14._ Huir y Robar (1/2)


Liliana se levantó temprano junto con la otra sirvienta. Ambas se vistieron rápido y partieron rápidamente a la cocina para hacerles desayuno a los señores de la casa. Luego la otra los fue a despertar, mientras Liliana terminaba los detalles en el comedor.

Pronto, desde el dormitorio aparecieron el señor y la señora noni, sus dueños, y se sentaron a devorar lo que había en la mesa. Liliana se quedó parada cerca, en un rincón, para rellenar sus jarras cuando le hacían un gesto y atender sus quejas e instrucciones para el día.

—Has una limpieza a fondo de la cocina. Hace más de una semana que no se hace— indicó la señora noni.

—Sí, señora— contestó Liliana.

—Y cocina algo con el pescado que tenemos. Hay harto— le pidió el señor noni.

—Sí, señor.

—Y recuerda quitar el polvo de la habitación de Brumilda— le espetó la señora noni— la última vez que lo hiciste, casi no se notó la diferencia. No seas floja, niña.

—Lo siento, señora.

No lo sentía, no había sido su culpa. Brumilda, la hija menor de la familia, había levantado una polvareda justo antes de que la señora noni llegara a la casa y revisara cómo había quedado. Liliana intentó explicarse, pero esto solo lo hizo peor.

—Y hazle caso a Ema en todo lo que te diga— le recordó el señor noni— sabe más que tú.

—Muy bien.

Ambos terminaron de desayunar rápido y se fueron apresurados. Liliana los siguió hacia la puerta, mas no la cruzó, pues no le permitían salir. Un collar especial en su cuello la paralizaría con un fuerte choque eléctrico si se alejaba mucho de la casa. Había una llave para quitárselo, por supuesto, pero solo el señor y la señora noni tenían uno. Despidió a ambos mientras escuchaba sus últimas instrucciones y los vio marcharse a través de la ventana. Otro día comenzaba.

Sin hacerse esperar, Ema, la otra sirvienta, apareció rápidamente desde atrás para darle sus instrucciones. Ema era una mujer de mediana edad, toda su vida había sido una esclava. No tenía hijos, pues había sido esterilizada por sus antiguos amos cuando aún era joven. Siempre llevaba una expresión de desagrado cuando se mostraba frente a Liliana, decepcionada de su inexperiencia y celosa de su juventud. La mandaba a hacer las tareas más desagradables y extenuantes, como limpiar el vómito de la jovencita Brumilda una vez que esta se enfermó del estómago, como solía hacer, pues se echaba a la boca cualquier estupidez que se encontraba a pesar de superar en altura a Liliana por media cabeza.

—Prepara el desayuno de la señorita Brumilda— le indicó Ema— yo la vestiré.

—Bien.

Así hizo, luego apareció Brumilda, una niña noni entrando en la pubertad. Saludó a Liliana con pesadas palmadas en la cabeza, tan fuertes que le causó un moretón.

—¿Cómo estás, mi pequeña muñequita?

Liliana se apartó y se llevó las manos a la cabeza. Esas palmadas se habían sentido como golpes de karate. Si había algo que odiaba, era la violencia, especialmente cuando ella era el blanco. Sin embargo Brumilda no parecía percatarse de que le hacía daño, es más, le había cogido cariño a su nueva sirvienta. Liliana había intentado explicarle con palabras amables que no le hiciera daño, pero Brumilda no quiso oír. Más tarde fue castigada por "osadía y mala actitud frente a los amos".

—Bien, señorita ¿Cómo está usted hoy?— contestó Liliana.

—Bien— exclamó la niña antes de sentarse a la mesa.

La noni comió rápido y luego se fue con Ema al colegio. Liliana entonces se quedó sola en la casa, pero se puso a hacer tareas cuanto antes, pues había harto trabajo y Ema podría castigarla si llegaba y veía menos de lo que esperaba. Fue a realizar las tareas que le indicaron los señores noni, esperando que Brumilda no llevara nada polvoriento a su habitación esta vez. Barrió, trapeó y enceró el piso. Apenas terminar, Ema apareció y la retó por ser una floja y demorarse tanto.

—Seguramente te pusiste a dormir apenas nos fuimos— le reclamó.

Liliana nunca había lidiado con una esclava, menos una de toda la vida, pero comenzaba a comprender su forma de pensar. Mientras Ema la retaba y le decía lo estúpida y floja que era, Liliana se dedicó a analizarla.

Señora de edad, leal a sus amos, teme que la pueda reemplazar ¿Cómo me gano su confianza? ¿Hacer lo que dice? No, solo me verá como competencia. No necesito hacer mi trabajo bien, basta con ser su cómplice. Elogiarla frente a los amos, tratarla como a una mentora, hacer como que sigo sus pasos...

Se detuvo ahí ¿Para qué quería ganarse su confianza? No era más que una esclava que moriría esclava. Estaba tan orgullosa de su estilo de vida que aunque sus amos le abrieran las puertas y le dijeran que podía irse, ella no se movería. Liliana subió la mirada un momento, se fijó en su cuello, donde no había ningún collar. Ema podría haber huido hacía mucho, sus cadenas eran mucho más profundas, estaban dentro de su cráneo.

—¿Entiendes?— le espetó Ema— ¿No tienes nada que decir en tu defensa?

—Disculpe, Ema. La próxima vez intentaré hacerlo como usted— aseguró Liliana.

Levantó la mirada para confirmar los resultados de su experimento. Tal y como lo esperaba, una sonrisa de satisfacción cruzó el rostro cansado de la esclava frente a ella.

—Bien, veo que vas aprendiendo.

Ema se giró rápidamente y comenzó a caminar. Liliana advirtió inmediatamente que sus movimientos eran un poquito más ágiles y amplios que hace unos momentos.

Está contenta— confirmó— qué fácil de manipular.

—¡Vamos, Liliana! Tenemos trabajo para todo el resto del día— le espetó mientras avanzaba hacia la puerta del patio.

—¡Sí!

Luego de eso fueron a cortar el pasto, regaron, limpiaron las ventanas, los muebles, ordenaron las habitaciones y el estudio, cocinaron, limpiaron la cocina y baños, barrieron frente a la casa, alimentaron a las mascotas de Brumilda, sacudieron las alfombras, lavaron la ropa, la tendieron, luego la recogieron, la plancharon y la guardaron. En eso el día comenzaba a acabarse, Ema fue a buscar a Brumilda al colegio, seguidamente llegaron los señores nonis. Las srvientas les sirvieron cena y los atendieron hasta que se fueron a acostar. Seguidamente ambas prepararon todo para el día siguiente y también se fueron a sus camas, a reponerse para otro día de trabajo.

Al acostarse, tras apagar las luces, Liliana comenzó a pensar y a recordar. Hacía ya un mes que había sido raptada de su hogar en Madre, de la ciudad de Santa Gloria, y llevada a ese horrible mundo. La habían puesto en una jaula grande y sin paredes junto a varias otras mujeres. Unos días más tarde había sido comprada por la señora noni, quien buscaba una sirvienta nueva, pues su pequeña hija estaba creciendo y se ponía más exigente cada día. Hacía ya un mes que no veía a sus amigos, a sus padres, a su hermana, a su otra mitad. Su línea de pensamiento se detuvo en él unos momentos, en ese joven con quien había pensado compartir toda su vida, y sus ojos se pusieron llorosos. Por un lado, nunca volvería a verlo. Por otro, no sabía cuánto aguantaría él en ese maldito mundo. No era precisamente el sujeto más duro. Pensar en los castigos que tendría que estar soportando la aterraba y le quitaba el sueño, mas no había nada que pudiera hacer, pues estaba encerrada ahí, y serviría por el resto de su vida a aquellos malditos nonis que se creían dueños de todo por ser más fuertes.

Desde el comienzo, Liliana tuvo una vida relativamente segura y agradable, por eso se sorprendió a sí misma cuando se dio cuenta que sentía odio, quizás por primera vez. Odiaba a los nonis, a todos ellos; cuando sus amos le hablaban, cuando tenía que limpiar los desastres de Brumilda, cuando veía a Ema hablando sobre ellos con admiración y gratitud, cuando los veía a través de la ventana, caminando por la calle con tranquilidad con sus esclavos humanos. Liliana abrazó ese odio y se fundió con él.

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Así, su vida progresó, limpiando, recibiendo castigos y acumulando un rencor profundo mientras ponía una sonrisa liviana y una actitud servicial. No supo cuánto más podría seguir así, quería gritarles a los nonis y a Ema, incluso soñaba despierta con golpearlos, aunque sabía perfectamente que alguien pequeña y delgada como ella nunca podría hacerles nada, al menos no de frente.

Pero de pronto, algo extraño ocurrió: cierto día Brumilda se encontraba en medio de una rabieta por un problema con sus amigas. Ema intentó calmarla, pero Brumilda pataleaba con energía y terminó rompiéndole una pierna. Más tarde, Ema tuvo que disculparse por ser tan descuidada y frágil, pues para los nonis, ser frágil era casi una insolencia. Sin embargo, unos días más tarde Brumilda se vio en la necesidad de ropa nueva, justo en un período en que ni su madre ni su padre podían llevarla a la tienda, por lo que le indicaron a Liliana que fuera con ella.

—Pero yo no puedo salir de la casa— les recordó.

—Ah, claro. Se me había olvidado— gruñó el señor noni, mientras su hija se preparaba para salir.

Rápidamente se fue a buscar la llave a su habitación y se la pasó a Brumilda. Liliana esperó que le quitaran el collar, pero en vez de eso, el señor noni le dio instrucciones a su hija.

—¿Ves este botón? Es por emergencias. Apriétalo si crees que Liliana se merece un castigo ¿Bien?

—¡Sí, papi!— contestó la niña.

—Tranquila, Liliana— le espetó el señor noni— puedes andar fuera de la casa, siempre y cuando te mantengas cerca de la llave ¿Entiendes?

Liliana tuvo que aguantarse una ola de desilusión tremenda que le golpeó el estómago, pero sonrió y asintió como siempre. Aun así, se fijó bien en el aparato antes que Brumilda lo guardara en su cartera, y advirtió que era tanto un control remoto como una llave. Detrás del collar en su cuello había un orificio del mismo tamaño que la nariz de la llave. Si la insertaba, sería libre. Supo que esa era su oportunidad, no se volvería a producir nada así en años.

—¡Nos vamos, chao!— se despidió Brumilda, mientras su padre se vestía apurado para ir a una reunión.

Ella y Liliana salieron de la casa y se fueron caminando a la tienda. La muchacha humana tuvo que esforzarse mucho en mantener una actitud calmada, aunque a mitad de camino se fijó en la niña. La vio tan emocionada por sus nuevas prendas que no había forma de que reparara en sus ansias.

Tengo que crear una oportunidad— se dijo Liliana— sin que se dé cuenta.

Preguntarle por la llave o sugerirle sostener su cartera eran excusas muy obvias, la pondrían en alerta. Probablemente solo tendría una oportunidad, tenía que hacerlo bien.

Así, después de varios minutos caminando, llegaron a la tienda. En el local había mucha gente, algo que le incomodó a Brumilda y amedrentó a Liliana. Muchos nonis significaban un montón de ojos sobre ella. Si la pillaban robando la llave o huyendo, la agarrarían y alertarían a su ama.

—Quizás debería esperar a que terminemos y hacerlo en el viaje de regreso— se dijo Liliana.

Sin embargo, no había visto nada durante el camino que le permitiera tomar posesión de la llave. Ese era su único momento, cuando Brumilda estaba menos pendiente y más propensa a perder algo. Tenía que ser en la tienda.

Tal y como esperaba, la jovencita noni se emocionó y se fue de un lugar a otro, examinando la ropa con paciencia. Era esperable, seguramente le tendría más respeto a Ema por haberla conocido desde nacimiento. En cambio Liliana no representaba una autoridad, con ella se sentía más libre.

—Quiero este— le dijo, mientras levantaba unos pantalones gruesos y brillantes.

—¿Esos? Pensé que querrías esos— mencionó Liliana, y apuntó a otro par.

Brumilda se giró y se quedó mirando los pantalones, extrañada.

—¿Por qué? ¿Te parecen más bonitos?

—Definitivamente, y esos también— dijo, mientras le señalaba otro par, de colores claros y vistosos.

La jovencita sonrió.

—¡Sí, también me gustan!

Liliana no tenía idea sobre moda en esa cultura, pero se había dado cuenta que había mucha ropa de colores vivos y simples, algunos tan brillantes que parecían tener luz propia. Se sintió aliviada al sentir la aprobación de Brumilda. Esta, siempre emocionada, se dirigió al probador. Ese era el momento.

Haciendo su mejor esfuerzo para ocultar sus ansias, Liliana la detuvo con un gesto amplio. No podía permitirse fallar por sutil, no cuando se encontraba junto a esa bruta estúpida.

—Espera ¿No es peligroso que vayas con tu cartera?— le recriminó.

Brumilda se giró, algo preocupada, pero al mismo tiempo pensando en sus palabras. Liliana no se podía permitir eso; si Brumilda lo pensaba mucho, podía llegar a la conclusión de que quería la llave. Necesitaba hacerla olvidar que ella era una persona con sentimientos y convertirse en un objeto, al menos en la mente de la noni. Necesitaba distraerla de pensar en ella ¿Cómo podía hacerlo? Debía usar algo más potente, la amenaza de un castigo. Sus padres.

—¿Por qué?— inquirió Brumilda.

—¿Y si se te olvida adentro del probador? El vendedor nos dijo que tuviéramos cuidado con eso ¿No lo escuchaste?

Brumilda puso una cara de susto. No lo había oído, claro, pues ningún vendedor les había dicho nada. Liliana se lo había inventado, nada más había tenido que apelar a su ignorancia.

—Pero papá dijo...

—Que cuidaras la llave ¿No?— la interrumpió Liliana— ¿Qué hacemos si se te cae o se te queda? Después no podremos encontrarla, y tus papás estarán muy enojados contigo.

Brumilda abrió mucho los ojos, algo asustada con esa idea.

—¿Qué hacemos?— inquirió.

Liliana quiso sonreír con victoria, pero no podía cantar aún. En vez de eso se llevó una mano al pecho.

—Yo se la cuido, señorita. No se preocupe, solo será un momento.

Brumilda pareció pensarlo un poco más. Liliana no hizo ademán de tomar la cartera, aunque era lo único que quería. En vez de eso le indicó el camino con una mano. La jovencita noni entonces le pasó su cartera y se fue con su ropa al probador. Después de todo, Liliana ya había estado un buen tiempo sirviéndolos, para ese entonces debía de haber probado su lealtad ¿No?

Así, Liliana se la quedó mirando con una sonrisa servicial y la cartera sujeta con ambas manos, frente a la pelvis, como si no tuviera intención de usarla. Finalmente Brumilda se encerró en el probador. Liliana esperó unos segundos por si volvía a abrir la puerta de repente... pero no lo hizo.

Rápidamente se giró y avanzó lentamente hacia un rincón, donde había menos nonis. Casualmente abrió la cartera, como si buscara un peine. Hurgó con total calma, como si estuviera aburrida, hasta que encontró la llave. Entonces, rápidamente miró alrededor; había tres nonis que podrían pillarla desde donde estaba, los tres parecían ocupados en sus cosas. La jovencita tomó la llave y en un rápido movimiento se la llevó al cuello. Desesperada, buscó encajar la llave con el agujero atrás, pero para eso solo tenía su sentido del tacto, y las formas de los aparatos eran más complejas que simples círculos. Buscó hacerlos encajar por dos, tres, cuatro segundos y no conseguía nada ¿Cuánto tiempo se tardaría Brumilda? ¿Cuánto demorarían los nonis alrededor en quitarle la llave y entregársela a su dueña? En la posición en que estaba, miró las piernas del noni más cerca de ella. Miraba hacia el otro lado, pero bastaba un giro de cabeza para que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, el ruido del metal rozando otra superficie de metal tan nerviosamente debía llegar a sus oídos, mas no se había volteado ¿Estaría pensando en hacerlo? ¿Y qué había de los demás? ¿Qué les hacían los nonis a los esclavos que intentaban huir? Nunca había aprendido eso ¿La matarían justo ahí, en ese instante? ¿La torturarían? Maldición, los brazos comenzaban a cansársele ¿Por qué no podía encajar? ¿Dónde estaba la ranura?

De repente su mano se hundió unos centímetros hacia su cuello. La llave había entrado. Liliana la giró. Necesitó un poco más de fuerza de lo que había previsto, pero lo logró en el tercer intento. Entonces su collar se abrió y cayó por su cuello. Alerta, intentó tomarlo, pero sus dedos lo empujaron y lo hicieron caer a un metro de distancia, produciendo un ruido metálico que hizo girarse a unos cuantos nonis alrededor. Liliana se esperó una revuelta, paralizada del miedo. Se quedó mirando a los nonis cerca, lista para huir a toda velocidad en cuanto comenzaran a gritar y a estirar sus manos hacia ella, sin embargo ninguno de estos hizo nada. Simplemente se volvieron a girar para volver a su vida normal. Ninguno le prestó atención a la pequeña esclava humana ni al collar que había caído.

Liliana se quedó paralizada un momento, sin saber qué hacer. Entonces, desde los lugares más profundos dentro de sí, se obligó a reaccionar.

—¡Ahora!— exclamó.

Rápidamente lanzó su cabeza adelante para seguirla con el resto de su cuerpo. Corrió deslizándose entre los mostradores de ropa y los enormes cuerpos de los nonis. Atravesó toda la tienda hasta la entrada. Un cielo violeta la esperaba, una ciudad llena de gente extraña, calles anchas, naves voladoras y edificios robustos. Desde ahí, Liliana continuó por un lado de la vereda. Recorrió calles sin detenerse, girando sin pensar para que sus posibles perseguidores no previeran sus movimientos. Describió el camino más complicado que pudo, siempre alejándose de la casa de sus amos y de la tienda, hasta que sus pies no dieron más y su garganta le quemaba al respirar.

Cuando su cuerpo no dio más, se detuvo y se escondió en un callejón. Se preguntó si la estarían buscando, si estarían cerca, si la matarían al encontrarla.

Se vio sola en un cruce de callejones. Se quedó en silencio un rato para oír el ruido general de la calle. Los autos pasaban y se tocaban la bocina, las naves voladoras cruzaban el cielo zumbando, un vagabundo roncaba a unos diez metros de ahí.

Soy libre...— se dijo al fin.

Ya vendrían problemas, consecuencias de sus actos. Tendría que pasar hambre, frío, cansancio y una mala nutrición, pero era libre. Ya era libre. Necesitaría un buen rato para volver a sentir esas palabras verdaderas.

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