XXV. Trovador.
Entre los enrevesados callejones de estas lejanas tierras, se cuenta la historia de un trovador condenado por los divinos, abandonado por Dios y sus discípulos. Se dice que canta en las tabernas donde vienen los bandidos, los pecadores junto con todos los malditos; trae consigo un centenar de historias que nadie conoce, cuyo origen es completamente desconocido.
Entre sus epopeyas yace la narración inconclusa de la bella jovencita que soñaba con ser libre; cuenta sus hazañas entre canciones, la dama que lo dio todo para salvar a su dulce hermana, la misma que eligió convertirse en hija del mismísimo averno con tal de hallar la salvación para todos aquellos que alguna vez amó. Entre sus liricas, ocasionalmente destaca como la preciosa hermana que sirvió como personaje secundario en esta hazaña, terminó convirtiéndose en la protagonista de otra de sus grandes baladas.
Además, el trovador no se estanca y deja que solo estas dos doncellas sean las únicas representantes de sus majestuosas tonadas. En ocasiones habla de un rey condenado que se enamoró de la doncella de ojos de cristal y también relata como la horripilante abominación halló esperanza en las sonrisas gentiles de la fallecida señorita de las mil mieles. El trovador canta con tanto sentimiento, que por momentos se le escucha temblar y se dice, con tristeza, que también se le ha visto llorar.
Nadie sabe la historia tras estas misteriosas y trágicas baladas, nadie entiende quien podría inventar tales fantasías que se sienten tan reales, pero tan distantes a su vez. El trovador nunca da forma a lo expresado en estas odas, deja que todo se quede en la imaginación y solo promete al finalizar cada canción, que la historia de estos seres todavía no ha terminado de escribirse, pues Dios sigue vivo.
El trovador no teme decir, al final de cada tocata, lo mucho que odia al todopoderoso. Se asegura de maldecir a Dios y todos sus seguidores, los héroes, los salvadores, los crédulos; y es por esto último, que hay quienes lo llaman hereje, maldito, consideran que su insolencia es la razón por la cual tiene grandes cicatrices a lo largo del rostro. Marcas del pecado que comete al blasfemar contra el creador.
Aquel hombre sigue cantando, o eso se dice, se murmura que no le importa el castigo divino ni las consecuencias de lo dicho. Algunos argumentan, sin pensar, que tal vez este hombre este loco y nada más, una mente muy creativa que eligió estropear su potencial con baladas malditas que blasfeman contra lo divino; pocos saben la verdad, nadie conoce que a estas tocadas siempre asisten dos damas que se esconden bajo grandes mantos y al son de la guitarra levantan sus cervezas para maldecir a Dios con todas sus fuerzas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top