XVII. Trono.
Ella jamás añoró el trono donde se sentaban los reyes y jugaban los príncipes. La dama más respetada del norte era Spes, la dulce Spes, la señorita más benevolente de todo el imperio y quien, aun siendo amada por todos, jamás pidió un asiento en la cima de todo. Su único deseo era el bienestar del pueblo, su pueblo; por eso se le llamó la doncella de la esperanza, de las mil mieles, amante de los corazones nobles y protectora de los inocentes.
El príncipe se enamoró de ella, de su danza, de su alegría y su mirada. Aun así, ella jamás pidió el trono que para él se preparaba, pero fue inevitable que se encandilara ante la posibilidad de reinar sobre el pueblo que ella tanto adoraba, y, todavía más irremediable fue, que el gentío comenzase a proclamar su nombre con mucha más fascinación de la que empleaban para corear al susodicho heredero.
No obstante, a pesar de estas verdades irremediables, ella se sostiene en su lugar y repite con desgano al recordar el pasado que: ella nunca deseó el trono.
Su anhelo era viajar trayendo alegría a través de su danza, de su baile, de la teatralidad de su cuerpo para así regalarle al pueblo una parte de sí misma en cada acto y un trozo de esperanza con cada espectáculo. Eso, sin embargo, no era suficiente para acabar con la desdicha que azotaba a su gente, bailar no daría de comer a los hambrientos ni de beber a los sedientos. El enamoramiento del malcriado príncipe le dio la ilusión de poder ayudar a los necesitados, proteger a los heridos; hacer del imperio una tierra de alegrías, de danzas, de cantos, con fiestas de noche y de día.
No deseaba el trono, no, estaba conforme con un pequeño pedacito al lado del futuro gobernante, satisfecha de tener opinión en la mesa de los poderosos y regalarles a los débiles lo que solo obtenían los más fuertes.
Empero, durante una noche en la cual Spes permaneció vagando por los pasillos del gran palacio, el trono comenzó a llamarle. Al principio solo era un susurro discordante que solo podía escuchar ella, luego se trasformó en una voz incierta que reproducía una cacofonía insana que proclamaba el nombre de Spes en una vorágine de suplicas agonizantes. La joven no durmió durante noches enteras, asfixiada por la presión que ejercía el trono sobre ella e intimidaba por los rostros de los hombres y mujeres de la nobleza que le veían como una mala hierba que se había colado en su precioso jardín de rosas.
Pronto, la doncella de las mil mieles se percataría que para ella jamás habría un asiento en la mesa de los poderosos, ni un lugar al lado del futuro gobernante. No cuando le veían como un hierbajo de mala muerte, una muchachita que había embelesado al príncipe con encantos mediocres y cuya valía era mínima para los verdaderos gobernantes; los nobles, los adinerados, los aristócratas, para ellos, que manipulaban a los reyes con hilos de seda, Spes solo era una molestia.
Sin embargo, cada noche sin falta, el coro de las llamadas fantasmagóricas seguía resonando en la cabeza de la bella dama. Eran las suplicas de un pueblo oprimido, los lamentos de gente hambrienta y enferma, personas llenas de dolor por la indiferencia de los más poderosos, la cólera se derramaba con cada llamado.
"Spes, Spes, Spes."
Ella lloraba durante las noches, pues no podía responder el llamado del trono, era incapaz de sentarse en él. ¿Cómo podría? Se trataba de sentarse en un lugar que no le correspondía, arrebatarles a los fuertes lo que no había sido diseñado para los débiles, para los infelices que eran patéticos como ella.
Y, entonces, un día, Spes murió.
Nadie sabe bien como sucedió, nadie sabe bien lo que ocurrió entre los pabellones del inmenso palacio y lo que allí aconteció. Lo que sí se sabe, es que tres años después, apareció la dama más respetaba de todo el norte, la cruel Arioch, la señorita más rencorosa de todo el imperio y quien aun así era amada por todo el pueblo, aquella que apuntó su espada contra los asesinos de Spes, murmurando "He venido a responder al llamado de lo que es mío".
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top