Bienvenido a Bhá Dubh Aigéin
Bienvenido a la bahía del Océano Negro. Bienvenido a Bhá Dubh Aigéin, el remoto pueblo perdido en la cornisa norteña de la vieja irlanda. Isla de dioses y hadas, de malcarados gnomos y espectrales leyendas. Acompáñame, si te atreves, por el sendero que lleva hasta la localidad, tan sombría, tan oscura como el mar que baña su costa.
Antes de deambular por sus angostas y decrépitas calles te regalaré la vista con una panorámica. Pero agarra bien tus pertenencias, pues no deseo que pierdas nada por culpa de algún duendecillo travieso. Afirma bien los pies, además, no haga acto de presencia el infortunio por medio de un tropezón y despeñes tu alma en brazos del quejumbroso oleaje.
Desde este privilegiado promontorio puedes abarcar completamente con la mirada la bahía del Océano Negro. Observa cómo el palpitar del mar embravecido golpea melancólico las orillas de lo que antaño fuera un reino de seres míticos. Recrea tus ojos después con las pequeñas casas de negra piedra y tejados de achacosa madera. Mira las luces que apartan el frío negro que devora lo que cada mañana los aldeanos se esfuerzan en robar a la salvaje y primigenia tierra.
No importa demasiado si ahora muchos piensan que solo son fábulas, leyendas de viejos como yo. Creo que esos antiguos pobladores todavía siguen por aquí, que pueden vernos tan claramente como mis agotados ojos ahora mismo te ven a ti y tu cara iluminada por el reflejo lunar en la cresta de las olas.
Ellos sonríen, alerta tras el velo que nos separa, y apartan la miseria de sus pensamientos relamiéndose con ideas de pequeñas maldades. Sí, lo cierto es que se aferran a la vida, negándose a desaparecer, hilando perdidas canciones para sobrevivir, soñando con reclamar lo que alguna vez fue suyo. Debaten con argucias para atravesar el frágil cristal que nos separa a ti y a mí, a los humanos, de ellos.
Pero recobra un poco el aire tras la sobrecogedora vista y encaminemos nuestros pasos hacia el pueblo. Los ancianos ya deben estar orando para mantenerse a salvo del espíritu de cuencas vacías. Aunque eso ya lo sabes, ¿verdad? No te avergüences. Se lo que te trae aquí. Has leído la desgraciada historia del Brujo Murdoc; también te intriga el destino del inspector O'Connor y el agente Marlow. ¿Cierto? Tus ojos delatan que no eres tan descreído como los demás. Has venido para palpar en carne propia que esas lecturas no fueran las mediocres fantasías de un febril autor.
Tranquilo, has caído en buenas manos, las mejores. Yo te desvelaré toda la verdad, el viejo Edarw. Lo auténtico, que aquel escritor solo ha esbozado con pobres letras basadas en desvirtuados susurros lejanos.
Todo cuanto acontece en este pueblo se remonta a centenares de años atrás. ¿Ves allí en la cima ese quebrado colmillo? Lo que despunta son los restos del castillo Damnu. Ese es nuestro destino. Por lo que estás aquí, para lo que has viajado tan lejos a un remoto lugar.
Mientras llegamos a él, te contaré la historia de por qué su mal corrompe todo Bhá Dubh Aigéin, escucha. Sucedió mil años atrás. En aquella época, los hombres y los oriundos feéricos de la bahía vivían en relativa paz. Un acuerdo que buscaba la prosperidad de ambas especies, firmado con la sangre de poderosos reyes guerreros y el dorado icor de los dioses tras siglos de cruento conflicto.
Reinaba entonces al que todos consideran el más abyecto de los soberanos del hombre. Mu Caith se llamaba aquel monarca. Como cada año en el equinoccio de otoño las casas nobles de los mortales y los biennacidos del otro mundo, sus espíritus más benignos, se reunían para revalidar el pacto entre ambos pueblos.
En aquella ocasión, por parte del pueblo de las hadas del ocaso los representantes fueron una pareja de hermanos. Aberiel se llamaba ella, Ethabin se llamaba él. Habrás deducido, pues tienes una mente sagaz, que Mu Caith inmediatamente quedó prendado por la etérea visión de Aberiel. Su abyecto corazón la codició desde el mismo segundo que su mirada se posó en la refulgente chiquilla.
¿Y qué pasó? Ven, te mostraré la prueba del crimen que rompió la tregua e hizo estallar el odio de los feéricos contra los mortales. Hemos llegado al pozo de Damnu sin ni siquiera darte cuenta que atravesábamos la derruida muralla del castillo mientras escuchabas mi relato.
Aproxímate, no tengas miedo. ¿Ves este agujero infinito? Dicen que lanzado una moneda oirás el lamento de Ethabin, que languidece en la insondable tumba donde el maldito Rey arrojó su cuerpo.
Bien, cumple con la tradición.
¿Qué no oyes nada? Acerca más la oreja al pozo.
Solo un poco más.
¡Buen viaje! Saluda a Ethabin de parte de los habitantes de Bhá Dubh Aigéin.
Publicado el 18 de mayo de 2020
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