Lorenzo y su amigo mágico
Lorenzo y su amigo mágico
Hoy es el primer día de clases para Lorenzo. Este año empezó el jardín en una nueva escuela y no conoce a nadie. Por eso, cuando todos los niños salen a jugar al patio, Lorenzo se queda apartado.
La señora es muy linda y lo invita a hacer una ronda con sus compañeros. Pero Lorenzo no los conoce y se queda sol
Se sienta en un rincón y con una ramita seca, hace dibujitos en el suelo. Rayitas, círculos y puntitos. Después los cubre con hojas que encuentra a su alrededor, hasta formar una montañita verde..
Lorenzo desea tener un amigo. Pero lo único que tiene es una pila de hojas frente a él. Suspira y el aire mueve las hojitas.
Se enoja y no las quiere ver más, así; que junta mucho, pero mucho aire y las sopla con fuerza. Pero las hojas no se vuelan: apenas se mueven despacito. Mira con atención y ve que se inflan y se desinflan, como si respiraran.
Entonces pasa algo mágico: la pila de hojas verdes se estira, se despereza y bosteza...
Lorenzo se queda con los ojos muy abiertos, porque el montoncito se ha convertido en un dragón verde brillante. Las hojitas se volvieron escamas de color esmeralda. Tiene alas como de murciélago, pero mucho más grandes, y unos ojos muy redondos que lo observan con curiosidad.
Lorenzo mira para todos lados y ve que sus compañeritos siguen jugando sin darse cuenta de que acaba de aparecer un dragón en el patio. Nadie lo ve, porque el dragoncito es invisible.
—Hola, soy Lorenzo —dice en voz baja, para que nadie más lo escuche—.¿ Querés ser mi amigo? —le pregunta con timidez.
El dragoncito se acerca un poquito, le pasa la lengua en la mejilla y menea su cola como un cachorrito. Lorenzo sabe que eso quiere decir que sí.
—Te voy a llamar Gino —dice entre risas, mientras abraza a su nuevo amigo.
Se quedan jugando juntos. Lorenzo le arroja una ramita y Gino la busca.
Después lanza algunas hojitas al viento y Gino da una voltereta y las atrapa.
Se divierten mucho jugando y corriendo por el patio del jardín.
Al rato, se cansan y se acuestan panza arriba en el suelo a mirar las nubes que pasan.
—Esa tiene forma de elefante —comenta, Lorenzo—, y esa otra es un avión... ¡Mirá! aquella parece una bicicleta...
En eso suena la campana y todos deben entrar.
—Se terminó la hora de juego —le cuenta a Gino—, ahora debemos entrar todos a la salita y hacer trabajitos con masa o pegar papelitos de colores, o tocar instrumentos musicales. A mí me gusta la pandereta...
Pero Gino no parece contento. Lo está mirando con su carita un poco triste.
Entonces, Lorenzo le regala una paleta de caramelo que tenía en el bolsillo de su pantalón.
Gino parece sonreír y golpea la punta de su cola despacito.
—¡Vamos, Lorenzo! —lo llama la seño. Lorenzo se gira y se da cuenta de que ya no queda casi nadie en el patio.
—¡Ahora voy, seño! —le contesta, y cuando se vuelve hacia donde estaba Gino, el dragón verde brillante, ya no está.
Lorenzo se queda triste y se va para adentro. La seño lo espera y lo acompaña hasta la puerta del salón. Se agacha frente a él y le pregunta, suavecito:
—¿Por qué no jugás con los otros chicos, Lorenzo?
—Es que no conozco a nadie —le contesta.
—Y en el patio, ¿con quién jugabas?
—¡Con mi amigo, Gino! —exclama—. Es un dragón verde brillante. Nadie lo ve, porque es invisible.
—Bueno, cuando salgamos de nuevo al patio me lo presentas, ¿si? —dice la seño, con una sonrisa suavecita.
Es buena la seño. Lorenzo le hace una sonrisa cortita y entra al salón.
Mira por la ventana y no lo ve a Gino. ¿A dónde se habrá ido?
Se sienta en el suelo con sus compañeros y empiezan a cantar una canción muy bonita. La cantan varias veces, hasta que la aprenden todos.
Después, hacen una ronda y Lorenzo vuelve a mirar por la ventana. Pero Gino sigue sin aparecer.
La ronda gira y gira, y los niños cantan y ríen. Y cuando se acaba la canción, Lorenzo está contento y tiene muchos nuevos amigos.
Ahora van a sentarse en unas mesas redondas, donde caben muchos chicos.
La seño les trae un papel grande como un mantel y entre todos hacen dibujitos y se prestan los colores.
Lorenzo, dibuja rayitas, círculos y puntitos. Y le pone una pila de papelitos encima.
Espera a que aparezca su amigo. Pero lo único que tiene es una pila de hojas multicolores. Suspira y el aire mueve los papelitos.
Y ahí nomás, junta mucho, pero mucho aire y los sopla con fuerza. Pero los papelitos no se vuelan. En lugar de eso, se mueven, se inflan y se desinflan, parece que respiran.
Entonces ocurre la magia: la pila de papelitos de colores se estira, se despereza y bosteza...
Los compañeritos y la seño se quedan con los ojos muy abiertos, porque el montoncito de papeles se ha convertido en un dragón, con escamas de colores brillantes y alas de murciélago, que los mira con curiosidad.
—Él es Gino —les cuenta, Lorenzo—. Es mi amigo y vino a jugar con nosotros.
Los niños ríen y aplauden. La seño también está muy contenta: siempre había querido conocer un dragón.
La hora se pasa muy rápido, porque todos se divierten mucho con Gino. Entonces suena la campana para irse a casa.
Todos corren a buscar sus mochilas y cuando vuelven, Gino ya no está. Lorenzo lo busca por todas partes, pero no lo encuentra y se pone algo tristón.
—¿Qué pasa, Lorenzo? —le pregunta la seño.
—Gino no está.
—No te preocupes —le dice—. Que no puedas verlo, no significa que no esté a tu lado. Gino se hizo invisible, pero aparecerá cuando lo necesites.
—¡Es cierto, seño! —exclama Lorenzo—. Mañana, cuando vayamos al recreo, voy a amontonar hojitas para que aparezca.
Y así fue. Desde aquel día, Lorenzo y sus compañeritos siempre jugaron con Gino en el patio. Y cuando se terminaba el recreo, siempre le regalaban paletas de caramelo para que estuviera contento hasta que se volvieran a ver.
Ilustración: Edoggypaws
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