Valentina no sabía
Valentina abrió la puerta del departamento y se deshizo de los zapatos. El contacto con el cerámico del piso le provocó frío, así que dio tres saltos hasta la alfombra y se estiró cuán larga era en el sillón exhalando un profundo suspiro, aferrada al almohadón arco iris que le tejió su abuela. Un viernes más—su madre le había advertido que la vida de ciudad podía ser muy solitaria para una chica acostumbrada a conocer a todos.
La oportunidad de trabajar en el banco era excelente, pero luego de seis meses extrañaba los dorados amaneceres cordobeses, el cerro tan visitado por los amantes de los "encuentros cercanos" y la energía cósmica que allí circulaba—según argumentaban—, era su casa después de todo.
Quiso dejar de pensar y encendió el televisor para darse ánimos. La publicidad de un gato gigante le sacó una sonrisa, amaba los gatos pero el consorcio los prohibía. De pronto recordó el paquete enviado por la abuela, sabía que seguramente allí estarían los quesitos de campo y el dulce de membrillo esperándola, tenía que guardarlos en la alacena junto con todos los otros que no llegó a consumir. Abrió la caja, esta vez tenía algo más: una nota de su abuela y una bolsa de papel madera con ... ¿tierra?
Empezó a leer el papel y le parecía escuchar la voz de la anciana repitiendo las palabras "Querida nieta, te parecerá raro lo que te voy a decir, pero siento que la tristeza te está debilitando las energías..." —el encabezamiento no era habitual y prefirió sentarse para leer con calma el extraño mensaje.
"Sabía que en algún momento te irías de casa y ya es tiempo de que te cuente tu historia" —Valentina se acomodó mejor y continuó leyendo con curiosidad.
La nota seguía "tu abuelo, tu papá y yo no llegamos de otro continente, vinimos de un poco más lejos... de un punto del espacio al que los telescopios no alcanzan... no estoy loca, no te asustes; pero es por esa causa que vos te sentís extraña en todos lados. Te mando un regalo, esa tierra es de "nuestra tierra" y puede hacer crecer cualquier cosa que quieras, ponela en una maceta y verás".
Valentina estaba estupefacta, su abuela siempre fue rara y a su madre nunca le agradó, por eso no se lo contaría, no fuese que la encerrara en algún sitio. Fuera de ellas dos, no contaba con otra familia, su padre fue hijo único y falleció cuando era chica. ¡Lindos cuentos inventaba su papá!, de un planeta con cielo muy verde, aguas doradas y eterna primavera. Un escalofrío le recorrió la espalda, ¿y si no eran cuentos?, ¿y si quedaron varados allí sin poder regresar? Sin pensarlo dos veces, agarró una maceta del balcón, tiró la tierra en un diario y volvió a llenarla con el regalo de la abuela, dejándola sobre la mesada de la cocina, desde dónde la miraba de reojo. Luego de unos momentos se incorporó decidida ¡Vamos a ver!—desafió enterrando una moneda. ¿No pasa nada?, ¡era de esperarse! Entonces agregó el carozo de la manzana que estaba comiendo y, como no había indicios de nada, siguió viendo la tele enternecida por aquella publicidad del gato; entonces se le cruzó una idea: el dinero en realidad no le interesaba, las manzanas no le gustaban, los gatos estaban aparte. Buscó una pila de revistas viejas hasta encontrar promociones de alimentos para mascotas, allí estaba la imagen de un precioso gatito, la recortó y la enterró en la maceta, retirando previamente el carozo y la moneda. "Puedo estar loca como mi abuela, pero con intentar no daño a nadie".
El sábado lo ocupaba siempre en el lavadero preparando la ropa para la semana, así que se acostó temprano y se olvidó de lo acontecido. Por la mañana, iba a salir con la muda de ropa sucia, pero se detuvo en seco al oír un maullido que la dejó pasmada. Unas orejitas negras asomaban sobre la tierra y ojos muy verdes y curiosos la miraban fijo. Tamaño susto se dio la chica que todo terminó en el piso y corrió a llamar a la abuela, sabiendo que ella prefería el teléfono de línea.
—No tengas miedo—reía la anciana—, es para que te haga compañía hasta que encuentres al que te falta, ¿porqué te pensás que te sentís incompleta?, nosotros no llegamos solos, somos muchos desperdigados y cuando se acerca el momento adecuado salimos a buscarlo. El gato es real porque es producto del anhelo de tu corazón, cuando no estés dormirá y cuando vuelvas te acompañará.
El sábado finalmente no salió y los dos pasaron un día genial comiendo atún y viendo películas de amor. Pompón dormía en su falda. Ya anocheciendo, tocaron el timbre y vio por la mirilla a un joven de rostro amigable y simpático que esperaba fuera.
—Hola, soy Teo, tu vecino—se apresuró a aclarar—, vivo acá desde hace un año. Te quería pedir un favor. Es que mi tía me mandó tierra de mi pueblo y como no tengo balcón, tampoco macetas. Si me prestás una, te la devuelvo en la semana.
Nunca lo había visto hasta ahora, a lo mejor era el que estaba buscando.
—Pasá y elegí que yo tengo varias.
—¡Gracias!, pero ¡qué hermoso gatito!—afirmó acariciando a Pompón.
—Sí, era él.
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