1. Nueve: El niño enjaulado

Estaba frío, muy frío.

Era una época de fiestas en la ciudad Groday, pero aquel pequeño ser no podía darse cuenta de ello, solo observaba la pared blanca de la habitación en donde estaba cautivo; como un pequeño pájaro privado de su libertad, así estaba Nueve.

Desde que su cerebro recordaba, aquella habitación era su jaula y él deseaba algún día recibir su libertad, al menos por un corto tiempo. Lo único que lo mantenía entretenido cuando estaba solo eran las voces de las personas que podía percibir a distancia, gracias a sus muy agudos sentidos.

La persona que se ocupaba de él se hacía apodar “El ciego” dado el color de su iris blanco que lo hacía parecer un verdadero ciego y la incapacidad de percibir ciertos colores y formas. El hombre de mediana edad le daba sus tres comidas, una vasija para sus necesidades y agua para asearse todos los días; él siempre mantenía al niño lo más decente posible y trataba de hacerlo sentir alegre cada vez que podía, a pesar de la situación en la que se encontraba el niño. Éste tenía una condición especial, él era inmortal, sus letales ojos rojos al mirarlos, cualquier persona caía desmayada, o en los peores casos muerta; aquel acontecimiento dejo de pasar desde que El ciego se ocupó de él, ya que por más que lo mirara no sufría ningún cambio.

Nueve debido a eso, ha sido usado para diversos experimentos de inmortalidad y regeneración en varias especies de animales y algunos niños marginados que La sociedad “supuestamente” rescató de la calle.

La sangre del niño era valiosa, en su ADN había una extraña y tentadora anomalía que cautivaba a todos los científicos de La sociedad, y en sus planes no estaba dejarlo ir hasta obtener todos los datos que requerían para sus alteraciones genéticas ilegales.

La sociedad era un organización clandestina que se encontraban en el bosque de Groday, a unos veinte metros de distancia. Esa era la única sede principal, sin embargo, ellos poseían una gran red de espionaje por todos lados, en busca de nuevos especímenes para agregar a su colección o para recolectar información del mundo exterior.

Entre las actividades realizadas en el lugar estaba la creación de especies, la clonación, la eliminación de individuos por encargo, la experimentación y la fabricación de armas químicas.

La ciudad no sabía que un lugar tan aterrador estaba ahí, ya que el edificio que lo camuflaba era una fábrica de dulces de todo tipo, nombrada “Dulces Néstol: Las golosinas que alegran tu corazón”.

Por encima estaba un adorable y sencillo edificio de creación de golosinas y debajo a unos quinientos metros bajo tierra, se encontraba lo que realmente era La sociedad, un lugar sombrío y triste lleno de guardias, técnicos y científicos con la falsa creencia de que es todo por “el bien de la humanidad”.

—¡Buenos días Nueve! —habló El ciego trayendo una bandeja con comida —Hoy toca sopa de cabeza de pescado, espera a probar esta delicia —continuó sirviendo en un plato ondo la apestosa comida —¿Estarás en silencio hoy también? Ya estamos en diciembre Nueve ¿porqué crees que escuchas tantos niños revoloteando en la nieve a más de dos mil metros de aquí?

—¿Qué es nieve? —preguntó ingenuo el pequeño.

—Pues...es algo blanco, como la habitación en la que estamos, es suave y fría; es solo un fenómeno más causado por el clima, ahora come —respondió el hombre insistiendo en que se alimente bien, para comprobar que no se mataba de hambre cada vez que le daba sus comidas.

Nueve con ahínco dejó sin una espina la cabeza del animal marino, y prosiguió a ingerir el resto de la sopa como si fuera una bebida caliente con algunas verduras de acompañamiento.

—¡Muchas gracias! —exclamó complacido el pequeño —¿Puedes contarme más sobre la nieve? —suguirió Nueve haciendo brillar sus inusuales rubíes.

—Me llevó estás cosas y vengo enseguida mocoso —contestó serio con un toque bromista.

—Esta bien —afirmó pacífico con su carita inocente y pura moviendo sus pies para alante y para atrás en la cama, como si estuviera en un columpio.

En la espera del mayor, Nueve cerró los ojos y con sus oídos empezó a viajar, los pasillos con aspecto mecánico de color plateado, las salas de experimentación, las cámaras que rodeaban todo el lugar; hasta llegar a la fábrica y ver todo los dulces coloridos, ese era su lugar favorito de toda la construcción y deseaba que su regalo de navidad fuera ese, un tour por la fábrica y probar las variadas delicias de allí, aunque eso era imposible, aún así ese era su único anhelo.

Sus buenos sentidos lo ayudaban a ver sin estar ahí, y eso era lo que siempre hacia en compañía de la soledad, observar de lejos y aprender nuevas cosas.

De nuevo El ciego volvió a la habitación y ésta se cerraba y abría automáticamente, además de poseer cámaras en todos los ángulos posibles para la observación del sujeto, en fin el peculiar señor trajo consigo una caja que hizo asombrar al niño...

—¿Qué es eso? ¡Es marrón y cuadrado! —musitó el pequeño acurrucado en su manta gris.

—Tranquilo muchacho, eres demasiado valioso para que te haga algo —contestó tratando de calmar al infante —Esto de aquí es una caja, un objeto que almacena diversas cosas ¿Quieres ver qué traigo escondido adentro? —explicó cual maestro.

El niño se acercó y tocó el cartón, no era duro como la pared que lo rodeaba pero, era suficientemente fuerte para tener distintas cosas dentro...

—¡Abrela! Te diré que son las cosas que te traje Nueve —insistió El ciego sentado en el suelo.

—Bien —afirmó tímido acercándose a la caja.

La abrió y sus pupilas mostraron un leve asombró, nunca tocó esos objetos, ni siquiera los había visto en su vida; era una nueva experiencia para el niño; y oír los sonidos que hacía asombrado alegraron un poco al mayor.

—¿Nueve que tienes en la mano? ¿agarraste algo? —interrogó él.

—Si es suave y parece un triángulo, creo que es una bolsa para vomitar tiene una abertura y en la punta algo suave como una pelota pero no rebota —discursó el niño examinando el objeto, mirando sus colores y probando su textura.

—No es una bolsa de vómitos niño, es un gorro de navidad, de los que usa Papá Noel —respondió a la curiosidad del chico.

—¿Quién es Papá Noel? —preguntó tratando de ponerse el gorro en la mano, en la pierna y finalmente en la cabeza que fue el lugar indicado, ya que ajusto como anillo al dedo.

—Bueno es un viejito gordo, tiene una gran barba y cabellos blancos como los tuyos; un sombrero como el que te tienes; en combinación tiene una vestimenta con los mismos colores del gorro blanco y rojo, un par de guantes negros y usa un trineo para repartir los regalos a los niños buenos, pero solo a los que se portaron bien durante todo el año —recitó el castaño.

—Entonces yo me he portado mal...—habló con su voz que comenzó a apagarse —...Papá Noel no quiere saber de mí —continuo hablando —¡Yo que hice mal! —gritó descontrolado rompiendo el vidrio de las cámaras con su acto, dejando intacto lo demás.

De pronto los guardias entraron para llevarse al cuidador, y apuntaron sus armas contra el niño, que estaba llorando porque él pensó que por esa razón su sueño no era cumplido...

—¿Señor qué tengo que hacer para recibir un regalo? —sollozó afligido con la nariz goteando, limpiando las lágrimas de su rostro.

—Ustedes malditos, esperen antes de actuar así, es un niño —aconsejó El ciego tratando de llegar al pequeño.

—No, no Frey este niño no es lo que parece, tiene más años que tú y yo juntos; incluso más que el presidente. Este pequeño tesoro tiene más de cuatrocientos años aquí confinado, lo único que hace diez años lo despertamos para continuar lo que nuestros antepasados —explicó el científico Darses entrando junto a un par de guardias.

—Bien doctor Darses comprendo ¿podría contarle un cuento para dormir al pequeño? —dijo.

—Bien, vamos chicos van a contarle un cuento al “niño” —enunció el doctor.

Los guardias se retiraron junto a uno de los científicos que manejaban a Nueve, todo el alboroto se esfumó y el castaño comenzó a contarle la historia que le contaba su  madre en la infancia cuando no tenían dinero para celebrar la navidad...

El ciego empezó a relatar y dijo:

“Había una vez en un bosque, cerca de la ciudad una pequeña cabaña la más alejada del pueblo, estaba decorando su casa para las fiestas. Los niños ayudaban a poner el arbolito navideño, la mamá cocinaba la gran cena y el papá movía las cajas de los adornos.

Cuando los preparativos estuvieron listos, ellos cenaron; había pasta, pollo horneado, pasteles, frutas, nueces, vino y jugo. La familia compartió esa noche tan mágica, y luego juntos a la chimenea disfrutaron de unas películas y chocolate caliente con galletas, fin”.

Al concluir con el relato le dijo al pequeño:

—Nueve cuando mi mamá me contó eso me dijo: “La navidad no solo significa lujos y comidas deliciosas, es estar con los que amas y desearles bienestar”. Yo no entendí eso al principio pero luego cuando tuve a mi hija entendí que lo mejor es ver su sonrisa feliz —concluyó saliendo de allí dejando la caja con los objetos navideños, que aún estaban en buenas condiciones pese a lo ocurrido.

Además de decoraciones navideñas, un gorro y un pequeño pino había una fotografía en el fondo en donde una mujer con ojos rojos había dado a luz a un bebé.

“La familia es algo precioso, es algo que siempre estará apoyándote y nunca te abandonará, bienvenido al mundo Marcus” estaba escrito detrás de la imágen.

Fin.

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