LA OTRA REALIDAD
1944 era una época que algunos aún consideraban terrible, tomando en cuenta que la gente no sabía que la guerra finalizaría hasta el año siguiente. No obstante, no todas las familias fueron afectadas, exactamente aquellas que lograron esconderse de los soldados para no quedar en el campo de concentración o se arrastrados por los nazis hacia territorios alemanes desconocidos. En parte, Estados Unidos seguía lidiando con la guerra. Eso es lo que le había contado la madre de Julieth, pues era lo poco que sabía. El padre estaba en combate, demasiado lejos de casa y Julieth esperaba que vuelva con vida.
Él se lo había prometido.
El último beso de su padre en la frente era en lo que más lo hacía recordar su rostro de hombre endurecido por la milicia. Julieth y su madre vivían en una granja algo apartada de un pueblo muy pequeño. Lo único que había de especial, según Julieth, era el mercado, la escuela y un restaurante en la que amaba escuchar el tocadiscos. Escuchaba a las Andrews Sisters, a Billie Holiday, a Bing Crosby (Julieth quería casarse con él... decía que era la voz de un caballero muy apuesto), también escuchaba a Frank Sinatra y muchos otros. A veces deseaba bailar o sólo cantar con sus amigos de la preparatoria.
Julieth se esforzaba por tener las mejores calificaciones y su madre la ayudaría a salir adelante, permitiendo que estudie en una universidad. El pueblo en el que vivía no tenía universidades. La madre de Julieth le había dicho: Nos encontramos en un rincón ignorado de Norteamérica.
Todo por estar en un sitio más seguro, apartado de tanta guerra.
Julieth asistía a clases en una preparatoria con escasos estudiantes, con sus dieciséis años, la mayoría de los chicos la miraban tímidos y nerviosos cuando la saludaban por los pasillos. Era atractiva, un aire jovial y de inocencia rondaba alrededor de Julieth. Los chicos al mirar su rostro sonreían repentinamente. Cualquiera diría que Julieth, una muchacha tan enérgica podría ser la más hermosa del pueblo.
En su escuela era alabada por los maestros en cuanto a su desempeño estudiantil, tenía un buen historial. Sin embargo su apariencia se apartaba mucho de ser una niña rica, pues viviendo en una granja también ayudaba a su madre con los labores y no era débil, hasta admitía ser una chica que no se rendía hasta que las tareas quedasen bien.
Fuerte, hermosa, inteligente. Las tres principales razones por las que los muchachos de su preparatoria querían salir con ella, aunque les costaba valor pedírselo porque les parecía una chica compleja.
Julieth no se consideraba así, aunque a veces se dejaba llevar por los halagos y lo mucho que la alababan.
Julieth tenía una buena relación con su madre y también con su padre, que sólo deseaba volver a verlo de nuevo, no sabía cuánto tiempo más debería esperar para que regrese.
En la granja, había mucho por hacer y Julieth se tomaba un par de horas para ayudar a su madre y luego quedarse pegada al escritorio para sus tareas. Tras la granja, había una infinidad de árboles, en otro extremo se hallaba el espacio para los cultivos y en otro espacio guardaban a los animales. Julieth, cuando veía que ya no había nada qué hacer, ocupaba el tiempo libre en perderse entre la infinidad de árboles, sonreía al pensar que era su propio bosque.
Llevaba un libro a la mano en caso de que encontrase un buen sitio para sentarse.
Un tarde, volvió a aventurarse por su propio bosque y a veces cerraba los ojos para escucha las hojas de los árboles, el sonido del viento soplando suavemente por encima de ella, algunos pajarillos cantando felices de vivir libres y no en jaulas. Era una sensación agradable y mejoraba cuando olfateaba la tierra húmeda.
Su madre no se enojaba con ella cuando ensuciaba la ropa. Julieth había salido con una camisa blanca de manga corta y una falda que le quedaba por debajo de las rodillas, la prenda que más usaba. Si ella lo lavaba después no había problema. Julieth miraba el sendero por el que caminaba, se lo sabía de memoria y pensaba que si alguien se escondía en el bosque, sería difícil salir. Ella sabía la manera de salir, caminaba por allí ocho años atrás... a veces lo hacía con su padre y se entristecía al no tenerlo cerca.
Cuando miro hacia arriba, vio que una enorme bandada de aves huía a gran velocidad en dirección contraria a la que ella iba, como si huyeran de algo.
―Nunca he visto que hicieron eso―dijo Julieth, mirando extrañada el cielo. Era como si todos los pájaros de su bosque se hubiesen espantado por una bestia y feroz.
Y no sólo las aves, al mirar grande por el suelo, Julieth vio como animales pequeños, como liebres, ardillas y otras más, escapaban en dirección contraria. Los insectos, como abejas, mosquitos pequeños, arañas y gusanos caían al suelo muertas.
―¿A dónde van, por qué huyen? ―se preguntó Julieth, viéndolos correr. Miro hacia adelante, esperando encontrar aquello que los había asustado.
No lo puede ver, aunque se había dado cuenta que debía acercarse más para descubrirlo. Avanzó unos metros y a su oído llegó un sonido chirriante, como el de una mala vibración. Se acerca un poco más y llega al lugar de donde provenía el chirrido.
Encontró una puerta de cristal.
Al acercarse más, se intensificaba aquel horrible el sonido y a Julieth le empezó a doler el estómago y sentía algo adormecida las piernas. Cerca de la puerta vio una piedra igual de grande que su cabeza y a un metro y medio estaba la puerta de cristal. Julieth se tapó los oídos e hizo lo posible para no dejar que las piernas pierdan equilibrio. Estaba viendo con curiosidad la puerta, era muy bonita y había un tono verdoso casi transparente en el marco y en el centro vio la figura de un triángulo. También tenía un pomo de oro, con ciertas figuras inentendibles que llamaron aún más la atención de Julieth. Sin embargo, el pomo sólo estaba en un único lado.
―¿Cómo apareció esto aquí?
Acercó su mano al pomo y se detuvo, la piel y los vellos del brazo se le erizaron por completo. Pudo escuchar que, al otro lado, provenían rugidos atroces que no parecían de un animal común, también el mismo chirrido pero que debió ser de otra cosa. Julieth se apartó, no quiso saber que era lo que podía llegar a ver al abrirla. Los dedos que sostenían el libro se aferraron aún más.
Dio la vuelta y fue de regresó a la granja.
Fue corriendo, sin voltear la mirada por encima de su hombro y encontrar la puerta deseando ser abierta. Había huido como los animales hace unos minutos. Al llegar a casa, no le dijo nada a su madre. Tenía dos motivos y uno de los dos podía suceder: que ella le creyera y lo averigüe para verificar la sinceridad de su hija; o lo más probable que le crea una loca. Y era mejor que no la vieran de esa manera.
Llegó a su hora de almuerzo y se sentó a la mesa, callada y sin decirle a su madre de la puerta de cristal que halló en el bosque.
***
El señor Adams, era uno de los profesores de Julieth. Estaba en la acera fumando un cigarrillo. A veces creía que caminar un kilómetro para ver a su chica favorita por unos minutos más valía la pena. Se ocultaba tras un roble grueso y con su aguda vista escrutaba a Julieth. Este pasaba inadvertido de ser descubierto, lo hacía bastante bien para considerarse un simple acosador. El señor Adams veía a Julieth como la más hermosa flor de entre un montón de flores marchitadas, era única, la consideraba especial.
Había recibido denuncias por acercarse a las colegialas y él lograba salir indemne de esas situaciones. Aunque estaba tan cerca de contar las anécdotas en la cárcel. Detestaba su trabajo como maestro, pero acercarse a las chicas jóvenes valía el sacrificio y cuando vio a Julieth, supo que había encontrado una flor que la arrancaría.
No obstante, debía ser cauteloso, Julieth no era una chica tonta y hacía lo posible por no tomarla a la fuerza mientras explicaba sus clases. Actuaba con buen disimulo de los atrocidades que tenía pensado hacerle a la chica, su anciana madre le diría que no ha perdido la costumbre de mentir. Hasta le diría que es un gran mentiroso, un gran profesional de la mentira.
Adams estaba viendo a Julieth con cautela, sonriendo perversamente al verla. Él tan sólo veía esas piernas y quería saber cómo sería lo demás levantando su falda. Pero eso tomaría tiempo y no quería seguir perdiéndolo por lo que pensó en algo.
De tantas tardes que la iba a espiar en su casa, se había percatado de algo: ella suele adentrarse a ese bosque de vez en cuando, llevando un libro en una mano. Adams había examinado sus opciones y podía ser que la cosa terminase en amenazarla de muerte a ella y a su madre.
Sí, quizá sea lo mejor para callarla y sea suficiente como para tratarla como mi propia esclava.
La siguiente ocasión que la vea salir al bosque de nuevo, él se acercaría para hacerla suya.
***
Por la noche Julieth no podía dormir. Escuchaba el murmullo de los grillos y era igual de molesto como los mosquitos zumbando por encima de su cabeza. Se levantó de su cama y se quedó sentada en el borde, quedando pensativa.
Sus pensamientos retrocedían a las horas en las que rondaba por el bosque y había encontrado la puerta, pues había llamado su atención, era muy curiosa pero con la curiosidad debía tener cierta cautela.
Eso era lo que le decía el miedo, deteniéndola en lo posible para que no se arriesgase a regresar y girar el pomo. ¿Qué podría pasar? ¿Qué es lo que exactamente podía ver al otro lado, lo llevaría a otra parte del mundo? La curiosidad le metía miles de ideas en la cabeza, estuvo ansiosa desde que abandonó el bosque y deseaba volver a la puerta. Incluso su extraño chirrido y los rugidos al otro lado estaban sonando constantemente a lo lejos para ella. Tomó una lámpara de queroseno y mientras su madre dormía salió de casa.
Iba con la misma ropa, pero con un abrigo para el frío. Miró el cielo, viendo radiante a la luna llena y pensó que no sabía cómo reaccionaría su madre si se llegase a enterar que se había escabullido en silencio para salirse. Julieth tenía que ver más allá de la puerta y no quería esperar. Al adentrarse en el bosque encendió la lámpara de parafina y, recordando el camino, fue en la misma ruta.
―Pueda que sólo sea una puerta para adornar el bosque―su idea era una completa disparatada. ¿Una puerta que llega al bosque y espanta a todos los animales? Claro, podía ser lo más común del mundo.
Cuando hubo llegado al lugar, cerró los ojos por un instante.
―Tal vez ya no esté ahí, pueda que haya desaparecido.
Al abrir los ojos vio el brillo del cristal por el fuego de la lámpara. Se acercó con recelo y cuidado, tenía miedo y el chirrido al estar más apegada seguía intensificándose, pudo taparse un oído. El estómago le revolvía las entrañas y sus piernas perdían rigidez. Puso la mano en el pomo y al girarlo, escuchó un chasquido, la había abierto sin problema aunque los chirridos y rugidos se habían silenciado de repente. Su respiración estaba agitada y tragó saliva.
―Hagamos esto―susurro Julieth y empujó la puerta, bajando la mano del oído.
Al fijarse, no entendió lo que estaba pasando. Sólo estaba viendo lo que estaba al otro lado, no era gran cosa...
No, Julieth puso más atención a lo que veía. Había un árbol torcido y ella frunció el ceño al verlo. Se dio la vuelta para asegurarse de que detrás de ella estaba el mismo árbol torcido. Miró un poco más y vio el suelo, dándose cuenta de que a metro y medio estaba la misma piedra del tamaño casi exacto como el de su cabeza. Y al fijarse bien, la puerta tenía el pomo del otro lado.
―Es lo opuesto―susurro Julieth, abriendo los ojos de par en par.
Miró un poco más y se dio cuenta que al observar dependiendo del ángulo, veía los mismos árboles que estaban a sus espaldas y los que se encontraban al frente no estaban.
Pasó un pie y sintió un aumento de peso, como si la gravedad se hubiese alterado. Julieth soltó un suspiro y atravesó la puerta, cuando lo hizo, estuvo cerca de soltar la lámpara de queroseno, puesto que su luz era más intensa que el que tenía antes de pasar. Ni siquiera disminuyendo la flama pudo atenuar la intensidad del fuego. Miró al cielo y la luna llena brillaba igual de fuerte que la lámpara. El cielo, que Julieth recordaba ver con pocas estrellas, ahora había miles de ellas resplandeciendo. Todo era... más luminoso.
―Lo que tenga luz en este lugar es mil veces mayor―comentó ella―. ¿Qué pasará si aquí decido volver a casa?
Cerró la puerta tras de ella. Con el otro pomo, sólo tendría que girarlo para abrirlo y volver a su otra versión. Esa parte era sencilla, pero era molesto la flacidez de sus piernas y el repentino dolor de estómago.
Corrió con la lámpara apagada, era suficiente la luz que proyectaba la luna para Julieth. Al llegar a la granja, las sensaciones espontaneas que tenía al estar frente a la puerta ya no estaba. Se dirigió la casa y se dio cuenta que todo seguía en su lugar, aunque en su versión común no le daba cierta sensación de pánico de encontrar a su madre. Abrió la puerta y entró a casa. Había hecho demasiado ruido, pero al ver la habitación de su madre, sólo encontró una cama vacía.
No creía que había desaparecido, Julieth estaba en... otro mundo, pensaba ella. Todo era extraño y no entendía que sucedía. Esta vez, ella corrió hacia el pueblo. Las luces de los faroles brillaban tanto que Julieth tuvo que entrecerrar los ojos y cubrírselo con una mano.
Pasó corriendo por sus lugares favoritos y no encontraba a nadie. Se metió a su restaurante favorito, tampoco había una persona, sin embargo, al ver el tocadiscos se estremeció. Seguía girando y girando con la aguja y con el disco en sentido contrario a lo que era de costumbre, pero el sonido no salía.
―¿Qué está pasando aquí?
No llegaba a ninguna idea concreta, mirar en cualquier dirección era poco posible por la fuerte luz que la cegaba y en la mayoría del viaje estuvo entrecerrando los ojos.
Julieth se dio la vuelta bruscamente cuando escuchó uno de los rugidos que oía antes de haber atravesado a aquel raro sitio de luz. Después le siguió un fuerte chirrido del que Julieth se sintió obligada a taparse las orejas. Salió del restaurante y escuchar un chirrido y un rugido, parecían ser ruidos que estaban a unos metros de ella. Corrió lo más rápido posible y fue entonces cuando algo la empujó, pensó que debió tratarse del rugido.
Lo que escuchaba del rugido y el chirrido, debían ser monstruos invisibles. Eso era nuevo.
Julieth pasó a ser arrastrada por el suelo, la lámpara se había caído y se había roto. Fue entonces cuando creyó que había sido una pésima idea salir de casa, tonta de ella, que su curiosidad fue quien la obligó, la había dominado y ahora creía que la muerte era lo que seguiría cuando aquella cosa invisible la matase sin piedad.
El rugido volvió a sonar como un fuerte estruendo del cielo y la cosa invisible que reproducía el chirrido, debió haber detenido a la del rugido. Julieth ya no se sintió presa de nada, ambos ruidos parecían gritarse palabrotas a su manera o quizá se encontraban en combate, pero rugido había querido llevarse la presa que se hallaba cerca.
Cuando Julieth se levantó y continuó corriendo, de vuelta al bosque, a la puerta.
Tardó mucho, corría desesperada, con lágrimas en los ojos. Sea lo que sea que haya sido aquello que sucedió atrás, con los monstruos invisibles, no quiso saberlo. No volvió a escucharlos después de un buen rato, casi cuando ya estaba corriendo al bosque. Con la luna que se había movido de su lugar, Julieth no había quedado perdida del lugar en el que ella empezaba adentrándose al bosque. Se movió rápido entre los árboles y después de unos minutos logró dar con la puerta.
La abrió y volvió a su versión real, la auténtica, a la que ella pertenecía. Miró al cielo y se dio cuenta que la luna llena y las pocas estrellas ya no tenían aquel fulgor intenso.
***
El señor Adams estuvo escrutando a Julieth en la mañana, mientras ella y los demás estudiantes estaban realizando una tarea.
Eso los mantendrá callados por un rato.
Adams sostuvo un libro para fingir que estaba leyendo, ya que estaba viendo las piernas de Julieth, su chica favorita. Lo hacía de modo discreto, mirándola de reojo. Lo mismo debía hacer con las chicas que no eran sus favoritas, para él ellas seguían siendo flores marchitadas. No obstante, Julieth se veía distinta, distraída y temerosa por alguna razón. Evadía un poco a las flores marchitadas con las que se juntaba y su cabello estaba un tanto revuelto, sin peinar.
Cuando Julieth se levantó a dejar su tarea, el profesor Adams la detuvo sosteniéndola del brazo.
―¿Se encuentra bien, señorita? ―el profesor mostró un rostro inocente y casi sonriente―. La he notado indiferente y en mis clases no hizo su típica participación respondiendo a las preguntas que les hago a sus demás compañeros.
―Estoy bien―susurró Julieth―. No pude dormir anoche, señor Adams.
―La entiendo, señorita. A mí solía pasar en mi época de estudiante―la voz del profesor sonaba tan amable, casi empalagosa―. Puede acomodarse en su pupitre para descansar si lo desea.
―Gracias.
Luego de que ella agradeció, fue a su asiento e hizo lo que el profesor le había recomendado. Julieth se sentaba al frente y sus piernas eran muy visibles a simple vista. Así que continuó viéndola de reojo con total discreción.
***
Julieth, al esconder su cabeza en sus brazos al sentarse en su asiento, se puso a meditar lo de anoche. Había vuelto a casa, a oscuras y no había sido sencillo sin la lámpara. Le costó el triple de tiempo volver sin haber tenido una luz que la sirviese para guiarse. Llegó a su habitación exhausta, sólo pudo dormir tres horas para cuando el gallo cacareó tan temprano.
Julieth maldijo su escape de anoche. No obstante, desde la mañana decidió hacer algo.
Destruir la puerta.
En la mañana no tenía tiempo para hacerlo, debía madrugar para preparar su desayuno y luego se iría a la escuela. No obstante, seguía preocupada de aquella puerta. Pues ella suponía que desde el instante en que apareció en el bosque, podía llegar a ser una amenaza a gran escala. ¿Los monstruos invisibles llegarían a descubrir la puerta e irían juntos hacia esta versión de la realidad? Julieth temía que sí y estaba preocupándose al pensar que podían haber más de los que aparecieron en el pueblo cuando anduvo por allí.
Al volver a casa, tomaría algo para romperla y sabía lo que podría hacerlo. En un extremo de la granja tenían una pala, la tomaría a escondidas de su madre y se la llevaría al bosque. El plan ya estaba hecho, lo que le faltaba era ejecutarlo al salir de la escuela.
***
El señor Adams se despidió de sus colegas maestros y acosó a Julieth muy de lejos por unos minutos. La muchacha iba andando a pie con más rapidez que de costumbre, como si quisiera llegar a casa corriendo. Iba sola y sin nadie que la acompañe. Podía acercarse a ella y tomarla forzosamente para violarla en algún sitio. Pero pensaba que no debía levantar sospechas, puesto que sus vecinos se acostumbraban a verlo volver a su casa a la hora de siempre y debía actuar normal.
No obstante, sus vecinos salían al trabajo por la tarde y luego Adams podría pasar cauteloso de levantar alguna sospecha.
En caso de que su chica favorita abriera la boca tenía que ser precavido, ir no uno sino dos pasos adelante que ella. Así que volvería por la tarde a la granja.
El plan debería salirle bien.
***
Julieth no pudo tomar la pala para ir al bosque después de unas dos horas. Puesto que su madre le había pedido ayuda en la cocina. Después tuvo que hacer sus tareas de la escuela y la dejó a medias cuando vio que su madre iba a la habitación a tomar una siesta.
Julieth salió de la casa y fue a buscar la pala, ella podía levantarla y usarla sin problemas. Sus manos ya se habían adaptado a utilizarla y no le salía ampollas en las palmas. Volvió a introducirse en el bosque y llevó la pala encima de su hombro. Se dio prisa para acabar la pesadilla que atormentaba su mente y alimentaba su miedo.
***
Adams podía estar algo apartado de la casa de Julieth, pero la había visto salir hacia la granja y tomar una pala para ir al bosque.
―Pueda que vaya a enterrar a un animal muerto―dijo Adams, dubitativo, mientras se apresuraba a seguir los pasos de Julieth a través del bosque para atraparla. Se movía con precaución y rapidez.
No podía perder a su presa, su oportunidad estaba a pocos metros de distancia. Cuando ya estaba tan cerca, pudo escuchar un chirrido muy extraño.
***
Julieth llegó a la puerta. Seguía con la esperanza de encontrarla. Tuvo intranquilidad esperando que la puerta no se hubiera movido por cuenta propia o que algo de la otra versión entrase a la suya. Pero ya sólo le quedaba levantar la pala y asestar fuertes golpes hasta destrozarla, ya sea que deba dejar pequeños trocitos. Volvió a ella ese retortijón en su estómago y la flacidez de sus piernas pero lo estaba ignorando por completo.
Alzó la pala por encima de su cabeza, lista para romperla y se detuvo cuando algo atrapó el otro extremo de la pala. Julieth, creyendo que se había escapado uno de los monstruos invisibles, tragó saliva y se dio la vuelta. No era nada invisible, era su maestro, el señor Adams.
―¿Profesor? ―preguntó ella, reaccionando extrañada. No esperaba verlo y tampoco lo había escuchado acercarse―. ¿Qué está haciendo usted aquí?
El profesor no respondió, le arrebató la pala y arrojándola a unos metros. Agarró a Julieth del cuello de la camisa y la arrastró hacia un árbol para que quede arrimada.
―¿Señor Adams, qué hace? ―aquello era peor que los monstruos invisibles. Julieth no sabía que estaba siendo acosada, pero la intención que demostraba su profesor era muy notoria. Julieth intentó apartarlo, señalando la puerta―. Señor, déjeme romper esa puerta de vidrio, ¡déjeme hacerlo!
El profesor ni siquiera le puso atención a pesar de que había visto la puerta. Había cosas más importantes que hacer, ¿no?
―¡Suélteme! ―gritó Julieth, interrumpiéndolo. A su maestro en realidad no le importaba esa puerta ni de que fuera hecha con tanta labor. Le importaba su estudiante, Julieth.
―Chist, no digas nada―dijo el maestro y le tapó la boca. Se sentía algo extraño, el estómago le dolía un poco y las piernas estaban próximas a convertirse en gelatina―. Quiero disfrutar de este momento... quiero disfrutar de ti...
Se abalanzó sobre el cuello de su estudiante para besarla, acabando con el poco espacio que le quedaba. Tomó una de las piernas, levantándola para apegar más el cuerpo de Julieth al del maestro. Su boca profanaba el cuello y con una grande y fuerte mano del señor Adams, desgarró la camisa haciendo que los botones se salgan.
―¡Cuanto esperé para esto! ―vociferó el señor Adams, viendo la ropa íntima como símbolo de triunfo a quitarle su virginidad.
El señor Adams sintió una mordida en la mano.
―¡Apártese! ―gritó Julieth, cuando sintió que su maestro le intentaba arrebatar la falda.
Quiso gritar socorro hasta no poder más, pero nadie la escucharía, estaban en lo más profundo del bosque y los árboles silenciarían todo ruido emergente. Tampoco había creído que su maestro llegase a tal extremo, había pensado que era un buen hombre (aunque no tanto como Bing Crosby, claro) y ahora solo veía la peor versión de él.
Levantó la rodilla, provocando un fuerte dolor en la entrepierna de Adams y eso hizo que se encoja hasta quedarse arrodillado. Julieth se apartó de él unos segundos, pensando lo que debía hacer. Pensar bien su siguiente movimiento. No tendría tiempo para huir y su profesor la alcanzaría, aunque el golpe bajo haya sido efectivo. Aunque era mejor...
―¡Ven aquí! ―dijo el profesor Adams lanzando una mano mientras que la otra estaba sobre la entrepierna, esperando atenuar el dolor y que su respiración volviera. El cabello se le había revuelto un poco y en ese coraje que vio en su rostro, se había ido la versión más tranquila que Julieth había visto.
La que todos habían visto.
Julieth tomó la pala y corrió hacia la puerta, abriéndola y pasando a la otra realidad.
***
El señor Adams se irguió, aunque el aire le faltaba, se sintió anonadado al ver que su chica favorita había abierto la puerta y en vez de verla salir por el otro lado, esta había desaparecido, como si se la hubiese devorado en un segundo. Adams no se quedó atrás y la siguió, a donde sea que ella se había ido.
Ella no se iba a escapar.
Al pasar al otro lado, buscó con la mirada a Julieth.
―¿Dónde estás, Julieth? ―Gritó esperando que ella hiciera algún sonido indiscreto―. ¿A qué lugar me has traído?, ¿qué sitio es este?
No había ninguna respuesta, avanzó unos pasos y se percató de un ligero sonido de viento tras de él, el cual no reaccionó a tiempo, su chica favorita le había asestado un golpe en la nuca. Adams perdió el equilibrio y cayó acostado.
Su visión estaba algo borrosa, pero vio claramente a Julieth volviendo por la misma puerta, cerrándola tras de ella y verla desaparecer. De un instante a otro, el vidrio de la puerta se desvanecía poco a poco, el marco verdoso que esta tenía se volvía transparente cada vez.
―¿Julieth, a dónde vas? ―Preguntó asustado el profesor―. ¡Qué estás haciendo, Julieth!
La puerta ya no estaba, el sitio nuevo era extraño, el sol y el cielo azul tenían un resplandor más intenso que de costumbre. Muy, pero muy cerca de él escuchó un extraño rugido. Adams no había visto nada a su alrededor.
Y tampoco tuvo tiempo de reaccionar cuando una bestia invisible lo convirtió en su comida, despedazándolo por completo en varias partes de su cuerpo.
***
Julieth había cerrado la puerta y primero golpeó con la pala el pomo, dejándolo caer. Una repentina brisa la empujó al suelo y ella volvió a incorporarse para terminar con lo que le quedaba de romper la puerta. Golpeaba con toda su fuerza, haciendo trozos de vidrio
Luego de haber partido a la mitad, la misma puerta se hizo polvo, se elevó por el cielo y se perdió en alguna parte junto con el aire.
Julieth volvió a mirar el sitio en el que la puerta había aparecido
―Mi madre me habló de un Alemán llamado Hitler―dijo Julieth, levantándose mientras jadeaba, hablándole a la nada como si su maestro aún estuviese ahí―. Lo apodó como monstruo humano. Usted y él no se diferencian mucho de serlo.
Aún jadeaba, completamente exhausta. Su misión había terminado. El chirrido ya no estaba y su temor era cosa olvidada.
Julieth tomó la pala por encima del hombro y se la llevó de vuelta a casa. Tendría que tener cuidado de que su madre no vea la camisa rota.
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