Cronal




El mundo es un basural. Está quemado, muerto.

Ya ni siquiera podemos escapar a otro planeta.

Somos la escoria del cosmos.

La única opción es el pasado.

Recuerdo a mis padres ya fallecidos, mientras espero en la fila hacia el Destello blanco. Todo es metal gris, sucio, oxidado. Hay grasa y químicos contaminantes en el suelo. Estamos muriendo, pero el Destello nos cura antes de transportarnos porque cambia nuestros cuerpos. Mantenemos nuestra apariencia, aunque somos otra cosa. Fluctuamos cuando nuestro yo anterior (quienes éramos antes del desastre) está en ese lugar. Viajamos sin un rumbo exacto porque no sabemos en qué año estamos ni podemos controlar al Destello. Es mi turno, vuelvo a pensar en mis padres y en mi niñez antes de saltar hacia la luz blanca.

Ése era uno de mis juegos favoritos. Aburrido en un tren, un colectivo o acompañando a mis padres durante sus compras en el shopping, buscaba a mis versiones del futuro. Imaginaba que el resplandor blanco me salvaba de una urbe de neón gastado y paredes de smog. Algún organismo secreto del gobierno nos investigaba, las personas creaban leyendas sobre nosotros o nos veían como los fantasmas de sus ancestros. Con algún consejo o profecía intentábamos cambiar nuestro destino, pero siempre fracasábamos. Cuando el Destello nos permitía alcanzar la suficiente solidez vivíamos infiltrados en el pasado, a veces con la ayuda de las autoridades de la época, evitando cruzarnos con nuestras versiones previas para no generar traumas psicronales. Si las teníamos cerca, empezábamos a fluctuar.

Infiltrarnos tampoco funcionaba,

pero seguiríamos insistiendo.

Hasta lograr la salvación

o destruir el continuo espacio-tiempo.


Salgo del laboratorio. Sólo algunos caminamos con pañuelos o máscaras por la calle. Los demás parecen resignados al aire sucio. En el viaje de vuelta a casa se descompone la refrigeración del subte. Furioso, intento evadirme en mi hologram, al igual que el resto. Entonces, lo veo: es el fantasma de mi padre. No sé si es por el calor o la falta de oxígeno, ¿estoy alucinando? Él me reconoce, pero se asusta y me ignora. Se baja apurado en la estación siguiente y voy tras él.

Me echa otra mirada antes de ponerse la máscara, y acelera el paso. ¿Cómo es posible? Mi padre, ¿vivo? En seguida me doy cuenta: ¡soy yo! Cruzamos la plaza atestada, bajamos y subimos escaleras, giramos en esquinas y atravesamos un parque. Ya no sé dónde estoy. Se abre una puerta de metal y sigo por un pasillo detrás de él/mí, casi sin aire.

Me detienen. No son militares ni policías, pero me esposan y me llevan a punta de pistola. Doy una última mirada a mi futuro, que comienza a distorsionarse.

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