Compañera


Era mi abuela, una pequeña mujer cubierta en pesados vestidos, aún en verano.

El pañuelo que adornaba su cabeza ofrecía su aspecto inmaculado, oliendo a jabón y sol de patio de tierra suelta, regado a mano y balde apenas llegaba la tarde. Esta prenda, solo abandonaba su cabeza al abrigo de la noche, cuando cepillaba la abundante cabellera ondulada, otrora furiosamente cobre, blanca nevada ahora, frente al espejo.

 Yo la miraba con expectación y asombro, ante las chispas de plata que parecían emerger de su aura como una imagen divina a contraluz de la ventana.

¡Yo la amaba!, con la seguridad de entendernos, sin palabras.

Tenía cosas traídas del campo, que a mi madre la sacaban de quicio:

—¡Mamá! ¿Cómo se le ocurre llevar a la nena a juntar basura? —reclamaba mi madre con enojo—, y es que mi abuela tenía un gallinero con dos o tres gallinas y frente a casa, en un terreno baldío, la verdulería descartaba los vegetales algo marchitos que no se vendieron la jornada anterior. Era entonces, cuando mi abuela bolsa en una mano y en la otra... yo, cruzaba la calle para iniciar la recolección de lechuga, cosa que a mí me divertía, y hacía que mi madre estallara en furiosos reproches.

Mi abuela manejaba, con el resto de los humanos, —la dulzura la reservaba para mí— un lenguaje crudo y directo, sobre todo cuando se consideraba menospreciada.

Una de sus frases quedó para la historia, cuando la farmaceútica que la atendió se rio de ella porque no sabía pronunciar correctamente el nombre de un  medicamento. Con soberbia la trató de ignorante. Fue entonces, que cansada de tantas vueltas, mi abuela le espetó directo a la cara de la profesional "Si vos entendés lo que te pido ¿Por qué te burlás de mí?, sí al fin y al cabo "Un culo con calzón y un culo sin calzón, siguen siendo un culo". 

Semejante ofensa, hizo que la mujer se negara a vender el medicamento para el corazón, del que sufría mi abuela, como casi todas las personas sensibles.

En otra oportunidad, como acostumbraba caminar largas distancias, se traía cosas del camino y generalmente las transportaba sobre su cabeza. Así apareció un día con una pelela (bacinilla) enlosada por sombrero y que había transportado por unos diez kilómetros. Mi madre casi se cayó de la silla del patio y nosotras la mirábamos sin entender el motivo de su enojo.

Mi abuela me acompañó hasta mis seis años. Entre recuerdos difusos aparece en una cama pidiéndome que la ayudara a arreglarse el cabello y le pintara las uñas.

—Quiero estar linda, porque me voy de viaje —me dijo—. Días antes, mamá la sorprendió hablando con el abuelo—quién murió al nacer ella.

—"Claudio, no me molestes, ya voy a ir". Mi madre sospechó entonces que la partida estaba cerca.

Esa noche, después de dejarla muy linda y darle un beso, no volví a jugar más con ella.

Cuidé las gallinas, hasta que murieron de viejas... y la seguí amando, sin tristezas. Con ese mismo amor incondicional de la complicidad. Mi querida abuela, la compañera de mis primeros años.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top