XXX. Pergamino.
Todo lo que aquí sucedió, se escribió con sangre. En este pergamino yacen las escrituras del inicio, del final, lo que fue arrasado por el padre de todo mientras sus marionetas cumplían su mandato, crédulos de la ilusión que les regaló y donde creían con fervencia que eran libres.
Fueron obtusos, tontos que no escucharon a tiempo a la única que nació para darle sentencia al corrupto. ¡Condenados! Todos, todos han sido condenados; encadenados a una tierra que sucumbirá a la fatalidad del destino y morirá para dar paso a otra más prospera, sin errores, sin ningún ser que intente alterar el orden natural del universo, ni pretenda derrocar al todopoderoso.
El cosmos será labrado para que el hijo prodigo pueda arar una nueva cosecha, recolectará esperanzas y las hará trizas, quemará cualquier mala hierba que nazca. Así es como será, por qué siempre debió ser así, en este acto teatral hubo algunos actos que eligieron desobedecer a sus guiones, por ende, la obra colapsó en un desastre interpretado por tontos sin libreto. Afortunadamente, él pudo reparar lo que ella quebró; volver a enterrar lo que desde las grietas del mundo emergió, deshaciéndose de los tontos e insolentes.
Esta es una narración para los héroes, los salvadores, no para los crueles, no para los malvados. Por ende, la tinta de la tragedia que se desliza sobre el pergamino del tiempo es la única verdad que los mortales conocerán y por tanto no habrá salvador en esta vida que de su condena los pueda librar, ni de sus lazos desatar.
Todas las oportunidades se han perdido ya, no hay forma de cruzar ni del tiempo revocar. Con la sentencia establecida, ni un alma este destino podrá evitar; el telón se cerrará, para preparar una nueva obra cósmica, un nuevo acto, un nuevo destino y un nuevo teatro divino.
Quizá, con suerte, en otra vida se puedan salvar de lo que aconteció en este rompecabezas de piezas incompletas e inconexas.
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