7. Por la vida
En un reino lejano, donde gobiernan reyes, se encontraba un hombre que, para muchos, era insignificante. Este hombre llevaba por nombre David y era un traficante de objetos mágicos. Su trabajo era uno particular que no toda persona podía llevar a cabo. Viajaba y andaba por diversos lugares buscando objetos mágicos particulares. A pesar de que muchos le miraban raro por su comportamiento extraño, nada le impedía continuar con su trabajo, pues él era un experto en lo que hacía.
Un día decidió realizar el robo más difícil y arriesgado de su vida. Pretendía entrar al palacio de los gobernantes y adueñarse de la corona del rey. La corona para él era insignificante, sin embargo, la gema preciosa que se encontraba en el centro era necesaria lograr tenerla en sus manos. Las antiguas leyendas decían que quien poseyera esta gema podía tener la visión de todo a su alrededor. Lo podía ver todo.
David logró entrar al palacio con mucho cuidado e hizo uso de varios de sus artefactos mágicos robados para dormir o atacar a los guardias del castillo. Se dirigió con sumo cuidado a la habitación del rey, la cual quedaba en la torre más alta y vigilada del lugar. Mientras tenía su mirada fija hacia la corona que brillaba dentro de los aposentos del gobernante, David empezó a presentar movimientos involuntarios en su cara. A los segundos comenzó a carraspear, a pesar de que no quería hacer ruido alguno.
Desde pequeño había tenido estos síntomas que aparecían de repente, sin control alguno. Muchos dijeron que estaba loco o que tenía un defecto. No fue hasta que robó una bola mágica unos años atrás, que le mostró que tenía el Síndrome de Tourette. Sin embargo, en estos momentos, su condición no iba a ser un impedimento para llevar a cabo su plan.
—¡Alto ahí, ladrón! —le avisó una voz gruesa.
David se volteó y vio que el rey estaba al lado de él con espada en mano.
—Si deseas la corona, lamento decirte que no la tendrás —le dijo el rey—. Pero si quieres la gema, te la puedes llevar.
Esa última oración sorprendió a David.
—Su majestad, en efecto vengo por la gema. Pero le pregunto, ¿por qué me da permiso para llevármela?
—Porque te hará más mal que bien —respondió el rey—. Ha sido una tortura el tener la visión de todo. Ya nada me sorprende, pues todo lo sé. Conozco lo que va a pasar y he perdido la diversión en la vida. ¿Para qué continuar viviendo si ya nada es interesante? ¡Ay de la vida aburrida, yo quiero realmente vivir!
David pensó en las palabras del rey y sacó un saco de su mochila en la que cargaba los objetos mágicos y se lo ofreció.
—Este saco absuelve todo lo que se eche dentro. Pongamos la gema ahí y así nadie más podrá sufrir a consecuencia de ella.
El rey estuvo de acuerdo y al verla desaparecer, ambos gritaron «¡por la vida!»
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