Trastornos para un escape

—¡No me puedes dejar, Isi! —Una voz desagarrada golpea los cristales de la casa.

Esteban se desplaza hacia la puerta del cuarto principal y observa cauteloso como su mujer empaca la ropa.

«¿Acaso se irá ésta vez?» Piensa.

Isidora empaca todo lo que puede en una maleta pequeña sin perder al hombre de vista.

Esteban se acerca sigiloso hacia la mujer.

—Amor, no me dejes. Dame otra oportunidad —ruega dramático e intenta darle un beso—. Te lo ruego.

Ella se retira con brusquedad.

—¡No! —expresa dirigiendo el rostro hacia un lado—. No puedo más.

—Por favor, no te volveré a golpear. —Junta las manos en forma suplicante—. No sé qué me pasa a veces, pero te prometo que no volveré a hacerte daño.

—¡Esteban, me acabas de golpear y hace dos días me dijiste lo mismo! —Isidora tiembla al tiempo que unas lágrimas salen de sus ojos—. Tengo miedo, por favor, déjame ir. —Termina de empacar y sale de la habitación.

Esteban clava su mirada en los ojos oscuros que lo enamoraron.

«¿Por qué me hace sufrir? ¿Acaso lo merezco? No siempre la golpeo, pero no lo merece, es buena mujer ¿Acaso, eso me hace ruin?» Los pensamientos en su mente lo devoran a pedazos, desea lastimarla.

— ¡Vete ya! —grita e intenta golpearla.

—¡No, Esteban! —suplica Isidora—. Ya me voy.

—¡Lárgate ya si no quieres que te lastime! —vuelve a gritar y cubre su rostro con las manos.

«Volverá como ha vuelto. No, esta vez es distinto, me odia.» dice para sus adentros.

Isidora se dirige a la puerta con pasos torpes y temblorosos.

«¿Qué hago? ¿Qué digo? ¿Le ruego otra vez? No puedo resignarme a que se vaya» Su cabeza es un rompecabezas de preguntas que no sabe responder.

De improviso, y sin que ella pueda evitarlo, la toma con sus manos pesadas por el cuello dejándola indefensa. Viendo su rostro apagarse, aprieta con más fuerza hasta romper su fino y delicado cuello. Cuando la ve sin vida, la deja caer.

Esteban llora en silencio.

—No quería hacerlo, perdóname —se lamenta.

***

Despierta. Otra vez la misma pesadilla. Transpira frío y con pulso agitado. Tiene miedo. Miedo que Isidora lo abandone.

«Debo ser mejor esposo», piensa.

Se levanta. Abre el armario, la ropa de Isidora aún está. Va al baño, todo está. No falta nada. Sólo es una pesadilla.

Siente sed y va a la cocina. Isidora está sentada en el sillón.

–Amor, tuve otra vez esa pesadilla donde me quieres abandonar —se acerca a su esposa y toma sus manos—. ¡Qué tonto soy! Termino matándote. Yo jamás te haría daño, vida mía.

Sonríe con cariño y le da un largo beso a su frío y putrefacto cadáver.


—Ya es tarde, te espero en la cama.


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