OCHO


—Dentro de un bosque desolado, en una cabaña descuidada y vieja, vive una mujer de edad avanzada nombrada Nana Goretti. La tenebrosa anciana trae sus dientes amarillos y llenos de sarro; su piel es tan arrugada y rasposa que se siente como lija y sus negras, rotas y descuidadas uñas son tan largas que las utiliza para peinar su blanca cabellera.

A pesar de ser una vieja anciana, Nana Goretti sabe guiarse por el bosque con agilidad, siempre en compañía de su cuervo tuerto y una vieja linterna de luz blanca. Según cuenta la leyenda, no se puede calcular su edad con exactitud, pero para mantenerse viva y con fuerzas, sale por la noche a cazar niños y después comérselos, sus favoritos son los malcriados y que no quieren dormir temprano...

—Ese no es un cuento para dormir, Nico—la voz infantil detiene el relato—Por favor, cuéntame uno bonito, que tal si agarras el libro que está...

Ahora su hermano mayor lo interrumpe.

—Hey, ¿Qué fue lo que dije? Nana Goretti se lleva a los niños que no quieren dormir—Nicolas pasa la mano por la cara del pequeño Sebastián y acaricia el moretón de color purpura oscuro—¿Te portaste mal?

—Sí...—La voz del pequeño sonaba apagada y triste, miró a su hermano a los ojos y preguntó intrigado—¿Crees que Nana Goretti venga por mí esta noche?

Nicolas se levanta de la silla y se aleja de la cama dirigiéndose a la puerta blanca de la habitación, su mano se posa en la perilla dorada dispuesto a girarla.

—Si te duermes pronto, no lo hará—Aprovechando la inocencia del pequeño de 7 años, añadió—Yo le dije que venga esta noche para que castigue a los que se portan mal.

El hermano mayor abrió la puerta y antes de salir escuchó los reclamos de Sebastián.

—¡Mentiroso! ¡No la llamaste! —Vociferó tratando de ser valiente y no creer en las palabras de su hermano.

—¡Niños, ya cierren el hocico! —Gritó su madre desde abajo—¡¿Aún no estás dormido, Sebastián?!

El pequeño niño optó por quedarse callado ante la pregunta y esperar que su madre no se enojara con él. Esperó unos minutos y al no escuchar más a su madre, supo que había logrado salvarse con éxito del castigo.

Ahora intentaré dormir pronto

Fue lo que pensaba mientras cerraba los ojos con fuerza e intentaba conciliar el sueño. Sin embargo, fueron varios intentos fallidos ya que la imagen de Nana Goretti se había grabado en su mente.

Frustrado abrió sus ojos e intentó buscar la linterna que tenía escondida debajo de su cama, estiró sus manos por el suelo y tanteo con la palma de su mano para encontrar el objeto que iluminaría la habitación. Fue cuestión de segundos para que atrajera consigo a la roja linterna de luz blanca que utilizaba para jugar con las sombras o para simplemente ahuyentar la obscuridad y sentirse más seguro. En este caso, quería sentirse más valiente al estar solo en la obscuridad a la espera de Nana Goretti.

Nicolás lo dijo para molestarme, no va a venir ninguna Nana Goretti.

Susurraba para sí mismo, tratando de convencerse sin mucho éxito.

El pequeño encendió la linterna y para matar el tiempo decidió alumbrar algunos rincones de su habitación. El círculo de luz pasó por el techo rojo, donde había pegado con su hermano algunos stickers, los cuales encontraban en los chicles que vendían al lado de la escuela. La luz comenzó a iluminar la pequeña estantería de madera donde se encontraban sus carros Hot Wheels preferidos, el rojo que su abuela le había obsequiado en navidad era el que amaba sobre todos los demás.

Comenzó a pasar la luz de la linterna por el rincón de la habitación que más detestaba, era donde se encontraba la vieja y pequeña mesa a lado de una rota silla de plástico. Detestaba aquel escritorio ya que era donde pasaba la mayor parte del día tratando de hacer sus deberes a tiempo y si no acababa en el tiempo estimado que su madre le había dado, era un castigo seguro.

Iluminó un momento sus manos para observar los pequeños círculos rojos que su madre le había hecho con los cigarros que fumaba, hoy fue peor que otras veces ya que el cigarrillo arde más que los golpes con la regla.

¡Siempre te portas mal! ¡Eres un malcriado! ¡Nunca me dejas en paz! ¡Si no me haces caso te voy a abandonar en la calle para que te pierdas y no vuelvas!

Eran algunas de las frases que Sebastián tenía que oír a diario debido a que su madre siempre pasaba estresada y se desquitaba con él y su hermano mayor, el cual recibía incluso más golpes, abusos e insultos.

El cansancio comenzó a hacerse presente y los ojos del pequeño niño comenzaban a cerrarse lentamente, su mente comenzó a proyectar sueños agradables y sus músculos comenzaban a relajarse.

Fue justo ahí donde un golpe en la ventana lo hizo saltar de la cama logrando poner sus nervios de punta. Sus ojos se posaron en la ventana de su habitación y lograron presenciar una sombra negra, rápidamente buscó la linterna entre las sábanas para poder tener mejor visibilidad de lo que estaba sucediendo afuera de la casa.

La luz blanca logró mostrar un cuervo negro que estaba completamente quieto en la rama del árbol que se encontraba cerca de la ventana de Sebastián. Lo que inquietó al pequeño es que aquel animal parecía estar mirando a través del cristal, observándolo fijamente. Un dato aún más perturbador para el niño es que el cuervo no poseía su ojo derecho.

Las palabras de Nicolas hicieron eco en su cabeza: siempre en compañía de su cuervo tuerto.

El cuervo abrió lentamente su pico y comenzó a chillar de la nada, el inocente salto de su cama al suelo muy asustado y al ver un destello blanco que no era producto de su linterna, decidió velozmente esconderse debajo de la cama.

Se encontraba temblando dentro del polvoriento y sucio sitio, las fundas de Doritos que tenía regadas debajo de su cama lo podrían delatar si este las aplastaba, por esta razón trató de no moverse mucho. Decidido esperar unos minutos en silencio, tratando de no respirar muy fuerte para que su hiperventilación no lo delatara.

Cuando el cuervo se calló y después de un tiempo ya no se escuchaba más ruido afuera, Sebastián quiso sacar su cabeza para revisar que fuera seguro salir de su escondite. Sin embargo, un estruendoso ruido lo hizo volver hacia su sitio.

El vidrio de la ventana había sido quebrado por algo y los vidrios de este habían quedado esparcidos por todo el suelo de la habitación. Sebastián, con más temor que antes, decidió no mover un solo pelo y si era necesario pasar la noche debajo de la cama lo iba a hacer.

El único campo de visibilidad que tenía era muy escaso pues sólo le permitía observar el suelo de la habitación, sin embargo, fue suficiente para comprobar que Nana Goretti estaba ahí con él. Unos pies descalzos y muy arrugados se comenzaban a observar y Sebastián veía como caminaban por toda la habitación. Hasta que se pararon junto a la cama y se veía como una mano vieja y llena de verrugas comenzaba a agarrar las sábanas caídas queriendo alzarlas y revelar el escondite secreto del niño.

Sebastián estaba tan desesperado que comenzó a gritar mientras cerraba sus ojos con fuerza como si quisiera despertar de aquella pesadilla.

—¡Ya me iba a dormir! ¡Ya me iba a dormir! ¡No soy malcriado!

No sabía cuánto había pasado, pero no estaba dispuesto a abrir los ojos, esperó tanto que al final quedó profundamente dormido debajo de su propia cama.

A la mañana siguiente se despertó por los gritos del gallo, se estiró como pudo y notó que no se encontraba en su colchón habitual. Al estar echado en el suelo y con dolor del cuerpo recordó lo de anoche y salió rápidamente de su escondite.

Tenía la esperanza de haberlo imaginado todo anoche, pero los vidrios en el suelo indicaban que no había sido producto de su imaginación o pesadillas causadas por el cuento de Nicolas.

Esquivando todos los vidrios con éxito salió de su habitación y fue inmediatamente a buscar a su familia. Quedó inmóvil afuera del cuarto de su madre al ver que la puerta estaba abierta y un charco de líquido rojo se asomaba por el pasillo.

Iba a ver qué era lo que pasaba dentro de aquella habitación, pero una mano lo detuvo, era su hermano el cual se veía sereno y despreocupado. El menor al no comprender lo que estaba pasando intentó explicarle a su hermano sobre la visita nocturna.

—Nico, ayer vino Nana Goretti, te juro que la vi. —Nicolás se agachó a la altura de Sebastián y respondió con calma.

—Ya lo sé. —Sebastián no entendía la serenidad que podía tener su hermano en estos momentos, señaló el charco carmesí y continúo hablando preocupado.

—Le hizo algo a mamá.

—Sebas ¿Recuerdas lo que te dije sobre Nana Goretti?

El niño no comprendía lo que estaba pasando y miraba a su hermano muy confundido

—Nana Goretti castiga a los malcriados y mamá no se portaba bien con nosotros.

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