Camino a casa

Camino a casa

Por JanePrince394

Las sombras se hacían más largas, y finalmente los últimos rayos del sol besaban las nubes antes de desaparecer. De pronto, la luz se desvaneció y la noche reclamó al mundo. Ese no era un lugar para pasar la noche, claro que no... y de repente, el hogar pareció muy lejano.

Sobre todo para una pobre tortuga como Totti. Yo sé lo que han oído sobre las tortugas, pero la lentitud de Totti no se debía precisamente al peso de su caparazón, sino a las horas que llevaba en pie. Había salido del colegio cuando el sol aún brillaba sobre su cabeza y ahora se había ocultado dejándolo a merced del bosque.

Lejos habían quedado los zapatitos cafés que su madre había cosido con tanto amor para él, estos se habían atorado en una gruesa raíz de árbol y de ahí, por más que intentó, no pudo sacarlos.

Al emprender camino estaba seguro de que podía llegar a casa antes de que sus padres notaran su ausencia, pero al ser la primera vez que salía solo no pudo hallar el camino de vuelta por más que hizo memoria. Todos los arboles eran una copia exacta, y el cielo que en la tarde le había servido de guía ahora en completa oscuridad lo hacía temblar. No sabía a que le temía más, al paisaje desconocido que lo rodeaba o a la idea de no volver jamás a su hogar. 

Cuando se sentó en una roca para descansar escuchó un sonido, y aunque al principio no sabía exactamente de qué podía tratarse rápido agudizó su oído para descubrir que alguien se acercaba. Sonrió contento de no hallarse completamente solo en aquella situación, pero pronto recordó el consejo de sus padres de no fiarse de los desconocidos, así que sin conocer las intenciones de su nuevo visitante, y sin muchos deseos por descubrirlas, Totti tomó una rama de árbol que halló a su costado y la sostuvo con fuerza para defenderse si fuera necesario. No estaba muy seguro de que eso funcionaría, pero necesitaba estar preparado. 

Mientras más fuertes sonaban los pasos las manos de Totti menos parecían serlo. ¿Qué si era un oso o un enorme búfalo con un mal día? ¿Podría acaso una pequeña tortuga tener una oportunidad para ganar? Y mientras se pensaba la respuesta a sus preguntas, de la oscuridad salió un zorro de pelo anaranjado y cola enroscada, con su overol de mezclilla y su sombrero de paja.

—Oye, niño, ¿tú de dónde saliste?  —le preguntó extrañado el zorro cuando lo vio con la rama en alto incapaz de dar tan solo un paso. No era normal que alguien tan pequeño vagara por el bosque en plena noche. 

Pero no recibió respuesta porque Totti estaba más concentrado intentando no desmayarse que formulando alguna oración. De todos los animales del mundo se había venido a topar con un zorro. ¡Un zorro! Había oído hablar mucho de ellos, y la mayoría de las cosas que solían comentar eran malas, como por ejemplo que eran tramposos y astutos, que no se lavaban bien los pies y que solían robar de vez en cuando. 

—¿Estás bien? —insistió el desconocido ante el silencio, pero antes de que Totti pudiera responderle este le reconoció—. ¿No eres tú Totti, el hijo de Gran Caparazón? 

—¿Conoces a papá? —le preguntó confundido porque no recordaba su rostro. Al menos no enseguida porque con el paso de los segundos Totti descubrió que aquella cara le era familiar. Ese zorro que estaba frente a él era el mismo que le vendía la leña y el hilo a su familia. Sí, ya lo recordaba—. Si conoces a papá entonces también debes saber el camino de vuelta —le dijo esperanzado para que fuera su guía, si lo ayudaba tal vez llegaría antes de que el sol apareciera de nuevo—. ¿Crees que podrías llevarme con él? 

Y aunque a Fabio no le gustaba del todo la idea porque en sus planes estaba ya irse a la cama decidió que le haría el favor. Eso sí, no pensaba caminar por todo el bosque a plena luz de la luna, si lo hacía temía despertar con los pies hinchados y sin poder ponerse de pie al día siguiente, algo imposible para un vendedor como él, así que utilizaría un medio de transporte más seguro y rápido.

Fabio tenía una lancha capaz de cruzar el río que dividía el bosque y terminaba en la entrada del pueblo. Así que a Totti no le quedó más remedio que montarse en aquel viejo bote aún cuando la idea no le gustara del todo. No porque el agua le disgustara, sino porque solía oír que los tiburones se bañaban con la luna sobre sus aletas y no quería terminar siendo su bocadillo si este se volcara. Aún así era una mejor idea que caminar por horas sin conocer el sendero correcto.

El bote se puso en marcha con Totti, Fabio, costales de hilo y la ramita que la tortuguita no había soltado por si las dudas. Durante el inicio del trayecto no hablaron mucho porque Totti apenas soltaba una que otra palabra cuando el zorro le hacía alguna pregunta. Después de un rato Fabio entendió que no quería charlar y se puso a coser unos costales para no perder el tiempo.

Pronto Totti descubrió lo bueno que era para esa labor y quedó maravillado de la rapidez y gracia que tenía para hacer su trabajo. Tomaba la aguja, metía el hilo sin batallar y remendaba cualquier cosa que se le pusiera en frente. ¿Cómo podía hacer eso? Su madre, también muy buena con la aguja, solía perder la paciencia porque su vista no era del todo buena, pero el zorro que estaba frente a él parecía capaz de ver hasta a las hormigas más pequeñas del mundo.

—¿Quieres aprender? —le preguntó Fabio cuando descubrió la atención del pequeño. Este negó con la cabeza un par de veces antes de decirle que prefería observar cómo lo hacía que pincharse un dedo en el intento. El zorro rio y volvió a lo suyo, le explicó entre el ir y venir de los hilos el procedimiento y después de un rato de escucharlo la tortuguita quedó convencida que además de buen costurero Fabio podría ser buen maestro. 

No entendía porqué su padre siempre que describía a los zorros solía usar solo palabras malas, y jamás le había dicho que eran buenos con el hilo y las palabras. Cuando Fabio iba a su casa a ofrecer sus productos sus padres solían decirles que no se le acercara y cuando les preguntaba la razón ambos contestaban con simpleza que se trataba de un zorro. Y aunque al principio no quedaba contento con la respuesta terminó por obedecerlos. En ese momento escuchando la explicación Totti descubrió que tal vez no podían  contestar a la pregunta porque no conocían la respuesta. Quizás al igual que a él sus padres les habían dicho lo mismo y estos lo repetían como él solía hacerlo sin entender la razón. 

—¿Qué haces además de coser? —quiso saber Totti al que la curiosidad le había vencido. Él quería saber quién era realmente su compañero de pelo rojizo. Este se acomodó el sombrero de paja a la par que se alineaban sus ideas.

—Me gusta cocinar galletas y mi madre hace una sopa tan deliciosa que no hay ser en el mundo que se le pueda resistir —le contó entusiasmado—. También soy bueno comiendo. 

Totti rio fuerte, pero su sonrisa desapareció cuando le tocó el turno de hablar de lo que él hacía bien, porque no encontró nada por decir.

Esa era la razón por la que había dejado su casa. Que su lista estuviera en blanco.

Esa mañana en el colegio a Totti le habían puesto a todos la misma prueba física y sus compañeros se habían reído de él por su lentitud. A Totti se le llenaron sus ojitos de lágrimas al recordar las palabras de los demás alumnos que le hicieron sentir derrotado. Por eso había salido del colegio sin esperar a su padre y había corrido sin fijarse a dónde iba. No quería que lo vieran llorar, porque entonces le preguntarían qué le sucedía, y él no podría decirles que lo hacía porque le dolía ser tan lento. Eso hubiera sido terrible, porque ellas eran también tortugas y llorarían al sentirse como él. 

Mientras Totti se pensaba qué responder el bote se sacudió con gran fuerza, como se mecen las hojas con el viento, y la tortuguita tuvo que aferrarse para no caer al agua. El zorro que iba distraído y con las manos ocupadas no corrió con la misma suerte y fue a dar al río de golpe.

Eso no hubiera sido un verdadero problema de no ser que era profundo y Fabio no era buen nadador. Con torpeza intentó mantenerse en la superficie, pero mientras más luchaba menos lo conseguía.

Totti le tendió la mano para ayudarlo a salir, pero su peso lo superaba por mucho  y casi terminó dentro del río con él.

Asustado y sin saber qué hacer Totti tuvo que pensar en una solución rápida para ayudar a Fabio. Al principio no fue fácil, pero entonces las cuerdas que el zorro tejía le dieron una idea. Tomó un par y las arrojó al agua para arrastrar a su compañero de nuevo a flote.

Totti era pequeño, pero antes que eso era una tortuga perseverante y decidida por ayudar a todo aquel que lo necesitara. Así que dejando sus dudas atrás jaló el extremo con toda la fuerza que tenía y con mucho esfuerzo su amigo salió de agua. Primero la cabeza, después los brazos, al final los pies, hasta que todo su pelaje húmedo y suave se hallaba a su lado.

Totti suspiró aliviado mientras le daba palmaditas en la espalda a Fabio para que se recuperara.

—¡Totti, me salvaste! —le agradeció el zorro mientras recuperaba el aliento—. Eres un chico muy listo y valiente. 

¿Listo y valiente? Totti no recordó tener en su lista ese par de palabras. Él era lento, por eso huyó del colegio, esa era la única palabra que sabía sobre él. Pero en ese momento Fabio lo hizo sentir como si fuera un héroe.

Y en realidad lo era, uno pequeño, pero un héroe al final. 

Durante todo el camino Fabio le narró cómo lo había salvado porque preso de la emoción Totti había olvidado algunos detalles. ¡Y en verdad se sorprendió de su valor! No sólo se había arriesgado a posiblemente hundirse en el agua, sino que había resistido el peso de su amigo hasta liberarlo.

Quizás Totti estaba escuchando a las personas incorrectas, si ponía atención escucharía todo lo bueno que tenía. 

Así que cuando volvió a su casa y le explicó a sus padres todo con detalle en verdad creyó lo que ellos le decían. Entendió entonces que las voces de otros no podían definir lo que él era, lo único que podía hacerlo eran sus acciones. 

Acciones que todos en el pueblo escucharon gracias a Fabio que no se cansaba de contarlas, amaba la historia de la tortuguita que lo había salvado. Y los padres de esta jamás volvieron a rechazarlo al descubrir su gran corazón, estaban agradecidos por traerles a su hijo a casa y por si fuera poco por enseñarle su valentía. 

Aunque eso le costara un baño.

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