Cocinando madrugadas


Irremediablemente el otoño se acerca. Lo sé porque suelo esperar el amanecer a una hora precisa, condicionada por la ansiedad, pero los últimos días advierto con desagrado que la llegada del sol se hace rogar. El rayo de vida parece debilitarse, sojuzgado por las sombras.

 En puntas de pie, sin hacer ruido, me levanto y comienzo mi tarea. Sería una pérdida de tiempo no aprovechar la oportunidad para hacer algo útil. Paulatinamente, la noche se aleja y me encuentra amasando medialunas para la familia que descansa el trecho final, antes de comenzar la rutina. 

No tener sueño se puede tornar una complicación para alguien que no mantiene una buena relación con la noche. En esto de esperar el alba, a veces tengo la sensación de que llevo siglos amasando en el mismo cuarto, prisionera de la oscuridad, rogando por el rayo de luz que me rescate de la cárcel del otoño que apenas se insinúa. A todo esto, los beneficiarios de mis entredichos con las tinieblas se van deshaciendo de la modorra atraídos por el aroma de cocina trabajando: café con leche para unos, mate espumoso y perfecto para otros. Son las seis de la mañana, el rey dorado me premia con su caricia y las medialunas salen calentitas.


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