XXVIII. Mirador.

En lo alto de un mirador, donde el viento se desliza entre las piedras y el firmamento se ve tan cercano como para soñar con alcanzarlo, la emisaria y la dama de los caídos se reúnen. Sus siluetas se funden con el crepúsculo, como sombras danzantes en el umbral de un reino olvidado, casi destruido para este punto. Las estrellas, testigos cómplices de su encuentro, titilan con la melancolía propia de viejos amigos que fueron parte de esta vieja narrativa con insatisfactoria resolución. El viento se asegura agitar las hojas y hacer danzar a los ramajes de los arboles con profunda tristeza.

En ese instante, el mirador deja ver una tierra que parece suspendida entre el pasado y el presente, mientras las almas enlazadas por la tragedia vuelven a reunirse después de un milenio sin creer que podrían volver a verse.

"¿Estás satisfecha?" la emisaria quiebra la divina paz que traía el silbido del viento, su pregunta sacude a la dama, Arioch se encuentra sin ganas al responder: "Me convertí en lo que ellos necesitaban, hice lo que debía y yo..." pero, su acompañante le calla con un gesto de su mano, desdeñosa ante su evasión "Mi pregunta es simple, hermana, ¿Estás satisfecha?"

Y, ah, el viento vuelvo a silbar mientras arrastra el dolor que cargan tan simples palabras.

"No" admite la doncella sin mayor omisión, sostiene la mirada al frente y deja que la imagen del reino destruido se cuele en su piel hasta que se le tatúa en el alma. Entonces, niega con cólera antes de afrontar al ser más libre de todos, su hermana, su falsa esperanza; "¿Pero que más había para mí? Mi destino estaba tejido, mi historia tenía un comienzo y un final, hice lo que pude con las cartas que este miserable mundo me dio. Asesiné a quien me lastimó, derroqué a quienes azotaban a mi pueblo, mate a la mujer que me lo arrebató todo."

La emisaria asiente en un silencio solemne, lo entiende, la entiende, pero entonces... ¿Por qué sus ojos brillan con tanta tristeza? Esa melancolía es abrumadora, hace que el corazón de la dama se parta en piezas. "Lamento no haberte protegido lo suficiente" admite la mujer de ojos celestes, luego se aleja y con razón le sentencia "Eso no cambiará nada, por desgracia, te convertiste en otra marioneta de Dios, por consecuente, en mi enemiga."

Y que el viento sea testigo, junto con las estrellas, como la emisaria le da la espalda a su propia hermana, ¡Cuan malvada! Después de todo este infernal camino, de su anhelo de brindarle una sonrisa no queda nada, elige dejarla atrás pues nada ha resultado como ella quería.

"Eleos"

Grita la dama de los caídos, de los infames, de los villanos.

"¡Eleos!"

No obstante, la susodicha no voltea, ella no regresa, es tan ágil como el viento para deslizarse entre las grietas del mundo y desaparecer una vez más. Un mundo tan cruel como este no está listo para ser libre, quizá, piensa con tristeza, jamás lo será.

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