PESADILLAS EN EL COMA

Wilson Meléndez había despertado del coma hace dos semanas, pero el comportamiento que presentaba salía de lo normal en cualquier paciente que antes hubiera pasado por lo mismo. Wilson despertaba gritando, con el cuerpo y respiración agitados, el cuerpo bañado en sudor y siempre refunfuñando cosas sin sentido. Pero la peor parte, es que deseaba morir.

La tragedia del coma había sido seis meses atrás. Wilson trabajaba como policía hasta que un accidente en su coche, luego de intentar huir de un tiroteo, le costara le vida. Parecía ser una situación grave, algunos doctores recomendaron a la esposa que era mejor desconectarlo porque era muy poco probable que él volviera a despertar. Kelly, su esposa, se había negado a dejarlo ir. Lo amaba demasiado como para desconectarlo, prefería esperar el tiempo que fuera necesario para pudiera volver a casa. No podía dejar a su hija sin su verdadero padre.

La niña, Rossie, sólo esperaba que el padre despertara. Su madre le había convencido a ella que algún día lo haría, que esa clase de situaciones de larga espera era cuestión de paciencia.

—¿Cuándo va a despertar? Quiero estar con papi—decía la niña con la mirada cabizbaja, chupándose el dedo y abrazando el peluche que su padre le había obsequiado días antes del accidente.

—No lo sé—había respondido la madre, con un gran nudo en la garganta.

Kelly y Rossie iban a verlo a menudo. Rossie hablaba con él como si estuviera despierto y con tanta dificultad leía los cuentos que su padre solía leerlos. La niña tenía seis años, pero iba desenvolviéndose con la lectura rápidamente.

El día del despertar de Wilson, había sido por la tarde. La hora de las visitas iba a terminar en una hora aquel día; Kelly le había dicho a su hija que iría al baño y que no saliera. A Rossie no le gustaba que la molesten cuando le leía los cuentos a su padre, por lo que ella se quedó leyendo Los tres cerditos hasta que su madre volviera.

Rossie siguió leyendo, tropezando con algunas palabras, trabándose a ratos pero diciéndolas correctamente al final. Rossie levantó la mirada cuando vio por el rabillo del ojo unos zapatos bien lustrados, brillaban mucho por la luz del sol que entraba por la ventana. Ella fue arrastrando la mirada poco a poco hasta posar la mirada en el rostro. Era un hombre trajeado. La vestimenta era tan elegante, ceñido en un cuerpo robusto. El hombre miró a Rossie, sonriéndole.

Rossie no escuchó al hombre entrar a la habitación de su padre.

—Hola, señor.

El hombre no respondió a la niña, se acercó al padre de ella y puso la mano sobre la frente.

—Ya es hora—susurró el hombre al policía. La niña no lo escuchó—. Estaré pendiente de lo que digas.

El hombre trajeado retrocedió unos pasos, sin perder de vista al Wilson. Wilson empezó a retorcerse, estaba pasando por un ataque de epilepsia.

—Papi, ¿qué tienes?

La niña abrazó el libro de cuentos, viendo como su padre se agitaba en la cama. Ella volteó a ver al hombre trajeado, pero ya no estaba. Ni siquiera escuchó que se había ido.

Wilson inhaló aire con dificultad a pesar de que traía puesta la mascarilla de oxígeno. Le era imposible respirar. Se acercó al borde de su cama, se quitó la mascarilla y escupió. La respiración fue ronca por unos segundos hasta que fue recuperándose poco a poco. El pecho subía y bajaba, esperando a calmarse.

—¿Dónde estoy? —pregunto Wilson. Tenía los ojos rojizos.

—¡Papi, al fin despertaste! —la niña estalló de emoción al verlo abrir los ojos luego de tanos días. Ella sabía que algún día iba a despertar.

Kelly, al ver que la niña daba brincos y escuchaba hablar a su esposo. Se puso rígida al verlo despierto. Wilson seguía mirando a su alrededor, como si fuera un lugar desconocido aunque no era para nada difícil de comprender en dónde se encontraba. Hasta él lo sabía, pero esperaba que ya estuviera en la Realidad.

—Mi amor, has vuelto...—dijo Kelly, apretando los labios para retener las lágrimas.

Wilson no le hizo caso. Se quitó las sábanas y al momento de levantar las piernas, éstas no respondieron de la misma manera. Wilson las sentía como de mármol, no podía moverlas y le dolía hacerlo.

—Wilson, calma, acabas de despertar del coma—se estiró su mujer hacia él en la cama, empujándolo con cuidado para que vuelva a recostarse—. Estuviste en coma por más de medio año—se enjugó las lágrimas con un pañuelo que tenía en su bolso—. Es bueno tenerte de vuelta, mi amor.

—¡Papi, he mejorado leyendo!

Entonces entra una enfermera, irrumpiendo en la felicidad de ambas personas.

—¿Qué creen que están haciendo? —las regañó. La enfermera las sacó de la habitación, su mirada y ceño fruncido apuntaban a la esposa del policía—. Señora, no puedo creer que haya hecho eso, ¿le dijeron lo que tenía que hacer si veía a su marido despertar? —Kelly, frunció la mandíbula y asintió con la cabeza, apenada—. Bien, pues cuando alguien despierta del coma, se toman medidas delicadas. Fue arriesgado lo que hizo, por suerte estuve por aquí cerca. Traeré al doctor responsable de su esposo, pero tendrá que esperar si quiere hablar con él.

—Estaré pendiente—dijo Kelly. Y antes de que ella se disculpara, la enfermera se fue a buscar al doctor y encargó a alguien más para que estuviera con Wilson.

Cuando el doctor entró, saludó cordialmente a Wilson y se presentó con su nombre, aunque el policía podía verlo en el bordado de su mandil. El doctor Wallace Carter hizo varias pruebas con él, checando los ojos y capacidad para mover su cuerpo. Luego de otros análisis, tomó asiento, sosteniendo un pequeño cuaderno, tenía un bolígrafo en el bolsillo del mandil y lo sacó para empezar a garabatear algunas cosas. Wilson seguía mirando la habitación con extrañeza.

—No debes tener miedo, es un hospital, amigo—el doctor detectaba la ansiedad repentina desde que vio a Wilson.

—No es el miedo al lugar, doctor, es sólo miedo a lo que había visto durante el coma.

El doctor frunció el ceño, reconocía que nadie veía algo mientras estaba en coma.

—¿Viste cosas? —Preguntó él, irguiéndose más hacia Wilson—. ¿Cómo cuáles?

—Vi toda clase de horrores—dijo Wilson lentamente—. Vi lo peor de este mundo, lo que esconde tras el velo de la vida y la muerte, incluso las cosas que casi nadie ha llegado a ver.

—¿Qué exactamente?

—Horribles cosas. Y luego... estar en la mente de...

La respiración se tornó agitada y entonces, los ojos de Wilson posaron en el techo y abrió la boca. Tenía la mirada como si estuviera observando alguna especie de espectáculo.

—Hay caos por donde no lo vemos, doctor Carter—no despagaba la mirada del techo—. He visto lo que él ha hecho, el modo en el que se escondió de sus enemigos. Lo he escuchado hablarme, su idioma es extraño.

El doctor se retrepó en el asiento, se sumó una incomodidad repentina que jamás había sentido.

—Qué extraño—susurró el doctor.

—¿Qué es extraño, doctor? —dijo Wilson, sin dejar de ver el techo. Tragó saliva—. ¿Algo de lo que estoy diciendo?

—Sí. Yo estoy experimentado en los casos de coma—hizo una pausa, mirando de reojo al techo para saber que veía Wilson, pero no era nada en realidad—. Pero el suyo es diferente.

Wilson soltó una risita cínica.

—¿Qué tiene de diferente con los demás?

—Que nadie ve cosas durante el coma—susurró el doctor. No sólo era eso, sino que Wilson hablaba de algo en particular, pero no lo hacía de forma más específica—. Hay un hombre de más de veinte años que está internó aquí por problemas de drogas. Cayó en coma, pero sé que él no despertará para decirme lo mismo que tú, pero sí despierta se verá confundido.

Wilson bajó la mirada y la posó en los ojos del doctor Carter.

—Él tiene tanta suerte de no ver lo que yo, doctor. Ojalá no esté viendo lo que yo estuve viendo.

—¿Qué es lo que vio exactamente? —la voz del doctor sonaba suplicante, necesitaba que él hable.

—No diré nada—masculló Wilson, pero en cierta forma sabía que no podía hacerlo porque era peligroso—. Quiero que se marche de aquí, no voy a responder a nada más, es todo. Y asegúrese de que nadie entre aquí.

El doctor rogó para que hablara, pero Wilson ya no lo miraba.

Cuando el doctor salió de la habitación, Kelly fue la primera en acercarse a él. Le preguntó cómo encontraba a su marido y Wallace Carter le comentó que era mejor darle descanso. Wilson ya había despertado, así que el doctor dijo que pronto podrían empezar ayudándolo a que vuelva a caminar.

Al día siguiente, Kelly fue a verlo acompañada de su hija. Lo vieron a él acostado, una enfermera lo ayudaba a acomodarse y entonces, la niña caminó hacia el padre con el libro de cuentos en una mano. Pero el padre policía pidió apartarse abruptamente de la niña.

Los intentos por querer hablar con él fueron en vano, detestaba la presencia de ellas y no quería verlas. Tampoco hablarles. Wilson seguía los tratamientos para que pudiera caminar tarde o temprano. Pero su actitud incomodaba e irritaba a las enfermeras y especialmente al doctor Carter. Seguía negándose a hablar sobre lo que le preguntaban y lograba evadir las preguntas con respuestas hirientes, hasta que luego de dos semanas Kelly se había hartado de perder tiempo y esperó a que usara un método que la ayudara. Un método que relajara a Wilson. La niña también la acompañaría.

Algo que ellas no sabían es que horas antes, por la noche, cuando la luna llena se hacía presente, otra de las pesadillas que Wilson había visto durante su estado de coma volvieron a estar presentes y lo vio a él... al hombre del traje. Sólo vio su vestimenta pero nunca vio el rostro. 

Por la tarde, Kelly y Rossie se acercaron a Wilson. Rossie deseaba darle un beso en la mejilla pero él apartó la cara. 

—Quítamela ahora, Kelly. Si pudiera moverme como quiero, le daría una bofetada para que se aparte—Wilson se quejó. La niña fue perdiendo la media sonrisa que traía y fue a una sentarse a una silla que estaba en la esquina.

Kelly, reaccionando ante lo que él dijo, se acercó y hablo en susurro.

—¿Qué pasa contigo?

—Déjale los cuentos de niños para los niños, Kelly—comentó Wilson. Su voz sonaba seria, muy diferente y ajena de lo que su esposa lo había escuchado en sus años de casado.

—Rossie sólo quería subirte el ánimo, despertar del coma no debió ser nada fácil.

—No, Kelly. La peor parte estaba cuando aún seguía en coma—Levantó la mirada a su esposa luego de una pausa—. El coma es mil veces peor de lo que tú imaginas. Quiero estar muerto.

La esposa se apartó dando unos pasos hacia atrás, después de varios días soltaba algo nuevo. La confesión del policía había sido como una fuerte bofetada, gran parte de él, o quizá todo se había ido y Kelly lo reconocía, lo que debía hacer esa que volviera. Ella tomó una silla y la puso al lado de la cama.

—Supongo que tiene que ver con lo que el doctor me comentó, sobre haber visto cosas mientras seguías en un profundo sueño, ¿qué fue eso exactamente? El doctor agregó que hablabas sobre alguien—Hizo una pausa cuando vio que su marido negaba con la cabeza—. Rossie dijo que un hombre con traje entró aquí, te tocó la cabeza y segundos después despertaste. No le creí a ella, pero quiero que seas tú el que me cuentes la verdad.

La expresión de Wilson se había crispado cuando ella mencionó lo del hombre.

—No quiero hablar de eso...

Kelly tomó sutilmente la mano temblorosa de su esposo, mirándolo a los ojos. Ella los tenía cristalinos por las lágrimas lo de «Quiero estar muerto» había sido demasiado rotundo y necesitaba ayudarlo. Había llorado de emoción cuando vio que ya caminaba, pero recordar las respuestas evasivas e hirientes desaparecía aquella emoción.

—Háblame de eso, mi amor—levantó la mano y la besó. Esperaba que el afecto sirviera como una especie de alivio para Wilson.

—Cosas malas, cosas terribles...—Wilson empezó a subir y bajar su pecho con más rapidez. La respiración se había convertido en un esfuerzo por conseguir. Temblaba mucho y su rostro se crispó hasta el punto de llorar.

—Tranquilo, tranquilo... yo estoy aquí...

Ella sonrió a medias forzosamente esperando que su voz sosegada controle la situación, la idea había resultado y días antes no la había usado correctamente. 

—Es horrible lo que vi, Kelly... es horrible, muy horrible... yo...—Wilson movió la cabeza, con dirección hacia la pared, se había callado de repente. Su esposa veía como un par de lágrimas resbalaban por las mejillas y la boca estaba entreabierta. Wilson no se movía, sus pupilas no se movían ni un milímetro—. Miré el caos, la catástrofe que llegará con los años. He mirado a través de sus ojos en algunas ocasiones, viendo como había escapado por una puerta en 1944, después se escondió aquí y unos años más adelante se llevó las vidas de algunas personas en una lejana casa en un pueblo. Cuando el hombre del traje pudo salir a nuestra realidad no le tomó mucho tiempo controlar a la gente y hacerse con una aliada de ojos morados que estará ayudándolo ante sus órdenes. Él se movió por el mundo, haciendo trabajos y experimentos en las personas que fijaba su interés y que eran especiales porque sólo así podría usarlos como sus marionetas. Yo soy una de sus marionetas, también soy un mensajero, un experimento que puede ver una visión oscura y abrumadora que tarde o temprano llegará a este mundo. Él confía deliberadamente en la anarquía.

»Nadie podrá detenerlo con el paso de los años, él es una fuerza superior. Matará a cualquiera que se interponga en sus planes—Wilson soltó un grito hacia la pared—. Él me hizo ver lo peor, lo más grotesco y malévolo que está en su retorcida cabeza. Tiene un plan para toda la humanidad. No habrá mortal que se interponga, él es poderoso. Me obligó a ver su propia versión de un Apocalipsis que él provocará...

Wilson apartó las sábanas de su cama y sin problema, bajó los pies al suelo, caminando a trompicones hacia la pared. Kelly se había congelado con todas las palabras que salían de la boca del policía. Ella miró a su hija, que se había tapado las orejas.

—Rossie, sal de aquí—ordenó la madre. Había olvidado que estaba allí.

Ella bajó de la silla y salió de la habitación. Kelly permaneció callada al ver que su marido caminaba sin terminar del todo el proceso que tenía que cumplir para volver a caminar.

—Soy una bomba de tiempo—susurró él, mirando a su mujer por encima del hombro—. Nadie podrá estar a salvo—Wilson se dirigió a la pared, apoyó las manos y dio un fuerte cabezazo. Kelly reaccionó en su asiento y se abalanzó sobre él mientras volvía a darse un golpe más contra la pared.

—¡Basta, deja de hacerlo! —su fuerza no cedía la presión que Wilson ponía en la pared.

—Todos vamos a morir, todos vamos a morir, todos vamos a morir—dijo Wilson, dando cabezazo tras cabezazo; empujó a Kelly usando una sola mano. Cada repetición de la frase era un golpe contundente contra el muro. Su frente se había destrozado y la sangre había manchado la cara, ropa y pared. No se detenía—, todos vamos a morir, todos vamos a morir, todos vamos a morir, todos vamos a morir, todos vamos a morir, todos vamos a morir, todos vamos a morir, todos va...

El cuerpo de Wilson se desplomó. Ni siquiera Kelly tuvo el atrevimiento de ver cómo había quedado el rostro del policía. Las enfermeras habían llegado tarde cuando escucharon los gritos de Kelly en la habitación. El doctor Carter no había estado ese día, se enteró de lo ocurrido a la mañana siguiente.

Kelly estuvo sollozando por horas y no sabía qué podía decirle a Rossie sobre su padre.

Mientras las dudas surgían sobre el difunto policía con el correr de los minutos, un hombre trajeado salía por la puerta principal del hospital entre una gran cantidad de personas. Pero de todas maneras, nadie se había fijado en él por completo.

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