Buenos recuerdos
Maite entró en el bar luego de un día agotador con agenda repleta. La noche perfecta de un noviembre en Buenos Aires servía de marco a su atractiva belleza. Ella era una mujer segura y decidida que cursaba las últimas semanas de la década de los cuarenta, aunque nadie que la viera por primera vez pudiera imaginarlo.
"Una copa no vendría mal antes de volver a casa"—pensó, y se ubicó en la barra de madera lustrosa de aquel lugar—. A media luz, bajo la influencia de la música pastosa que invitaba a la intimidad, se sintió cómoda. Su presencia jamás pasaba desapercibida y en esta ocasión fue advertida por el joven rubio, que la observaba sin disimulo del otro lado de la barra esbozando una sonrisa.
Entre el suave murmullo de los clientes y la luz mortecina, el muchacho se fue acercando hasta ubicarse a su lado para iniciar la conversación— trivialidades cargadas de seducción que el lenguaje del cuerpo les dictaba— hasta que, en un momento, todo ese juego salía sobrando.
—Salgamos de aquí—indicó él, señalando la puerta del local con voz imperativa.
La mujer lo siguió sin chistar y, poco tiempo después, la habitación del lujoso hotel acogía los movimientos convulsivos que precedían a los innumerables gemidos de placer que guardó la noche. No hubo nombres ni detalles personales que pudieran crear otra conexión, que no fuera la pasión de dos cuerpos que se acoplaban perfectamente para complacerse.
Se despidieron con un beso perfecto, profundo y sincero. De agradecimiento, por las manos que se deslizaron en la caricia que estremecía, por el roce de los labios, que atrapaban golosamente los pechos mientras los ojos masculinos comprobaban que la receptora de las atenciones disfrutara de la misma manera que él.
Al día siguiente, el marido de Maite llegó del viaje de negocios, apremiado por no perderse el festejo de los cincuenta años de su querida esposa, y el tiempo transcurrió tranquilamente.
La gran noche había llegado. Todo fue pensado minuciosamente: sus flores preferidas, el salón, la música y los amigos de toda la vida. Incluso la sorpresa final estuvo tan bien organizada que la agasajada ni siquiera tuvo sospechas. La hija, que estudiaba en Italia, había volado una semana antes para hacer la entrada triunfal en el evento tan esperado. Los saludos y abrazos emocionados duraron unos momentos tras los cuales la joven se recompuso para hablarle en tono formal y, recién allí, su madre advirtió que había llegado acompañada.
—Mamá, te presento a mi prometido. Quería que se conocieran porque el mes próximo nos casamos. Estoy segura que lo van a amar.
Como ninguno de los aludidos se movía, la chica buscó animarlos.
—Tranquilos, no pasa nada.
Finalmente, el joven de los ojos azules, tendió la mano al suegro que se acercaba feliz por la novedad, y besó la mejilla de Maite.
—Es un gusto conocerla.
—El gusto es mío.
Al mes siguiente, la boda se realizó con toda la pompa y el amante de una noche se convirtió en el hijo político de la hermosa mujer. Ninguno de los dos mencionó nada de aquel encuentro en el bar. A veces, las verdades pueden lastimar a mucha gente. Ambos coincidieron en que era mejor dejar aquella experiencia en el terreno de los buenos recuerdos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top