Capítulo 15

No tengo idea de cuánto duró ese beso, creo que para cuando terminó, la señora Tania ya se había ido. Joaquín fue quién lo concluyó, separándome bruscamente de él. No fui capaz de sostenerle la mira, y agradecí enormemente la oscuridad reinante, de otro modo, comprobaría el color de mis mejillas.

—Esto no volverá a ocurrir —fue lo único que dijo, antes de salir.

Las mariposas flotantes desaparecieron al instante, me dejaron sola al igual que él. ¿Por qué de pronto me sentía tan miserable, cuando justo antes había estado saltando en un prado mágico de algodón? Quedándome estática no fui capaz de dar un solo paso. ¿Qué estaba ocurriendo conmigo? No. ¿Qué estaba ocurriendo con nosotros? ¿O eso solo me ocurría a mí? Si él había empezado todo, ¿por qué me sentía tan mal y culpable?

Después de mantenerme en el mismo estado sin moverme un solo centímetro, reaccioné y atiné a salir lo antes posible para no ser descubierta. Logré salir del hostal sin mayor reparo, sin embargo, me descubrí en un nuevo problema: no sabía cómo ir a casa. Ese inconsciente me había dejado sola. Recordé la ruta por donde había entrado el taxi, pero todas las calles me parecían igual. Sentí unas inmensas ganas de llorar. Estaba tan molesta con él, ¿cómo se le ocurre dejarme ahí? Caminé por inercia por la zona dando vueltas en el mismo lugar. ¡Tuve tanta rabia! Me arrepentí de haberle acompañado. Revisé mi celular, ni una llamada, ni un solo mensaje. De verdad se había olvidado de mí. Tuve la ligera tentación de llamarle, pero la poca dignidad que me quedaba me lo impidió. La otra opción era papá, pero seguramente me preguntaría que hacía por allí, y no tendría nada que inventarle. La idea no era meter a Joaquín en problemas. No sé por qué seguía pensando en él, cuando yo ni siquiera le importaba.

Por suerte, una buena alma se cruzó conmigo en la siguiente cuadra.

—Disculpe —llamé la atención de la mujer—, ¿me dice cómo llegar a la urbanización San Andrés?

—¡Claro! —Sonrió—. ¿A qué etapa?

—Cerca de la nacional.

—Ya. Tienes que caminar a la avenida, vas de frente, tres cuadras, giras a la derecha y nuevamente caminas de frente. Tomas el micro azul de Buenos Aires, la letra "B", ese te llevará.

—Listo. Muchas gracias.

Siguiendo al pie de la letra sus instrucciones, llegué a la avenida. Esperé el micro que me había recomendado, y se tardó como media hora en pasar.

—¿Pasa por la nacional? —pregunté cuando lo hice parar.

—Sí sí —contestó el cobrador—. Sube, sube flaquita. —Prácticamente me jaló para que subiera.

Como era de esperar, el micro estaba repleto. Eso me hizo recordar a mi ciudad, era así de ajetreada, no, mucho más. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al recordar las veces que Patty y yo habíamos subido a los micros, y ella tenía que lidiar con los mañosos.

Mi celular comenzó a vibrar en mi mochila, tuve que hacer maravillas para atraparlo. Con una mano me sostuve del pasamanos, y con la otra logré encontrarlo entre mis cosas. Cuando vi el nombre Joaquín en la pantalla, tuve ganas de apagarlo. Al fin se había acordado de mí. Pese a que mi buen lado me decía: contéstale para que no se preocupe, mi lado perverso afloró más y me impidió hacerlo.

Cuando bajé del carro ya estaba oscureciendo. Mientras más me acercaba a casa, me sentía más tranquila, y a la misma vez nerviosa. ¿Qué cara tenía que ponerle a mi hermanastro? Él me había tratado como la peor escoria cuando en realidad, él era el culpable. Bajé la cabeza meditando en que yo también tenía parte de culpa. Al levantar la mirada, abrí los ojos de par en par, y me detuve de golpe. Joaquín venía corriendo; al reconocerme aminoró su ritmo. Dejé de mirarlo para acelerar mi paso y pasar de él.

—Jasmine... —le escuché decir.

Lo ignoré y caminé más rápido. No volvió a insistir, simplemente caminó detrás de mí hasta que llegamos a casa.

Estar molesta con una persona que vives es de lo más incómodo. Sobre todo, cuando tienes que fingir que todo estaba bien frente a los demás. Había momentos en que estaba tan cansada de eso que simplemente quería hablarle y decir que no tenía ningún sentido, que volviéramos a ser los de antes, pero la cobardía no me lo permitía. Quizás él estaba más cómodo así, porque no hizo ningún intento por hablar conmigo.

Últimamente estaba muy desanimada, ni siquiera había leído el diario de mamá, así que, para animarme, me encerré en mi cuarto para leerlo.

13/03/1998

Hoy es un día grandioso, pese a las atrocidades que tuvimos que vivir Gonzalo y yo el día de ayer. Vas a quedar muy sorprendido cuando te cuente...

Mi corazón amenazó con salir de mi boca, cuando mi padre se presentó justo detrás de mi amigo. Sus ojos colmados de rencor, hirvieron en furia que me heló la sangre. No tuvo necesidad de hablar para decirme que iba a lastimarme.

—¿Qué te sucede? apenas escuché la profunda voz de Gonzalo.

Ve-vete logré articular, corre supliqué. No quería que el energúmeno de mi padre pusiera un dedo sobre él.

Su expresión contrariada me aseguró que no entendía nada y, por ende, no iba a huir.

Lo que siguió sucedió tan rápido que apenas pude notarlo. La fuerte y callosa mano de mi padre se estampó contra mi cara, que me hizo perder el equilibrio y caer bruscamente sobre el pavimento. Automáticamente cubrí mi mejilla con mi mano, y mis ojos buscaron la mirada de Gonzalo. Estaba tan espantado que sus ojos se abrieron completamente. Su pecho subía y bajaba con urgencia.

¡Así que estás siguiendo los pasos de la pe** de tu madre! gritó el hombre con el diablo en la cabeza—. Yo te voy a quitar esa costumbre aseguró inclinándose para levantarme de los cabellos.

Me arrastró hasta la puerta y la abrió de una patada. Prendió la luz y me lanzó bruscamente al suelo. Me pateó en el estómago, y se retiró la correa de un tirón, en cuestión de segundos. Retrocedí arrastrándome llena de pavor, nunca la había visto tan furioso. Levantó la correa haciéndola gimotear en los aires. Sin embargo, una mano lo detuvo justo a tiempo, la de Gonzalo. El modo en que miró a mi padre, me dejó congelada.

No la toque exigió con voz pesada.

¡¿Quién te crees mocoso?! vociferó golpeándolo con un puñetazo.

Me horroricé cuando Gonzalo cayó con una línea roja en el labio.

¡Gonzalo! chillé.

A gatas me acerqué a él para verlo. Pero en el mismo instante, él se giró sobre mí para cubrirme del cinchazo que mi papá había soltado. Gimió cerca de mi oído; el latigazo le había dado justo en la espalda. Las lágrimas se fundieron en mis ojos, presa de la desesperación. A mí podía golpearme todo lo que quisiera, pero a él... él era lo más valioso que tenía.

Vete, vete por favor rogué.

Haciendo caso omiso a mis súplicas, se puso de pie y enfrentó a mi padre. Lo empujó con todas sus fuerzas haciéndolo caer.

¡Vamos Angelina! exclamó—. ¡Ponte de pie!

Con su ayuda logré obedecerle. Mi corazón latía desbocado. Mi papá también se estaba incorporando, más iracundo que nunca. Gonzalo sujetó fuerte mi mano y me instó a correr. Tomó su mochila y la mía, y corrimos, corrimos sin mirar atrás. Cuando por fin estuvimos a salvo, nos detuvimos para descansar. Intentábamos captar el mayor aire posible dando grandes bocanadas. Ambos chorreábamos sudor. Al lograr estabilizarnos, él me miró con angustia.

Nunca más estarás sola. Nunca más te golpeará.

Me abrazó con sus brazos protectores, y yo pude sentirme en paz. Pude respirar tranquilamente. Él era mi paz.

Me llevó a su casa como era de esperar. Su padre echó un grito al cielo al ver a su hijo en ese estado. Pero se portó tan bien conmigo, me brindó su protección en todo momento. Denunció a mi padre por violencia doméstica, por maltrato al menor, etc. Me brindó su casa mientras la asistenta social decidía que hacer conmigo. Es por eso que hoy me siento tan tranquila. Nunca, nunca podré agradecerle lo que hizo y hace por mí. Nadie se había detenido a darme una mano como él lo hizo, es por eso que le tengo tanta gratitud, tanto cariño, y hasta quizás... ¿amor?


Nuevamente me fue inevitable sentirme tan acongojada al leer los escritos de mamá. Pero a la vez estaba tan emocionada. Su historia de amor es tan profunda que deseo enamorarme también. Mamá conoció a papá en el momento en que más lo necesitaba. El hizo tanto por ella...

De pronto me nació unas ganas inmensas de agradecerle, de agradecerle por lo que hizo por la mujer que me trajo al mundo. Sin pensarlo dos veces, fui a su encuentro. Bajé las escaleras con rapidez y, para buena suerte, él entró sonriente a casa. Por primera vez me nació las ganas de llamarlo por lo que es. Al verme sonrió, pero su sonrisa se esfumó al notar mis ojos llorosos.

—Hija, ¿qué te sucede?

Me acerqué a él con pasos vacilantes, pero al estar tan cerca de él, le sonreí con cariño.

—Papá —susurré.

Sus ojos no se pudieron abrir más grandes de lo que se abrieron. Realmente estaba sorprendido.

—Me llamaste papá...

Asentí emocionada y me lancé a sus brazos paternales. El me acogió con la misma emoción.

—Gracias papá.

—Yo debo agradecerte a ti, mi princesa.

Al fin me sentía en casa, al fin me sentía protegida. Al fin podía darle todo el amor que mi papá se merecía. 

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