Él es un aventurero de mil caminos: algunos a pie, otros en bicicleta.  Yo creo que busca un rincón en el mundo para elegir como suyo. En su mirada distraída, se puede ver al niño que no olvida la magia y el asombro. A veces se impacienta y la ansiedad no le permite quedarse quieto. Entonces cierra y abre los ojos en un intento por despejar la molestia de tener que esperar, cuando quisiera apurar el tiempo para que corra a su favor.

Tiene esa capacidad especial de hacerse querer, porque no existe manera, de que al conocerlo no lo quieras. Es de esos tipos del abrazo cálido y el gesto cordial, que llenan la vida de los que caen dentro de su órbita. Hoy, mientras saboreo la cerveza artesanal, elaborada en sus ratos de ocio,—que conociendo mi debilidad me ha obsequiado— no puedo dejar de sonreír. 

Emi no es mi hijo, simplemente porque estuvo destinado a otra mamá, que tuvo mejor suerte.