12._ Fanáticos de las Grandes Cadenas
Luego de caminar un montón por el desierto, Érica y Papel llegaron a una ciudad. Al verla en el horizonte, la chiquilla se dejó caer de rodillas y alzó los brazos al cielo.
—¡Lo hicimos!— exclamó.
Luego vio a Papel, el cual se encaramó a ella y se acurrucó alrededor de su cuello, contento.
—Ya estamos un paso más cerca— le dijo.
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Al entrar a la ciudad, atravesaron un arco construido en madera azul, con un letrero grande al centro que les daba la bienvenida a "Vérgherel". Lo atravesaron para adentrarse en la ciudad. Mientras marchaban por los barrios de la periferia, la muchacha se dio tiempo para observar los grandes edificios y anchas calles, bastante más que las de su país. Las construcciones estaban hechas en su mayoría de ladrillos, pero había algunas de rústica piedra y metal, con formas retorcidas y fallas que a ningún local parecía interesarle mucho. Si servía, servía. Los edificios no necesitaban ser bonitos. Nada necesitaba ser bonito, excepto los músculos. Érica se preguntó si así era como pensaban los lugareños.
Como se había esperado, la gran mayoría de la población eran nonis. Le resultaba extraño verlos sin el uniforme amarillo de los soldados. Había nonis grandes y musculosos, pero también ancianos y barrigones, señoras hablando en medio de la calles, puestos de comida ambulantes, niños con pequeños cuernos jugando y todo tipo de personas. Todos eran en promedio más altos que los humanos en su mundo, pero además de eso no le parecían muy distintos. Mirando y mirando, de repente se llevó una sorpresa al ver a una jovencita noni de más o menos su edad, sin nada que le tapara el pecho. Miró a los lados para ver las reacciones de los demás, pero a nadie le parecía raro.
—Vaya— pensó Érica— ¿Esto es lo que llaman impacto cultural?
Estuvo un buen rato ambulando por las anchas calles de asfalto morado. No aprendió mucho sobre el paradero de su padre, pero sí bastante sobre los nonis, como que era común que de cuando en cuando se armara una pelea entre dos o más, y que era muy mal visto tratar de intervenir o detenerlos. Una pelea era sagrada, más que el diálogo, así que se entretuvo viendo una que otra riña. Incluso ella misma se metió en unas cuantas, por extrañas circunstancias.
También identificó un puñado de símbolos religiosos. Había varias creencias en Nudo, una de las más grandes se practicaba en esa ciudad y a Érica no le tomó trabajo identificarla. De repente notó a un grupo de gente que iba rezando mientras caminaba. El noni que iba delante del grupo sostenía unas pesadas cadenas doradas mientras movía sus labios a través de los pasajes memorizados.
Curiosa, la muchacha los siguió a cierta distancia. No mucho después descendieron a través de unas escaleras que se hundían en el suelo.
—¿El metro?— supuso.
Sin embargo al bajar ella también, se encontró con una enorme sala abierta, construida en piedra y metal. No había muchos adornos o muebles, sino que grandes espacios y gruesos pilares que sujetaban la estructura. El colorido violeta de la ciudad pasó a uno azulado, proveniente de las llamas colgantes en las paredes.
Al otro extremo de la sala había una especie de altar, del cual colgaban más cadenas doradas y un símbolo grabado en piedra en la pared, que parecía un 8 con una estaca atravesándolo de arriba abajo. Era un 8 hecho con cadenas.
Érica buscó algo que le llamara la atención. Se dirigió a los rincones más alejados del templo, pero solo encontró más cadenas y una pequeña fuente.
—¿Una fuentecilla?— se preguntó.
Luego se acercó al altar, pero ahí solo halló las cadenas que se veían de lejos y unos cuantos vitrales con... ¿Qué era eso? Se fijó más. Para su sorpresa encontró la figura de un caballero de armadura blanca en uno, una armadura que se le hacía muy familiar.
—Interesada en la historia, veo— comentó un noni a su lado.
Érica se sobresaltó, pues no se había esperado que le hablaran. El sujeto junto a ella era tan alto como cualquier noni, pero su cuerpo era más delgado, sus cuernos grandes, su cara arrugada y su pelo blanco. Llevaba una túnica larga y gruesa que le cubría hasta más abajo de las rodillas, uno de los atuendos más holgados que le había visto a uno de su especie.
—¿Qué... quién...— quiso preguntar la chiquilla, pero su lengua se le enredó rápidamente.
—Yo soy Geramel, el sacerdote de este humilde templo— contestó con una voz serena— y tú pareces alguien que no sabe nada sobre las Grandes Cadenas.
—¿Qué cadenas?— inquirió ella, aunque de algo le sonaban.
—Las Grandes Cadenas, la esencia de nuestras creencias ¿Las conoces?
—Me gustaría que me contara sobre él— apuntó hacia el vitral con el caballero blanco— ¿Quién es?
—Ah, el Encadenador— indicó Geramel— nuestro señor y salvador. Alabado sea aquel que maneja las Grandes Cadenas— para completar su rezo, el sacerdote trazó con su pulgar un 8 en su frente y luego lo cruzó con un tajo vertical.
—¿Cómo que maneja las Grandes Cadenas? ¿Qué son?— quiso saber.
—Las cadenas que atan los mundos, que les impiden separarse unos de otros.
Esta definición se le hizo familiar a Érica.
—¿Te refieres a los Puentes?
—Tienen varios nombres, sí. En vocabulario popular esos enlaces son tratados como puentes, aunque las Grandes Cadenas significan algo un poco más grande que simples conexiones.
—¿Entonces el Encadenador puede... manejar los puentes? ¿Cómo es eso?
—Nadie sabe muy bien hasta dónde llegan los poderes del Encadenador— explicó Geramel— pero al menos puede manejar a las Grandes Cadenas de tal forma que conecten mundos que antes no tenían conexión. Él tiene el poder para unirnos a todos y llevarnos al siguiente mundo cuando abandonamos nuestros cuerpos.
Érica asintió, tenía sentido. El Encadenador podía crear puentes como quisiera y viajar a donde le diera la gana... pero no, eso provocaba más dudas. Si podía ir a donde quería ¿Por qué no podía ir al corazón de las cadenas?
—¿Quizás ese lugar era una excepción?— supuso la chiquilla.
Era la única explicación posible. Después de todo, no habría ninguna otra razón para andar buscando una llave tan desesperadamente.
—Estoy buscando su guarida— continuó— una con dos cadenas juntas, muy grandes y que parecen estar vivas.
Geramel abrió los ojos con sorpresa, pero pronto le restó importancia a las ilusiones de la niña.
—Creo que te refieres al Núcleo, el centro mismo del Universo, el corazón de las Grandes Cadenas.
—Sí, sí, el corazón ¿Cómo se llega allá?
El sacerdote la miró como quien mira a un niño chico que imita palabras que no debería a su edad.
—Pues... tendrías que morir.
—¿Qué?
—Es a donde las almas van para hablar con el Encadenador y decidir su destino. Él nos guía después de la muerte hacia el siguiente mundo... ¿Entiendes?
—¿O sea que el Núcleo es un lugar espiritual?— exclamó ella, indignada.
Geramel se encogió de hombros.
—No sé quién te dijo que fueras allá, pero seguramente te estaba jugando una broma, niña. Lo siento.
Luego de despedirse del sacerdote, Érica se marchó del templo con un deje de irritación ¿Cómo podía ir a rescatar a su papá de un lugar espiritual?
Sin embargo su padre estaba ahí. Tenía que ser un lugar real. Tenía que serlo. Pero los sacerdotes no pensaban lo mismo. Quizás eran ignorantes de la verdadera persona del Encadenador. Lo alababan como a un dios, era de esperarse que creyeran en él como un ente estrictamente espiritual.
—Pero yo lo encontré en carne y hueso. Debe haber más gente que lo conozca y sepa cómo llegar al Núcleo— se dijo.
Tendría que preguntar en otro lado. No había conseguido todas las respuestas que quería, pero no se iba a rendir por eso.
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