Mundo perfecto


Primero, todo empezó como una noticia lejana. Poco a poco, los medios masivos de comunicación se esforzaron en crear conciencia de que este nuevo virus mataba gente de toda raza y no discriminaba fronteras. Muchos coincidieron en que era peor que el SIDA, puesto que no se sabía a ciencia cierta de dónde surgió en principio y el porqué de su rápida propagación.

"No es para preocuparse, más bien para ocuparse" era el mensaje que circulaba, pero las personas en general tienden a caer en el pánico y de una manera, casi inconsciente, decidieron  aislarse— cualquier cosa era mejor a la sospecha de que nuestro vecino estuviese contagiado.

"Primero te duele la garganta, después tenés fiebre y al final te morís" —fue la voz que recorrió el planeta y, en poco tiempo, la ciudad se transformó en un pueblo fantasma donde la vida brillaba por su ausencia. Desde las ventanas de sus casas, dos jóvenes se observaban, primero con curiosidad, luego con creciente interés: Manuela tenía 16 años, estaba en el cuarto año del bachillerato cuando se desató la tragedia. Mateo ya estaba terminando la escuela técnica, ilusionado porque en la muestra de fin de año serían presentados sus proyectos como destacados y, seguramente, sería reconocido a nivel provincial; tal vez hasta recibiría una medalla, pero todo quedó en la nada cuando las autoridades decretaron el toque de queda. Nadie salía de sus casas, nadie podía tener contacto directo con otro ser humano que no fuera su propia familia, dentro de las paredes del hogar.

Dos veces al día, los camiones hidrantes provistos de desinfectantes irrigaban las calles. Los trabajadores portaban trajes similares a los astronautas que la Agencia Espacial les había entregado. Una comisión científica revisaba los alimentos que se dejaban en la puerta de las casas y eran retirados cuando se les daba la orden mediante una alarma.

"Son tiempos de guerra. El enemigo es invisible y la lucha dura, pero estamos resistiendo, falta muy poco para encontrar la cura" —la radio, último medio que sobreviviera a la debacle, repetía sin cansancio esta frase.

¿Qué hacer cuándo el mundo que conocimos ha desaparecido? ¿Cuándo el cuerpo duele por la ausencia de otro cuerpo que nos reconforte? Y en medio del infierno aséptico y desesperanzador aquellos que se miraban comenzaron a amarse, con los ojos y con el pensamiento. Cada vez que la madre de Manuela la sorprendía en la ventana corría las cortinas y la mandaba a su cuarto. Los libros eran los sobrevivientes de todos los horrores a lo largo de la historia de la humanidad y los leales compañeros. Para las personas comunes no había teléfonos, la internet desapareció luego de una oleada de muertes que dejó el sistema sin soportes técnicos. Solo el ejército, y los científicos, contaban con el equipamiento para hacer frente a la nueva realidad global. Los hogares diezmados perdieron muchos de sus miembros. Manuela tenía a su madre y una hermana menor, el padre y los abuelos murieron el año anterior. Mateo estaba solo con una tía, la única de su familia que no enfermó.

El tiempo puede ser muy tirano con la premura de la juventud, que necesita el abrazo, el aliento cálido que encienda la piel y el beso que se percibe y se desea. Y un día, luego de que los vehículos que transportaran los alimentos se retiraran, Manuela y Mateo se miraron y apoyaron su mano en el vidrio de sus ventanas. No hizo falta más, rápidamente, ambos corrieron hacia la puerta de sus hogares. La madre de ella y la tía de él no pudieron detenerlos, el amor es avasallante y no acepta excusas.

En la mitad de la calle se encontraron, se fundieron en un largo abrazo, luego sus bocas se reconocieron y el momento se hizo eterno. A lo largo de la calle, las personas, primero asombradas, luego buscando el valor que dormía en ellos empezaron a salir, se cruzaron, se saludaron. Las alarmas sonaban, los altavoces advertían del peligro, la radio había comenzado a dar cuenta de lo que pasaba: "En la calle de la esperanza, todo el mundo se encuentra fuera de sus casas". Ese fue el principio, para la tarde, la noticia se conocía en los sitios más apartados.

Se puede vivir con miedo por mucho tiempo, pero si se vive un segundo con amor, todo vale la pena.

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