II. Varita
¿No es propio de los niños soñar e imaginar? Convertir lo mundano en algo increíble y fantástico. Eleos soñaba cada noche de cada día, imaginaba que su cabaña destartalada estaba construida de madera especial, tan mágica que los hongos arrastrándose a través de las grietas eran solo artimañas para alejar a los indeseados de su hogar. La pequeña dulcinea creía que la avena en mal estado era un manjar solo para elegidos, alabó el agua reposada pensando que era un elixir para mantenerse pequeña.
Es por ello que cuando su padre enfermó, Eleos creó una varita.
Su varita estaba hecha de palos mojados por la nieve y que no servían como leña, su varita tenía lana roja alrededor, lana que la pequeña niña alguien en el pueblo le regaló para que se hiciera una bufanda, pero ella en su lugar usó como adorno en su cetro mágico. Cada día, Eleos agitaba su varita sobre su padre, prometiéndole que sanaría, diciéndole "¡Mi varita te hará feliz!"
Lo hizo durante cada día, durante cada invierno, Eleos agitó su varita y su padre le sonrió de tal manera en que alimento la esperanza en su interior. Una noche, cuando vieron las estrellas juntos, su padre aseguró que mientras Eleos sostuviese su varita mágica, todo estaría bien.
Entonces, Eleos creció.
Su varita se hizo cada vez más desagradable, las astillas se enterraban en sus dedos, los hilos de lana se habían deshilachado con el paso de los años. Ella todavía era joven, pero ya no era dulce, su rostro estaba demacrado por el hambre y todas sus esperanzas yacían moribundas a un lado del cadáver de su padre.
Su padre murió, su esperanza agonizó, y Eleos entendió que su varita jamás funcionó.
Él dijo que mientras sostuviese su varita todo estaría bien, que las cosas mejorarían, pero no lo hicieron, nunca mejoraron y en su lugar, las cosas solo empeoraron. "¿Por qué no funcionas?" Maldijo al viento, tirando el trozo de madera podrida a un rincón lejano y se lamentó "¿Por qué no lo hiciste feliz? ¿Por qué no lo curaste? ¿Por qué estoy tan aliviana?" se atraganta con su propio pánico, la culpa azota su pecho ante la idea vil de que no hay lágrimas en sus ojos ni lamento genuino en su corazón.
Eleos soñaba, pero Eleos no era tonta. La pequeña damita veía la miseria en los ojos de su padre cada mañana, el pobre hombre se dormía con hambre y se despertaba por el frio, alguien desdichado, lleno de infortunio.
Quizá la varita funcionó, porque quizá, el verdadero de su padre era por fin descansar en paz, sin importa que eso significaba dejarla atrás.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top