Lo que el viento nos dejó
El viento es una de esas cosas impredecibles que nos sorprende y nos deja despeinados por dentro y por fuera. Por mi punto cardinal en el mapa, diciembre es pleno verano, calor, cielo despejado, pajarillos cantando y calma en el aire. Bueno, al menos en lo que dictaría la lógica.
Este último sábado me invitaron a formar parte de una feria de emprendedores y luego de tanto tiempo resignada al encierro aproveché la ocasión, protocolo mediante, de intentar convencerme de que la vida continúa a pesar de todo y, acomodando algunos bártulos, me dispuse, con ayuda de mi hija, a trasladarme al predio al aire libre donde se celebraría el evento para ofrecer mercaderías diversas en ocasión de las fiestas de Navidad y Año nuevo.
Mi profesora de danzas, organizó el lugar y proveyó de las mesas y sillas necesarias, pero la naturaleza no fue muy amable con todo el esfuerzo. Cercana a la hora de ocupar nuestros respectivos lugares comenzó a soplar el viento, los nubarrones se instalaron en el cielo y el panorama se presentaba amenazador.
Con toda la buena disposición de que éramos capaces nos ubicamos en un espacio, del cual nos debimos trasladar casi de inmediato, porque comenzaron a desprenderse grandes ramas de los árboles presentes y caer con fuerza en el sitio en que nos encontrábamos. Ni lerdas ni perezosas tirábamos de la mesa, mi hija, la profesora y yo en busca de un nuevo lugar más a resguardo; sin embargo, el viento empezó a soplar con furia y por todo el descampado volaban los productos de distintos emprendedores. Con mis dos brazos, yo intentaba sujetar una pila de jeans que caía en forma de dominó, mientras mi hija atajaba las carteras y zapatillas que montaban en las ráfagas. Ni pies ni manos lograron estabilizar el descontrol así que decidimos guardar todo tal y cual lo habíamos traído y sentarnos a contemplar el espectáculo de danza en espera de que ni profesora ni alumnas terminaran arrancadas de la tierra para aterrizar en el mundo de Oz.
Ya no se puede confiar ni en diciembre para sentarse plácidamente a disfrutar de una tarde de verano. Una vez en casa supimos que el famoso viento alcanzó una velocidad de noventa kilómetros. ¡Ojalá que se llevara de una buena vez el virus que aqueja nuestro tiempo!, sería consolador pensar que es posible. La esperanza todavía es gratis ¡Feliz Navidad!
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