UNA MANO BAJO EL AGUA
Mathew había terminado un cigarrillo y de inmediato sacó otro más de la caja. Había sido bastante consciente de que su madre murió por tanto humo que tenía dentro de los pulmones, llevándola a un lento y agonizante sufrimiento del que no había salvación. Pero a Mathew, esa terrible tragedia familiar se había quedado olvidado en lo más oscuro del bosque, el miedo a morir ya era cosa de niños.
Llevaba en su tienda de acampar, guardado en una caja de metal, una pistola que había comprado cuatro semanas antes. Estuvo durmiendo en el bosque durante esas cuatro semanas. Volvía a casa o compraba algo cuando necesitaba reservas de alimentación y necesidades higiénicas. Mathew veía el fuego con un detenimiento absoluto, perdido en el movimiento flameante de esas lenguas de fuego. A lo lejos escuchaba el suave sonido del arroyo que corría sus aguas hacia una cascada. Por encima de su cabeza escuchaba pequeños sonidos, pero el ruido del viento era el que predominaba al chocar con los árboles y agitar las ramas y hojas. Mathew soltó un suspiro y miró por encima de su hombro. Si uno lo hubiera visto en esa postura, mirando con algo de cautela y con la espalda encorvada, podrían asustarse.
Ya no se sentía el mismo hombre de antes, humilde, pasivo y que se mostraba sumiso.
Después de haber perdido a su mujer y a su hija de quince años, la parte más vulnerable de él había sido devorada por la más peligrosa. Mathew entró a la tienda y salió para volver a sentarse sobre el mismo tronco, frente a la fogata y empuñando la pistola que había sacado de la caja.
La miró, ceñudo y perturbado. ¿Mathew había anticipado antes que podría usar un arma en algún punto de su vida? No, en absoluto. Mathew no creía en la violencia, siempre consideraba la solución de problemas mediante la palabra.
Pero en esta ocasión, pensó que la violencia era necesaria, que eso lo salvaría del tormento que apenas lo dejaba conciliar el sueño, y pensó que lo ayudaría a sentirse satisfecho luego del trabajo que debía hacer: vengarse.
Semanas atrás, él estaba tan deseoso de salir con su familia. Su hija, Jamie, se mostraba tajante a ir al bosque. Mathew quería sacarla de ese tonto ámbito de verla encerrada en su habitación. En una guía de padres había leído que era esencial la relación Padre―hijo, por lo que sería armoniosa a largo plazo. Con su hija se llevaba muy bien, pero desde los primeros meses en los que ella entró a la secundaria, se tornó diferente. Había que hacer algo, había que recuperar esa relación que tenían entre ellos.
Mishell, su esposa, también pensaba lo mismo, por lo que no se tomó mucho tiempo en estudiar la opción que Mathew le había dado.
Compraron dos tiendas de acampar, una para Mathew y Mishell, y la otra para Jamie.
Hasta ahí todo bien.
Mathew armó una de las tiendas y, su esposa y Jamie armaron la otra. No fue algo muy laborioso, pero con el largo viaje, tuvieron hambre. El primer día fue muy tranquilo, no hubo problemas, habían acampado a unos metros del arroyo, donde Mathew quería pasarlo junto a las mujeres de la casa.
Los problemas llegaron a la mañana siguiente.
―Cielo, hay que recoger más leña para la tarde y la noche―dijo Mishell, cuando vio que él se estaba despertando. Se había cambiado de ropa mientras Mathew seguía en su sueño profundo―. Jamie y yo te ayudaremos.
Mathew movió una mano, abriendo los ojos despacio.
―No te preocupes, eso lo haré yo―se sentó y dio un buen bostezo, tapándose la boca con la mano―. Anoche nos sobró un poco, sólo haría falta juntar algo más. A unos metros más arriba vi bastante leña y ramas, la traeré.
―¿Estás seguro de que quieres traerla tú solo?
Mathew estiró ambos brazos y luego dio un rápido beso a su esposa, sonriendo de oreja a oreja.
―Claro. Tú ve con Jamie a dar un paseo, recuerda lo de la guía de padres.
―Sí, lo haré―abrió su tienda de campaña y antes de salir, vio a su esposo, que tenía una media sonrisa―. ¿Somos malos padres?
Mathew estudió esa pregunta unos segundos. Cuando le habló a su esposa de esa dichosa guía, la vio algo inconforme, incómoda. Era como decirle a ella que educar a Jamie necesitarían un libro obligatoriamente porque ambos se veían lo bastante tontos como para tomar otras medidas que sirvan.
―No, Mishell, no lo somos. Anda, ve con Jamie, las veré luego.
Mathew fue con varias cuerdas para llevar la leña. Su método para cargarla, era juntando largas ramas y ataba una cuerda en cada extremo, para luego cargarlas al hombro. Era sencillo aunque un tanto trabajoso, puesto que si quería llevar más ramas o leña, necesitaría ayuda. Tomó un montón y las fue llevando a la tienda de acampar. Dejó juntando lo que le sobró, al volver tomaría lo demás.
Al llegar a la tienda de acampar, echó todo al resto de leña y ramas. Su esposa había comprado carne del supermercado, él la ayudaría a cocinar y esperaba que Jamie también pudiera...
Se estremeció y dio un respingo al escuchar un fuerte grito. Tardó unos segundos en ponerse de pie de un salto. Escuchó un grito más y pudo identificar de donde pudo haber provenido: a varios metros del arroyo, cerca de la cascada. El grito parecía ser de horror.
¡Su esposa, su hija!
Mathew corrió, tropezando con algunas raíces de los árboles, pisando erróneamente sobre algunas piedras y raspándose un poco de las rodillas para abajo cuando algunos arbustos espinosos le rozaban el pantalón. Mathew apenas los sentía, corría a ver qué había sucedido. Mientras se acercaba, escuchó un grito más.
―¡Suelta a mi mamá!
Era la voz de Jamie, que había llegado a los oídos de su padre a pesar de encontrarse lejos. Cuando llegó al arroyo, vio, no sólo a alguien más aparte de su familia, sino algo de apariencia humana, como el de un hombre exactamente, que volteó a verlo cuando llegó a ver que sucedía.
Era un monstruo acuático, cubierto de escamas en un tono grisáceo por todo su cuerpo, tenía dos hileras de branquias que empezaban desde el mentón y descendían hasta llegar a la medida de los pezones. El rostro era deforme, peor que aquellas películas de terror viejas a las que solía ir de joven, ya que esa cosa abrió la boca y vio que podía ser del tamaño de cuatro o cinco bocas abiertas juntas y los ojos eran amarillos con una línea negra larga y fina en forma horizontal en medio. Los pliegues de sus dedos eran grandes y al final de cada dedo veía diminutas garras. Y debía medir dos metros de alto, le ganaba a Mathew con veinticinco centímetros más.
Mathew, se había detenido al ver a ese ser, como si hubiese sido sacado de una película de los Piratas del Caribe. Se hallaba horrorizado con algo que jamás le creería si se lo contara a alguien. Dejó de mirar a la criatura y miró a su familia, su mujer se hallaba desmayada en el suelo y su hija estaba sentada contra un árbol, sollozando del dolor de su pierna, que se veía fracturada.
―¡Papá, ayúdanos! ―exclamó Jamie, casi con un alarido.
Mathew corrió hacia la criatura, tomando una gruesa rama que vio caída y la usaría como arma. El monstruo, al verlo aproximarse, soltó un rugido que era como un gorgoteo de agua en su cuello. Mathew se abalanzó con la rama, lanzando su primer golpe y el monstruo, atrapó la rama y se la arrebató a él con tanta facilidad. Después, tomó a Mathew de la camiseta, lo levantó y lo arrojó como si tuviera el peso de una almohada. Él se golpeó un costado de la cabeza con una piedra, haciéndolo sangrar.
La criatura sostuvo con fuerza la rama y la dejó caer sobre la pierna de Jamie. Ella soltó un grito luego de oír y sentir un crujido. Mathew apenas podía reaccionar, el golpe lo atontó demasiado que no recordaba el por qué salieron a acampar a ese sitio, una línea de sangre se deslizaba paulatinamente por la sien. Mishell estaba reaccionando, mirando a su alrededor sin saber en dónde estaba.
La criatura, después, tomó una gran piedra con sus fuertes brazos y la dejó caer sobre la cadera de Mishell. Se pudo escuchar un horrendo crujido, peor que el de la pierna de Jamie.
Ambas mujeres llorando por ayuda, el hombre de la casa sintiendo una fuerte punzada de dolor en la cabeza. Si la criatura hubiese usado más fuerza, tal vez le hubiera partido parte del cráneo, tuvo la oportunidad, aunque no lo hizo.
Todos sufrían, excepto aquel enorme monstruo, que tomó de la cabeza a Mishell y la aproximó al final del arroyo, la cascada estaba unos metros más adelante. Mishell vociferaba desesperada a que esa cosa la suelte, pero sus gritos eran ofuscados por el ruido de la cascada. Tampoco se llegó a escuchar algo cuando el monstruo la arrojó desde el borde de la cascada.
Mathew no había visto eso.
Jamie se arrastró con tanta dificultad hacia su padre, usando los mismos árboles para aferrarse e impulsarse. Le dolía mucho la pierna, estaba rota por el golpe de la rama. Se acercó a él, sin haber dejado de llorar.
―Papá, levántate, hay que huir―Jamie sorbió sus mocos y las lágrimas caían en delgadas hileras―, esa cosa se ha llevado a mamá y la dejó caer por la cascada.
Mathew escuchaba atentamente, el dolor persistía, no debía dejarse vencer. Una sombra grande los cubrió a ambos y al mirar hacia arriba, vieron de nuevo a la criatura, sólo que esta vez se estaba llevando a Jamie, arrastrándola de un tobillo.
―¡No, Jamie, no! ―vociferó Mathew, colocando una mano en el sitio en el que se golpeó contra la piedra.
Los gritos de Mathew debieron sonar más fuertes. Se incorporó poco a poco. Jamie se aferraba a lo poco que tenía mientras era arrastrada al borde de la cascada. El monstruo no la arrojó, sino que seguía sosteniendo su tobillo y saltó llevándosela. Mathew caminó despacio, con los ojos entrecerrados, la cabeza le daba vueltas.
Se acercó al final del arroyo y echó un vistazo abajo. No veía rastro de su mujer, tampoco de su hija y mucho menos de aquella criatura que las arrojó por la cascada.
Había sido una gran pérdida, la cabeza de Mathew estaba con un sufrimiento que las pastillas no ayudarían al instante y no podía pensar claramente. De repente, lloró, sin despegar la vista de la espuma que se formaba al final de la cascada.
Después de unos días, tuvo que hacer una sola cosa: inventar excusas y mentiras. El viaje, lo ocurrido con su familia y el golpe en la cabeza, lo había planeado meticulosamente después de que el dolor atenuara.
―Había sido peor que darle un cabezazo a una piedra como si hubiese sido un balón de fútbol―susurro Mathew, mirando la fogata y luego al plato de comida que preparó.
Los guardabosques lo ayudaron a buscar los cuerpos de su esposa e hija. Y los encontraron luego de treinta horas de búsqueda. Los guardabosques se sintieron asqueados al ver lo ocurrido con ellas. Por la ropa, se pudo distinguir quien era quien, pero había algo peor: ambas no tenían cabeza, como si la hubieran arrancado con mucha fuerza. Se veía ese sangrante muñón y una parte de la tráquea. Las piernas de las dos estaban ligeramente movidas de su modo habitual.
―¡Les dobló las piernas! ―vociferó Mathew, lanzando su propio plato.
Todo eso había sido horrible, pero cuando las encontraron, fue él junto con tres guardabosques. Nadie sabía nada de ese monstruo, pero estaba seguro que debió ser eso la que las dejó tiradas en el agua.
Mathew quería borrar esa imagen y lo que había seguido después: su esposa e hija decapitadas. A unos metros, vieron que bajo del agua, se distinguía una mano. Una mano sumergida en el agua, la misma mano que llevaba la sortija que Mathew había usado para dársela a Mishell el día de su boda.
Esa imagen... esa puta imagen que le volvía a dar pesadillas...
Mathew miró la fogata de nuevo, intentaba serenarse y parecía ser una tarea imposible de hacer. Podría salir lo peor de él.
Cerró los ojos y respiró despacio. Inhalando y exhalando, lo ayudaba un poco, puesto que los pensamientos eran los que más gritaban en su cabeza.
Dejó que la fogata se consumiera y se metió a su tienda de acampar.
Intentó dormir, desde que había tomado la decisión de adentrarse al mismo bosque para buscar a aquella criatura, las pesadillas sobre las imágenes de su familia decapitadas cortaba el hilo del sueño, dejándolo con un deprimente insomnio. Sus amigos no sabían de lo ocurrido y nadie sabría cómo es que Jamie y Mishell perdieron sus propias cabezas. Mathew podría explicárselo, pero si lo hacía sólo tendría problemas y que le vean como un lunático, a pesar de que todo lo que había visto fue real y no un sueño.
Puso la pistola al lado, como era de costumbre en cada noche. La pistola tenía la capacidad de llevar once balas, era levemente pesada pero era un arma rápida y la consideraba efectiva aunque nunca antes había usado una y mucho menos disparado antes. Esperaba tener suerte. Si no funcionaban las primeras once balas, tenía un cartucho extra guardado en el bolsillo.
Estuvo meditando más sobre el monstruo. ¿De dónde pudo haber aparecido semejante criatura? No podía ser un disfraz... la boca, los ojos, el cuerpo... la fuerza... no había sido un hombre con un disfraz.
Cerró los ojos, esperando dormir, se había acostumbrado al ambiente forestal y memorizó un poco los caminos y a reconocer los ruidos: el suave sonido del arroyo fluyendo hacia la cascada, los grillos en los arbustos, las fuertes ventiscas que agitaban las ramas y hojas de los árboles, el crujido de las ramas cuando alguien las pisa...
Mathew se incorporó cuando escuchó ese ruido crujiente en algún lugar. Se estaba aproximando. Al lado tenía una linterna, la sostuvo y espero al momento de usarla.
El sonido continuaba acercándose a él, desde la derecha de su tienda de acampar. Debía ser el monstruo.
Al lado de su almohada, tenía una linterna. La empuño y en la otra mano sostuvo la pistola. No la había encendido, pero Mathew quitó el seguro del arma, preparándose para lo que sea. Agudizó un oído y cerró los ojos, esperando escuchar algo, pero aquel sonido ya no estaba, sólo los anteriores que eran de costumbre.
―Debió quedarse quieto―Mathew sólo movió la boca, no dijo nada.
Primero abrió su tienda y volvió a tomar la linterna. Apegó ambas manos para usar la linterna y la pistola al mismo tiempo. La fogata aún flameaba en la escasa leña que había recogido en la tarde, pero estaba cerca de extinguirse.
Tuvo una idea, aunque no sabía si funcionaría. Pensó en si la criatura tenía miedo al fuego. En las películas había visto eso, no obstante la realidad difiere mucho contra un largometraje.
Las sombras a su alrededor se acentuaron y lo estaban atropando a él. Volvió a mirar de reojo al cielo, ahí seguía la luna llena. Era una iluminadora de luz tenue, pero servía más que el fuego, que ya no le quedaba mucho y no podía alimentar las llamas porque no tenía nada que quemar, todo estaba al otro lado y debía ser precavido al moverse.
Sostuvo el arma en alto, entrecerrando los ojos para ver algo en las sombras. Alguna debía ser más grande y corpulenta que las demás, eso esperaba.
La flama estaba cerca de extinguirse y...
Volvió a escuchar ese rugido gutural de agua, Mathew se movió hacia el lado en el que escuchó el ruido y encendió la linterna. Un cuerpo grisáceo estaba de pie allí, asomando la mitad detrás de un árbol.
―¡Muere, hijo de perra! ―Mathew descargó dos disparos, pero la criatura se escondió tras el árbol―. ¿Piensas esconderte? ¡Ahora no lo harás, eres mío!
Corrió hacia el monstruo de agua y esta la escuchó huir hacia el arroyo.
―¡Ni se te ocurra escapar!
Mathew la siguió y al llegar al arroyo, dejó de oírla. Debió esconderse, nuevamente. Él volvió a alterarse, se había escapado y su oportunidad se había estropeado.
Se lo pensó por unos segundos y acalló esas ideas al escuchar una rama romperse. En un árbol. Mathew escuchó el ruido del viento sobre su cabeza y al levantarla, vio que la criatura estaba cubriendo un poco la luna, ¡se había lanzado directamente hacia Mathew!
Él disparó pero las balas fueron a parar a quien sabe dónde, su arma y su linterna se le escaparon de las manos. Aquella monstruosidad estaba encima de él, sosteniendo del cuello de su chaleco, después abriendo esa horrenda y enorme boca, soltando ese rugido gutural en la cara de Mathew.
Él le dio un golpe en el rostro y eso lo pudo apartar un poco, de esa manera Mathew se movió ágilmente debajo de la criatura y buscó a tientas su pistola, en aquella negrura no veía bien y la desesperación era mucho peor.
Tomó dos cosas: una piedra y gruesa rama. Procedió a darle en el rostro con la piedra. Esto hizo que el monstruo se le apartara de encima, tapándose la cara mientras retrocedía con aullidos de dolor. Mathew aprovechó, dejando atrás la piedra, y usó la misma rama gruesa, para golpearlo repetidas veces, se estaba deshaciendo en sus manos.
―¡Esto es por mi familia, maldito engendro acuático!
Mathew miró lo poco que quedó de la rama y vio que la punta rota, podía usarla como puñal.
La criatura, que había recobrado parte del conocimiento, abrió su enorme boca y se lanzó de nuevo hacia Mathew y él, sólo enterró la punta de la rama por el pecho, atravesándola con fuerza.
―¡Muérete, muérete ya!
Los sonidos guturales pasaron a ser carraspeos, había sido como darle al corazón. Aunque Mathew se había cuestionado si esa cosa tenía corazón o no, ya que la criatura sólo cayó sentada, la respiración parecía ofuscada como si tuviese el aspecto cansado de un hombre mayor que ya no camina las mismas distancias de antes.
Mathew se quedó callado, viendo como el monstruo quedaba sentado, pero no moría, aún seguía viviendo. ¿Por qué no había muerto aún? Mathew fue por el arma y la linterna, sosteniéndolas de la misma forma que hace rato y encendió la linterna, iluminando el rostro de la criatura, que se tapó el rostro con una mano. Estaba listo para apretar el gatillo nuevamente.
―¿De dónde has salido? ―preguntó Mathew, como una última frase que esperaba que el monstruo escuchara.
Pero aflojó el dedo del gatillo cuando la escuchó hablar.
―Yo vengo de las ciudades que se encuentran en los mares―la voz del monstruo acuática era un poco ofuscada, pero también grave y entendible. Tosió y bajó el brazo―. No sé qué hago aquí en los bosques, este no es mi hogar.
―¿De qué hablas? ―Mathew preguntó, mirándolo ceñudo. ¡Esa cosa estaba hablando en su idioma!
―Que no pertenezco a este lugar―respondió con obviedad, volvió a toser. Mathew no entendía cómo podía hablar con esa bocaza, pero en serio podía hablarle a él―. No tendría que estar aquí―tosió más fuerte―. Fue alguien quien me trajo.
―¿Quién?
―No lo sé, nunca pude verle la cara, pero tenía los brazos con escamas negras, como las de un reptil. Yo sólo pude ver que me tomó del brazo y me... ―hizo una pausa, le costaba respirar. Debía necesitar agua, probablemente, aunque no parecía tener problema con el aire―, y me dejó aquí. Había visto un remolino encima de unas rocas, el remolino era violeta... después pude ver un paisaje del exterior. En el que estamos ahora.
Mathew volvió a mirar de soslayo los árboles y el arroyo, no dejaba de apuntarle.
―Y me dejó varado, fuera del agua. ¡Algo que jamás creí posible! Nadie antes lo ha hecho... nadie ha logrado cruzar fuera del mar.
―Parece que hablas como si en verdad supieras lo que hay en la superficie terrestre.
La criatura la miró pensativo.
―Es porque yo era una persona. He muerto antes y bajo el agua tuve que vivir, con los demás. Nadie ha logrado escapar y fui el primero en conseguirlo, aunque no por cuenta propia. Para los que vivimos bajo el agua... el mar, pareciera tener una tela que no se puede romper, en el mundo acuático nos quedamos, ahí pertenecemos cuando morimos―Levantó la mirada, escrutando con aquellos extraños ojos, llenos de intriga al narrar―. Ese sitio... es un lugar diferente después de la muerte... no es el cielo, ni siquiera el infierno. Todo es agua y unas ciudades que antes existieron.
Mathew sintió escalofríos. ¿Todo lo que le estaba contando era cierto? Dice provenir del mar, ¿pero de cuál sitio del extenso mar exactamente?
No quiso pensar en lo que le dijo, pasó a otras cosas más importantes.
―¿Por qué ellas? ―preguntó Mathew, apretando la mandíbula.
―Tenía hambre―respondió con frivolidad―. Allá en el mar, después de morir no somos inmortales, podemos morir. Debemos seguir alimentándonos y la comida nos sobra como para esas personas que viven en la superficie. Podemos soportar semanas sin comer, pero de todas maneras, debemos hacerlo. A ti no te quería comer, no te ves apetitoso. Las mujeres sí. Pero viendo que nadie deambulaba por estos bosques a excepción de ti, no tuve alternativa que venir a devorarte.
Mathew sostuvo el mango del arma con fuerza. ¿Hambre? ¿La muerte de su esposa e hija fue sólo por hambre? ¡Pero les había devorado las cabezas!
No obstante, Mathew había recibido una información importante: Esa cosa puede morir. Volvió a posicionar el dedo sobre el gatillo, mirando con furia desencajada a la criatura.
―Te has metido con el hombre de familia equivocado―dijo Mathew, apuntando a la cabeza, disparando.
La criatura cayó hacia atrás y la sangre, viscosa y morada, había quedado impregnada en el suelo, las rocas y un poco ensució las aguas del arroyó. Mathew disparó todo el cartucho en el monstruo y este se sacudía, muerto, mientras recibía disparo tras disparo. Mathew puso el cartucho sobrante en su arma y volvió a llenarle con extra de plomo.
Cuando escuchó disparos secos, el arma vaciada, se resbalaba de sus manos. Unas lágrimas habían salido de sus ojos llenos de furia. Había logrado serenarse, después de tantos días, al fin pudo serenarse.
El cuerpo de la criatura... no la podía dejar allí... así que Mathew, volvió a su tienda de acampar y tomó una pala, para después cavar y enterrar al monstruo. Pesaba demasiado pero logró con éxito dejarlo en el hueco que había trabajado. Lo rellenó con tierra y ahí se quedaría. Nadie jamás sabría lo que pasó.
Supuso que ya no habría manera de que ese monstruo reviva.
A la mañana tomaría sus cosas y regresaría a casa, ya había hecho lo que debía hacer y moría de hambre.
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