10._ La Llave del Corazón de las Cadenas (1/2)
La tierra se la tragó por completo en un parpadeo. Luego todo fue oscuridad y movimientos bruscos. Se preguntó si podría morir por la presión más abajo, o si las partículas de tierra girando a su alrededor le arrancarían la piel, pero nada de esto sucedió.
De repente se detuvo y cayó. Se apoyó con los antebrazos en un suelo arenoso.
Por un momento pensó que había ocurrido un error, que seguía en su mundo, pero luego notó el extraño color morado de la arena. Levantó la cabeza, media confundida. Alrededor estaba oscuro, se encontraba en una cueva.
A pesar de la oscuridad, podía ver, pues varios grupos de cristales brillaban con luz propia y otorgaban visibilidad suficiente a los túneles morados. El lugar habría estado muy silencioso, de no ser por un ancho remolino de tierra y arena girando en el suelo. Érica se lo quedó mirando un buen rato, antes de darse cuenta que se trataba del puente que unía ese mundo con el suyo. Se encontraba al otro lado, en el mundo de Tur y el resto de los nonis, en Nudo.
Dejó que ese pensamiento decantara.
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Se quedó un momento donde había caído, descansando de la carrera. Se tomó más tiempo del que pensó en primer lugar, pero no le importó. De todos modos tenía todo un mundo por recorrer.
Cuando se sintió lista, se puso de pie y comenzó a andar por el único túnel que había en la sala subterránea. Antes de avanzar mucho, advirtió que algo estaba escarbando en una pared: se trataba de algo similar a una araña, pero de un metro de alto, diez patas con puntas afiladas y baba verde escurriendo entre sus colmillos. Estaba arañando la muralla con rabia, como buscando algo, mas al acercarse, la araña se giró hacia ella y le saltó encima para morderla.
Érica se la quitó de un manotazo y la pisó con fuerza, haciéndola explotar y derramando sus tripas por todos lados. Se giró para continuar con su camino, cuando notó el agujero donde la araña había estado excavando en la pared. Curiosa, se asomó a ver, cuando de pronto surgió una pequeña cabecita blanca; se trataba de un animal, una especie de mamífero pequeño y largo como una serpiente, de patitas cortas, de pelo blanco y dos grandes ojos azules. Ambos se quedaron mirando el uno al otro por largo rato, hasta que el animalito pareció darse cuenta de que ya no estaba en peligro. Extrañado, miró en todas direcciones, saltó desde el hoyo hacia el túnel, se acercó a la araña y la olisqueó por todos lados. Se giró hacia Érica una última vez, y para su sorpresa, hizo una inclinación de cabeza como en agradecimiento. La muchacha enmudeció. Por su parte, el animalito se fue hacia el otro lado y se perdió en la oscuridad.
—¿Se dio cuenta que yo lo salvé?— se preguntó la chiquilla.
En su mundo algo así sería imposible, pero ya no estaba en su mundo, sino en Nudo. Quizás ahí sí había animales inteligentes. Sintió curiosidad, pero no pareció que seguir al animalito fuera una opción.
Sin más rodeos, continuó con su viaje. Caminó por un largo trecho que en ocasiones subía, en otras bajaba o se dividía en varios caminos. Cuando comenzaba a aburrirse, ruidos lejanos captaron su atención.
Curiosa, los siguió por otra larga zenda, hasta que en uno de los túneles se encontró con una pareja; una noni con un ligero vestido y un hombre de mediana edad en un traje que se notaba elegante, pero no uno que Érica hubiera visto antes. Se notaba que tenía estaba hecho para una cultura distinta ¿Pero cuál sería esa? ¿Un país de Nudo? Cuando volvió en sí, para su sorpresa, ambos le sonreían con cordialidad.
—Unidos por las cadenas— le dijeron a coro.
Esto le extrañó, pero más aun cuando el hombre y la noni se la quedaron viendo por un segundo, como esperando una respuesta. Al no recibirla, decidieron marcharse. Érica se quedó muy confundida, pero al final decidió seguirlos. Quizás ellos podrían decirle cómo encontrar a su papá.
De repente, poco más allá el túnel se abrió en una enorme cámara llena de gente. El súbito cambio la hizo detenerse un momento para contemplar la sala al frente. Era tan grande que no alcanzaba a ver las paredes del otro lado, ni el cielo rocoso, aunque estaba bien iluminada con lámparas y focos. Las decenas de personas frente a la muchacha estaban todos vestidos elegantemente, contentos y hablando con ánimo entre ellos. Muchos se veían emocionados, aunque la chica no sabía por qué. Había de varias especies, no solo humanos y noni; también había algunos larguiruchos, otros que secretaban baba constantemente de su cuerpo, otros delgados de piel azulada o violeta, personas con alas en vez de brazos y plumas en vez de pelo, y muchos más. Pronto Érica dejó de fijarse en sus diferencias, pues en esa instancia no importaba. Todos podían hablar y razonar, con eso le bastaba. También, por alguna razón, todos tenían antifaces que no hacían un buen trabajo de tapar sus caras. Así parecían un club secreto o algo por el estilo.
Pronto advirtió que la gente estiraba sus brazos hacia una plataforma elevada, un escenario sobre otro más grande, sobre otro aun más grande. Encima de las dos primeras plataformas había gente bailando y lanzando challas y bengalas. Al final de todo, en el punto más alto se encontraba un hombre. Era un caballero cubierto en armadura blanca de pies a cabeza. Tan solo echarle un vistazo, Érica lo reconoció; era el mismo sujeto que había visto en el sueño que tuvo la noche que su papá se marchó ¿Pero qué hacía ahí?
Junto a él había una mujer vestida también de blanco, con un largo vestido y un velo que la hacían parecer algo entre una novia y una sacerdotisa. Ambos agitaban sus brazos, saludando a la gente que los alababan tanto. Buscando algo de contexto, Érica se concentró en oír la conversación entre dos mujeres a su lado.
—¡No puedo creer que haya regresado!— exclamó una— ¡De verdad es él!
—Lo sé ¿No es un milagro?
—Muchos decían que nos había abandonado, pero la señorita Alba decía que no ¡Te dije que tenía razón!
—Jeje. Sí, lo sé. Créeme que lo sé.
Mas de repente todos los presentes se callaron. Cuando Érica volvió a mirar al caballero y la sacerdotisa, advirtió que esta última se ajustaba un aparato similar a un micrófono.
—Qué alegría ¿No?— dijo, su voz oída por cada uno de los presentes— Pensé que les gustaría esta pequeña reunión después de tantos años. Sé que faltan muchos, pero ya regresarán, se los aseguro. En cuanto sepan que su dios, el Encadenador, está de vuelta después de tanto tiempo, les doy por sentado que volveremos a los números de antes— la multitud estalló en vítores, pero la mujer los acalló rápidamente con gestos de sus manos— Ahora bien, como evento sorpresa, el Encadenador quería traer a una persona especial al escenario ¿De quién creen que se pueda tratar? Les daré una pista: es alguien muy valioso para nuestra causa.
Con esto, el público volvió a estallar, pero esta vez todos proponiendo nombres que Érica no reconocía o simplemente pidiendo ser ellos mismos.
—¿Crees que se trate de uno de los anillos?— preguntó una de las mujeres que cuchicheaban junto a Érica.
—¡Por supuesto! ¿Quién más podría ser?
—¿Y cuál de ellos crees que aparezca? Oh, me encantaría poder ver de nuevo a...
—¡Espera, espera!— la cortó la otra mujer— ¡Mira, lo van a traer!
Érica volvió a mirar al escenario y advirtió que el caballero blanco sujetaba una cadena que colgaba del cielo ¿Desde cuándo había estado esa cadena ahí? No recordaba haberla visto.
Entonces el hombre tiró de la cadena, y en ese preciso momento, la muchacha sintió un fuerte tirón en un tobillo que la tomó totalmente desprevenida. Sin poder reaccionar, cayó y fue arrastrada hacia un hoyo en el suelo, detrás de ella. En un instante atravesó el piso y se fue directo hacia abajo. Por unos segundos sintió el aire pasar violentamente a su lado, revoloteando su pelo.
—¡Tengo que darme vuelta!— pensó.
Pero el tirón había sido tan repentino que no pudo lograrlo. Aun así, en vez de estrellarse violentamente, alguien la atrapó en sus brazos gentilmente. Érica lo miró, y se dio cuenta que era el caballero de las cadenas. A su lado, la sacerdotisa blanca la miraba con una sonrisa infantil.
—¿Qué...
Antes de dejarle hablar, varias cadenas surgieron desde la nada alrededor de ella, como si se hubieran materializado desde el aire, y la apretaron con fuerza para mantener sus brazos y piernas inmóviles.
—¡Oye! ¡¿Qué mier...
Entonces el caballero la soltó, con lo que Érica quedó colgando de la cadena que colgaba del cielo. Desde ahí vio el resto de la sala: era la misma en donde había estado antes, toda la gente se encontraba ahí, también las plataformas y el caballero con la mujer. Luego miró hacia arriba, pero las cadenas solo se perdían en la oscuridad. No entendía qué habían hecho, solo que la habían atrapado con demasiada facilidad. No podía subestimar a esos sujetos.
—¡Damas y caballeros!— continuó la sacerdotisa— ¡Les presentamos a la profetizada niña que traerá el fin del universo! ¡ÉRICA SANZ!
—¿Qué?— exclamó la misma— ¡¿QUÉ?!
La gente volvió a estallar en vítores, dejando a la muchacha boquiabierta. Estaba tan confundida que se quedó quieta, sin saber qué hacer, mientras colgaba como un adorno. Le tomó varios segundos ordenar sus prioridades. Antes que nada debía romper sus cadenas, claro. Así que empeñó toda su fuerza en sus brazos y tiró y tiró, pero por más que se esforzó, las cadenas doradas no se rompieron. Cuerdas y acero no habían logrado contenerla nunca, esas cadenas doradas debían estar hechas de un material muy resistente.
Luego miró a las dos personas sobre la plataforma superior. Ellos parecían ser los líderes de todo eso.
—¡Oye! ¡¿De qué rayos hablan?!— protestó— ¡¿Quién chucha son ustedes?! ¡¿Cómo saben mi nombre?!
El caballero se la quedó mirando sin decir nada, mientras que la mujer sonrió de oreja a oreja, con esa sonrisa infantil que llevaba empastada desde que la vio.
—Érica Sanz, hablas como si no supieras nada sobre nosotros— le espetó la sacerdotisa— ¿Tu padre no te habló de su antiguo jefe? ¿No te mencionó nada de su tiempo en Nudo?
—¿Tiempo en Nudo?... ¡Espera! ¡¿Conoces a mi papá?!
—Por supuesto. Lucifer Sanz. Se parece mucho a ti.
Érica enmudeció. Se quedó así por un buen rato. Era verdad, había agarrado mucho parecido a su papá.
—¿Cómo... ¿Quiénes son ustedes? ¿De dónde conocen a mi papá? ¡¿Dónde está?!
La mujer y el caballero se miraron, como si hubieran estado esperando ese momento.
Mientras tanto, la gente debajo del escenario se movió rápidamente, e instalaron sillones y una mesita en el espacio frente a las plataformas. El caballero tomó a Érica en brazos, y junto a la sacerdotisa, saltaron la gran distancia entre la última plataforma y el círculo de sillones como si nada. Seguidamente la sentaron en un lado para instalarse ellos en el otro lado. La gente con antifaces se quedó parada alrededor, en formación. Todos eran repentinamente muy disciplinados.
—Mi nombre es Alba— indicó la mujer de blanco.
Al verla más de cerca, y sin la tensión de estar colgando, Érica notó que su piel era más que pálida; era completamente blanca, como la nieve virgen. Su ropa tenía el mismo color, casi confundiéndose en algunos puntos. Su pelo y sus ojos, por otro lado, eran del negro más negro que hubiera visto. Su expresión era aguda y sus rasgos hermosos, como si un maestro artesano la hubiese esculpido.
Ella mostró a la gente alrededor con antifaces
—Ellos son los encadenados
Finalmente indicó al caballero con una mano abierta.
—Y él es el Encadenador, nuestro amo y señor. Él es el dios que maneja las cadenas de los mundos.
—¿"Las cadenas de los mundos"?— repitió la muchacha, extrañada— ¡¿"Dios"?!
Con lo que había visto ya se hacía una idea de qué era, pero de todas formas le resultaba confuso.
—Sí, como la que usó para conectar el suelo y el cielo de esta cámara hace un rato— indicó Alba— o el que usaste tú para venir desde tu mundo a este lugar. Mucha gente los llama puentes ¿Vas entendiendo?
Érica se sorprendió, luego se quedó mirando al Encadenador con estupor.
—¿A qué te refieres con que él los maneja?— inquirió— ¿A qué te refieres con dios?
Alba rio levemente.
—Nuestro señor es un dios en carne y hueso, tan simple como eso. Él puede crear y deshacer puentes como le guste. Ese es el poder del Encadenador.
—¡¿Qué?! ¡¿O sea que tú hiciste el puente por donde los nonis invadieron mi mundo?!— exclamó la muchacha.
El caballero asintió, silencioso.
—¡Así es! Todo es por nuestra culpa— se vanaglorió la sacerdotisa— ¡La invasión de los nonis! ¡El sufrimiento de tu gente! ¡La destrucción de tu antiguo mundo como lo conocías! ¡Todo se debe a nosotros! ¿Qué tal? ¿No te enoja? Apuesto a que estás furiosa, me contaron que eras muy irritable.
—¿Ah? No, no me importa— le corrigió Érica.
Esta vez fue Alba quien se sorprendió.
—¡¿Qué?! ¡Pero... ¡Pero si es tu mundo, en donde creciste, donde están todos tus amigos! ¡¿No te enoja que los nonis estén arrasándolo en este momento?!
—No me importa, yo solo quiero encontrar a mi papá. Ustedes lo conocen ¿No? ¿Saben dónde está?
Alba y el Encadenador se miraron. Érica no supo qué expresión tendría el caballero debajo de su yelmo, mas Alba parecía verdaderamente sorprendida. Luego esta se llevó las manos a la cabeza, intentando pensar en algo.
—¡¿Pero no sientes ni un poquito de pena?!— insistió.
—No.
—¡¿Y qué hay de la gente?! ¡Debe haber miles de personas inocentes que murieron o fueron esclavizadas! ¿Tampoco te importa eso?
—No.
Alba dio un largo suspiro, dándose por vencida.
—Maldita sea, tenías razón— le espetó al Encadenador— ¿Qué hacemos ahora?
El caballero se tomó un buen rato para expresarse, aunque no pareció pensarlo mucho.
—La llave...— indicó, con una voz inhumana. No supo por qué, pero a Érica se le hizo muy familiar.
La sacerdotisa asintió.
—¿Qué llave?— inquirió la muchacha.
Alba abrió la boca para contestar, mas se detuvo, pensativa.
—En el universo hay muchos mundos, todos conectados por puentes— explicó— esto se llama la red de mundos. Quizás sea algo nuevo para ti, pero para la gran mayoría de las personas es cultura general. Lo que no es obvio, ni sabido por muchos, es que en el centro de esta red, el centro del universo, hay un lugar especial llamado el Corazón de las Grandes Cadenas. Este corazón es de donde todas las cadenas y los puentes emergen. No cualquiera puede llegar allá, para hacerlo se necesita de una llave especial. Esta llave estaba en posesión de mi amo, pero... bueno...
—Lucifer... — gruñó el Encadenador.
—¿Mi papá?— se extrañó Érica.
—Sí, Lucifer, un miembro importante en nuestra organización— se lamentó la mujer, como si lo extrañara— hace un tiempo robó la llave y se encerró el en Corazón de las Grandes Cadenas. Lamentablemente, necesitamos ir para realizar una misión importante para la que nos hemos estado preparando por muchos años, pero sin la llave, nos es imposible. Ahí es donde entras tú.
—¿Qué? ¿Y qué tengo yo que ver en todo esto?— alegó la muchacha.
—Tienes mucho que ver— le aseguró Alba— verás, quizás ya no tenemos posesión de la llave, pero sí podemos hacer otra, con los materiales adecuados. Es un proceso muy complejo y las materias primas son todas difíciles de obtener, pero de nada nos sirve si no tenemos el componente clave— entonces Alba la apuntó a ella.
—¿Yo?
—Sí, tú. El componente clave eres tú... o al menos, tus genes.
—¡¿Qué?!
—Los poderes divinos son quisquillosos, y rara vez se materializan por completo en un solo ente. Mi señor es quien maneja las cadenas, pero hay ciertos individuos con cierta... afinidad para contener ese poder. Tu padre tenía una pequeñísima parte del poder de las cadenas, y ya sea consciente o inconscientemente, te cedió parte de ese poder a ti. El poder que tú posees, Érica, es suficiente para crear las llaves que abren el corazón— Alba juntó sus manos— ¿Entiendes a qué me refiero, Érica? Para ayudarnos en nuestra misión, tendremos que sacrificarte.
Érica abrió mucho los ojos, desconcertada. Luego frunció el ceño, desafiante, y se puso de pie.
—¿Y ustedes creen que pueden matarme?
Intentó liberarse de las cadenas de nuevo, pero estas no cedieron.
—Oh, vamos, Érica— intentó calmarla Alba— muchos darían sus vidas gustosos por nuestro señor.
—¡No es MI señor! ¡Váyanse a la mierda!
Pateó la mesa hacia ellos, pero esta se rompió a mitad de vuelo. De inmediato se dirigió al Encadenador para patearle la cabeza, sin embargo este le sujetó el pie y lo lanzó hacia arriba. Érica giró sobre sí misma y cayó sobre su cabeza.
Varios de los encadenados se lanzaron contra ella, intentando retenerla, pero la muchacha no se los permitió. En un ataque de rabia se los sacó a todos de encima a empujones y saltó hacia el Encadenador de nuevo para golpearlo. Para su sorpresa y la de todos, esta vez lo consiguió; le dio un cabezazo limpio en la frente. El blanco yelmo voló por los aires.
Érica retrocedió un paso, atenta a su contraataque, pero el Encadenador no se molestó. Solo la miró por un momento. En ese instante la chica se dio cuenta que no tenía una cara humana o noni o de alguna de las otras especies presentes: su cabeza estaba constituida por algo similar a una nube negra concentrada. No tenía cuello, mandíbula, nariz u orejas, nada más era una masa uniforme que revoloteaba en su espacio. Al frente, quizás lo único que se distinguía, estaban sus ojos rojos, brillando como la luna llena a plena noche, como dos focos rojos que miraban directamente a su alma. Desde ese momento Érica pensó que quizás, solo quizás, el Encadenador no era un mortal como el resto.
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