35- Vidas infelices
Milo paseaba en la habitación que le habían asignado como futura esposa pero aún tenía varias dudas.
No conocía a su esposo, ni siquiera sabía si estaría presente cuando se firmara el enlace y sólo lo vería a él venir por ella.
¿Ese chico pensaba que ella le daría amor y placer? Si era así, ya se estaba riendo a solas, porque Milo tenía una sola cosa en la cabeza y eso era regresar a Atenas, sacarse de encima a la nueva esposa de Kardia y asumir el trono junto a su hermano, su amante, el que le daría todo el poder que necesitaba para ir contra Esparta, Shura y Aioros.
No le importaba siquiera si Aioria salía dañado en el proceso, él la había traicionado y preferido acostarse con su hermano mayor que con ella. No le odiaba pero tampoco le importaba demasiado su suerte. Hasta estaba planeando deshacerse del príncipe heredero y su reina.
Se miraba las uñas recientemente arregladas por una de sus sirvientas, cuando escuchó murmullos y su puerta fue tocada con suavidad.
Lord Krest junto a Shura estaban parados frente a ella, el mayor con una gran sonrisa abriéndose paso para dejar ver detrás suyo a un joven y hermoso muchacho, que la miraba fijamente, sin mostrar emoción alguna.
-Mi joven señora, bienvenida a la familia... aquí le presento a mi hijo Camus, su esposo... espero que se conozcan y puedan lograr una relación agradable para ambos.
Sé que las condiciones de su unión no son las usuales pero espero que se lleven bien. El amor puede nacer en las peores circunstancias.
Camus se acercó lentamente, vestía un traje sencillo pero que le sentaba muy bien y Milo se perdió en su mirada fría, hermosa, de un azul violáceo increíble y la nivea piel de su rostro. Era de una belleza masculina como jamás había visto pero, ella no se dejaría llevar por esas pequeñeces, él sería su pasaporte a la libertad que tanto anhelaba. Tenía experiencia más que suficiente para enredarlo entre sus piernas y mantenerlo embobado mientras ella trazaba su plan maestro.
-Princesa Milo, me siento honrado de ser quién de ahora en más, comparta su vida y las dichas de la familia que podamos formar.
Se acercó elegantemente, tomó la pequeña mano y la besó con suavidad, enviando una corriente eléctrica directamente a su centro.
Milo lo observó sin mostrar señal alguna de rechazo ni bienvenida, sólo hizo un mínimo intento de sonrisa y luego retiró su mano.
Shura observaba sin intervenir y fuera de la habitación, Aioros contenía el aliento porque su cabeza seguía gritando que era una locura lo que estaban haciendo.
Krest volvió a tomar la palabra.
-Es momento que nos retiremos y dejemos a los recién casados a solas para que se conozcan como es debido. Ya mañana tendremos las celebraciones pertinentes y la presentación de la princesa como esposa de mi hijo.
Shura, que no perdía detalle de los movimientos de la muchacha, podía observar la incomodidad que le provocaba la proximidad del tímido joven.
Sonrió de lado porque aún había una mínima esperanza para cambiar esa fría y cruel personalidad en la princesa. Si ese chico lograba enamorarla, todos sus planes tendrían éxito y él podría llevar una buena vida con Aioros sin el peligro constante de una amenaza. No deseaba tener que asesinarla e inventar miles de historias para que Kardia y Aioria le creyeran y no empezaran alguna guerra absurda.
Camus, por su parte, observaba de reojo a la pelimorado y no perdía detalle de sus bellas facciones. Él había tenido novias, amoríos, como cualquier chico de su edad, pero ella no se parecía en nada a ninguna de sus ex, Milo destilaba educación, buenos modales y fineza.
Se sentía halagado de haber sido el afortunado que la desposara y también sería su primer hombre, se suponía que la princesa de Esparta y Atenas era virgen.
Pronto descubriría el engaño.
La noche avanzaba tranquila, los recién casados habían cenado a solas, en un cómodo silencio.
Ambos eran muy jóvenes, lo poco que hablaban eran de temas en común como la vida en sus respectivos hogares, sus familiares, las perspectivas que tenían de un futuro juntos.
Milo encontraba intrigante que un chico tan atractivo, así como también muy inteligente y habilidoso para trabajar la tierra, manejar los negocios de su padre solo, no tuviera fila de pretendientes o que no se hubiera casado con anterioridad.
Lo observaba intentando encontrar mentiras en su cuento, pero el chico hablaba con seriedad y con la comodidad de estar diciendo verdades.
Ella por su parte, ya tenía una historia armada, bien aprendida, donde nada de lo acontecido con su padre y hermanos tenía cabida. Allí era la princesa perfecta, que deseaba formar una familia lejos de los reinos donde ella, por ser mujer, no tenía un lugar de privilegio en la vida como sus hermanos herederos a ambos tronos.
Camus la escuchaba con atención y eso le empezó a gustar a Milo, hacía mucho tiempo que nadie la hacía el centro de una conversación, porque su reciente esposo le preguntaba con interés detalles de su vida.
La sonrisa de Camus comenzaba a hacer efecto en Milo, tal vez potenciado por el vino que, copa tras copa, los dos habían bebido.
Ya se reían fuerte, seguían bebiendo y conversando, el calor empezaba a subir por ambos.
Era obvia la atracción física, para Camus ella era como un ángel impoluto, mientras que Milo no podía dejar de observar el cuerpo trabajado del peliagua. Llevaba mucho tiempo sin gozar de los placeres del cuerpo y ese chico tenía un cartel en su frente que decía 'deseo'.
Se fue enderezando en su silla, su mirada fija en el hombre frente suyo. Una sonrisa coqueta acompañaba su movimiento cuando con total sensualidad, se quitó el broche que adornaba su cabello y lo dejó caer sobre su espalda desnuda.
Su vestido era trabajado en el frente, atado con un lazo en el cuello y toda su espalda descubierta hasta la cintura.
Vio con hambre, como Camus se paraba frente a ella y le ofrecía su mano caballerosamente, mientras ponía una suave melodía en el viejo tocadiscos.
Milo se sintió la princesa del cuento y aceptó sonriente, su libido desesperado por contacto corporal.
Camus se acercó para tomarla de la cintura en cuanto ella se paró; los brazos de la muchacha se ciñieron tras el cuello varonil, bastante más alto que ella, su perfume haciendo estragos en sus fosas nasales.
-'Es sólo por el vino, no significa nada'- los pensamientos de Milo eran tan borrosos como su vista, cuando sintió las manos callosas recorrer su espalda.
Su instinto fue más fuerte que su mente, su cerebro obnubilado por el alcohol y el deseo, le hicieron pedir lo que jamás hubiera dicho sobria.
-Besame, por favor... te deseo...
Camus no se hizo rogar y con una suave sonrisa unió sus labios a los femeninos, deleitándose en el sabor a fresa que tenían.
Pronto el beso fue subiendo de tono, Milo abrió su boca y Camus invadió la cavidad con su lengua, saboreando el gusto a uva.
Las manos no se quedaron atrás y el chico no tardó mucho en encontrar el lazo que desataba la parte superior del vestido.
Con la emoción de un niño, relamió sus labios al ver el busto erguido de la muchacha, sus pezones erectos ansiosos de atención. Milo, quién por primera vez en su vida, se sentía deseada y sin ataduras, esa mirada azul violacea la desnudaba y ella sentía la necesidad de estar entre esos fuertes brazos de una vez.
Los besos fueron abandonando sus labios para deslizarse por su largo y sensible cuello, las manos delineando su cintura y subiendo hasta su pecho, donde se unieron a la boca, que traviesa atacaba un pezón, la lengua dibujando círculos mojados.
Milo sólo podía tomar con sus manos los largos cabellos y apretar el rostro contra su pecho, perdida en el deseo que su esposo despertaba en todo su ser.
Él sonrió travieso y metió todo el seno en su boca, succionando con ahínco, dejando una clara marca en su nivea piel. Luego atacó el otro dándole el mismo tratamiento mientras una de sus manos se metía bajo la falda y buscaba su pequeña braga para luego arrancarla de un tirón.
Ya Milo no pensaba con claridad, todos sus sentidos estaban puestos en las sensaciones que Camus le hacía sentir al tocar con maestría su clítoris mientras seguía devorando sus senos.
Como en medio de la bruma, sintió que su vestido desaparecía y era elevada en brazos hasta la enorme cama.
Vio a Camus quitarse la ropa y con un hambre voraz que jamás había sentido, lo acercó al borde de la cama y tomó su sexo con las manos para acariciarlo, con la intención de llevarlo a su boca, pero él la detuvo antes.
-N-no... tú no...
El muchacho la recostó con dulzura y comenzó una caricia tan suave como íntima que hizo que todo el vello de su cuerpo se erizara. La trataba con tanta delicadeza que sentía como sus ojos ardían y se empezaban a formar pequeñas lágrimas.
-Tócame por favor...
Camus sonrió feliz
-Claro que sí, mi princesa... pero debo ir despacio y con cuidado para no lastimarte...
El efecto del vino no le permitió a Milo guardar compostura, estaba demasiado excitada y se abrazó a su cuello para poder besarlo más profundamente, mientras sus piernas se enredaban en su cintura.
-Vamos Kardia, métela ya que ardo de deseo...
Todo sucedió en un segundo, ver el rostro desfigurado de su ahora esposo, observarlo alejarse de su cuerpo y buscar su ropa, le hicieron ver que había dicho algo fuera de lugar.
-¿Qué sucedió? ¿Acaso hice algo malo?
Camus no estaba lo suficientemente borracho como para no entender lo que había detrás de esas palabras.
-Me engañaste, nos engañaron... creí que eras virgen y en tu reino te acostabas... ¿con tu hermano?
Milo aún no entendía que se había ido de lengua, estaba demasiado ebria.
-Deja que te explique... no sé qué es lo que piensas... seguro Aioros te habló muy mal de mí...
-¿Aioros? Tú me acabas de llamar Kardia, pidiendo que te penetre... ¿qué clase de princesa eres? ¿Acaso nunca tuviste un pretendiente como para cometer incesto?
-Yo... no es lo que parece... Kardia y yo siempre fuimos muy unidos pero no como crees...
-Estabas por tener tu supuesta primera vez y ¿nombras a tu hermano? Disculpa pero no es para nada creíble lo que me dices...
La realidad empezaba a golpear a Milo con fuerza y no era sólo por saberse descubierta, sino por darse cuenta que le importaba lo que Camus pensara de ella.
-Deja que te explique... yo...
-No me interesan tus explicaciones, me siento estafado pero no me harás quedar como un idiota frente a personas que me respetan y confían en mí. Si viniste a mí con una farsa, seguirás en ella. No hablarás con nadie de lo sucedido aquí, te mostrarás feliz y sonriente, pero no esperes nada de mí. Tal vez te haga un hijo, necesito herederos, pero no esperes muestras de cariño como las que te dispensé esta noche, ese Camus ya no existirá para ti, 'princesa'...
Si Milo alguna vez pensó que ese chico era su llave a la libertad, ahora entendía que por su propia estupidez, ella misma lo había convertido en su llave al infierno. Intentó al menos, mostrarse altiva con la poca dignidad que le quedaba.
-Por favor, no creas que me humillaré dándote hijos, sólo porque tú quieres...
-No, lo harás porque eres mi querida esposa, la que me hace muy feliz por las noches y ambos deseamos un hijo.
-Jamás pasará eso... lo juro...
-Ya lo veremos.
Las ojeras de Milo eran prueba irrefutables de que Camus había cumplido cada palabra, cada promesa que le había hecho aquella noche de bodas.
Frente a la familia, en fiestas oficiales eran la pareja perfecta, siempre de la mano, siempre sonrientes y amorosos entre ellos...
Pero cuando se cerraba la puerta de su habitación, Camus era otra persona, una a la que Milo temía y amaba por igual.
Nunca le había puesto una mano encima, él era un caballero por sobretodo, pero el maltrato era psicológico y atacaba donde más le dolía: en sus sentimientos hacia él.
Llegaba a su casa con olor a perfume barato de otras mujeres, la ropa desaliñada y oliendo a alcohol.
A veces la buscaba, la tocaba, acariciaba exactamente cada lugar donde sabía que la enloquecía y encendía, sólo para luego levantarse de la cama e irse a otra habitación, encerrándose y dejándola con las ganas.
Sólo un par de veces la había penetrado y había sido humillante, porque habiendo acabado dentro suyo, la había obligado a permanecer quieta y en posición para asegurarse que su simiente no se saliera.
Un par de meses luego de eso, los malestares estomacales empezaron y el terror invadió a Milo.
Había intentado escapar varias veces pero siempre Camus la encontraba y la traía de regreso.
Su trato hacia ella no cambiaba, ya llevaban un año viviendo de esa forma y no quedaba nada de la antigua Milo, su esposo había barrido el piso con su orgullo y mala saña. Todo lo que quedaba de la pelimorada era una joven sometida y no a malos tratos sino algo mucho peor: la indiferencia de la persona que amaba.
Sí, Milo ya no podía negar lo que sentía por su esposo, por más desplantes que le hiciera ella seguía esperando que el Camus de aquella primera noche regresara.
En ese año había recibido la visita de Kardia y su familia, la pequeña Berenice abrazada a su cuello y Violate mostrando orgullosa su vientre abultado. El hijo heredero de su hermano estaba en camino, lo veía reír feliz y trataba de compartir con ella su felicidad, pero el trato había cambiado y, lo que más le impactó, fue que no se sentía mal. Ya no veía a su hermano como amante sino como lo que era, su sangre, su familia.
La noticia del embarazo la dejó en medio de dos realidades: Camus podía esperar a que su hijo naciera y luego quitárselo o bien, si ya tenía otra mujer, que era lo más probable porque a ella ni la miraba, ya no desearía a la criatura.
Con temor, esperó la llegada del que aún llamaba esposo. Camus llegó como siempre, tarde y oliendo a whisky.
Milo estaba sentada en la cama, un largo camisón cubría su delgado cuerpo.
-¿Qué haces despierta?
-Tenemos que hablar...
-Creo que quedaron en claro cómo serían las cosas entre nosotros. Tienes un lugar en la familia, somos los herederos de la tierra, pero nada más.
-Estoy embarazada... son casi dos meses...
El rostro de Camus, que le daba la espalda mientras se quitaba el calzado, se iluminó de pronto, más mantuvo su voz sin matiz alguno.
-¿Y desde cuándo lo sabes? ¿Fuiste con los doctores?
-No fue necesario, estoy descompuesta todo el tiempo y tengo atraso en mi ciclo menstrual.
-Bien, mañana irás con el médico de la familia y que te hagan los estudios pertinentes...
-¿Vendrás conmigo?
-Que te acompañe la esposa de Degel, eso es de mujeres...
Milo sintió que las lágrimas querían brotar, se maldecía por ser tan débil frente a él, más aún con las hormonas alborotadas. Sólo se levantó y se metió en la cama, donde nadie sería testigo de su desconsuelo. Deseaba volver a ser la que alguna vez había sido.
Se durmió llorando y nunca se enteró que Camus se quedó toda la noche a su lado, acariciando su cabello y su aún plano vientre.
Camus caminaba de una punta a la otra de la habitación lindera adónde Milo estaba en labor de parto.
Habían sido meses en los que tuvo que romper su propia promesa y darse tiempo con su esposa, la que llevaba a su ansiado heredero en un embarazo difícil.
Aún así, Milo estuvo a la altura de las circunstancias y había hecho todo lo que los doctores decían, reposo absoluto durante siete meses, dietas estrictas, ganándose su respeto.
Debido a la delicada situación de la muchacha, Camus nunca le había hablado de sus sentimientos, mucho menos de la verdad sobre esas noches en las que desaparecía.
Y estaba allí, nervioso, esperando que todo saliera bien, que su hijo fuera sano y fuerte y que Milo también estuviera bien.
Un fuerte llanto se oyó y las piernas de Camus temblaron, debiendo apoyarse en la pared para no caerse.
Era su hijo... había nacido su hijo...
Una enfermera salió a su encuentro con un pequeño bulto entre sus brazos, entregándolo a su padre. Al verlo, sus lágrimas brotaron, era precioso a pesar de su color aún morado y que ni siquiera lo habían limpiado.
-Felicidades, joven Camus, es un hermoso y saludable niño!
-Gracias... ¿cómo está Milo?
-Ella estará bien, necesitará de muchos cuidados para recuperarse de su débil estado de salud.
-¿Puedo verla?
-Por supuesto joven, la niña duerme, estaba agotada... ha sido toda una guerrera para traer a su hijo al mundo.
Camus ya no esperó más y con su tesoro en brazos se adentró a la habitación, donde Milo descansaba. Estaba pálida, pero a los ojos del muchacho, era la visión más hermosa que podía tener de ella.
Sentándose a su lado, le acarició el rostro y le susurró
-Gracias, Milo...
La joven abrió sus ojos aún adormecida y el terror la invadió.
-No me quites a mi bebé, mi señor, te lo suplico... yo seguiré siendo lo que tú quieras, pero no me separes de mi hijo...
-Claro que no voy a hacer eso, princesa, te has convertido en la persona que yo esperaba de ti, cuidaste de ese embarazo, de nuestro bebé...
-¿Nuestro...?
-Si, Milo, nuestro hijo...
Él le sonrió y le bastó mirar a Camus directo a ese abismo azul violáceo para entender que aquel del que se había enamorado estaba de vuelta.
Sólo atinó a suspirar profundo y volvió a dormir, agotada pero sabiendo que, de todas las guerras que había planeado, saboreando victorias anticipadas, de todas las venganzas prometidas, había obtenido el mayor de los triunfos.
Y no era el haber conquistado a Camus o el que él haya vuelto a ser quién ella quería. No... era otra cosa aún mejor. Era su propio cambio, ahora lo podía ver claramente... ella había cambiado por él, había dejado en el olvido su ira y sed de venganza, su odio había mutado por esperanza, la esperanza de que Camus la perdonara y aceptara. Nunca supo lo que necesitaba sentirse respetada, amada, hasta que dejó de tener la atención que su esposo le entregó en aquella primera noche.
Le parecía extraño que tanto odio, tanto rencor, se esfumaran de su sistema y que en esos momentos sólo existiera la felicidad pura al tener a su pequeño en brazos, mientras le amamantaba.
Ya estaba en su hogar, instalada en su habitación donde una cuna reposaba al lado de la cama matrimonial.
Camus volvía temprano, la ayudaba con los cuidados del pequeño Owen y se mostraba cómodo a su lado. Ya con eso, Milo se sentía feliz, no la rechazaba cuando ella se le acercaba buscando contención y cariño. Había entendido por las malas que el amor no se compra ni se roba, se cultiva con paciencia y cuidado. Su enorme cambio, hoy daba sus frutos, porque Camus le había confesado que nunca había sido infiel, que se quedaba largas horas en casa de su mejor amigo Surt hasta que consideraba que ella dormía y entonces regresaba, no sin antes echarse perfume de mujer y tomar unos tragos de whisky. Todo había sido para que ella lo valorara tal como era, diferente a como eran sus hermanos los príncipes y el rey.
Milo al fin era feliz, realmente feliz y sólo había una cosa que debía hacer antes de considerarse plena.
Camus le había prometido que una vez que el pequeño tuviera más edad, la acompañaría en el viaje que deseaba hacer.
Unos golpecitos en la puerta y su amado esposo que entraba con una gran sonrisa.
-Mi señor, el pequeño Owen ya duerme...
Un beso en la comisura del labio fue lo que obtuvo como respuesta. Se acercó a la cuna para besar a su retoño, dándole la espalda y Milo quedó ensimismada por la acción y la visión que tenía frente suyo.
Lo deseaba pero no se atrevía a pedir algo así, nunca se habían amado realmente, sólo había sido sexo y humillación.
Camus pareció sentir la mirada sobre sí y, girando, la tomó de la mano para hacerla parar y sacarla de ese lugar.
Caminaron hacia el exterior de la casa, Milo nunca había prestado demasiada atención a sus alrededores y debía reconocer que era un lugar hermoso.
Los campos sembrados se sucedían, los corrales con animales domésticos y los alambrados que delimitaban los apartados con caballos y ganado ovino y bovino.
Milo observaba todo lo que sus ojos le mostraban pero su mente estaba en la mano gentil que la guiaba. Tironeó apenas y Camus la miró fijamente.
-Yo... yo quisiera... tú sabes...
-Yo también quiero, pero deseo llevarte a un lugar especial...
Milo no supo si él había entendido el mensaje pero se dejó guiar. El corazón le latió fuerte cuando llegaron a una glorieta que parecía sacada de algún cuento.
Sus paredes cubiertas de flores y plantas rastreras, las escaleras y cercas bien cuidadas, el barandal de metal labrado, todo en medio de la nada, le daba sensación de cobijo y privacidad.
-¿Te gusta? Estaba abandonada y, en este año la he ido refaccionando y equipando para traerte algún día...
-¿En serio has armado y cuidado este lugar tan hermoso para mí?
-Milo, las cosas no empezaron bien entre nosotros, pero cambiaste y te convertiste en la persona que siempre soñé para compartir mi vida... ahora que tenemos una familia, es hora de que nosotros seamos la pareja que ambos anhelamos...
Milo se sintió sobrepasada por emociones que fluían sin pedir permiso y con miedo, apoyó su cabeza en el brazo de Camus, quién la abrazó con cariño.
-Ven, te mostraré algo más...
El interior era increíble, con una decoración digna de reyes, los tapices que cubrían las paredes y el piso, los almohadones de diferentes tamaños y mantas coloridas en tonos claros, todo le recordaba una niñez que creía olvidada en el fondo de su corazón, una que tuvo por corto tiempo pero que fue feliz junto a su madre y Kardia.
Las lágrimas cayeron raudas y pudo sentir el abrazo contenedor de Camus junto a una sonrisa amable.
-Me informé sobre las costumbres de Atenas. Es un regalo que debió ser de bodas pero bueno... es-
La boca de Milo acabó con la verborragia del joven, que pronto tomó las riendas de la situación y profundizó el beso.
Era como aquella primera vez, se necesitaban pero querían ir tranquilos y disfrutar de ese instante que tanto se les negó.
Se tomaron su tiempo, se dedicaron a conocerse, a reconocer cada centímetro de piel del otro, bebiendo de la belleza ajena; cuando los cuerpos se unieron al fin, cuando Camus entró con delicadeza en Milo, ella lloró en sus brazos, se sentía amada, deseada, miles de sentimientos se abrían en estampida y sólo el deseo de que no fuera un sueño la mantenía alerta de lo que sucedía a su alrededor.
-Dime que esto es real, Camus... moriría de tristeza si fuese una mentira o un invento de mi mente...
-Todo es real, mi princesa, y es todo por y para tí...
Su sonrisa era amplia, llena de amor y Milo se perdió en ella, feliz de escucharlo. Sus piernas se enroscaron en la cintura de su esposo y la danza más antigua del mundo empezó.
-Te amo, Camus...
-Y yo a tí, mi princesa, mi Milo...
Las palabras sólo sirvieron para encender más sus cuerpos, los que se movían deseosos y llenos de placer.
La felicidad había tardado, pero cuando al fin llegó, ambos habían aprendido a respetarse y amarse. Su historia cerraba una etapa y dejaba un libro lleno de páginas en blanco para que escribieran juntos.
Este capítulo va dedicado especialmente a mi querida amiga @CapriLady31, quién me ha esperado con una paciencia terrible y espero le guste el resultado. 😊❤
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