LOBO EN LA CUEVA

Dorothy, Beatrice y Donald deambulaban por el bosque de altos pinos en la mañana con un sol radiante que apenas calentaba el día. Caminaban con tanta tranquilidad esa mañana por los frondosos bosques de Alaska, con la nieve encima de la vegetación. Sería en su exploración que darían con la misteriosa aparición del lobo, un suceso que recordarían como el mejor de sus vidas. 

Dorothy sabía que en invierno el sol no lograba entibiar a la gente, había que irse bien abrigado. Sus padres los habían llevado a un hotel en Alaska, la idea del viaje ya había sido anticipada con anterioridad desde el año anterior, todos en la familia habían quedado de acuerdo en que Alaska era mejor que Miami.

Baja California a veces puede ser tan tórrido que uno desearía meterse en el refrigerador hasta que el sol se oculte. Preferían el aire fresco y helado, dos semanas en un hotel de buena apariencia y de costo barato era uno de los sitios a los que ellos iban a comúnmente, nunca iban a otro que no fuera ése.

Dorothy amaba la nieve, Beatrice amaba los animales y pinos, mientras que Donald amaba el lago que estaba a un par de kilómetros del hotel. Los paisajes siempre eran un deleite para sus ojos, no se cansaban de verlos. Dorothy, con sus quince años y los constantes viajes recorriendo los bosques, especialmente el que estaba cerca del hotel. No se perdía, sabía muy bien los caminos de ida y vuelta; Beatrice se había convencido de que podría ver más animales en el camino. Beatrice tenía sólo once años, mientras que el pequeño Donald sólo seis. Los padres confiaban en que Dorothy no los perdería de vista, ni siquiera dejaría que se vaya tan lejos. Era la mayor ahí, así que debía mostrar que era una chica responsable para que sus padres piensen que poco a poco se está volviendo una adulta.

―¿Tienes hambre, Donald? ―preguntó Dorothy a su hermano. Cada uno llevaba en su espalda una mochila con comida y agua―. Podemos parar si estás cansado.

Donald levantó la mirada y negó con la cabeza. No se le notaba cansado y tampoco hambriento, quería continuar caminando un poco más.

―¿Cuándo encontraremos lobos? ―preguntó Beatrice, cada año esperaba ver alguno y no había tenido oportunidad hasta el momento.

―No se mantienen en un mismo lugar, todo el tiempo se mueven en manada ―contestó Dorothy. Había visto tres grupos de lobos en todas las veces que había caminado por aquellos bosques. Siempre a una distancia prudente, lo suficientemente lejos, pero distinguibles―. Pero si tenemos suerte podríamos ver uno desde lejos.

Eso de suerte no calmó mucho a Beatrice. No quería esperar otro año más para ver uno verdadero. Ella se veía fascinada con los lobos que deseaba ver uno real, ya se había cansado de ver fotos o imágenes por internet.

―Hay una cueva allí―dijo Donald, señalando una cueva que estaba subiendo una pequeña cuesta de piedras―. Quiero entrar ahí.

―No, para allá no vamos a ir, Don ―dijo Beatrice, tomando a su hermanito de la mano. Se había dado cuenta que se volvía más curioso y observador cada vez.

―Por favor ―susurró Donald, haciendo su carita más inocente. La que usaba de muy buena manera con sus padres para conseguir lo que deseaba―. Sólo será un ratito ―miró a Dorothy―. Sólo un ratito...

Pero Dorothy no los estaba escuchando. Ella volvió a escrutar la cueva, porque ella había recorrido ese bosque varias veces y recordaba el camino de regreso porque lograba identificar algunos pinos que ella había marcado, y porque poco había cambiado por muchos años que habían pasado. Pero la cueva era lo extraño, ya que la vez pasada no estaba ahí.

―Vengan, niños ―murmuró Dorothy mientras se encaminaba en dirección a la cueva. 

Donald contuvo un grito de emoción y puso una sonrisa de oreja a oreja.

―¿De verdad iremos allí? ―preguntó Beatrice.

―Sí, quiero echar un vistazo.

―¿Y si hay algo adentro? ―preguntó con voz temblorosa.

Dorothy volteó la cabeza, ¿de verdad su hermana estaba mostrando signos de miedo? No se lo creía. Podría tratarse de una simple cueva, ¿qué podría tener de tenebroso aquello?

―No habrá nada, sólo vamos.

La necesidad de Dorothy por ver el interior de la cueva era intensa, deseaba subir esa colina y mirar sólo un poco. Quizá no vería nada, normalmente las cuevas solían ser un montón de tierra y algunas piedras, pero el hecho de que estuviera allí cuando antes no, era importante para ella porque memorizarlo podría ser bueno en caso de que vengan por aquí otra vez. 

Había un estrecho tramo de tierra que permitía subir, así que se ayudaron mutuamente para no caerse de la colina. Dorothy ayudó un poco a Beatrice para que suba. Beatrice ayudó a Donald subiéndolo. Cuando llegaron al fin, sintieron más frío de lo usual. Salieron del hotel enfundados en un montón de ropa holgada y gruesa, aunque no parecía servir de nada puesto que el frío penetraba la ropa y los tres pusieron sus manos en los codos, abrazándose entre ellos.

Donald había sido el primero en quedarse en la entrada, la cueva debía ser muy profunda porque se veía oscura, ninguno de los tres llevaba una linterna o encendedor. No obstante, Donald sintió que le cosquilleaba la cabeza, como si se le hubieran sacudido el cabello con una mano invisible. Fue una sensación afable, tranquilizadora. Entonces él fue el único en oír una voz, pensó que era como la de un hombre adulto.

¿Quiénes son?

―Yo soy Donald y ellas son mis hermanas ―respondió.

―¿Qué estás diciendo Donald? ―preguntó Beatrice―. No le hables así a la oscuridad que me da miedo...

Donald la ignoró.

―¿Puedo ir? ―preguntó Donald a la oscuridad, no a sus hermanas.

Puedes acercarte, niño. No hay nada que temer.

―Está bien―dijo Donald, caminando más aprisa hacia el interior de la cueva.

―Oye, no tan rápido Don ―exclamó Beatrice y antes de alargar la mano para tomarlo de la agarradera de la mochila, vio dos puntos azules en la oscuridad de la cueva. Se detuvo y alzó la mirada a esos ojos, temerosa―. Dorothy...

Dorothy estaba mirando el exterior, pero cuando su hermana la llamó lentamente con esa voz, la miró a ella primero y después a Donald, que seguía caminando hacia los últimos metros de la penumbra, en la que podía ver dos puntos azules brillando.

―Donald, vuelve aquí ahora ―ordenó. Había usado el tono de voz que contraatacaba la mirada tierna de él.

No obstante, Donald se había quedado quieto, no miró hacia atrás. De las sombras, emergió una figura blanca y enorme, más alta de lo que se veía Dorothy, pues resultaba ser de dos metros, podía ser exactamente del tamaño de la cueva. Donald subió la mirada para ver al imponente lobo acercarse para luego quedarse sentado sobre sus cuatro patas. Las dos hermanas se quedaron más congeladas de lo que había sido adentrarse en el interior de la cueva, sus rostros palidecieron como si fueran del color de la nieve, su rubor natural se había ido. Ambas chicas temblaban, sintiendo miedo. Y no sólo por haber visto al lobo, sino porque de verdad sentían que estaban en un cubo de hielo.

―Esto no me gusta nada―dijo Beatrice. En otras ocasiones, como ésa, por ejemplo, ella habría gritado o chillado por el miedo, sin embargo, el terror le había tapado la boca. Hacer un movimiento en falso provocaría que el lobo las ataque, estaba muy segura de eso, así que susurró a su hermano―. Donald, por favor, ven...

No le hizo caso. El niño alargó la mano hacia el lobo. El animal vio como movía la mano más cerca, bajando la mirada. Donald se detuvo un poco por la ligera reacción del animal, y acercó más la mano para ponerla sobre la pata del lobo. El lobo blanco no hizo nada al respecto, se había quedado quieto.

―Es bellísimo. Se siente cálido ―Susurró Donald mientras movía la mano en esa pata, sintiendo el suave pelaje.

―No entiendo... Donald sigue con vida ―dijo Beatrice, soltando una risita nerviosa. La situación se había vuelto tan tensa que estaba esperando que el lobo le hiciera daño. Miró a su hermana―. Ve y aléjalo del lobo antes de que le haga algo ―Dorothy había puesto cara de «¿Yo? Pero, ¿por qué?» ―. Fue tu idea entrar aquí, así que ve por él.

Ahora parecía que Beatrice era la hermana mayor, haciendo el papel de mandona. Pero en realidad, tanto ella como su hermana se hallaban desesperadas por separarlo del lobo sin que salieran heridas en el intento.

O quizá muertas en el intento.

Dorothy se acercó con pasos cautelosos sin despegar la mirada de la cara del lobo, esperando que hiciera algún movimiento para saber si se detenía o se echaba para atrás. Pero el lobo, el único movimiento brusco que hizo, fue el de acomodarse flexionando sus patas para que Donald siguiera acariciándolo. En lugar de las patas, fue su pecho.

Esto es relajante ―le dijo al niño.

―¿Te gusta, verdad? ―preguntó el niño, de seguro se le veía sonriente mientras ellas seguían alarmadas. El lobo cerró los ojos mientras sentía la mano del niño en el pecho. Era como si nunca hubiese recibido el contacto de alguien en años, y el de esa persona le era muy agradable―. Que bien que te guste.

Dorothy llamó a su hermano en susurros, pero seguía sin hacerle caso. Ella pensaba que debía acercarse más. Aunque, luego de todo ello, tanto Dorothy como Beatrice se percataron de que el lobo se mostraba manso, calmado, sin intención de hacer daño. Ellas se calmaron en un cincuenta por ciento. Dorothy se encogió de hombros y miró a su hermana, llamándola con la mano para que se acerque.

―¿Es seguro? ―inquirió Beatrice con voz queda. Su hermana no respondió, la respuesta estaba en cómo se quedaba el lobo ante las caricias de Donald. Ella se fue acercando.

Algo que se les pasaba por alto, es que ellas no se habían percatado que la temperatura había bajado, las manos se les había congelado y el aire que soltaban se convertían en algo similar a las volutas humo, pero más grandes.

Donald miró por encima del hombro a sus hermanas.

―Vengan, no les hará daño, él me dijo que no hay que temer.

―Espera ―dijo Dorothy frunciendo el ceño mientras se colocaba detrás de Donald junto con Beatrice―, ¿acabas de decir que te lo ha dicho? ―Dorothy no despegaba la mirada del lobo, excepto cuando su hermano habló. Pero estaba segura que en ningún momento dijo palabra alguna porque el hocico no se había abierto en ningún momento.

―Él me habló ―respondió Donald, apuntando un dedo en su cabeza.

―¿Sólo te habla a ti? ―Beatrice no estaba tan segura de creerle, pero un lobo que no les hizo daño o no mostraba intenciones de hacerlo le parecía raro.

Donald entonces parpadeó varias veces y se volvió al lobo.

Huelo carne ¿trajeron comida con ustedes?

Donald asintió con la cabeza y después procedió a quitarse la mochila, abrir la cremallera y sacar unas tiras de carne que tenía guardas en un recipiente. Comió un poco, pero la mayoría se las dio al lobo, suponiendo que al ser tan grande, debía comer más. Esa era su lógica ya que su padre comía más de lo que él comía. El animal acercó la nariz a la carne, olfateándola por unos segundos y abrió el hocico despacio para recibir la comida con agrado. Comía Donald un poco y después le tendía una porción más grande al lobo.

Dorothy recordaba aquel momento en que tenían un perrito, un San Bernardo, ella compartía su comida con él parte por parte. «Un trocito para ti, un trocito para mí», era lo que ella decía. Sonrió y se quitó la mochila para hacer lo mismo que Donald.

Beatrice viendo que ellos comían, no quiso quedarse atrás.

Los tres compartieron la comida con el lobo, que, a fin de cuentas, había demostrado ser tan tranquilo e inofensivo.

***

Por la noche Sokolov le dio la última calada a su cigarrillo antes de tirarlo a la acera. Él estaba observando el hotel al que asaltaría con su banda en unos días. Veía desde lejos que la seguridad había mejorado, los guardias habían aumentado y estaba seguro de que alarma en caso de robo hubiera estado en más de un único sitio. Había robado el hotel hace más de quince años, pero estaba seguro de que el plan que ha estado teniendo en su cabeza funcionaría.

Sokolov dirigía un grupo pequeño de nueve hombres en total, incluyéndolo a él, claro. El grupo se llamaba Master Ruka. Bueno, "Mano Maestra", a la cual en Rusia los reconocían como los ladrones bien entrenados. Solían robar con bastante cautela, aunque hacían lo contrario cuando Sokolov daba una orden. La orden de allanar un lugar asesinando. De vez en cuando les apetecía dejar atrás la cautela para derramar sangre.

A Sokolov no lo consideraban un hombre cuerdo, eso era cierto y era un comentario que pasaba dentro de la Master Ruka. Hablaba con locuacidad y formalidad, se veía como un hombre culto, pero a veces su mente solía ponerse retorcida, perdiendo la compostura llegando a ser un completo maníaco. Sin embargo, la Master Ruka seguía sus órdenes sin titubear, eran hombres firmes, severos y sanguinarios.

Uno de sus hombres, Sergey, se acercó a él hablando en aquel tono ruso, acentuando las palabras que tenían la r.

―Señor, ¿cuándo se tomará el hotel?

―En una semana, Sergey, en una semana. Sé un poco más paciente ―respondió Sokolov. Sergey lo identificaba como el tipo con cara de pocos amigos, siempre mostraba un semblante duro y pétreo.

―¿Aún no tiene el plan completo? ―preguntó Sergey, mirándolo a los ojos.

―Oh, por supuesto que sí ―respondió Sokolov, mirando de reojo a Sergey. Sergey también destacaba ser un hombre impaciente, lo que necesitaban era dinero y sabía de aquel hotel que habían escogido podrían sacar mucho.

―¿Entonces por qué seguimos esperando? No perdamos, podemos hacerlo esta misma noche.

Sokolov miró a Sergey con impaciencia y molestia.

―Podemos sacar más dinero si dejamos que se hospeden los turistas. ¿Quieres mucho o poco dinero, Sergey? ―Hizo una pausa, dejando que él lo piense unos segundos―. La lógica es simple: más gente en el hotel, mayores serán nuestras ganancias.

Khoroshaya ideya ―susurró Sergey, los ojos se le iluminaron los ojos por unos segundos y la boca se había movido unos milímetros para que él pudiera esbozar una ligera sonrisa.

Sokolov volvió a mirar al hotel. En una semana iría junto con la Master Ruka por un gran botín.

***

―¿Tienes envidia de que el lobo sólo se comunique con Donald y no con nosotras, Beatrice? ―preguntó Dorothy mientras vertía agua en un recipiente.

―Un poco―contestó ella―. ¿Por qué será que no habla con nosotras? No lo entiendo.

―Tampoco yo, pero no parece hablar mucho. Cuando Donald se dirige con algunas palabras al lobo, es de vez en cuando ―Colocó el recipiente llenó de agua y lo dejó cerca del lobo para que pudiera beber.

Había pasado ya una semana. Aún les quedaba una semana más que podían quedarse antes de volver a su verdadero hogar. 

A estas alturas ambas hermanas ya tenían confianza en el lobo. Beatrice miró a su hermano, que lo estaba acariciando el cuello y el lobo se dejaba tocar. En ningún instante se había mostrado hostil.

A sus padres no le contaron nada de ello, por supuesto. Si ellos se enteraban que un lobo estuvo tan cerca de Donald y de ellas, habrían llamado a los guardabosques para que se hicieran cargo de él. Era peligroso estar cerca de uno, pero para ellos tres no resultó ningún problema. Al contrario, se la pasaban muy bien con el lobo. Lo único que debían soportar, eran los instantes que la temperatura cambiaba cuando se acercaban al lobo.

Estar cerca del lobo descendía la temperatura un poco, por lo que los tres decidieron envolverse en ropa y sábanas que les pudiera mantener. Ellos visitaban la cueva cada día, los padres no se preocupaban al respecto porque Dorothy estaba a cargo y dejaban que ellos siguieran saliendo, les dejaban disfrutar de Alaska antes de volver a casa.

―Le gusta la carne que traemos ―dijo Beatrice, mirando de reojo al lobo. Comía un filete que Donald había jurado que lo comería luego, pero al parecer, el filete estaba en el hocico del lobo.

Dorothy asintió con la cabeza. Y parpadeó para fijarse en algo. El lobo tenía el filete cocinado en la cocina del hotel, pero el lobo hacía trozos para comerlo. No obstante, Dorothy vio que la carne se volvía cristalina, como si se congelara. Aquello fue algo que comprobó un suceso ocurrido dos días antes.

El lobo había dado una lamida en la mejilla de Donald, pero Dorothy y Beatrice se alarmaron al ver que la mejilla se había tornado algo azul y unos trocitos de hielo aparecieron de repente. Aunque unos minutos después eso desapareció.

«Su boca es como hielo ―Había pensado Dorothy―, ¿qué clase de lobo es este?»

Por lo que ella tuvo una idea en esa semana, le pidió a Donald que le haga algunas preguntas y que las responda a él. Entonces Donald se acercó al lobo como de costumbre y preguntó:

 ―¿De dónde vienes?

El lobo abrió y cerró los ojos un par de veces, hasta que los mantuvo cerrados y Donald recibió la respuesta que les diría a sus hermanas.

―Me dijo que viene de las altas montañas, donde están cubiertas de nieve y donde los hombres ya no consiguen sobrevivir hasta la cima.

Dorothy imaginó que debía ser de un sitio como el monte Everest, pero eso estaría demasiado lejos y habría sido visto en algún momento. No obstante, se dio cuenta que había cientos de montañas grandes cubiertas de nieve, ¿de dónde podría haber venido exactamente? Una respuesta, pero que quedaba inconclusa.

La siguiente pregunta fue:

―¿Qué eres? Mi hermana dice que no eres un lobo como cualquier otro.

El lobo ladeó la cabeza y echó una breve mirada a Dorothy, suponía que de ella venía esa pregunta. Le respondió a Donald para que les diga a ellas, tuvo que decirlo poco a poco porque fue un poco más larga.

―Dice que es un hombre que vive de la naturaleza, se adapta a la forma que quiere. También me dijo que de donde viene, los lobos son como dioses para ellos y me dice... que al venerarlos, como una especie de adoración y culto, toman su forma.

―¿Eres un hombre? ―preguntó Beatrice―. ¿Por qué no nos muestras tal y como eres?

Donald se volvió al lobo para que se lo explique en su cabeza. Sin embargo, pasó un minuto sin responder.

―¿Por qué no respondes? ―preguntó Donald, molesto.

Pero el lobo no dijo nada. Dorothy le dijo a su hermano que se calme y le pregunte otra cosa. La siguiente fue:

―¿Por qué estás aquí?

Esta vez el lobo miró el exterior de la cueva y luego miró a cada una de los chicos. Donald les explicó:

―Dijo que es un encargo del... oráculo ―contestó Donald despacio pronunciando esa nueva palabra, frunció las cejas y miró a sus hermanas―. ¿Qué es un... un... cuál palabra dije?

―Oráculo ―dijo Beatrice.

―¿Qué quiere decir?

Dorothy se percató de que sus hermanos la estaban viendo, pues suponiendo que ella al ser la mayor, debía saber muchas cosas, así como el significado de la palabra.

―Un mensaje o una respuesta cuando se hace una consulta. Creo que es la mejor descripción que tengo.

Beatrice entendió, aunque Donald seguía sin entender, suponía que debía ser lo que estaban haciendo ahora, un interrogatorio al lobo. Beatrice preguntó:

―¿Qué te dijeron? ¿Debes hacer algo?

Donald esperó la respuesta, pero no recibió ninguna puesto que el lobo permaneció callado. El niño se molestó, inflando las mejillas. Quizá tenga sus razones para no responder. Como las razones por las que, si era el único que se comunicaba con Donald. Intentaron preguntarle si podían llamarle por su verdadero nombre, no obstante el lobo no les reveló cómo se llamaba.

No sirvió de nada preguntarle eso. A pesar de varias preguntas, las principales que había sugerido Dorothy fueron contestadas, las demás que exigían especificidad no había respuesta alguna.

En el último día que fueron a visitarlo, el lobo le comentó al niño:

Hoy habrá luna llena.

―¿Sí? Eso no lo sé ―respondió Donald de repente. El lobo debió preguntarle algo. Él miró al cielo y luego a los ojos del lobo.

―¿Qué te dijo? ―preguntó Beatrice. Que su hermanito pudiera comunicarse con el lobo parecía un truco muy bueno, aunque eso provocaba envidia.

―Dijo que hoy habrá luna llena ―dijo Donald y señaló al lobo―. Creo que le gusta mirarla. 

Dorothy también envidiaba la conexión que tenían ambos porque parecía ir más allá de lo que ella y su hermana creían, porque días atrás vieron a Donald riendo, sonriendo o murmurando de la nada, incluso frente a sus padres. Era como si se comunicara desde lejos. ¿Cómo lo hacía? Ella entendía que podía tener poderes telepáticos, se lo explicó a Donald aunque él a duras penas entendía el significado.

Dorothy miró al cielo. Aún era de tarde, pero la noche estaba algo pronta.

―Debemos ir al hotel, nuestros padres ya deben estar esperándonos.

―¿No nos podemos quedar un poco más? ―inquirió Donald, cada vez él quería pasar más tiempo cerca del lobo. Se estaba preparando para enseñarle su rostro de inocencia y ternura.

―Por supuesto que no, así que vámonos.

Lo tomó de la mano y lo levantó. El lobo parpadeó, viendo cómo los tres chicos tomaban sus cosas y las guardaban en la mochila. Se las pusieron al hombro y miraron al lobo, que se estaba levantando.

―Volveremos mañana ―dijo Dorothy aunque no sabía qué pasaría después cuando le dijesen que se irían pronto, es decir, volver a su verdadero hogar―. Traeremos más comida.

La voz de Dorothy era afable, no era la única que se había encariñado con el lobo y también anhelaba tiempo a su lado, aunque no deseaba tener un regaño con sus padres.

Los tres acariciaron al lobo una vez más y terminaron alejándose de él. Donald dio una última despedida antes de bajar de las piedras que estaban bajo la cueva.

Dorothy y Beatrice lo ayudaron a bajar y volvieron al hotel.

***

Sokolov sostenía su pistola con el silenciador colocado en el cañón. Su arma reduciría el ruido, pero debía actuar rápido de todas maneras, puesto que el sonido del disparo aún se podría escuchar bastante lejos. El modo de asaltar la casa en aquella ocasión era con sigilo al principio para tener a los rehenes, si Sokolov hubiera tomado la decisión de tomar el hotel al apuro habría optado por unas metralletas Uzi.

La luna llena resplandecía sobre las cabezas de la Master Ruka. La gente en el hotel había aumentado como lo había anticipado y por las luces de las ventanas supo que seguían despiertos. Se separaron para rodear el hotel y asesinar a los guardias que vean.

Davay, davay ―dijo Sokolov, haciendo señas con la mano para que avance.

Cuando uno de sus hombres vio la señal a lo lejos, apuntó a uno con su pistola y apretó el gatillo. Sergey estaba a unos metros de su jefe y este también había efectuado unos disparos a dos guardias que estaban en la entrada. Sokolov vio a otro que miraba de reojo la ventana del hotel. El disparo logró darle en la cabeza, haciendo que tambalee dos pasos hacia la derecha y se desplomara.

―Perfecto, un tiro limpio ―Susurró Sokolov. Dejó de esconderse en un árbol y continuó hacia el hotel.

***

―Donald, sé que amas a ese lobo, pero también tienes que comer. Toda tu comida no se la puedes dar a él―Le regañó Dorothy.

―Pero puede morir de hambre. Se veía flaco cuando lo vi.

Aquello era una mentira, el lobo blanco no estaba en ningún momento en una situación de desnutrición, Donald se preocupaba por el lobo porque debió darle alguna orden de alimentarlo o Donald sólo es generoso. Afuera, Beatrice había escuchado unos soniditos muy rápidos y luego algo caer en la nieve. No prestó mucha atención, pero lo había oído claramente.

―¿Pueden callarse? ―inquirió Beatrice, le molestaba que discutieran. No lo toleraba―. Es solo un lobo...

―Tú no me digas que hacer ―dijo Dorothy, muy molesta. La respuesta había sido más grosera que la pregunta. Señaló a su hermano, sin apartar la mirada que estaba poniendo en él―. Si no comes no te llevaré donde el lobo.

―¡Le diré a mamá y a papá de eso!

―Si lo haces, les dirán a los guardabosques, Donald, y serán ellos los que se llevarán al lobo ―las palabras de Dorothy fueron rotundas para el niño. Con eso parecía ser suficientemente claro para que lo entienda. Donald sabía que si se lo llevaban no pasaría nada bueno, no los veía confiables.

―Está bien ―respondió el niño con la voz queda. Por el tono de voz, parecía que eso lo había provocado las ganas de llorar, aunque lo contuvo.

Antes de que Beatrice dijera que vayan a ver a sus padres en la habitación, escucharon los tres un sonido seco pero rápido. Dorothy y Beatrice lo habían escuchado previamente en las películas, pero no recordaban de dónde exactamente. Era un sonido familiar.

Fuera, en el pasillo, los tres oyeron que algo cayó al suelo. El suelo allí era de tablas, el ruido debió escucharse a lo largo del pasillo en el que los tres niños se encontraban.

De repente, la puerta se abrió de golpe y un hombre alto, fornido y de mirada seria, bajó el arma que tenía empuñada. Apuntó con su dedo el interior de la habitación en la que ellos estaban.

―Sokolov, aquí hay tres niños ―El hombre levantó tres dedos a alguien más. Después ellos escucharon una voz en otro idioma y el hombre fornido, asintió con la cabeza. Volvió a apuntarles con el arma. Los chicos, se habían quedado mucho más congelados que las dos hermanas cuando vieron que su hermano estaba cerca del lobo―. ¡Salgan, salgan rápido!

Ellos en su confusión se pusieron de pie y salieron de la habitación. Después, continuaron por el pasillo con los brazos pegados al cuerpo.

El hombre fornido se dirigió a otro como Sokolov, enseñándole a los niños que acababa de encontrar. Intercambiaron algunas palabras que ellos no entendieron, era un idioma diferente que solo Dorothy identificó. Sokolov se dirigió al hombre fornido repetidas veces con la palabra Sergey y entonces éste procedió a empujar sólo a Beatrice y a Donald hacia la sala de estar.

―Hola, pequeña―Susurró Sokolov, acariciando la mejilla de la chica de quince años―. Te puedo ofrecer un trato bueno. Si decides venir conmigo, no te pienso hacer daño alguno.

Dorothy vaciló ante ello. Esa propuesta sonaba con una intensa morbosidad en esa voz, por lo que se estremeció e intentó apartarse. Ella no respondió con las palabras, lo único que hizo fue negar con la cabeza. Tenía miedo, y las lágrimas no tardaron en salir.

―Dejaré que lo consideres unos minutos ―Sokolov tomó del cabello a Dorothy y la llevó a la sala de estar.

Allí, se encontraban sus padres, atados a las sillas y amordazados. Varios hombres sostenían un arma con un cilindro que Dorothy, Beatrice y Donald vieron colocado en el cañón. Era aquella cosa que reducía el ruido de los disparos. Sokolov la dejó al lado de los hermanos de la joven y se dirigió al tal Sergey, hablando en ruso.

―Vamos a morir ―Susurró Dorothy, las lágrimas caían por sus mejillas. No sabía cuánto tiempo debía pasar para lo ella veía como inevitable.

Beatrice tampoco decía nada, también se hallaba llorando, viendo a sus padres atados a las sillas. Las dos escrutaron a Donald para ver cómo se encontraba ante esa situación tan densa y peligrosa. El niño mantenía los ojos cerrados y la cabeza gacha. Unos segundos después, levantó la mirada despacio.

―Está bien, te espero, pero ven rápido ―Dijo Donald.

Las dos hermanas parpadearon cuando él dijo aquello. Se acercaron más a él para hablar lo más bajo posible.

―¿Hablaste con el lobo? ―preguntó Dorothy.

Donald, que, si no hubiera conocido al lobo que le hablaba telepáticamente, estaría llorando también. Él asintió con la cabeza, se veía sonriente, no había una pizca de preocupación en él. Sentía una envidiable seguridad, no estaba preso del pánico.

No tardó el tiempo para que se escuchara a lo lejos un aullido. Quizá todos lo escucharon, pero sin poner atención, quizá nadie de los hombres de la Master Ruka haya escuchado el aullido, pero era obvio que los tres muchachos sí lo oyeron con suma atención. Se había escuchado a kilómetros, el aullido del lobo era la respuesta para Donald.

Beatrice no sólo era amante de los lobos, sino que había investigado sobre ellos, sabía que podían llegar a correr entre diez y sesenta kilómetros por hora cuando corren. Son muy veloces, aunque el lobo blanco que estaba en la cueva era más grande que el ella veía o había buscado en internet. Sus enormes patas le permitirían recorrer más distancia en menos tiempo.

No tardaría nada lo más seguro...

Se escucharon fuertes pisadas en la nieve cada vez más cerca, ahora el aullido fue más fuerte, ensordecedor. De un segundo a otro, no sólo los tres chicos escucharon el grito de un hombre que estaba fuera del hotel, sino que había sido escuchado por todos. Sokolov se detuvo en su charla con Sergey, para luego mirar por la ventana ante aquel grito desgarrador que sabía de quién era.

¡Davay, davay! ―gritó Sokolov, alertando a algunos de sus hombres que se preparen con sus armas para el tiroteo.

Sergey se quedó con dos hombres más en la sala, vigilando a las personas que habían obligado a salir de sus habitaciones.

Sokolov había salido del hotel, cuatro de sus miembros estaba al frente. Uno vio el cadáver del que estaba gritando, el que imploraba por su vida. Tenía restos de hielo en el sangrante pecho desgarrado. Sokolov vio de reojo una figura negra que se asomaba en una colina pequeña, volvió la mirada a aquello y sus ojos se tornaron más grandes y la boca se había quedado abierta, impactado. Un enorme lobo alzaba el cuello y aullaba a la luna llena.

―¡Disparen, disparen! ―gritó Sokolov.

Luego de la orden de Sokolov, se armó una cantidad opacada de fogonazos por el silenciador. El animal corría embravecido hacia ellos, los ojos azules centellaban de furia y sus patas pisaban con fuerza dejando grandes marcas siendo levantadas por la nieve. El lobo se abalanzó sobre uno de ellos, enterrando los enormes dientes sobre el hombro y luego arrojándolo lejos hacia lo alto de un pino; ese hombre sintió la punzada de dolor, sumado a una gélida y letal sensación que recorrió su cuerpo. 

Después, el lobo blanco atacó a otro más dándole con una de sus patas delanteras, el golpe había sido rotundo rompiéndole las costillas, aplastando y helando sus órganos, el hombre cayó muerto al suelo nevado. Y para los otros dos hombres de Sokolov, el lobo corrió hacia ellos y con las puntiagudas garras desgarró los cuellos y pechos de ambos de un solo zarpazo, la sangre de ellos se había congelado por unos minutos a pesar de quedar muertos.

―¡Sergey, ayúdame! ―Exigió Sergey, desesperado.

El lobo, luego de matar a los cuatro, caminó despacio hacia el jefe de la Master Ruka, gruñendo. Sergey había salido del hotel con los hombres restantes y al ver lo que había pasado, se quedaron inmóviles, sus compañeros yacían muertos en la nieve, incluso su sangre se veía como congelada. Después se fijaron en el enorme y despiadado lobo que gruñía. Ellos levantaron las armas, dispuestos a atacar.

Dispararon al lobo y este recibió los impactos de bala, no obstante, se percataron que no lo herían, las balas fueron inútiles ya que parecían chocar con una capa de hielo. No podían hacerle sangrar. 

El lobo se dispuso a seguir su matanza, se puso sobre sus dos patas traseras, las delanteras estuvieron en el aire durante unos segundos y cuando las bajó, una bola de nieve se movió hacia ellos. La nieve se agrandaba cada vez mientras se acercaba a Sergey y a los otros dos. Cuando estuvieron cerca de apretar el gatillo, de la misma bola de nieve aparecieron unas alargadas púas de hielo, que lograron atravesar los cuerpos de los tres hombres en menos de un segundo.

Sokolov se había lanzado al suelo antes de que la bola desprendiera sus púas. Se había horrorizado al ver como sus últimos hombres habían muerto, en especial a Sergey, quien tenía una de esas púas atravesándole por debajo del mentón. Sokolov se puso de pie y corrió a la camioneta que estaba cerca. El lobo iba tras él, con parsimonia, pero enfadado todavía.

Sokolov puso las llaves en la camioneta y se apresuró en hacer que arranque. El coche se tardó en ceder. Él gritó algo en ruso, quizá una maldición. En un momento tan exasperante como aquel, las palabras se le mezclaban. Dentro del coche todo se enfrió, las ventanas se veían empañadas, como si la temperatura hubiera caído. Cuando el auto encendió, Sokolov puso en reversa exhalando de su boca una bola de aire fría. No obstante, se detuvo porque el lobo lo había impedido poniéndose al frente. El lobo se agachó y con una de sus patas tumbando el coche, dejándolo de lado.

Sokolov gritaba, sufría, se había golpeado de cabeza. El coche estaba volcado, así no tendría forma de escapar.

―Ne mozhet byt'―Sokolov, repetía esa frase una y otra vez: "No puede ser". ¿De dónde había salido ese enorme lobo? Sus planes se habían arruinado de la manera en que ningún otro asaltante o grupo de mafia rusa habría anticipado.

El lobo se asomó por el espacio de la ventana. Sokolov tenía la cabeza ensangrentada por el golpe y escuchaba un sonido agudo en algún lado, aunque también oía el gruñido del lobo. El lobo retiró la puerta con su hocico, dejándola caer a unos metros.

Sokolov se quedó callado para ver cómo el lobo lo mataría. El lobo abrió su hocico con unas fauces que le entregaron una letal brisa congelada y con unos dientes enormes y temibles. El lobo se apartó un poco y se estiró hasta que sus fauces envolvieron a Sokolov alrededor de su torso y extremidades. Lo sacó del auto y con sus garras y dientes, procedió a despedazarlo.

Fue con la muerte de Sokolov que la Master Ruka desapareció para siempre.

Las personas del hotel habían estado adentro en todo momento. En ningún momento habían decidido aventurarse a los horrores al que aquellos hombres se estaban enfrentando. Aunque después de la muerte de Sokolov, todo se había vuelto silencioso. Alguien se había levantado para activar la alarma de seguridad; tarde, pero lo había hecho al fin.

Los tres chicos corrieron a la salida y habían hecho oídos sordos a pesar de que sus padres y otras personas dentro les advertían de quedarse y no salir. Pero nadie se había preocupado en detenerlos, creían que afuera era peligroso por aquel lobo que atacó de repente, ni siquiera se atreverían a ver si esos chicos estarían seguros.

Donald había sido el primero en correr hacia el lobo. Aunque no se fijó en lo que había provocado el animal, sus ojos solo se enfocaban en él. Dorothy y Beatrice sí vieron cómo habían quedado todos, incluso Beatrice deseaba vomitar. El hielo que perforaba a los tres hombres se hizo nieve.

―¡Nos salvaste! ―dijo Donald, viendo a los ojos del lobo. Ignoraba las manchas rojas en el pelaje, patas y hocico.

El lobo lo miró fijamente. 

He llegado en un buen momento.

Donald sonrió, Dorothy pensó que quizá le dijo algo gracioso. Después de un breve silencio, el lobo habló y lentamente ambas hermanas vieron que el niño dejaba de sonreír. 

He hecho mi trabajo, es hora de irme.

El niño agachó la cabeza y asintió, parecía que se obligó a hacerlo.

―¿Qué dijo? ―preguntó Beatrice.

―Ha dicho que cumplió con su trabajo y que debe irse ―respondió Donald, sus labios temblaban.

El lobo parecía asentir con su cabeza y se dio la vuelta. Antes de que se marchara, echó una mirada a los tres.

Diles que gracias, gracias por haberme dado su comida.

―Dice que gracias por la comida ―dijo Donald, una lágrima resbaló por su mejilla. 

El lobo movió la cabeza una vez más y se apartó de los chicos, corrió con tanta rapidez que parecía una sombra borrosa levantando la nieve. Al llegar a la colina, su silueta se veía oscura con la luna llena por encima de su cabeza. Entonces, a lo lejos vieron como la figura del lobo se deformaba y empequeñecía. Dorothy, Beatrice y Donald entornaron los ojos y se percataron que la silueta tenía una forma humana. No lograban distinguirlo bien, pero era claramente un hombre fornido con una larga melena que se agitaba con el viento. El hombre alzó una mano, despidiéndose. 

Fue entonces que una cantidad de nieve que estaba en el suelo lo envolvió y este desapareció. 

―Se fue ―dijo Beatrice.

―A su hogar ―dijo Donald, llorando.

―A las altas montañas de donde vino ―terció Dorothy.

Dorothy, Beatrice y Donald, escucharon las patrullas de policía aproximarse cinco minutos después. En la entrada del hotel la gente les habló acerca del lobo que habían visto. Pero ninguno de los policías creía semejante relato que podía haber salido de un libro. La gente les decía que era cierto, pero no tenían evidencia porque los ladrones les quitaron los celulares y el hotel había tenido averías en las cámaras de seguridad, así que nadie podía demostrar su veracidad.

Y los chicos que hablaron con él, lo mejor que pudieron hacer, fue decir que todo lo que los adultos decían eran tan solo mentiras. 

Aunque solo ellos sabían la verdad y mientras la historia del lobo se quedé en sus memorias, honrarían el simple hecho de guardar su secreto al mundo entero. 

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