XXII. Grimorio.

Arioch acaricia la tapa una vez, luego otra vez. Permite que la rugosidad de la superficie haga hormiguear sus dedos hasta que se le filtre en la piel, es un recordatorio acerca de lo real, una forma de no olvidar lo que sostiene entre sus manos; el grimorio que su hermana escribió, aquel libro que contiene toda verdad. Aquí están escritas las pruebas del escenario maldito que la divinidad les dio a todos como castigo, lo que Dios no quería dejar ver al mundo y que fue traído al papel por la terquedad de una mujer abnegada ante la idea de morir ante él.

Nadie debía encontrarlo, ni siquiera ella, pero ahora observa con sus ojos verdosos la escritura pulcra de su pariente y lee con desesperación las narraciones que yacen escritas ahí. Un relato abominable acerca del infalible destino que les amparaba, la muerte irremediable que golpeaba a las puertas de su casa, junto con la pequeña afirmación de qué, por alguna razón, encontró la forma de salir de ahí sin ser atrapada por la parca.

Empero, la joven es consciente que la muerte todavía buscaba con afán a la dama, y, hecho, se percata que desde hace un tiempo también le da caza a ella.

Se ríe ante el hecho, golpeando el grimorio, cerrando sus delirantes crónicas en espera de olvidar la aberrante ansiedad que se le arrastra por el cuerpo. Tiene la osadía de enfurecerse con su congénere, cree que debió saber de antemano la verdad que estaba escrita aquí, apuntada con tinta y diluida por las lágrimas.

Quizá de haberlo sabido antes, se habría empeñado más por evitar el destino que con tanta ansía su hermana intentó alejar. Puede que, si hubiese sido más precavida, habría evitado la muerte de la parte más pura de sí misma y, con mucha suerte, se habría encontrado otra vez con los hermosos ojos de diamante que solían mirarla con tanto orgullo.

Para su pena, para su tristeza, solo puede dejar el grimorio atrás mientras se pregunta quien más escribirá en él, pues su querida hermana, hace mucho que había abandonado estas tierras como para darle continuidad a estas memorias viejas. 

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