14._ Huir y Robar (2/2)
Después de un par de horas comenzó a sentir hambre. Por más que se aguantó, el vacío en su estómago solo crecía y le daba menos espacio para pensar. Tenía que comer algo, lo que fuera. Comenzó a vagar por la ciudad, intentando encontrarse con alguna forma de obtener comida. Pero nunca había necesitado hacerlo en su mundo, no sin dinero o amigos. En ese mundo de nonis estaba sola y desamparada, sin acceso a recursos básicos.
De pronto se topó con una feria. Ahí había cientos de puestos alineados unos con otros, con todo tipo de comida; frutas, verduras, tubérculos, carnes de una docena de distintas especies de animales, legumbres, pastas, dulces, frituras, bebidas de todos los colores y olores, e incluso formas de comida que nunca había visto en su vida. El olor se esparcía por las calles alrededor y la gente se apretaba mientras intentaba avanzar para llegar al próximo puesto, con sus carritos llenos de comida.
Ocultando su desesperación, se acercó a uno de los puestos más alejados del resto y la muchedumbre, uno que vendía empanadas gorditas, llenas de lo que fuera que le echaban los nonis. Se veían deliciosas y grandes, con una sola Liliana podría haberse mantenido hasta la tarde del día siguiente.
—Si tan solo tuviera dinero para comprar una...— pensó.
Pero no tenía, y pedir limosna estaba prohibido en esa ciudad, precisamente para evitar que esclavos fugados pudieran sustentarse.
Estaba nerviosa, pero no tenía más opción que intentarlo. Evitó pensar en qué ocurriría si la pillaban y se fijó en el dueño: un noni barrigón de pelo largo, seguramente con más del doble del peso de Liliana. Se veía enfocado en hacer más empanadas, había unas cuantas recién hechas en el mostrador, listas para tomar y correr.
"Tomar y correr". Sonaba casi aceptable, pero solo se estaba engañando. Pensaba robarlas, eso era. Culpable, se llevó las manos a la cabeza. Nunca pensó que iría a robarle a nadie. No quería hacerlo, estaba mal... pero tenía hambre. Tenía mucha hambre y necesitaba subsistir.
—Puedo hacerlo— se dijo Liliana.
Así que se apresuró, intentando esconderse de la mirada del noni. Tomó una empanada y echó a correr del puesto. Sin embargo el vendedor se dio cuenta de inmediato, a pesar que el mostrador estaba más alto que la cabeza de la chiquilla, y salió tras ella a toda velocidad. Ser robado por otro noni era una mala noticia, pero ser robado por un humano era una burla y él no pensaba pasar por tal humillación.
Liliana, inexperta, echó a correr por la calle menos poblada, sin darse cuenta que eso le otorgaba menos obstáculos al noni para alcanzarla. Movió sus flacas piernas lo más rápido que pudo, pero eso no fue suficiente para alejarse de los gritos del vendedor ni de los acelerados pasos de sus pies sobre la acera, detrás de ella. Liliana se dio cuenta, mientras corría, que no tenía posibilidades de huir. En poco tiempo el noni la agarraría y la apalearía con toda su fuerza, quizás hasta matarla. Estuvo a punto de echarse a llorar.
Pero en ese momento una mano salió de la nada y la agarró con fuerza, la asió hacia un lado y luego otra mano rodeó su espalda. Por un momento pensó que ya todo había terminado, hasta que oyó al noni detenerse ruidosamente a unos pasos de ella. La chica contuvo el aliento, aterrada. Esperó que le apuntara con el dedo y le gritara, pero no hizo nada de eso. El vendedor buscó por todos lados, como si no pudiera verla. Por un instante incluso pasó sus ojos en la dirección general en que ella se encontraba, pero aun así no consiguió encontrarla, como si fuese invisible.
—¡Maldita huma!— rugió el noni, mientras pisaba el suelo con su enorme pie.
Para la sorpresa de la niña, el noni dio media vuelta y regresó sobre sus pasos, apesadumbrado. Liliana no entendió qué había sucedido, pero ciertamente era algo bueno.
Las misteriosas manos soltaron su cuerpo. Liliana se giró, desconcertada, y se fijó en la persona que tenía junta ella: se trataba de un hombre, un humano como ella. Era un adulto de edad indefinida, podría haber tenido 30 o 50. Su sonrisa liviana emanaba una vasta sabiduría, sus gestos eran lentos, pero gráciles. Su rostro era bello, cubierto por un liviano maquillaje, lo suficiente para hacer sentir nerviosas a las señoritas en quienes posaba la mirada, como Liliana en ese momento.
—Puedes comer eso en paz— le dijo el hombre, palpándole la cabeza como si fuera una mascota delicada.
Liliana estaba muy confundida, además de ansiosa por si el noni decidía regresar, pero más que nada estaba hambrienta. Antes que nada, devoró la empanada con ganas.
—¡Oh!— exclamó extasiada, luego de tragar el último bocado— ¡Tenía mucha hambre!
El hombre sonrió.
—Pobrecita. Tú debes ser una de las humanas que tomaron de ese nuevo mundo ¿No?
Hablaba de Madre como si nunca hubiera estado ahí. Ese señor no era como ella, pero era humano de todas formas. Liliana asintió, sin embargo ella tenía preguntas más apremiantes.
—¿Qué fue lo que hizo?— quiso saber— ¿Cómo es que ese noni no nos vio?
Miró en todas direcciones. En esa calle solo estaban ellos dos y unos cuantos nonis más. No había escondites cerca. Era imposible que el vendedor no los hubiera visto.
El hombre continuó sonriendo, con su parsimonia que invitaba a la calma.
—¿Estás satisfecha con esa empanada?— le preguntó por toda respuesta.
Liliana quiso alegar que no había contestado a su pregunta, que no se conocían, pero no estaba muy acostumbrada a llevarle la contraria a sus mayores, y más importante: aún tenía hambre. Dejó colgar sus brazos y su cabeza como toda respuesta.
El hombre rio con suavidad. Luego dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la misma calle en donde se encontraba el puesto de empanadas.
—Ven conmigo, te invito a almorzar.
Liliana se quedó quieta, escéptica. Quería creer que ese señor no tenía intenciones ocultas, pero no era tan tonta. El sujeto se detuvo y se giró, al notar que ella no lo seguía. Comprendió qué pensaba y le volvió a sonreír para darle a entender que no intentaba nada malo.
—Quedé con un amigo para juntarnos a almorzar, pero ya se ha tardado un montón, y no me gusta comer solo ¿Te animas?
Liliana sabía que tenía que decir que no, pero esa podía ser su última comida en un buen rato, si es que volvía a comer. Ese hombre había tenido la decencia de salvarla del vendedor noni... sí, supuso que podía darle el beneficio de la duda, o al menos eso es lo que pensó mientras sus tripas se retorcían en agonía.
El hombre le ofreció su brazo. Liliana negó con la cabeza con energía. El hombre se la quedó mirando un rato, y luego desapareció. Así como así, de repente ya no estaba.
La niña miró en todas direcciones sin lograr encontrarlo, hasta que advirtió una mano sobre su hombro. Miró al otro lado. Ahí lo encontró, sonriendo plácidamente.
—Necesito que permanezcas cerca o los nonis también te verán— le indicó el hombre.
—¿Cómo... ¿Qué fue lo que hizo?
El hombre rio de nuevo.
—Acompáñame, después te explicaré.
Liliana se habría sentido mucho más acorralada con otra persona, pero aquel hombre despedía un aire de tranquilidad difícil de ignorar. Quería confiar en él, de verdad.
Por el momento le tomó el brazo. Ambos partieron hacia la calle más poblada, donde se encontraban todos los puestos de comida. Algunos incluso con mesitas y cocineros para que la gente se sentara a tragar lo que servían. Lo primero que hicieron fue ir hacia el puesto de empanadas que Liliana había robado antes. El noni que hacía las empanadas se veía concentrado en su trabajo, quizás ya se había olvidado del asunto.
Liliana quiso detener al hombre de acercarse, pero él la calmó con unas palmaditas en la mano que le agarraba.
—Confía en mí— le susurró.
Finalmente ambos se pararon frente al puesto. El noni pareció notar de repente al hombre al otro lado del mostrador. Este no dejaba de sonreír.
—Hola— saludó el hombre.
El noni lo miró con sospecha y se preparó para saltarle encima si se atrevía a tomar una de sus empanadas, pero eso no pasó.
—Noté que esa niña le robó algo que era suyo— mencionó el hombre.
—¿La conoce?— inquirió el noni, enfadado.
—Es una conocida— contestó el hombre— Hace poco escapó de casa de sus padres, la estoy buscando. Vine a pagar por esa empanada que robó, y un poco extra por las molestias.
El noni inmediatamente destensó su cara.
—Bueno, no me molesta mientras alguien pague— confesó— pero más le vale que no la vuelva a ver, o se las verá conmigo.
Liliana se extrañó. Ella estaba justo ahí, tomada del brazo con el hombre con el que estaba hablando, mas no parecía poder verla. Luego se fijó en el hombre junto a ella, el cual contaba las monedas en un monedero con flores bordadas. Seguidamente le pagó al noni, y con Liliana del brazo, se marchó hacia otros puestos.
—¿Sabes por qué le pagué?— le preguntó el hombre a Liliana.
Ella pensó un poco.
—¿Porque le robé?— supuso. El hombre se echó a reír.
—No, porque no le robaste bien. Mira.
Pronto se introdujeron a los incómodos pasillos de la feria, donde la gente compraba comida de todo tipo, para llevar a sus casas o zamparse ahí mismo. El hombre se acercó a uno de los puestos, tomó una fruta sin siquiera ver en dónde ponía la mano y continuó caminando como si nada. Liliana pensó que dentro de un segundo tendrían a cinco nonis tras ellos, pero nadie dijo nada. Los nonis continuaron comprando, vendiendo y comiendo, y nadie notó a los dos humanos pasando junto a ellos.
—¿Lo ves? Nadie me vio— aseguró el hombre, antes de pasarle la fruta a Liliana.
—¿Cómo lo hizo?— inquirió ella— ¿Se hizo invisible?... ¡No me diga que los dos somos invisibles!
El hombre rio con la sorpresa de la chica.
—Paciencia, mi niña— y de pronto le dio un sándwich tan alto que Liliana apenas pudo masticarlo.
—¿Cuándo...— quiso preguntar, pero entonces se giró para ver de dónde lo había sacado. Detrás de ellos, un noni sentado le dio un fuerte mordisco al aire antes de quedarse mirando sus manos con cara de total confusión.
—¡¿Dónde se fue mi sándwich?!— exclamó, estupefacto.
Liliana se sintió mal por ser cómplice del ladrón de su almuerzo, pero ella tenía mucha hambre, así que lo devoró junto con la fruta. Con eso y la empanada ya podía darse por almorzada.
—¿Cómo hizo eso?— le preguntó al hombre, mientras este desenvolvía una fajita para mirar qué tenía adentro.
—Si quieres saberlo, deberás convertirte en un fantasma— contestó él— Pero es imposible que lo hagas de la noche a la mañana, así que te enseñaré trucos de tu nivel.
—¿A qué se refiere?— alegó ella, maravillada con las habilidades de aquel sujeto.
—A robar— explicó él— te enseñaré a robar. A cambio, te pido que sobrevivas y luego que me vayas a buscar. Serás una buena fantasma cuando llegue el momento.
Liliana quiso preguntarle a qué se refería con eso de "fantasmas", cómo era que podía desaparecer de la vista de otros y por qué la había ayudado, pero no vio una oportunidad para hacerlo.
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El señor le explicó qué tenía que hacer en situaciones generales, qué debía buscar y cómo actuar. Todo lo que le decía tenía mucha lógica, como aprovechar su cuerpo pequeño y correr por zonas con varios obstáculos para perder a sus perseguidores si la pillaban, dirigir la atención de sus víctimas a otros lugares mientras ella les robaba, estudiar vías de escape antes de ejecutar el robo y nunca llenarse los bolsillos. Liliana prestó atención a cada palabra, culpablemente maravillada. Pasaron cerca de una hora hablando exclusivamente del arte de robar.
—Con eso deberías tener suficiente— le espetó a la muchacha, al terminar. Luego le palpó la cabeza— estoy seguro que lo lograrás. Eres una niña buena.
Liliana cerró los ojos, animada por aquella caricia. Luego se giró hacia él para preguntarle su nombre, pero no vio nada. Lo buscó por todos lados, estiró sus manos por si lograba tocarlo, pero ya se había ido.
Se sintió un tanto frustrada, no todos los días se encontraba con alguien tan carismático y generoso como ese señor, pero terminó encogiéndose de hombros y mirando al futuro. Le había dado armas para sobrevivir y volver a encontrarlo. Eso pensaba hacer.
Recordó sus palabras, "serás una buena fantasma cuando llegue el momento". No sabía a qué se había referido, pero podía suponer que eso de fantasma era una especie de asignación.
—Mi señor fantasma...— musitó para recordar.
Sí, con eso se conformaba. Ya le preguntaría su nombre cuando volviera a encontrarlo.
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Liliana sobrevivió los siguientes días robando comida y usando las técnicas que le había enseñado el señor fantasma para evitar que la descubrieran. Las primeras veces tembló de los nervios, pero a medida que fue practicando, comprendió que no requería de mucha ciencia. No era más que estar atenta a la percepción de la gente, actuar en el momento oportuno y esconderse entre la muchedumbre lo más rápido posible.
Por unos cuantos días vivió en las calles, comiendo lo que encontraba. No tenía baños ni podía lavarse los dientes, por lo que cada día se sentía más asqueada consigo misma.
Después de unos cuantos días, notó algo que le llamó la atención: en uno de los barrios más pobres de la ciudad, un grupo de humanos se encontraba parado junto a una pared que delimitaba el terreno de un vertedero. Liliana quiso ir y hablarles, se moría de ganas de conversar con alguien de su especie, pero los hombres se metieron en un hoyo en la pared antes de que ella pudiera acercarse y lo taparon con una placa de lata.
—¿Eh? ¿Una guarida secreta?— se extrañó ella.
Curiosa, fue a ver.
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