XIX. Jinete.
Se dice que galopa en la medianoche, cuando las penumbras están en su punto álgido y la luna rige el firmamento. El jinete del caos, quien se arrastra entre las sombras como si fuese una más; salvador de los pecadores y juez de los Dioses. Nadie sabe quién es, ningún hombre ni mujer ha podido ver su rostro entre las tinieblas de la noche; temen que no tenga rostro, les aterroriza la idea de que su salvador sea alguien verdaderamente horrido e inquietante.
No importa si el jinete es quien los protege de la furia divina, ¿Cómo pueden llamar héroe a quien luce malvado? Lo normal es dudar de quien parece hijo de las profundidades del averno, lógico es correr de él cuando dan las doce y se escucha el lejano galope de su marcha fantasmagórica.
Ante los ojos simplistas de los mortales sometidos, es más fácil aferrarse a la artificial seguridad que brinda la gracia divina y su gratificante esplendor, pues están estrechamente relacionados con el sol. Y, por el contrario, es difícil dejarse guiar por quien solo se presenta en las noches, deslizándose entre las sombras y galopando a medianoche mientras los lobos aúllan su nombre de forma aterradora.
No cuestionan aquello que luce de forma hermosa, pero juzgan con extrema precaución aquello que se aleja de su percepción de lo bello, puro y bueno.
El jinete siempre ha sido indiferente a este hecho, considera para sí mismo que las dudas no están fuera de lugar y las considera legitimas. Después de todo, siempre marcha a las doce por una razón, se arrastra entre las sombras por una razón, y, por supuesto, evita que su rostro se vea por una razón.
Si los mortales viesen su rostro, encontrarían facciones demasiado familiares en las cuales reflejarse, hallarían con prontitud las similitudes que los catalogarían como iguales. De saber quién es, los mortales caerían en vueltos en locura y demencia al darse cuenta de que su temor más grande no es otro que ellos mismos.
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