•17•
Una muerte.
¿Cómo sobrellevas la muerte de un ser querido?
¿Qué es lo que sigue?
¿Enfrentar el dolor?
¿Vivir como si nada hubiera pasado?
¿Llorar desconsoladamente sin ganas de moverte?
Cinco fases del duelo. Según la psicóloga, había que pasar por cinco etapas, una tras otra hasta llegar a la que te abriría los ojos y te dejaría salir adelante. O por lo menos, fingir que sea así.
Negación.
Ira.
Negociacion.
Depresión.
Aceptación.
Incluso para personas como Danica. Quien al ver a su hermana cerrando los ojos, las lágrimas brotaron de ella desesperadamente y agachó su cabeza hasta la de su hermana, quien yacía en sus piernas.
—Lo siento —se lamentó entre sollozos—. No supe cómo salvarte.
Sus manos se situaron al rededor del torso de la mayor mientras su cabeza seguía tocando la de ella.
Pasaron unos segundos de sollozos y lamentos cuando sintió unas grandes y fuertes manos cayendo lentamente sobre sus hombros.
—Está... no, ella no está muerta. Ella no...
—Lo siento —susurró el chico.
—¡No! —negó. No podía permitirse creerlo. Su hermana no podía haberse ido.
No podía haberla dejado.
De un segundo a otro, el cuerpo sin vida empezó a desvanecerse, las frías piernas se deshacían con los segundos mientras llegaba al torso y luego la cabeza, convirtiéndose en el mismo polvo dorado que atacó a los Imantes al comienzo.
Danica se levantó rápidamente y quedó observando el sitio en el que, segundos antes, el cuerpo de su hermana se encontraba tirado.
Si antes creía que odiaba al juego entonces claramente no había sentido esa rabia imposible de soltar en su interior. Su deseo de justicia aumentaba con el paso de los segundos, algo que la cegaba por completo.
—¡Joder! —gritó, sentía demasiadas ganas de pagar toda su ira con alguien, cualquier cosa. Su sangre hervía.
Necesitaba acabar con ese juego de una vez por todas.
—Danica, escúchame. —Gregg la tomó de los hombros en cuanto notó su estado—. Duele, lo entiendo. Pero tenemos que seguir.
—¡Déjame en paz! —trató de zafarse, pero él la tomó más fuerte.
—¡Es de verdad! ¡Así no lograremos nada! —tragó saliva—. Eso no era lo que Eliza quería, ¿verdad?
Al escuchar el nombre de su hermana, toda esa ira que traía consigo desapareció. Se sintió débil y rota.
No pudo evitar pensar en qué habría pasado si hubiera sido ella.
—Yo... ella podía haber enfrentado todo esto mejor si hubiera sido yo —se lamentó, vio inútil tratar de seguirlo guardando todo—. Tenía que haber sido yo, Gregg. Ella tiene un futuro con su hija que nadie le podía quitar, yo... yo no tengo nada, no hago nada, no me divierto en nada. Yo era perfecta para morir, no ella.
—No digas eso. —trató de hablar pero ella no lo dejó.
—Soy una egoísta, me lo dijo muchas veces y no quise creerle. Y mira —sollozo—. Terminé provocando su muerte.
—Danica, esto no es tu culpa. —sus manos viajaron hasta las mejillas de la chica, quién no se alejó—. Tú no causaste nada, no quisiste nada. No eres egoísta. Deja que esos pensamientos lleguen a tu cabeza, recuerda que Eliza quería que siguieramos aquí.
Danica negó, pero no dijo más nada. No pudo. Echó a llorar como no lo había logrado antes. Su cabeza cayó contra el pecho de Gregg. Dejó salir todo, las lágrimas eran abundantes.
Él dejó que se desahogara, tampoco pronunció otra palabra. Se quedaron así, un largo rato donde solo los sollozos de la chica le daban vida al lugar.
—¿Qué es eso? —habían pasado unos cuántos minutos en lo que Gregg se atrevió a abrir la boca.
Danica dirigió su vista hasta donde señalaba el castaño y frunció el ceño.
Había un gran espacio con un pasadizo, algo que claramente no estaba hasta hace unos segundos.
Gregg se acercó cauteloso y observó hacia el interior, tratando de encontrar algo que le dijera qué hacía eso allí. Dirigió su vista a la chica quien se había quedado como estatua en el mismo sitio, limpiando sus lágrimas y observando ceñuda el extraño lugar.
—No lo sé, creo que deberíamos irn... —paró repentinamente al sentir aquel aroma proveniente del pasadizo—. ¿Hueles eso?
—Comida —asintió.
Danica caminó a pasos rápidos a la entrada y paró mientras aspiraba el delicioso olor a comida
—Sigo creyendo que deberíamos irnos.
—Es comida —aseguró—. ¿Acaso no tienes hambre?
—Sí pero... podría ser peligroso.
Danica se hundió de hombros.
—¿Crees que me sigue importando lo más mínimo el peligroso luego de ver a mi hermana morir en mis brazos? —resopló—. Si este lugar me mata, me estará haciendo un favor
—Danica... —advirtió
—Yo voy —le frenó—, si tú no quieres, te pido por favor que no me sigas y te vayas de una vez.
Y así, la chica pareció volver a como era. Ya no se mostraba aquella en pedazos que se abrió ante aquel chico.
Gregg bramó pero aun así la siguió. No iba a dejarla sola, mucho menos ahora, no importaba lo terca y odiosa que se comportara.
Danica tomó su arco y sacó la flecha del carcaj para acomodarlos y apuntar mientras empezaba a caminar. A pesar de que era algo así como un camino con rocas alrededor, estaba muy bien iluminado y podía ver todo con claridad.
Gregg también sacó una de las dagas guardadas en su traje —ya que dejó el hacha tirada cuando empezó a correr contra los lobos—, y se preparó para cualquier ataque inesperado.
El olor a comida se hacía cada vez más abundante y delicioso para sus fosas nasales. Mientras más caminaban, más lograban divisar lo que se encontraba al otro lado.
Por fin llegaron y quedaron observando hacia todos lados, incredulos. Era un gran espacio nada parecido a la caverna que habían dejado atrás hacía no más unos segundos. Parecía, más bien, a una de esas grandes mansiones lujosas, todo estaba completamente acomodado, limpio e impecable.
Piso de cerámica, paredes color crema, techo adornado con una clase de rayas verdes esmeralda que se hacían pasar como rayos. Y lo más importante, en medio de el gran salón, una enorme mesa con toda clase de comidas y bebidas. Desde ensalada hasta helado, desde agua hasta alcohol. Parecía una raro sueño.
Danica caminó dudosa hasta la mesa de comida y la observó por unos segundos.
—¿Esto es real? —se preguntó Gregg sin haberse movido de su sitio, completamente sorprendido.
La pelinegra se decidió a dar el siguiente paso y llegar hasta la comida para comprobarlo ella misma. Estiró su brazo hasta un trozo de pollo al horno, que roposaba en un gran y refinado plato, y lo tocó, nada se desvaneció, todo siguió en el mismo sitio.
—Es real —aseguró la chica, para luego tomar el mismo trozo de pollo y con él, señalar a Gregg—. Salud.
—Puede contener veneno.
Pero Danica solo se hundió de hombros y le dio un gran mordisco. Luego de unos segundos de haber tragado el primer pedazo, mordió otro y observó a Gregg, quien seguía en su sitio, ceñudo, sin haber movido un solo pelo.
—¿Ya morí? —preguntó luego de tragarlo completamente—. Porque si es así, ¿por qué sigo observando tu cara de niño engreído? ¿No se suponía que al morir ibas al paraíso o..? espera... ¿me han enviado al infierno... contigo? —preguntó con fingido horror.
Gregg rodó los ojos y caminó hasta la chica, quien seguía probando platos como si fuera algún tipo de juez que necesitaba probar cada platillo para elegir el mejor.
—Hay que irnos.
—¿Ahora tú eres el aburrido? ¿Y en dónde quedo yo? —preguntó con los ojos entreabiertos.
Pero el castaño estaba a punto de perder la paciencia por la actitud de Danica.
—Oye, entiendo que te sientas mal y como la persona terca que eres lo estés ocultando comportandote peor de como ya lo haces —la tomó de los hombros—. Pero puedes hacer eso en otro lado, prometo que voy a dejar hasta que te burles de mí más de lo que has estado haciendo. Ahora tenemos que salir —ordenó.
—Sí, ahora tú eres el aburrido —asintió y fingió pensar algo por un momento—. Debo admitir que en las tortuosas horas en que nos conocemos, nunca te imagine siendo papá... y mucho menos de mi sobrina.
—Danica no es momento.
—Siempre es momento para hablar algo así. —inquirió.
Gregg bramó con frustración y bajó la mirada por un momento tratando de controlarse y no cargarla en ese momento en contra de su voluntad para llevarla lejos de allí. No tenía un buen presentimiento sobre aquel lugar.
—¿Disfrutando de la comida? —preguntó una tercera voz.
Ambos voltearon hasta el lugar donde provenía la misteriosa y profunda voz.
Era un chico.
O por lo menos eso parecía, excepto por las finas líneas color verde esmeralda que adornaban su cuerpo como venas.
No parecía de más de venticinco años, medía al rededor del metro ochenta, su cabello era negro, su rostro con pómulos bien definidos, ojos también negros, aunque al rededor de la pupila se podía observar la misma línea verde esmeralda de su piel y de aquel techo, piel oscura —algo que hacía resaltar el raro color en él—, y con un traje azul cobalto que le resaltaba con suficiencia.
Se encontraba inclinado junto a una de las paredes del lugar, observandolos fijamente.
Los Imantes dieron unos pequeños pasos atrás, tratando de estar lo más lejos posible de aquella criatura, porque estaban seguros de algo, nada de lo que había en ese lugar podía ser bueno.
—Oh no, tranquilos, pueden seguir comiendo —mostró una sonrisa de oreja a oreja, un poco rara—. Yo invito.
—¿Quién eres? —alcanzó a preguntar Gregg mientras seguía tomando de los hombros a Danica para empujarla lejos.
—Me llamo Sarco —hizo una reverencia—. Un gusto conocerlos, queridos Imantes.
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