MIS CANTOS A LA LUNA

Ya me quedaban diez o quince minutos para salir al escenario y tomaría mi guitarra para ponerme a cantar frente a ese numeroso grupo. Mi manager musical me dijo que cante la nueva canción que había compuesto hace unas semanas y no me negué en aceptar su orden. Muchos escucharon esa canción, de un ritmo tan lento y triste.

Me recordaba mucho a Karen, la mujer que amé meses atrás, antes de cumplir el sueño ser solista. En realidad, la inspiración para esa canción (y quizá la mayoría de las que he compuesto durante este tiempo), es solamente por Karen. Ella podía ser el amor y el desamor, la alegría y la tristeza, las melodiosas risas y las cascadas de lágrimas que caían de sus ojos.

En una esquina del camerino tenía la guitarra, la misma vieja guitarra que he cuidado con mi vida desde hace cuatro y que es la misma con la que dedicaba canciones a Karen. ¿Por qué siempre existe esa necesidad de llorar con los recuerdos más alegres que con los deprimentes? No quería llorar, no en este momento de nervios en los que estaba tan cerca de salir al escenario.

No obstante, la mente suele ser cruel, o quizá sea yo el que sea cruel conmigo mismo porque quiero y porque quiero recordar lo mucho que pasé con Karen.

Nuestro primer encuentro, no podía ser llamado Amor a primera vista. Yo prefería decirlo como Amor a primera voz cantada, porque de ese modo había ocurrido en un karaoke que estaba en una esquina que tenía un quiosco con un pésimo periódico, decían que solo publicaban mentiras para llamar la atención. En ese karaoke, una noche, mis amigos dijeron que cantase algo y que me pagarían una cerveza. Si me ganaba al público, me darían dos. A lo que acepté sin problema.

No necesitaría la guitarra, pero podía pedirle a alguien que pusiera una canción que conozca y pase al frente para cantar. Ya estaba acostumbrado a ello, pero refiriéndose a un público menor. Estaba a dos personas de ir adelante y antes de mí, pasó una chica delgada de caderas estrechas, melena teñida de castaño y hecha una coleta, sonriendo mostrando los brillantes dientes. Sostuvo el micrófono entre sus manos y la canción de Let her go se iba reproduciendo en una pantalla con los subtítulos corriendo. Al principio creí que cantaría solo porque sus amigas se lo propusieron, a modo de apuesta o reto como lo fue conmigo quizá, o porque quería animarse a intentarlo y romperle los oídos a todos los presentes.

La estúpida idea que tuve fue desechada a la basura cuando la oí cantar. Santo cielo... su voz, era como la de un ángel, como la de una joven cantante de Ópera; sentía esa extraña descarga de electricidad serpenteante por todo el cuerpo, los oídos y el corazón emocionados de escucharla, sonreía de oreja a oreja y uno de mis pies iba al ritmo de la canción. La letra me la sabía al derecho y al revés. Había escuchado a muchas mujeres cantar y me encantaba como lo hacían, pero ninguna superó a Karen cuando la escuché cantar por primera vez.

Ella seguía cantando, con los párpados bajados. Por un instante sentí que no había nadie más a mi alrededor, que ella era la única que estaba en el karaoke y que su espectador era solo yo. Era una voz mágica, despertaba emociones y apagaba mi cuerpo para quedarme estático a contemplarla. Jamás sentí eso.

Cuando terminó, recibió sus aplausos, ella sonrió de oreja a oreja al público y bajó del escenario. Mis amigos me hicieron señas y empujes para que pasara, era mi turno. Había pedido que reproduzcan All of me, no supe por qué escogí ésa exactamente, pienso que quería variar un poco. Sostuve el micrófono y parpadeé sorprendido al percatarme que las palmas de mis manos estaban sudadas. ¿Nervios a pesar de que había cantado con confianza días antes? Resultaba muy raro, pero mi pensamiento en ese instante era el de aquella mujer que maravilló al público antes que a mí y no quería arruinarlo. La vi sentarse en una mesa redonda con sus amigas.

Me estaba mirando, expectante a que la canción se reproduzca y la cante. Trague saliva, me sentía como si hubiese pasado al frente por primera vez. El miedo que tenía, era que quería llamar la atención de Karen, esa noche lo había logrado. Escuché que la melodía había empezado y vi la letra que debía cantarla. Carraspeé y canté.

Me tomó unos segundos regresar a la confianza y seguridad que tenía. Miraba a todos, no sólo a Karen, puesto que no quería que ella se diese cuenta que la miraba. No obstante, pude notar que su sonrisa se ensanchaba mientras cantaba el coro, la noté muy emocionada y me pareció que sus amigas susurraban sobre mí.

Terminé de cantar, aplaudieron (algunos silbaron) y me dirigí hacia mis amigos, con cierto hormigueo en el cuerpo y las manos y frente con un poco de sudor. Mis amigos me felicitaron por mi presentación.

―Te salió perfecto, igual como siempre, Billie. ¡Vamos por tus dos cervezas!

Fuimos a la barra y uno puso un brazo por encima de mi hombro. Con cierto disimulo busqué con la mirada a Karen en la mesa en la que la había visto sentada. Ya no estaba allí. Me habían pedido la cerveza y me arrimé en la barra, dándole sorbos a la bebida, hasta que una voz me habló.

―Jamás vi cantar a un hombre una canción de John Legend como lo has hecho tú―me dijo Karen, que se había movido de la mesa a la barra.

Yo aún estaba con mi bebida y lo que tenía en la boca me lo pasé de una sola y fuerte tragada. Fue algo tan difícil, como un mal mentiroso que quiere tragar saliva en un momento en el que se descubre sus farsas. Traté de mantenerme calmado, no quería perder compostura.

―¿Cómo describirías mi manera de hacerlo? ―pregunté con total calma.

―Diferente―dijo ella, la vi muy sonriente. En una sola palabra lo sentí como halago―. Lo juro, se nota que intentas expresar los mismos sentimientos que trasmite―se apartó un mechón de cabello que estaba tapando su rostro―. Cualquiera tan sólo la canta, tú vas más allá de eso.

―¿Cómo si lo hubiese hecho a través de mis emociones?

―¡Sí, así es! ―Ella sonrió aún más. Hizo una pausa y tendió una de sus manos―. Mi nombre es Karen.

―Billie―respondí cuando estreché su mano con un ligero estupor. Costaba mucho creer que ella me hubiese hablado aquella noche. Reconocía que muchas mujeres se acercaban a mí luego de que me escucharon cantar, les parecía atractivo. Pero que Karen lo hubiese hecho, era un nivel diferente, ya que pensé que nunca se acercaría a mí aunque llegase a tener una voz sagrada―. Me encantó como lo hiciste tú también, Karen. Diría que lograste cautivar a todos.

Ella había soltado una risita y agradeció, había empezado bien.

Que llegase a ser su amigo, no fue algo fácil, ya que solía estar ocupado trabajando en una mecánica y luego me preocupaba en agarrar mi guitarra y componer alguna que otra canción. Aunque tenía oportunidad de verla los fines de semana luego de que me gané un cierto nivel de su confianza. Empezaba siendo amistoso, no era tan idiota como para lanzarme a jugármela para sólo terminar perdiendo, todo era con paciencia.

Su voz me deleitaba cuando la escuchaba cantar.

Su sonrisa dibujada en su cara solía ser contagiosa cuando la veía.

Salíamos a dar paseos, y lo que deseaba conseguir era conocernos mejor. Pero siempre ocurría algo y es que se cerraba mucho a contarme algo. Karen, a pesar de que se animó a ser amiga mía, ¿por qué hablaba poco de ella misma? Contaba una historia breve, la hacía reír y luego le preguntaba si le había sucedido algo similar, aunque las respuestas terminaban en un o un no. Rara vez expandía su respuesta. Demasiado cortas y demasiado simples en una mujer tan magnífica como lo fue ella. Las ocasiones en las que salíamos, ocurría lo mismo y me dificultaba hablar de algo nuevo. Con los días la veía un poco más insegura que la noche en la que se animó a hablarme luego de que me escuchó cantar. Su mente parecía bloqueada, cerrada y sin saber que decir.

Me preocupaba. Y su sonrisa parecía encogerse, ya no la veía tan alegre. Una noche que salimos intenté sacarle conversación y respondía poco, como de costumbre. Hasta que fuimos a un parque y nos sentamos, hubo cierto silencio, pero ambos estábamos mirando la luna llena que desprendía un intenso fulgor sobre nosotros.

En cierto momento, escuché que Karen sollozaba. Sin saber lo que le pasaba, me acerqué para abrazarla. Le dije que me cuente lo que le pasaba y siento haber recibido una gran versión de su vida en un corto resumen.

Resultaba ser que no tenía padres, en el mismo coche en el que ella viajó junto con ellos para regresar a casa, sufrieron un accidente en una carretera por culpa de un bache. Eso fue cuando tuvo catorce años, su vida después de eso se fragmentó aún más al ser la única que sobrevivió en el accidente. Su depresión le carcomía la conciencia y sus pensamientos alegres. Vivió con sus abuelos por parte de su madre, pero ella estaba poniendo sus esperanzas en que las cosas salga bien... y terminaron en tragedia el día en el que puso un pie en la casa de sus abuelos. Nunca se sintió como una nieta, sino como una sirvienta. Si una orden no estaba bien hecha, recibía golpes con un cinturón de cuero, un cable grueso, bañarla en agua helada y otras maneras más que no quería recordar, porque el simple hecho de pensarlo le hacía creer que su piel sentía el daño de hace tiempo.

La música había sido lo único que le devolvía la vida, cantando y cantando, aunque la música no le podía vendar las cicatrices que le provocaban y las que se provocaba ella misma.

Cuando pudo abandonar esa casa, las cosas no resultaron tan malas como lo fue con sus abuelos. Había ahorrado dinero y también robado. Había tenido que robarlo, no aguantaba tanto quedarse a solas con ellos.

No obstante, vivir por sí sola no le resultó fácil. Al menos hasta que pudo conseguir el trabajo como cajera decidió quedarse allí durante unas semanas, después ya no supo a qué otro sitio buscar para encontrar empleo. Nada había sido sencillo desde que sus padres fallecieron.

Después probó suerte usando su talento para el canto. Su voz le dio de comer y ayudó a pagar unas pocas cuentas cuando se presentaba con una banda de chicas. Aquello sólo llegó a durar un año, no había durado por mucho tiempo, al menos para Karen. La banda tuvo conflictos entre ellas mismas y cortaron toda relación al final, esos desacuerdos mataron los futuros sueños de presentarse en lugares mejores.

Semanas después sería que me conocería a mí. Karen había estado callada durante mucho tiempo, incluso a sus "amigas" más cercanas se ha obligado a callar, era muy sensible. Sin embargo, eso no explicaba el por qué reprimió gran parte de su vida estando frente a mí. Había necesitado consuelo y en eso la entendí. Los fantasmas del pasado nunca se callan ya que siempre gritan en la mente.

―Lamento contarte todo esto, Billie, tú ni siquiera tenías que haber escuchado nada de esto.

Puse una mano sobre su hombro, esperando apaciguarla.

―Tenías que soltarlo todo, no te preocupes.

―Contigo no tenía que pasar esto...

―¿Por qué no? ―inquirí, había creído que no tenía suficiente confianza conmigo como para seguir callada y no haberme contado nada de lo que dijo antes.

―Porque... no quería que me veas así―soltó un suspiro y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano―. No al hombre que me gusta.

A mí me había anonadado cuando lo dijo, gran sorpresa me había traído. No era algo que estaba esperando aquella noche, pero tampoco supe que decir, solo tomé su mano y besé sus dedos.

―No importa, Karen―dije, calentando su fría mano―. No siempre se puede ser fuerte, pero cuentas conmigo, haré lo posible para ayudarte.

Ella sonrió y se tapó la cara. Después volví a mirar la luna llena y canté la canción que canté en el karaoke la noche que la conocí. Ella apartó la mano del rostro para mirarme, se veía como un animal tierno mirando con curiosidad.

Esa noche la consolé y nuestro primer beso fue bajo la luz de la luna llena.

En este momento revisé la hora, faltaban entre cinco y tres minutos para que salga a presentarme.

Cerré los ojos y volví a recordar.

No había sido fácil ayudar a alguien con problemas severos de depresión, nunca antes me había topado con una persona que había tenido que pasar por tanto. Ella se había callado lo de sus abuelos y no lo entendía, aunque debió ser porque la tenían bajo muchas amenazas.

Me la pasaba días, tardes o noches consolando a Karen cuando nadie podía hacerlo. O cuando no tenía a nadie a quien acudir. Sus "amigas", resultaron ser compañeras de trabajo que la invitaron al karaoke para conocerla. Al principio dio cierto resultado, después no fue lo mismo, cerrarse con los días no mejoraba su relación con las demás, debido a que todo con ellas se había vuelto amargo. Karen no le importaba agradar a sus compañeras, pero sí a su jefe, al que debía demostrarle que no debía darle la renuncia, trabajaba lo mejor que podía.

Pero, antes o después del trabajo, estaban las lágrimas de las viejas voces que no se callaban nunca en su cabeza. Pasarlo conmigo la mejoraba un poco. La ayudaba, no quería dejarla sola. Las mejores noches que tuve con ella no sólo se limitaban a hacer el amor cuando lo queríamos, sino que eran esas noches en las que íbamos al parque cuando había luna llena. Nos acostábamos en el césped y ambos cantábamos para la luna, cualquier canción, era algo que hacíamos y nos encantaba compartir. Siempre estábamos a la espera de que sea luna llena.

Días después se presentó una oportunidad para mí. Cuando volví a cantar en otro karaoke una noche (Karen no había venido conmigo, decidió quedarse en el trabajo por horas extras, luego me llamaría para recogerla), hubo un hombre que le encantó la forma en la que canté y decidió darme una oportunidad para trabajar en su disquera. Le comenté que también tocaba la guitarra.

―¡Ja!, amiguito, tú sí que estás lleno de sorpresas. Eso es mucho mejor para mí.

Su respuesta fue agradable y reaccionó más emocionado cuando le dije que componía mis propias canciones. Me dijo que me esperaba la mañana siguiente. Le dije también que sí alguien más me ayudaba con los cantos y ahí lo vi algo vacilante, como si no lo quisiera hacer.

―No lo sé, amiguito, tendría que escucharla.

Karen se emocionó cuando le dije que me ayudaría. ¡Íbamos a cantar juntos! Ella no componía canciones, pero yo sabía que al momento de cantarlas me ayudaría muchísimo. No obstante había que llevar a Karen para que se presente.

A la mañana siguiente fuimos los dos a la dirección que el manager de la disquera me dio, esperé a que él la vea cantar. Karen tomó el micrófono y cantó. Pero tanto el manager como yo, quedamos con el ceño fruncido, Karen cantaba con desgana, como si la hubiese obligado a cantar cuando no quería hacerlo, la voz decaía y pensé que el labio le había temblado en cierto momento.

Al salir de la disquera, Karen, no pudo contener las lágrimas. ¿Por qué en aquel momento se puso de esa manera? No entendí nunca que le había ocurrido esa mañana.

Pero debo admitir que desde ese día Karen estaba aún más devastada. Intentaba hablar, razonar con ella de alguna manera, no quería que ella se siguiera rompiendo cada vez más, luego de haber hecho lo posible por ayudarla. Ya no me llamaba, no iba al trabajo, se quedaba encerrada en su departamento arrendado y quería que la deje sola. Nunca lo hice, me quedaba afuera esperando a que abra la puerta y ella no lo hacía. Trataba de traerle comida para que pudiese comer un poco, pero la veía comer con mala gana. Su mente era mucho más cruel.

Se veía desanimada, la sonrisa que vi hace meses ya dejó de existir.

Me dijo que no detenga mi sueño de ser solista por ella, que de verdad ponga mi máximo esfuerzo para demostrar que puedo lograr a alcanzar lo más alto.

Seguía cumpliendo mi sueño, aunque estaba pendiente de mi trabajo y de ella. Sería después que me enteré que había renunciado al trabajo porque sus compañeras eran una completa mierda, la habían tratado de peor manera y se lo calló todo, ni siquiera su jefe supo la razón de su despido si era buena trabajadora.

Pero no dejaba de ayudarla, hacía lo posible para que volviera a sonreír. Deseaba tanto que lo volviese a hacer de verdad. Ella ya no podía más, siguió en su encierro, en su mal hábito alimenticio, en rutinas monótonas, no hacíamos el amor, y ya no la escuchaba cantar, lo había dejado de hacer y no volvimos a salir al parque. Se encontraba cada vez peor y no me dejaba ayudarla. Le sugerí que viviera conmigo y se negó rotundamente.

Una tarde, luego de salir de mi trabajo llegué a su departamento con una pequeña bolsa de comida. No salía en la tarde, eso me quedaba claro y por un momento pensé que había salido a la luz y estuve cerca de emocionarme. Golpeé la puerta, no había respuesta. Lo hice con un poco más de fuerza y la puerta se abrió, Karen la había dejado mal cerrada.

La comida que le había traído se me cayó al piso, mi cara quedó en una mueca de espanto al ver que una silla estaba en el suelo y su cuerpo colgaba de una soga en un ventilador.

En la cama estaba una nota para mí y la he conservado aún:

NO DEBISTE PERDER EL TIEMPO CONMIGO, BILLIE. A PESAR DE QUE TE AMABA, NO ME SENTÍA COMO LA MUJER CORRECTA PARA TI. SÓLO PENSÉ QUE DEBÍAS ENCONTRAR A ALGUIEN MÁS, ALGUIEN MEJOR.

SÉ QUE CUANDO LEAS ESTO TE SENTIRÁS DE LO PEOR A PESAR DE QUE INTENTASTE AYUDARME. NO PUDE ACEPTAR DEL TODO TU AYUDA, A VECES LA SOLEDAD Y LOS RECUERDOS DE MI PASADO ERAN TAN DOLOROSOS QUE NO PODÍA AGUANTAR MÁS. NO QUIERO QUE ESTO QUE OCURRIÓ TE DETENGA DE LO QUE TÚ ESTÁS DISPUESTO A HACER EN TU VIDA.

SÉ QUE LLEGARÁS TAN ALTO. MÁS ALTO QUE LA LUNA Y SÉ QUE PODRÉ ESCUCHARTE CANTAR...

NUNCA RENUNCIES A TU PASIÓN, BILLIE.

ATTE: KAREN

Aquel día fue en el que más he llorado en mi vida.

No la había podido salvar, no la quería dejar derrumbarse. Tenía mi apoyo, podía tomar mi mano y seguir en pie, sin embargo nunca lo hizo. Tampoco fue fácil recuperarse de ver la imagen de Karen ahorcada, más que miedo y pesadillas, aquel recuerdo se había transformado en tristeza y lágrimas. Fueron semanas difíciles y mis amigos me estuvieron ayudando en todo este tiempo.

Entonces, las canciones que componía tenían que ver con Karen. Pues ella podía ser muchas cosas y llegaba a ser inspiración para mí aunque me lastimase.

Miré el reloj, ya era mi turno para presentarme. Me percate que alguien abrió la puerta. Me di la vuelta y vi a mi manager.

―Muy bien, amiguito, es hora de deleitarlos.

Asentí con la cabeza, fui a la esquina para tomar mi guitarra y salí al escenario.

Al estar allí, fue de lo más increíble, había demasiada gente, veinte veces más que el público que me veía en los karaokes. Me pasé la correa de la guitarra por el hombro y la sostuve, esperando a que bajen un poco la voz. Me acerqué al micrófono y miré al cielo.

Era de noche, hoy era de luna llena.

Volví la vista a mis espectadores.

―¡Buenas noches a todos! ―Soltaron un bullicio ensordecedor, pero llevaba tapado los oídos―. Les cantaré una canción que quizá la mayoría ya debió escucharla, es la nueva que he compuesto.

Volvieron a aclamar en fuertes gritos. Eché un rápido vistazo a la luna.

«Esto va para ti, Karen.»

Empecé a rasguear las cuerdas despacio, el público se mostraba emocionado y ansioso. Y después, empecé a cantar. Esta canción hablaba de Karen y lo que ella me hacía sentir, pero se destacaba una sola cosa de lo que ella y yo amábamos hacer: cantarle a la luna.

Y la luna nos volverá a escuchar,

brillando de emoción ante nuestras voces;

cariño, toma mi mano y canta,

canta para olvidar los problemas,

canta para que te sientas libre,

canta para que recuerdes por qué amas la vida.

Seguí cantando, el ritmo era lento y ponía todo mi empeño en que no se me escapen gallos hasta poderla terminar. El público aulló de emoción y yo apreté la mandíbula para evitar que se caigan miles de lágrimas. Recibía miles de aplausos y eso no notó la tristeza que tenía. La canción me hacía recordar a Karen, el tacto de sus manos, de su cabello, de su hermoso rostro y su delgado cuerpo. Pero nada tan importante como lo fue su voz.

La voz de ángel que me enamoró completamente.

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