Sábado de gloria
"¡A lavarse la cara todo el mundo"—gritaba mi abuela a las 10 de la mañana.
Cincuenta años son muchos en la vida de una persona, pero un aleteo sutil en la línea del tiempo. Las costumbres se van modificando vertiginosamente y, muchas veces, los pequeños detalles quedan sepultados en una esquina olvidada, bajo la mampostería descascarada de los recuerdos.
En mi infancia, los días que precedían a la Pascua se vivían con recogimiento y duelo, reinaba el silencio en la calle, no se escuchaba música, nadie reía.
"A las 10 de la mañana todas las aguas están benditas"—repetía mamá.
En mi mente infantil, yo no concebía como podrían estar benditas las aguas si Cristo yacía muerto en las frías piedras del sepulcro. Pero crecí y como somos parte de las creencias, los ideales y sueños de quienes caminaron antes de nosotros, por fin lo entendí:
Él no estaba allí, ya había llegado a la presencia del Padre y en la gloria recibía su abrazo amoroso, por ese motivo el agua de la vida nos bendecía; al día siguiente resucitaría para dar testimonio de la grandeza de Dios en todos los siglos por venir.
Mamá ya no está, pero yo sigo con la tradición. Queridos amigos, mañana a las 10 no olviden lavarse la cara
¡Felices Pascuas!
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