MERIAL

Los taladores de árboles se dispersaban en la entrada del bosque, sosteniendo sus motosierras de gasolina y puestos sus guantes, chalecos verdes y cascos. Carl estaba seguro que tenía el personal suficiente como para deforestar tres hectáreas del bosque para luego empezar con las construcciones que tenía en mente. La primera había sido un nuevo centro comercial, la ciudad tenía uno, pero pensaba que era tan mediocre y simplón que no duraría para el siguiente año, se quedaba en el olvido. Carl estaba dispuesto a traer algo nuevo y convenció al alcalde de que lo dejase usar ese espacio.

Los primeros en presentar la queja fueron los ciudadanos, dejando cartas furiosas de que se llevarán varios metros de un bosque sólo para algo que, según el alcalde, podría atraer gente, unos buenos turistas. Carl había prometido y asegurado que eso se conseguiría.

Mientras más grande e iluminado sea el edificio, más personas podrás atraer.

Carl ya se lo había imaginado, un sitio grande, muy grande. Pero para ello había que esperar. Y no le importaba lo que los ciudadanos estaban diciéndole, esas amenazas que le imponían y que parecían un copiado de las mismas cartas que le enviaban al alcalde, no le interesaban. Detestaban la idea de que talasen los árboles para una construcción.

Carl sólo veía el dinero que podría conseguir en todo el proceso.

Cuando llegó el día para talar los árboles, esperó que nadie estuviese con cadenas puestas alrededor de la cintura en algún árbol y que en las manos alguien sostuviese un cartel que rece: A la mierda tu puta construcción. La mayoría de cartas decían esa misma frase en algún momento (se había tomado unos minutos para leerlas y luego echarlas al fuego).

Pero, se sintió sorprendido al darse cuenta que no había nadie encadenado a un árbol, parecía ser un buen inicio.

Minutos después mandó la orden de que empiecen el trabajo y escuchó el rugido de las motosierras.

Había que cortas las ramas, eso era primero. Carl estaba entusiasmado, su sueño estaba lejos de cumplirse, pero llegaría a construirse ese centro comercial, después pensaría en algo diferente que hacer.

A los primeros veinte minutos, escuchó que alguien lo llamaba, el ruido de las motosierras se había detenido en cierto momento. Carl volvió la vista hacia lo que acababa de acontecer, viendo que un pequeño grupo de taladores estaba mirando algo. Carl se acercó, queriendo saber qué había sido aquello que los detuvo. Mientras se acercaba, vio que los trabajadores corrieron pavoridos. Carl los esquivó.

—Oigan, ¿a dónde creen que van? —vociferó Carl, furioso. Estaba hecho un basilisco, continuó moviéndose deprisa hacia el reducido grupo de hombres—. ¿Qué acaba de suceder, por qué ellos corrieron...?

Al mirar el suelo, vio un cadáver, alguien de su personal. Se detuvo en seco, mirando el cuerpo tendido en el suelo, con los brazos y piernas estiradas, quedándose en una postura de cruz, tenía los ojos entrecerrados. Al fijarse en el cuello, vio una gruesa línea alrededor, pero era mucho más gruesa que el de un cinturón.

—¿Quién le hizo esto? —preguntó Carl, preocupado. Al levantar la mirada, vio algo peor—. ¿Y ellos...?

Su voz se iba apagando con rapidez. Los taladores no respondieron a la primera pregunta de Carl, ellos, al igual que los otros, se marcharon corriendo. Ellos también habían visto a los otros dos muertos.

Carl había estado escuchando un suave traqueteo de una de las motosierras, cuando miró de dónde provenía ese ruido, se sintió aún más petrificado, inerte. El talador del árbol, tenía a su lado una escalera en la que se tenía que subir para llegar a las ramas del árbol y cortarlas. Sin embargo, su motosierra estaba enterrada en su pecho, en su corazón. Había pensado en aquella historia en la que había que retirar la espada de la piedra. No entendió por qué pensó en eso.

Más adelante, vio un hombre con el cráneo hundido y restos del cerebro regados por el suelo, el casco no había sido suficiente como para soportar eso. A su lado estaba una piedra tres veces más grande que su cabeza.

Frunció el ceño, mirando alrededor y luego escuchó a un talador gritando. Al mover un poco más su cabeza, para mirar tras un árbol, se dio cuenta que había alguien que estaba siendo arrastrado, de su pie tiraba una raíz del árbol, llevándolo a un hueco que se hallaba en la tierra. De un instante a otro, el hueco se lo tragó y el hombre no tuvo tiempo de gritar.

Miró en otro lado, había uno que estaba corriendo todavía, quizá no era tan rápido como sus compañeros. Al verlo correr, vio que algo lo hizo tropezar y después, vio como una gruesa rama le perforó la cabeza.

Carl había soltado un grito ahogado, no quiso seguir viendo, aún le parecía escuchar gritos de ayuda y auxilio en algún lugar.

Se dio la vuelta y empezó a correr, los metros bajo sus pies fueron cortos. No había conseguido salir del bosque, sintió que algo le agarró el tobillo y cayó de bruces contra el suelo, golpeándose la nariz y sangrando al instante.

Al girarse, lo último que pudo ver, fue un montón de tierra cayéndole encima.

***

Abrió los ojos despacio, Carl no estaba seguro de donde se encontraba, pero sabía que debía ser más de medianoche, en el cielo, la luna llena brillaba lo suficiente como para ver un poco entre los pasillos de árboles. Recordaba poco de lo que lo había aterrorizado, los hombres morían y no había explicación alguna para eso.

O eso es lo que creía. De una pequeña colina frente a él, vio que algo crujía, era un ruido como aplastar muchas ramitas pequeñas. Del suelo, la silueta de un hombre emergió en la noche. La luna ayudaba a Carl a verlo mejor.

El hombre estaba desnudo, su miembro viril ni siquiera estaba tapado por una hoja, se había acordado de las pinturas de Adam y Eva, en las que algunas sí tenían una hoja pegada a los genitales; su cabello era café y después pudo ver que los ojos verdosos desprendieron un resplandor, como si fuesen luces.

—Mi nombre, es Merial y soy el guardián de este bosque.

Carl aún seguía sentado y retrocedió con las manos y pies, arrastrando el trasero por el suelo. No logró retroceder demasiado, su espalda había chocado con un árbol.

—Me encuentro viviendo aquí, pero uso las demás plantas de la ciudad para escuchar lo que sucede—comentó Merial—. Y la razón por la que estás aquí, es para hablar—avanzó unos pasos y se arrodilló frente a Carl—. Sé que eres tú quién está detrás de la tala de mis árboles.

Carl tragó saliva, mirando los ojos de Merial, centelleando de furia.

—Pensé que las protestas de la gente serviría para alejarte—continuó él—, no hicieron caso, por lo que me vi obligado a actuar. Ante esta clase de cosas prefiero encargarme yo.

Carl volvió a tragar saliva y se puso de pie, le flojeó un poco las piernas pero se pudo sostener con la ayuda de un árbol. ¿Quién se creía ese tipo? Tan sólo era un hombre.

—Escúchame, yo no entiendo qué pasó allá hace unas horas, pero...

Algo le envolvió alrededor de la boca, era madera, una raíz de un árbol. Carl se quedó sin oportunidad de hablar. Merial puso el dedo índice en su boca, como un adulto le hace a un niño para que no hable y guarde silencio.

—No tienes que poner excusas y tampoco protestar, en mi bosque no puedes eso. Sé que de dónde viene tienes normas que, para mí, son sólo leyes que permiten que hagas lo que se te dé la gana. Pero aquí no, no en mi territorio—la voz de Merial era firme, sin titubeos—. He vivido cientos de años en este bosque, conviviendo con los árboles y las criaturas que viven con ellos, en completa armonía. Tú llegaste para irrumpirlo todo.

Carl se había quedado estupefacto con lo de Cientos de años, pues el hombre que decía llamarse Merial, se veía más joven que él. Y lo que le pareció más impactante, es que aquel guardián, hablaba con total fluidez en su idioma y sabía qué decir y cómo decirlo. No era uno que hablase en un dialecto extraño.

—Te pido que dejes de hacerlo—dijo Merial—. Quiero que llames a tus hombres y te detengas o yo lo haré.

La voz de Merial parecía casi un grito, estaba verdaderamente molesto con lo que le hicieron a sus árboles. Además, Carl no debía llamar a todos y decirles que dejen el lugar, sino que debía decírselo a uno sólo, el jefe de los taladores.

Carl asintió, esperanzado, la raíz dejó de amordazarlo y comunicó al jefe que el contrato para el trabajo de deforestación no iba a continuar. El jefe no entendía que había pasado, le hablaban de muertos, pero esperaba saberlo más de Carl. Tampoco le pudo dar una respuesta.

—Ya, ya lo hice—respondió Carl, luego de colgar ante las preguntas que le hicieron a través del móvil.

Merial asintió lentamente con la cabeza. Hizo otra pregunta.

—¿Por qué mi bosque?

Carl no respondió, sintió recelo al querer decirle al guardián que escogió ese bosque porque tenía un gran espacio que podía usar. Merial se acercó a un árbol, poniendo su mano encima.

—La vida de los humanos es gracias a los árboles. Los árboles no les han hecho nada grave—dijo Merial—. Deberían agradecer que los árboles existen, porque de no ser así, ustedes no estarían viviendo—Merial sonaba estricto y sus rasgos se habían endurecido al mirar a Carl—. Odio a los que destruyen, incluso a todos—miró de reojo a los árboles, él entendió que se refería a ellos y luego volvió a mirar a Carl—. Te odio a ti, por no amar a mis fieles amigos y amigas, hiriéndolos seriamente. Por eso, tu cuerpo se quedará aquí, para siempre.

Antes de que Carl pudiese decir algo, un montón de tierra le cayó encima, como hace unos momentos. Merial lo había causado, pero era para dejarlo inconsciente y luego pedirle a Carl que hiciera esa llamada y sus hombres se detengan. Ahora ya no era para eso, Carl estaba siendo cubierto de tierra.

Merial le hizo un ataúd de tierra, con eso aseguraría de que su cuerpo se quedaría en el bosque para siempre.

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