Un mago miedoso


I.

El mago despegó de su cuerpo el par de alas, pasó por el agujero que usaba como puerta de su casa, y emprendió el vuelo. Un ave de verdad lo vio salir. De inmediato, supo que el mago no podía ser un pájaro real, por lo excéntrico de sus colores, azul eléctrico moteado con estrellas luminosas. El ave se acercó. El mago se asustó y tosió. Su asma empezó a ascenderle por el pecho. El mago se dio cuenta de que el ave no se lo iba a comer; era una buena bestia. Pasó el susto, y también pasó la crisis respiratoria.

—Deberías de cambiar tu camuflaje. Cualquiera sabe que tus rémiges primarias no son auténticas.

El mago saltó hacia atrás. Los animales de colores que hablaban idiomas raros le daban un poco de miedo.

—¿Mis qué? —Mago giró la cabeza y lo miró con el ojo derecho agigantado.

—Tus rémiges. "Alas de pájaro" —contestó Ave alzando las cejas, preguntándose si el mago no tendría instalado google en su tablet para averiguar los significados de las cosas.

—¡Por supuesto que son muy originales!

—Pero no son de ave auténtica —dijo estirando el cuello y abriendo el plumaje—. Auténticas son las mías, verde fosforescente.

Mago decidió que no saldría como tenía planeado. Si esta era de mal agüero, convenía regresar y encerrarse por hoy. Pero, interesado en las cosas extravagantes que decía Ave, lo observó un rato más. A Mago le gustaba mucho saber cosas nuevas. Pero había asuntos de los que era mejor no enterarse, como las noticias del apocalipsis, por ejemplo. ¿Qué hacer? ¿Hablar con él, o, mejor despedirse y entrar hasta mañana? Vivía en un castillo de la edad media que había quedado bajo la tierra del bosque tras años y años de movimiento geológico. Apenas la punta del techo gótico había permanecido fuera, como un hongo, con la abertura por la que solo pajaritos, o seres vivos más pequeños, podrían pasar. Entonces, Ave entendió por qué el mago se convertía en pájaro para salir y entrar. Pero no entendió por qué usaba su magia solo para destrancar la puertita, y no para abrirse una puerta normal.

—Mis encantamientos chispean demasiado. Podrían verme los seres del futuro.

Ave levantó el pico. "Un inmortal con miedo al futuro", dedujo. Los dos tenían ganas de conversar. Mago tomó una decisión: Ave no lucía tan feroz, y la invitó a pasar.

II.

Mago, ya en su casa subterránea, tomó su cuerpo real. Las luces que salían de sus plumas alumbraron un poco aquellas paredes de piedra. Desperezó sus brazos forzudos e hizo tronar su espalda musculosa. Desenrolló su barba hasta el ombligo y la peinó un poco. Separó como un rastrillo los dedos de los pies. Bostezó profundo. Encendió uno a uno los faroles de las paredes de piedra con pequeños fuegos. Los salones estaban decorados con escudos y lanzas medievales. Un verdadero búnker con esculturas con forma de caballeros, santos de tamaño humano, querubines y serafines en la cúpula, que parecían protegerlo todo. Ave se sentó, impresionado, en el hombro de Mago. Casi le da un manotazo. Fue un impulso; su reflejo de lucha. Algunas plumas volaron por el aire. Mago se arrinconó en una silla del salón. Ave lo miró desde la cabeza de una estatua. "¡Qué tipo tan miedoso!". Y el piyama rosado de Mago lo hizo reír. Mago señaló con el índice el cuadro de una señora rubia.

—Fue de mi abuela princesa. Cuando duermo con este puesto, no pienso en fantasmas. Ya así no tengo chillidos de pecho.

—¿A dónde ibas? ¿A la capital?

—¡Por nada del mundo! Salía buscar frutos del bosque. Las cosas cambiaron mucho desde el siglo quince. Me voy disfrazado, porque, como decían las noticias magas, "el futuro será apocalíptico. El ser humano empieza a entrar a las selvas a destruirlo todo".

—Pero... —frunció la frente—, ¿no conocés la ciudad? ¡Yo te puedo llevar al parque de diversiones!

—¡Ni loco iría! La ciudad es un lugar peligroso, lleno de invasores, máquinas tenebrosas, y aparatos que dan malas noticias. Y ya no se hacen espadas como las de antes para defendernos bien.

—Pasó mucho tiempo de eso. Hay cosas más interesantes. —Ave notó que Mago no tenía smart TV, y tal vez ni siquiera conociera nada de lo que se inventó desde el siglo quince en adelante; ¡qué iba a tener una tableta! —. Las máquinas te pueden llevar rápido de un lugar a otro. Hay luces de muchos colores. Hay aparatos que permiten a las personas hablar desde otra parte del mundo. Pasaron muchas cosas, Mago; la brújula, el papel, la imprenta... Sabés que se inventó la rueda, ¿verdad?

Lo que le interesó más, fue que también se crearon alimentos enlatados. Podría almacenar por varios siglos las arvejas no perecederas, y no tendría que preocuparse por la caída de algún meteorito o la venida de los zombies. Pero, ¡claro que la rueda sí la conocía! Ave era un presumido. Se creía tan moderno y desprevenido. Si le aparecieran estos cazadores de hace pocos siglos con sus arcos y flechas, no sonreiría con tanta ligereza.

Mago no podía imaginarse todo aquello de lo que habló Ave. Se despidieron esa noche contentos de haberse conocido. Mago se acostó mirando al techo. Le resonaba lo que hablaron de la ciudad. "¿De diversiones, dijo?". Claro que todo podía ser muy peligroso; después de todo, el presente era el futuro del pasado. Pero le daba también mucha curiosidad. Y se decidió. Iría con Ave, pero solo a sobrevolar la ciudad, bien protegido, con la varita bajo las alas.

III.

A la tardecita siguiente, salieron. Apenas dejaron atrás lo verde, Mago empezó a respirar rápido.

—Tranquilo, Mago. No hay nada a lo que tenerle miedo.

¡Cuántas luces, más brillantes que las estrellas de sus alas, que iban y venían en fila en el camino! ¡Qué castillos tan altos, llenos de ventanitas de cristal! ¿Y qué era aquel carruaje largo, tan fantástico, que llevaba muchísimas personas por un camino pintado? ¡Aquellos caballeros que no andaban a caballo, sino sobre esos tubos flaquitos de dos ruedas! ¡Cuánto había evolucionado la especie humana, que ahora tenía pelos parados y de color fucsia o verde! ¡Hasta los viejos sabios habían perdido la barba! No podía evitar temer, pero tampoco podía no disfrutar de tanta sorpresa. Ave sonrió al ver a Mago emitir rayos de emoción. De pronto, una pantalla gigante se interpuso frente a ellos.

—¡Cuidado! —gritó Ave, pero tarde. Mago chocó, y cayó en espiral hasta el asfalto. Entonces, sí, abajo, donde los transeúntes daban aterradores pasos, era mucho más peligroso. Mago perdió el conocimiento. Ave se sacudía en las orejas de los peatones que podían pisarlo, haciendo que se esquiven— ¡Despertate, Mago!

Entreabrió los ojos. Respiraba cada vez más rápido.

—¡Pronto, Mago! ¡Tomá tu tamaño real! —Mago levantó el ala. Ave sacó la varita. Mago dijo algo en japonés, o quién sabe qué idioma, y le pidió a Ave que repitiera todo. Y ahí se convirtió en sí mismo, grande.

—¡Te pusiste una armadura! —se tapó con las plumas la mirada. Hubiese sido menos vergonzoso el conjunto rosa.

Se llenó de gente alrededor. Ave se escondió entre los rulos de su barba. Mago veía todo, ahora, desde abajo. Muchos rostros sobre sí. Muchas lucecitas chasqueando. "Demasiados magos curiosos", se dijo. Vio cómo con un artilugio, de esos que guardaban todo un mundo dentro de su pantallita, hizo que el mago que lo usaba pudiese contactar con una carroza que llegó relinchando muy fuerte y muy raro. "Como las sopranos, pero mal entonadas", pensó. Lo pasearon acostado. "Qué cómodo puede ser un viaje en este futuro". Rápido, llegó a un palacio de vidrio. Lo elevaron en una cápsula mágica llena de botones por dentro que, además, sabía hablar: "segundo piso, tercer piso, cuarto piso", decía sin gracia.

En un lecho blanco, delgado y alto, lo acostaron.

—¡Quedate quieto, Mago! ¡Hacé lo que te dicen! —habló desde los rulos el ave.

Entró un brujo con algunas hadas. "La humanidad se volvió loca. Ahora estos andan, también, en piyamas. Ya no hay respeto por las capas". En vez de una varita mágica, tenía un artefacto que llamaba "estetoscopio", y que podía capturar los sonidos del corazón y hacerlos rebotar por dentro de un caño, pum, pum, pum, hasta los oídos. ¡Qué buen hechizo!

—Tiene una crisis de chillidos de pecho —dijo—. Vamos a hacerle respirar estos aerosoles con esta mascarilla, y va a sentirse mejor.

"¡Cuánto avanzó la magia! ¡Apenas olí el olor a banana desde la máscara maravillosa, y el aire se deslizó suave por mi pecho!"

—Asma por ansiedad —dijo el brujo —. Usted está muy bien. No está grave. ¿Vive cerca?

"Qué extraño es el arte aquí. Un cuadro muy realista, con una señora con el índice frente a los labios fruncidos. Y otro con una aguja que dice que las vacunas protegen su futuro".

—En el bosque, sir.

—¿Sabe qué día es?

—Por supuesto, sir. Es el futuro del pasado.

El médico hizo una pausa. Leyó la ficha, miró a Mago por arriba de los lentes, y volvió a revisar la ficha. Este era un paciente extrañamente feliz. Tenía miedo a algo, pero no al hospital. Parecía disfrutar de sus tratamientos. Y del aquí y del ahora. Sacó el celular y envió un mensaje al psiquiatra: "Necesito que evalúes un paciente".

—¿Tiene algún amigo o familiar con usted?

—Ave. En mis barbas.

—¿Sabe cómo contactarlo?

—Le estoy diciendo, sir. Pero, ¿voy a volver hoy a mi castillo, o me va usted dar posada aquí?

"Qué raro el hombre", pensó el doctor mirando las armaduras que le habían sacado para ponerle el camisón. "Estos otakus están en todos lados".

—Claro, con algunas indicaciones que va a tener que cumplir. Y pronto va a volver a su control. Pero tiene que haber una persona responsable a su cargo.

—¿No se permiten aves responsables?

—Mascotas aquí, no.

Ave le trinó que no lo mencionara, que dijera sí a todo, que ya tenía un plan.

—Sir, por favor, quiero proteger mi futuro. Necesito el ganado vacuno del cuadro, aquella preciosa obra de arte que elogio con toda mi admiración, y que decora estos aposentos —y señaló el anuncio de las vacunas.

Con una sonrisa por delante, salió el doctor de la habitación. Detrás de él, las hadas.

—Me gusta tu rasta —dijo una antes de salir y sacudió las pestañas. "Puro hechizo", sonrió Mago y dejó caer un poco los párpados.

Ave gruñó un gorjeo y desenmarañó, mechón a mechón, los pelos, con el pico y una pata, porque en la otra traía bien sostenida la varita.

—¡Hey, Mago! ¡Convertime en humano! —Ave creció de golpe. Tambaleó un poquito al tener que sostenerse de pie. Abrió los brazos tratando de equilibrarse, pero fue imposible sin plumas, y se cayó. Mago carcajeó. Este chico de pelo verde flúor fue su mejor truco desde que convirtió a aquel rey en ratón—. ¡Poneme por lo menos calzones, rastaman conquistador!

Hicieron una prueba de vestuario hasta el hartazgo; Ave de aburrimiento, Mago de risas. Entró un nuevo brujo. Ave, que trinaba mucho en español, se quedó callado después de un estallido de dedos del doctor. "Tus ojos te pesan", le dijo. Le preguntó algunas cosas a Mago, escribió mucho, volvió a chasquear los dedos, y se fue. Ave abrió los ojos.

—¿De verdad querés vacunas, Mago? —habló acelerado, sin enterarse de que había dormido un poco.

El brujo principal regresó con el expediente. "Hombre feliz, con un poco de fobia, en proceso de superación", leyó que había escrito el psiquiatra. Mago estaba listo para irse. El médico explicó varias cosas:

—¿Entiende lo que dice aquí?

—Por supuesto. Jeroglíficos en papiro aprendí a descifrar en la academia.

"Qué irreverentes estas nuevas tribus urbanas. ¿Es tan ilegible mi letra?"

—Bueno, alimentación saludable, ejercicios, y sus medicamentos. Va a estar muy bien. Le espero en dos semanas para sus vacunas.

Mago se puso la armadura, tomó su varita y salió. Agarró a Ave de la camiseta, que se estabilizaba mal con sus piernas huesudas.

—Bajá las alas, que los baños en la arena no cuentan —susurró Mago.

Ave dio un apretón de manos al doctor. Salieron por la puerta, se miraron alzando las cejas. "La noche recién empieza".

IV.

Había música en cada tienda. Unos chicos que estaban de fiesta en las veredas, copiaron los pasos de Ave creyendo que era un baile genial. Pasaron frente a un barbershop. A Mago le gustó la barba de los de los cuadros. El gran barbero le dio un corte.

—Tiene que pagar, señor.

—¿Cuántas monedas de oro?

—Prefiero billetes, señor —sonrió el barbero.

—Son papiros, Mago. ¿Puede mostrarnos un "billete", señor barbero?

—Claro. Mire.

—¡Ah, es muy fácil!

Mago tomó su varita y convirtió todo su pelo tirado en el piso en billetes. Muchos billetes. El barbero abrió grande la boca.

—¡Qué barato cuesta todo en el futuro del pasado! —y Mago se fue agradecido.

—¡Vuelvan pronto! —gritó el barbero con una sonrisa que acaparó toda su cara.

A Mago le encantó su nuevo aspecto. "Me gusto", dijo cada vez que vio su reflejo en las vidrieras. Ave sintió gruñir un gigante desde su barriga. Olió un olor maravilloso al pasar frente a otra vitrina.

—Se llama pan —le contó Mago—. Se come desde la edad antigua, y siempre huele bien cuando recién se cuece. ¡Te invito a esta taberna!

Ave disfrutó cada mordisco del pan, que los piadosos cocineros le adornaron con salsa de tomate que se derramó sobre el regazo, y un queso que se estiró desde los dientes hasta la punta de los dedos. Bueno, rémiges. Salieron con la barriga redonda, y todo eso no costó ni dos pelos.

Caminaron por la ciudad entre las luces. Mago liberó a todos los músicos que creyó que estaban atrapados, como su viejo conocido, el genio, dentro de los parlantes. Ave, por fin, se equilibró con los pies. "El mundo es hermoso, ojalá todas las aves pudiésemos batir las rodillas y caminar". Entraron a cines, teatros, buses, taxis.

El sol empezó a apagar las luces. Entre carcajadas y gorgoritos, llegaron al hongo. O sea, a la puerta de la casa. Se hicieron pájaros, y entraron. Prometieron que iban a volver a salir, ya no con el tamaño real de Ave, sino con el tamaño real de Mago. Total, ahora Mago ya tenía sus aerosoles mágicos.

Dos semanas después, volvieron al, dizque, hospital. Mago se curó perfecto. Eso sí, las vacunas no fueron tan geniales. ¿Será posible que, entre tanta tecnología, todavía nadie inventó las vacunas sin agujas? De todas maneras, Mago perdió un poco el miedo al futuro. También Ave salió ganando; un buen amigo que con una varita mágica lo hiciera vivir milenios, no lo tenía cualquiera. Viajaron no solo por esta ciudad; también por otras, y por todo el resto del mundo, al anochecer, al clarear, a la media mañana y a la siesta, durante este futuro del pasado, y hasta el futuro del presente.

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