida, pero hasta entonces, no le molestaba tener aquellos ojos verdes mirándola.
—Amh... sí, viajemos juntas— contestó Érica.
Liliana sonrió de oreja a oreja. Tan contenta estaba que saltó sobre Érica y la abrazó con ganas. Érica se puso roja como un noni y se paralizó.
—¿A dónde vamos?— le preguntó Liliana.
Érica se rascó la cabeza.
—Da lo mismo, en verdad— miró el desierto— ¿Quisieras ir hacia allá?
—¡Sí!— exclamó.
—¡Eeeek!— chilló Papel.
Así, ambas niñas y el extraño animal dejaron Vérgherel detrás y partieron hacia el desierto.
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