3- Amor fraternal
-¿Qué te pasa hoy, Aioros? ¡Ponte de pie y defiéndete!
El maestro de armas se encontraba en la posición inusual de tener que gritarle al príncipe heredero al trono y estaba claramente incómodo con la situación.
Aioros apretó los dientes y se enderezó a pesar de que todo lo que quería hacer era acurrucarse como un ovillo y descansar. Un dolor agudo le había estado atravesando el estómago de forma intermitente desde que su padre lo había llevado a la cama la noche anterior.
No se atrevía a quejarse del extraño y nuevo dolor o el maestro de armas, Dohko, lo enviaría a los curanderos y no quería tener nada que ver con explicar el acto que había causado ese dolor.
-¡Vamos, Aio! Eres el mejor espadachín de la Torre. ¡Sé que eres mejor que él!
Aioria gritaba el aliento desde su lugar al margen.
-Se supone que debes ablandarlo para Kardia y para mí.
Una mirada rápida y una mueca que podría confundirse con una sonrisa, fueron disparadas en dirección al menor.
Empujando más allá del dolor persistente, Aioros se abalanzó sobre Dohko.
Aioria tenía razón. Si él no cansaba al hombre mayor primero, Dohko probablemente dejaría sin aliento a los dos niños más pequeños cuando llegara su turno.
Volcando toda la frustración y el dolor de los últimos meses hacia el exterior, Aioros atacó al maestro de armas como si él fuera la causa de todo lo malo que le estaba sucediendo.
-¡Sí!. ¡Maravilloso!. ¡Mucho mejor!. ¡Ese es mi chico!.
El hombre sonaba encantado.
La frase enfureció a Aioros más allá de lo razonable. Estaba incómodamente cerca de otras palabras cariñosas que rápidamente estaba aprendiendo a odiar.
-YO...
Aioros golpeó con saña. El ataque hizo retroceder a Dohko.
-NO...
Acero contra acero resonó con fuerza.
-SOY...
Gritó las últimas palabras.
-TU CHICO!
Un movimiento salvaje se deslizó por debajo de la guardia del maestro de armas y si el hombre no se hubiera arrojado hacia atrás sobre su trasero, la punta de la hoja de Aioros le habría abierto las tripas.
Tal como estaba, el príncipe se sentó a horcajadas sobre la forma postrada y su espada se apoyó, temblando, justo en la garganta de Dohko.
-Aioros...
Aioria estuvo al lado de su hermano mayor en un abrir y cerrar de ojos.
-Aio...
Alzó la mano para apoyarla con cautela sobre el antebrazo tembloroso del príncipe.
-Puedes parar ahora...
La otra mano del pequeño, se movió para cubrir los dedos temblorosos que envolvían la empuñadura de la espada.
Una leve neblina todavía marcaba los ojos gris azulados de Aioros, incluso después de que los volvió hacia su hermano pequeño.
-No estoy...
Aioros se humedeció los labios.
-...no me siento bien... Creo que necesito un poco de agua...
Aioria asintió y tiró de la espada. La soltó y el pequeño tuvo que esforzarse para sostener el arma pesada.
-No... dormí bien... anoche.
Aioros se alejó. Una fina sonrisa cruzó sus labios y se desvaneció tan rápido como había llegado, cuando acarició con el dorso de los dedos, una de las mejillas de Aioria.
-Lo siento... Estoy haciendo todo lo posible para mantenerte...
Su boca se cerró de golpe.
-Voy a subir a mis habitaciones. Sólo necesito un poco de descanso. Mi estómago... debe ser algo que comí...
-Iré también. Te leeré...
Ofreció Aioria.
La cabeza del príncipe se sacudió antes de encontrar su voz.
-No. Sigue con tus lecciones...
Lanzó una mirada hacia Kardia. Quizás no era tan malo después de todo que Aioria tuviera a alguien que le hiciera compañía.
-Sube más tarde. Tal vez después de tu almuerzo. Quédate con Kardia por ahora, pequeño...
Dándose la vuelta, Aioros desapareció en el interior, dejando su espada en manos de su hermano.
El abandono de su arma, más que cualquier otra cosa, hizo que todos en el patio de entrenamiento fruncieran el ceño y miraran con preocupación y desconcierto al príncipe que se marchaba.
Los truenos sacudieron las persianas y los relámpagos atravesaron las grietas de la madera, mostrando todo en la habitación en líneas marcadas.
Aioria, sentado en su cama, consideró ir junto a Kardia.
El otro chico había demostrado ser una compañía agradable desde que se había mudado a las habitaciones del pequeño, pero no era más que otro niño.
La pesadilla que se venía repitiendo durante bastante tiempo y que aún rondaba por la mente de Aioria, y la noche agitada por la tormenta, exigían una presencia más tranquilizadora.
Era un camino largo y oscuro, pero el pequeño se lo sabía de memoria.
Lo tomó en una carrera rápida. Fragmentos de su sueño aún estaban vívidos como siempre, se negaban a irse y Aioria simplemente no tenía el corazón para enfrentarlos esa noche.
Considerando la completa desolación de las escaleras y pasillos, era muy tarde o extremadamente temprano.
Aioria entró en la suite de Aioros y cruzó la sala de estar sin el menor tropiezo ni dificultad.
Las persianas herméticamente cerradas de la habitación de Aioros, eran más nuevas y estaban mejor ajustadas que las del cuarto de los niños. Sólo el sonido de la tormenta invadía la habitación, nada de luz.
Aioria encontró el camino a la cama, más por la memoria que por la vista.
Incluso deslizarse en el calor de las mantas de Aioros fue relajante.
-Aioros
El pequeño se retorció en la amplia cama, moviéndose hasta tocar a su hermano.
-Aio, ¿puedo quedarme aquí esta noche?
La pregunta era una formalidad. Aioros nunca se negaba.
-¿Pesadillas otra vez, pequeño?
El tono del príncipe estaba confuso por el sueño.
-Acurrúcate cerca mío...
Unos brazos fuertes buscaron y envolvieron al cuerpo más pequeño y helado.
-¿Fueron esos ojos negros otra vez, pequeño? ¿O fue por mamá esta vez?
-Los ojos... y las alas también, o tal vez era un manto al viento... La cosa con esos ojos, te lleva lejos y nunca vuelves... Grito y grito, pero no escuchas... Yo Odio ese sueño. Simplemente lo odio...
Aioria susurró, presionando su frente contra el hombro del mayor, sus pequeños dedos apretaban la tela del pijama de su hermano.
-No creo que quiera hablar de eso ahora... No en medio de la oscuridad...
-No voy a ir a ninguna parte, amor...
Los dedos de Aioros acariciaron el cabello rizado y mojado por el sudor frío de su hermano, levantándolo para permitir que el miedo se desvaneciera junto con la humedad de su piel.
-Te tengo, mi amor. Yo te protegeré. Mi espada cuelga justo allí. Nada puede atraparte aquí, no mientras te proteja con mi vida.
Cada palabra resoplaba tranquilizadoramente contra la parte superior de la cabeza del pequeño.
-¿Y si es un dragón?
-Le cortaría la cabeza...
-¿Y si es un fantasma cubierto de algas y cadenas?
-Le daría vueltas en sus propias cadenas y lo tiraría por la ventana...
Aioros dejó escapar una risa débil. Aioria se estremeció y se acurrucó más cerca.
-¿ Y qué pasa con esos ojos?
La tercera pregunta, como de costumbre, era la única que importaba.
-Ni siquiera ellos, mi único amor. Confía en mí...
Aioros depositó un beso en el suave cabello de su hermano.
-¿Te gustaría una historia, Aio?
-No una historia de guerra esta noche...
Fue la petición susurrada.
-Algo bello, suave... Algo sobre tí y sobre mí... y mamá... Algo de cuando yo era un bebé...Algo con mucho sol...
Aioria suspiró y la larga pausa delató que su hermano estaba teniendo un pequeño problema con la solicitud.
Probablemente era la parte del sol, se dio cuenta el pequeño. A su mamá no se le había permitido aventurarse más allá del círculo más interno de la ciudad, después del nacimiento de Aioria.
-Eras muy pequeño...
Empezó finalmente Aioros.
...Estabas aprendiendo a caminar...
Sonrió contra el cuero cabelludo de su hermano.
Era temprano en la mañana en pleno invierno, así que todos estábamos adentro. Mamá estaba cosiendo, así que abrió una de las persianas para dejar entrar algo de luz. Un rayo de luz tan brillante, que convirtió el cabello de mamá en una corona... y era tan cálido como la primavera cuando cayó dentro.
Cuando mamá se sentó y acomodó su costura, una nube de partículas de polvo se levantó...
Casi inconscientemente, Aioros meció a Aioria entre sus brazos.
-Cada pedacito de ese polvillo se encendió como fuegos de mil colores. Te reíste y aplaudiste, lo que hizo que moviera más rápido... luego trataste de bailar con los destellos...
Brazos apretados a ambos lados del pequeño cuerpo.
-Tuve que agarrarte porque te mareaste y te caíste. Estábamos tirados en el piso y tú seguías señalando las partículas coloridas en el aire. De vez en cuando, mamá sacudía la costura para que se arremolinaran más trazos de polvo... todo era por tí, por la alegría de verte sonreír feliz...
-Te amo, Aioros...
Aioria murmuró distraídamente, su cuerpo se suavizó en el sueño. Otro suspiro salió disparado contra la piel del mayor.
-Más tarde ese día, mamá y yo colgamos cuerdas del techo de la guardería con pequeños adornos de hilo dorado colgando de ellas... justo encima de tu cama. Soplabas y se movían... y yo seguía teniendo que desenredarlos.
-Mmm... siempre cuidas... tan bien... de mí...
Cualquier otra cosa se perdió, cuando Aioria se quedó dormido, su respiración se volvió lenta y uniforme.
Y Aioros sonrió entre sueños, feliz de quitar los miedos y pesadillas de su único y pequeño amor.
A la inversa de la última vez que una gran reunión de soldados y equipo llenó el patio del castillo, Milo ahora observaba el espectáculo desde un costado, mientras todos se preparaban para irse.
El último año había aumentado un poco su altura y la de Kardia. El cabello de Milo estaba más largo y cuidadosamente peinado...
Kardia comenzaba a ensancharse a la altura de los hombros y ambos estaban mejor ataviados que el año anterior.
-¿Tienes que ir hasta el istmo de Corinto?
Aioria estaba de pie en el patio, agarrado con fuerza a los estribos de la silla de montar de Aioros.
-Te habrás ido por mucho tiempo.
Miró a su hermano con una clara mirada de dolor.
-¡DEJA DE LLORIQUEAR!
Káiser instó a su propio caballo hacia Aioria, lo que obligó al niño a soltar las correas y alejarse para no ser pisoteado.
-No puedo dirigir este reino si me quedo en la Torre por siempre...
Anunció el rey con altivez.
-Y Aioros no puede conocer la tierra que algún día gobernará, solamente a partir de mapas polvorientos y relatos del mundo de otros hombres...
-¿Cuándo regresarás?
Cambiando de un pie a otro, Aioria intentó ver más allá de su padre.
-Probablemente para el invierno...
Respondió Káiser vagamente.
-Tal vez más tarde, dependiendo de lo que descubramos durante el recorrido...
Su atención se desvió.
-Quiero que esos carros comiencen a andar ahora. Tomen la ruta que describí lo más rápido posible. Espero un sitio aguardándonos cuando lleguemos en dos días.
Planeaban quedarse en posadas siempre que fuera posible, pero Káiser había hecho arreglos para estadías más largas en algunas áreas.
Aprovechando la distracción de Káiser, Aioros captó la mirada de Aioria.
-Te enviaré mensajes siempre que la situación lo permita, pequeño.
-Vuelve sano y salvo. Por favor, Aio... Eso es todo lo que necesito...
Clamó Aioria antes de retroceder fuera del alcance de los cascos y los cuerpos grandes.
-Siempre lo hago... Siempre lo haré...
La sonrisa de Aioros era deslumbrante.
-Siempre volveré por tí, hermanito. Lo prometo...
El movimiento había acercado a Aioria lo suficiente como para que Milo y Kardia sólo estuvieran a unos pocos pasos para pararse junto a su medio hermano.
Vacilante, la mano de Kardia se levantó y se posó sobre el hombro de Aioria, ofreciéndole consuelo.
El contacto hizo que una mirada de sorpresa cruzara el rostro de Aioria, pero el gesto no se eliminó.
La expresión de Aioros fue menos amable cuando vio la acción. Frunció el ceño sombríamente hasta que Káiser apareció de nuevo en su línea de visión.
Bajo el escrutinio del rey, las emociones de Aioros se congelaron hasta convertirse en una máscara.
-Haz caso a tus maestros y mantente alejado de mis aposentos privados...
Instruyó Káiser, una vez más.
El rey hizo un gesto de impaciencia a Aioros para que montara, antes de instar a su propia montura a caminar rápidamente.
Aioria no pudo contenerse. Se soltó de la mano de Kardia y corrió unos pasos por el patio, persiguiendo a los jinetes.
-¡AIOROS!
Padre lo despreciaría por el arrebato, pero Aioria había dado voz a las emociones que lo desgarraban, en caso de que algo sucediera mientras estaban separados.
-¡TE AMO, AIOROS!
Pasarían meses antes del ajuste de cuentas por una demostración tan 'poco masculina'de su parte y, con suerte, Káiser se olvidaría de todo.
No se oyó ningún sonido, pero Aioria, cuya mirada estaba fija en su hermano, vio a Aioros silabear las palabras en silencio: "YO TAMBIÉN TE AMO".
Eso tendría que ser suficiente, porque el padre eligió ese momento para patear al semental de Aioros, asustando a la bestia para que acelerara el paso.
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