En el bosque

Claus pensó un momento, no quería para nada conformarse con la soledad, mucho menos con un hombre, esa era una práctica que no consideraba para nada.

― ¡Iré a la boca del diablo! ―Gritó entusiasmado y salió de la taberna.

Fue a su hogar en busca de algo de dinero, luego compró en ferias lo que creía que necesitaría para su viaje, la gente del pueblo se enteró y lo trataban como un loco. Pero a Claus no le importó, sus sueños estaban ante todo.

Cargó un morral con dulces de miel, consiguió algunos alimentos deshidratados, un abrigo, una cuchilla y por último una cantimplora que en su cuello llevaba colgado por una cuerdita. De esa manera Claus emprendió su camino hasta aquel lugar donde ese cantinero le había señalado.

Fuertes rugidos se oían e incluso antes de adentrarse en la boca del diablo, pero eso ni nada era un impedimento. Caminó y puso los pies por primera vez en el tenebroso bosque, siguió adelante caminando.

No era como el hombre le había dicho, no era de noche por dentro, pero tenebroso si era y le provocaba algo que le daba retorcijones en el estómago, aun así siguió adentrándose hasta que por fin oscureció y ya llevaba muchas horas caminando. Lo bueno era que ninguna supuesta bestia o monstruo se le había aparecido y esperaba que no sucediera.

Ya estaba exhausto, no sabía cuántas horas llevaba caminando y se sentó en el suelo para descansar, pero el bosque no se lo permitió. Una fuerte y fría ráfaga de viento lo entumeció y decidió echarse a andar para recobrar calor. Siguió caminando muchas más horas y su estómago rugía, sin pensar devoró todo lo que llevaba y el agua la engulló toda, no dejó ni una sola gota.

Siguió su camino en busca del manantial de los deseos por más y más horas, pero llegó a un punto donde sus pies ya no daban más y dejaron de responder. Claus cayó al suelo para echarse a morir, miró desde el suelo como los árboles cobraban vida y se burlaban de su agonía, sin embargo ni siquiera podía pensar ya en sus sueños, los mismos que los estaban matando ahí mismo.

Sintió de pronto una cálida mano acariciar su cabello. Era un anciano, él lo ayudó y encendió una fogata para darle calor a Claus, también acercó una botella de agua hasta su boca y el pobre Claus la bebió toda, comenzó a mejorar lentamente y abrió sus ojos bien dándose así cuenta que su salvador era un repugnante viejo canoso y lleno de arrugas y verrugas.

Su espalda era curva, uno de sus ojos era de un blancuzco color y el otro tenía algunas cataratas. El hombre se mostraba entumecido de frío también, expulsaba flemas de su boca a cada momento.

Claus asqueado guardó silencio deseando que ese hombre desapareciera de su vista.

El anciano hombre sonrió dejando ver así sus encías y pocos dientes, en su rostro se formaron millones de arrugas. ― ¿Cómo te encuentras?

― B-bien... ―dijo Claus con una mueca―. Gracias a usted, supongo.

― Hace un poco de frío... ―dijo el hombre.

Claus asintió solamente.

El hombre caminó hasta donde Claus estaba tirado en el suelo y le dio un puñado de arándanos. ― ¡Anda chamaco! Sé que mueres de hambre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top