V. Bastón

La anciana golpea su bastón contra el suelo una vez, dos veces más y a la tercera se puede escuchar el crujir de la madera. No es que la vieja dama tenga demasiada fuerza, es simplemente que la madera del suelo se encuentra podrida desde hace un par de años ya, por lo cual, lo sorprendente no es que se fragmente y se quiebre, lo inverosímil es que no lo hubiese hecho hasta ahora.

Entre las grietas de la leña se encuentran los vestigios del paso de una tormenta nevada que arrasó con todo hace años, con todo menos con la anciana, quien insistentemente sigue golpeando con su bastón hasta roer lo que resta de madera y hacer un hueco en la tierra.

Todo huele a moho, tierra húmeda y podredumbre. Lo cierto es que puede olerlo, pero no puede saber que causa el aroma con exactitud, pues no tiene ojos; sus cuencas yacen tan vacías como la nada misma y eso la fuerza a soltar el bastón para enterrar sus manos en la desagradable tierra en busca de lo que anhela.

No es un objeto lo que desea, en realidad, lo que espera con tanto agobio es la posibilidad de darle entierro al bastón que yacía entre sus manos hace tan solo un momento. "Ese bastón esta maldito" eso es lo que ella jura mientras desgarra la tierra con las manos y se le clava el barro en las uñas, astillas de madera lacerándole la piel.

Ese bastón estaba hecho de cedro y tenía formas de espiral talladas en él, además, justo en la parte superior, había trozos de hueso incrustados que parecían de animal. La anciana no sabe cuándo lo recogió, la anciana no sabe en qué momento el bastón llegó a su vida, pero cree con fervencia que todo fue mal a partir de entonces.

El bastón le susurraba cosas, le mostraba cosas.

Desde visiones inentendibles, hasta sueños vividos en donde la figura desdibujaba de una mujer increíblemente bella le cantaba canciones melódicas que siempre atraían la desgracia. Por un instante pensó que la demencia propia de la vejez había tocado a su puerta, pero ella jamás olvidó como comer, como caminar ni como hablar; en su lugar, aprendió a leer las expresiones de la gente y a comprender lo que no decían.

Intentó dejar de verlo, realmente lo intentó, al punto en que eligió sacarse los ojos para dejar de ver y, aun así, las visiones jamás desaparecieron. Entonces eligió enterrarlo, si tenía suficiente suerte, los sueños desaparecerían, los ecos de las voces por fin se extinguirían.

La anciana enterró su bastón y huyó tan buenamente como pudo; a tropezones, cojeando. Para cuando la anciana regresó a casa, tropezó con algo que yacía frente a su puerta, era el bastón. 

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