Diámeter
En un futuro cercano, la humanidad avanzó tanto, que la Tierra se quedó pequeña. Los viajes al espacio eran el plan de vacaciones o el motivo de investigación que la mayoría de las personas elegía. Pero no se había avanzado tanto aún como para eliminar las diferencias de poder adquisitivo en el mundo. Y Saira era una chica, hija de padres trabajadores, pero que no podrían solventar un viaje el espacio. Ella ayudaba mucho; ya había tenido varios trabajos a medida que iba creciendo: como cuidadora de yacarés en el zoológico, ayudante de jardinería de bonsáis, y creadora de juguetes de hilo. Todo eso, mientras terminaba el colegio en la especialidad de investigación científica.
En un juego de fin de año, tuvo suerte. Un supermercado sorteó un viaje en nave a un planeta turístico de la galaxia vecina, la de Andrómeda, con todo pago. Ella ganó.
—Pero, no puedo irme y dejar mi pequeño negocio. Además, de todos modos, necesito plata para el viático, y no tengo ahorros.
—Tenés que irte, hija. Todos vamos a colaborar un poco para tu viaje, pero la experiencia de conocer otro mundo te enseña más cosas de las que ahora puedas imaginarte. Es una oportunidad.
Saira no se había imaginado así las "oportunidades", pero si mamá decía...
—¿Y ustedes?
—No nos va a faltar nada. ¿Cuándo faltó? Nosotros te vamos a esperar acá, en tu hogar —y le puso en el bolsillo una foto antigua de la familia, donde se veía de fondo su casa chiquita recién construida, a los padres, el hermano, el perro y el loro jugando con una pelota de vóleibol.
Una tardecita Saira llegó a Diámeter. Era un planeta muy estético, de una arquitectura pos modernista que llamaba la atención por la redondez de sus estructuras, así como de sus habitantes. «Es extraño», pensó Saira, «cómo pueden lograr esta maravilla los esféricos, si ni siquiera se sabe si tienen vida propia, como los virus: no tienen ojos, miembros, se reproducen por replicación en su ARN, y no pueden comunicarse. Siento tanta curiosidad». Quiso haber llevado la tablet del kit escolar para anotarlo todo, como aprendió del método científico. Pero con ese traje era imposible tomarla con los dedos. «Voy a tener que registrar todo en mi memoria».
Todo eso lo presintió V75, un esférico. V75 y los habitantes de aquel mundo se comunicaban por medio del presentimiento. No sabían con exactitud qué eran el color, las formas, el ruido de las naves de los terrestres, el frío de las temperaturas tan bajas que les obligaba a usar un traje especial, el olor del oxígeno que llevaban. Todo solo lo intuían. Pero a V75 le llamó la atención una palabra de Saira: "siento tanta curiosidad"; "siento".
—¿Qué significa sentir? —emitió ante V76, su clon menor, de una variante más modificada. Porque en este planeta, al revés que los humanos, el que venía después, el siguiente en replicarse, era el que más sabía porque tenía mayor información en su ARN.
—Así llaman los anesféricos a formular vibraciones después de haber recibido un impulso desde otros anesféricos, o de otra cosa.
—¿Como un presentimiento? —formuló el pobre V75, en extremo confundido.
—Es distinto. Ya son raros los anesféricos que pueden presentir cosas, porque se les apagaron los receptores; después de muchos años de evolución, ya no los necesitan.
—Entonces, ¿qué es "sentir"? —insistió el esférico, insatisfecho por la incomprensión. V76 trató de ordenar los pensamientos correctos para transmitirlos de forma sencilla.
—Ellos llaman "sentir" a percibir sensaciones y procesar la información en un núcleo evolucionado que ellos llaman "cerebro". Pero no te metas con eso, curioso, porque es un enmarañado inexplicable, a pesar de lo mucho que avanzamos en la ciencia. Lo mejor es convivir con ellos y quererles sin tratar de entenderles. Ni siquiera ellos se entienden.
—¿No se comunican a través de presentimientos?
—No. Se comunican a través de sus sentidos. Ellos reciben un mensaje en un lenguaje, a veces hablado, a veces mimado, que vuelven a transmitirlo a otro anesférico. Este otro anesférico, a su vez, recibe el mensaje un poco como lo envió el primero, pero también un poco como este segundo lo interpreta.
—Como jugar a la irradiación de energía abstracta —se divirtió V75, que amaba los juegos de inteligencia. —Quisiera aprender a sentir.
—Es peligroso. Sentir es percibir algunas cosas que ellos llaman "físicas": sienten sabores, olores, colores, texturas, temperaturas, hasta oyen. Todo está bien si estás en un punto medio. Pero si te vas a un extremo, por ejemplo, de alta temperatura, podés quemarte. O de baja temperatura, tendrías frío.
—Por eso se disfrazan con aquel traje para venir.
—Lo mismo, ellos nos llaman esféricos porque sus manos, si nos tocan, y sus ojos, si nos ven, nos perciben redondos. No nos presienten; nos "sienten". Es decir, lo "saben", porque así nombraron a la forma que tenemos. Además, saben que somos de distintos tamaños, que somos fríos, y que no hacemos ruido.
—Ella dijo que sintió "curiosidad". ¿Eso es frío o caliente?
—Ellos también sienten cosas que no pueden ver ni tocar. Esos sentimientos sí se parecen más a un presentimiento, pero son más complicados. Cuando perciben alegría, les pasa algo que les hace mover la boca para mostrar los dientes. Cuando sienten curiosidad, hacen preguntas.
—¿Cómo podría yo hacer eso?
—Querido clon, hay ondas que nosotros no podemos percibir ni exponer. Apenas podemos ponernos en movimiento, armar estructuras, clonarnos, comercializar nuestras cosas, y presentirnos.
—¿Y qué necesitamos para lograr sentir?
—Oídos, ojos, lengua, piel, nariz, pero, sobre todo, un cerebro.
—¿Eso se compra?
—Tal vez.
Y V75 tuvo la necesidad de saber si podía conseguirse un cerebro, y algunas de esas otras cosas que hacía tan extraños a esos entes. ¡Qué complicados eran! ¡Y tan redonditos que parecían algunos! Tal vez podría hacer presentir a Saira que él quería adquirir un par de aquellas cosas conectadas desde su cabeza al cerebro. La moneda de su planeta tenía bastante valor para la Tierra.
Saira vio que el extraterrestre que levitaba a su lado, empezó a desplazarse. Era un espectáculo maravilloso, algo imposible para la física de la Tierra por la fuerza de gravedad. Una esfera compacta que navegaba con todo su peso como una burbuja entre las torres de la ciudad. V75 empezó a emitir «seguime». Claro que Saira no entendió. Entonces, V75 empezó a moverse de un lado a otro, a alejarse y acercarse, y fue ahí cuando la chica pensó que tal vez el extraterrestre quería interactuar.
—¡Eso! —vibró V75 al presentir que Saira percibía bien.
—¿Te sigo? —intuyó ella, y V75 comenzó a desplazarse.
Saira, de emociones intensas, empezó no solo a hablar sus pensamientos, sino a gesticularlos, cosa que volvió loco a V75, que hacía un esfuerzo enorme por presentir, unos tras otros, los códigos. ¿Por qué no solo pensaba, por qué tenía que expresarlo todo? Mientras caminaban, Saira admiraba todo. «¡Qué puente tan transparente! ¡Qué cápsulas tan tiernas! ¡Qué suave el sonido de la cascada de pompas!».
El nicho al que quería llegar V75 quedaba lejos. Él solo tenía que flotar al ritmo de su compañera. De pronto, a medida que V75 presentía la admiración de Saira, se prendió en él una luz incandescente verde, y cada vez más intensa, como un foco, a medida que se contagiaba de la sorpresa de ella.
—Creo que estás feliz —le dijo ella mostrando los brackets, y él la encandiló un poco.
«Quisiera decir algo», pensó V75, titilando. Saira parecía entender:
—No te preocupes, yo sé, porque tengo un hermano introvertido —y V75 se apagó un poquito al no reconocer la palabra "hermano". —Es como un clon. Mi clon pequeño también es esférico y silencioso. Un genio.
El esférico se iluminó otra vez al ver los frenillos.
—¿Se come algo por acá, o tengo que esperar a llegar a mi cápsula?
V75 no pudo entender nada de eso. Aceleró el flote hasta que llegaron a donde él quería. «¡Me siento tan cansada!» vibró Saira y se sentó en el suelo apretándose las botas. «También necesito un par de esos» pensó V75, «de pies, para sentir cansancio». El nicho al que llegaron era la frontera en que los médiums trabajaban para traducir los códigos de los turistas a los presentimientos esféricos, y viceversa. En ese lugar también se cambiaba el dinero de monedas terrícolas a extraterrestres, y se hacían intercambios comerciales entre anesféricos y paisanos.
—Dice que tiene hambre —le dijo la traductora a V75.
«¿Se venden en la Tierra esos órganos raros que tienen pegados a la cabeza?»
—¿Los pelos? Algunos los venden, pero los de ella son muy cortos. ¿Usted quiere implantarse algunos? Le quedarían bien —respondió a V75 mirando sobre los lentes.
«No esos, sino aquellos que se comunican con el cerebro».
—¿Qué quiere decirme mi compañero de camino? —preguntó Saira.
—Quiere saber si se venden las cosas que ustedes traen pegadas a la cabeza. Los ojos, la nariz, las orejas, y la mariposa para hablar. Y también quiere pies. Y curiosidad. Le quiero explicar a su socio que algunos esféricos mafiosos las consiguen en el mercado negro. Las roban de embarazadas que todavía no eclosionan, de sus barrigas redondas, y los niños nacen sin algunas de sus partes. Algo terrible, muy gore. Todo para experimentos clandestinos que hasta ahora no concluyen en nada. Pero este muchacho, V75, no es un traficante. Solo tiene ganas de sentir, de saber cómo presienten ustedes el universo. Si usted transfiriera todo eso a nombre de V75, usted se llevaría más de un millón en monedas esféricas por cada uno, que a su vez valen mucho más de cien millones de billetes de su mundo.
—De ninguna manera. Los necesito. ¿Aquí se hacen trasplantes?
—La chica quiere saber si aquí se hacen trasplantes —, tradujo, y se colocó los audífonos. —Son transferencias de órganos de un cuerpo a otro cuerpo.
«Si eso se hiciera, existirían esféricos con órganos» pensó V75 impaciente, harto de las fake news de los conspirativos.
—Nop —respondió saltando la vista hacia Saira.
—¿Hay un lugar para comer por aquí? Este señor me hizo caminar un montón.
—Hay un lugar de cápsulas de comida anesférica acá cerca.
—¿Le puede decir a V75 que lo invitaría a comer, pero no sé por dónde? Pero si me quiere acompañar, me gusta cómo relumbra cuando siento cosas lindas; es un amigo.
—Que le invita a la cápsula... —pero V75 ya se adelantó, porque no necesitó a la traductora para comprender.
—Entiendo que quieras saber cosas. ¿Sabes que a eso le llamamos en mi planeta "curiosidad"?
V75 fulguró de color naranja. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
—Siento que no puedas comer. Sé lo que es querer y tener que privarse, porque solía cuidar un cocodrilo vegetariano. Pero pienso que no te perdés de nada. Si los esféricos no tienen boca, es porque no se les puede escapar tanto presentimiento brillante que tienen. No es una conclusión, es una hipótesis. Mi hermano, mi clon pequeño, no quiere papas. Entonces, si le pongo un plato de puré y no come, no se pierde de nada.
V75 se apagó un poquito.
—No te pongas triste por eso. Solo digo que por algo tenemos, o no tenemos, algo. Yo quisiera aprender a usar el presentimiento.
El esférico hizo un movimiento de rotación.
—No te estoy presintiendo. Te estoy viendo: cuando centelleás verde, es sorpresa. Cuando brillás naranja, es alegría. Si te apagás un poquito, es tristeza o duda. Cuando chispeás, es porque querés llamar la atención.
Volvió a resplandecer verde. «Pero, es peligroso sentir. Si te acercás a un extremo, por ejemplo, caliente, y te quemás...»
—Si uno permanece templado todo el tiempo y no se arriesga, no hay variaciones de vibración, y es aburrido. La aventura está en los cambios, en mudarse de una sensación a otra para sentir, para saber qué es. Solo hay que adaptarse. Si hace mucho calor, te sacás el abrigo. Si falta calor, te volvés a poner uno, y listo.
«Quisiera conocer los sentimientos»
—Pero claro que conocés los sentimientos, solo que no sabías que los expresabas así.
Se volvió más luminoso todavía.
—Nosotros, los humanos, brillamos o dejamos de brillar de otra manera. Y también contagiamos luz, ¿viste? Somos inteligentes, pero, a veces, tampoco notamos si dejamos de iluminarnos. A veces no nos damos cuenta ni de que nuestros clones necesitan que les contagiemos luz cuando se están apagando un poquito.
Y V75 se disipó un poquito otra vez.
—Sí, es confuso. Se entiende y no se entiende. Yo sé, porque solía regar los bonsáis para que crecieran, pero que no crecieran. Somos humanos.
«No trates de entenderlos» recordó que dijo V76.
—Eso. A mí me gusta hacer un análisis de todo; soy científica. Es muy bueno conocer cosas. Pero cuando no podemos conocerlo todo, es mejor convivir, aceptar y disfrutar lo que nos tocó.
V75 irradió más fuerte y Saira tuvo que entrecerrar los párpados. Sonrió con él.
—No nos falta nada —dijo extendiendo una mano en el polo superior de su amigo. —Tenemos cosas que son distintas y nos sirven para lo mismo. ¿Sabías que en la Tierra es parecido? Tengo un compañero que tiene dedos ortopédicos, y se desenvuelve en el laboratorio sin problema. Otro que tiene silla de ruedas. Otro que no ve, pero que sabe perfecto las especies de aves por el timbre de su trino. Hace equipo con el de la silla de ruedas; el que no ve le empuja al de la silla de ruedas, el de la silla le dice el camino; es como su GPS. El de la silla escribe los hallazgos científicos que le dicta el que no ve. Se ganaron un premio nacional de ciencias. Yo tengo pies y vos sabés flotar. Yo sé sonreír, y vos, resplandecer.
V75 osciló hasta el techo de la cápsula, y empezó a disparar haces como fuegos artificiales. «Tengo que explicarle todo a mi clon menor, para que incorpore en la información de su ARN, que sí, que los esféricos podemos sentir, comunicarnos con el brillo y los movimientos, ser curiosos. Hay que adaptarse», repitió.
Saira sacó del bolsillo la foto que le puso su mamá.
—Este es mi equipo. Se llama familia. Mi papá construyó la casa. Mi mamá es la que sonríe. Mi clon pequeño, que piensa mucho y habla poco. Mi perro cuando era cachorro, y mi loro, que habla sin pensar.
V75 señaló con un rayo fosforescente la foto.
—¿La casita? Sí. Es nuestra. Entramos todos. Antes pensaba que era más grande y que con el tiempo se achicó.
Pero no era eso lo que el amigo quería señalar. Dirigió el rayo directo sobre la pelota.
—Sí, se te parece. Es como una muñeca de vos —y carcajeó encandilada por V75 con los ojos bien apretados y la boca toda abierta.
Saira bajó la mochila. Abrazó a papá, a mamá, a su cloncito en el aeropuerto. Llegaron a la casa y ella abrió el portón. El perro la saltó a la cintura y el loro voló hasta su hombro. Cerró el portón detrás del auto, recogió la pelota del jardín y entró con su familia a la sala. Antes de pasar la puerta, se sacó los zapatos al lado de los otros tres pares. Se sacó las medias y las apelotonó. Sintió la madera en sus plantas descalzas. Se vio los dedos enrojecidos. «Somos millonarios».
—Les traje esto —: y entregó a cada uno una esfera de vidrio que contenía dentro una miniatura de una ciudad principal de Diámeter, que, si se sacudía, se revolvían muchos pequeñísimos copitos de luz. Oyó la risa de su hermano, el clon, en la voz del loro. Sintió la baba tibia del perro en sus manos. El hermano cerró los ojos, alzó las cejas, y aspiró el vapor de la comida si papas. Saira tomó con los dedos la sopa, la sólida, la de maíz, la paraguaya. Se quemó un poquito, pero «¡el mundo entero debería conocer este sabor!». Miró la panza de papá que oscilaba su blanda redondez, muerto de la risa por los dibujos que le mostró Saira, porque no había podido sacar fotos. Mamá se secó las manos en las caderas de los vaqueros, e invitó a probar la limonada. Comió, bebió, no dijo casi nada, solo guardó silencio entre el bullicio de la familia sorprendida, que presentía, a través de la alegría de su nena, todo lo que ella había vivido. Sintió cansancio y se fue a su habitación. La siguió su hermano. Le causó gracia la expresión de él, extrañado por cómo abrazaba la pelota. La puso con cariño sobre la cama. Prendió el velador y se quedó mirando la luz tierna del foco.
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