HABITACIÓN 315
En la habitación 315, con la poca luz que proyectaba la luna llena por su ventana, Anthony estaba pudriéndose lentamente hacia su muerte, ¿ahora habrá tocado fondo después de tantos años? Él se hallaba recostado en una cama de hospital enchufado a las máquinas que lo mantenían con vida. Con el cáncer, los pulmones habían quedado negros, el corazón amarillo y había más problemas que tenía que soportar, como el maldito e incesante ardor que siempre profanaba su pecho. Los ojos los empezó a mantener más cerrados que de costumbre y ya no comía del mismo modo. Su cuerpo había flaqueado con el tiempo y la piel se amoldaba más a los huesos.
Tosía muy a menudo y hacerlo empeoraba el ardor del pecho. ¿Cómo llegó a parar ahí, hospitalizado y tan endeble?
Todo se remontaba a la época en la que empezó a fumar, a los quince años exactamente, en 1965. Pero había otras cosas que pasaron, empezando con un padre que se marchó con una fulana, cuando Anthony tenía once años. Pero la culpa de que su padre se marchase, fue por Anthony, era un niño tan problemático que no podía soportarlo y las discusiones siempre se trataban de él. El padre le gritaba a su mujer que tenía que haberle dado un hijo mejor. Era absurdo, pero a pesar de eso se había ido con otra mujer. La madre, devastada ante la partida de su marido con una mujer cualquiera, reprimió su tristeza y cólera en Anthony.
Anthony, cansado de las injusticias que debía soportar de su madre, se marchó de casa para vivir con su tía, ésta se había ofrecido en acogerlo sin problema alguno, puesto que a pesar de no haberse casado nunca, la sensación de tener un hijo siempre estuvo en su cabeza. No obstante, parte del pasado se arrastraba en la sombra de Anthony y con las amistades que formó en su escuela, le dieron a entender que el cigarrillo era lo más relajante para todos los escombros que llevaba encima durante años.
Fumaba a escondidas de su tía, debido a que ella no toleraba eso y le repugnaba la idea de que el humo de los cigarrillos inundase su casa. Aunque descubrió las cajetillas de Anthony días después de que se graduó. Para 1970, sin ninguna motivación estudiantil y solo pasarlo como un haragán en casa de su tía, ella lo echó de casa. Lo que había colmado su paciencia es que Anthony robaba el dinero para comprarse chucherías y otras cosas, además del tabaco, siempre llevaba una cajetilla en el bolsillo. Anthony ante esta nueva situación, se vio obligado a tomar ciertas medidas para sobrevivir.
No comprar tantos cigarrillos, con algunas unidades sería suficiente como para resistir. No obstante, la nicotina estaba con susurros en su oído empeñándose en persuadir de que tenga un cigarrillo en la boca.
Trabajó en muchos empleos diferentes y con el dinero que pudo conservar logró comprar un dormitorio que a duras penas era decente, pero para él bastaba. Y no había que olvidar los buenos tabacos.
Para cuando Stephen King publicó su nueva novela de El Resplandor en 1977, Anthony conoció a quien sería su novia. Belinda, una encantadora mujer rubia, de mirada coqueta y risa de niña. Ella le atraía en cierto modo los hombres fuertes como lo era Anthony. Sin embargo, la fuerza de Anthony estaba en su cuerpo, la debilidad se encontraba en su mente.
Aunque Belinda se sintió tan atraída a la apariencia de él, que no fue tanto el tiempo para entregarse sexualmente. Pero en ese primer encuentro bajo las sábanas, resultó caer en problemas, debido a que ella terminó embarazada. Anthony sin saber qué hacer, pensó en negarse a que ese hijo que Belinda traería al mundo no era de él. Pero pensaba que abandonarla traería más problemas y no tuvo alternativa que hospedarla en su dormitorio rentado.
Tiempo después, resultó el nacimiento de niños gemelos. Anthony, ante los gastos nuevos que se añadieron por los dos mocosos, se preocupaba en que su compra de cigarrillos se podía acabar. A Belinda no le importaba si se acabase, detestaba aspirar el humo de esa bazofia que le pidió de favor a Anthony que no esté fumando todo el tiempo y mucho menos en frente de los niños. Él aceptó.
Para 1983, los gastos que tenían Anthony y Belinda no podían ser peor, puesto que los niños debían estar en la escuela, debían tener educación básica y debían hacer amigos de su edad. Para Anthony todo eso era una pérdida de tiempo, le importaba una mierda. El dinero apenas le dejaba para comprar cigarrillos y él necesitaba fumar, dejaba de hacerlo en algunos días de la semana y no podía ir contra su adicción, necesitaba meterse el humo por la boca.
El dinero que debía gastarlo en sus hijos lo estaba gastando en tabaco. Su esposa enterándose de la verdad (días antes que había recibido la mentira de que en el trabajo de él no recibía la misma paga), ocurrió lo mismo que pasó en 1970, Anthony fue corrido de su propio departamento alquilado y Belinda se lo quedó junto con sus hijos. Ella ganaba más dinero y sin Anthony podía ahorrar algo extra.
Pero Anthony no le quedó de otra que buscar otro sitio en el que vivir, por lo que rentó en un departamento aún peor que el que tenía antes de conocer a Belinda. Desde ese tiempo, Anthony sucumbió en la tristeza por su tonta equivocación, perdió, quizá, a la única mujer que lo pudo haber amado a pesar de que era un fumador. Y entonces se dedicó a llenar el vacío con alcohol y cigarrillo. Pudo sobrevivir por cuenta propia, hasta que llegó 1995, luego de tantos años de pasarlo en una monótona rutina y una solitaria vida, descubrió que tenía cáncer de pulmón.
Belinda no volvió a su vida, pero de alguna manera sus hijos gemelos descubrieron donde vivía y quisieron volver a verlo. Ya eran unos adultos, unos verdaderos hombres que fueron educados de manera adecuada por una mujer de bien. Y a pesar de que los gemelos intentaron convencer a la madre de que viera a quien fue su novio en un tiempo remoto, ella se negó rotundamente.
Esa misma tarde en la que ella se negó a verlo de nuevo, Anthony fue hospitalizado.
Ya había destruido tanto sus órganos que se preguntaba a menudo como pudo aguantar demasiado. Pasó tanto tiempo que ya no sabía en cuál día se encontraba. Todas sus horas eran pasarlas en cama e ir al baño era imposible ya que había que llamar a alguien para que le ponga una bacinica debajo. Sus hijos lo visitaban de vez en cuando, pero aquella noche en la que iba a morir, nadie lo vería. Moriría solo.
Los recuerdos lo atormentaban.
Todo lo que conllevó a Anthony a quedar en una cama de hospital, fueron muchas razones. No solo se trataba del tabaco, sino de los motivos que siempre lo incitaban a fumar y que iba más allá de la adicción, fumaba cuando necesitaba estar tranquilo y ayudaba mucho. Pero siempre fumaba.
Podía haberlo dejado aunque nunca lo hizo. Se arrepintió y con la poca fuerza que tenía, susurró entre toses:
―Desearía volver a empezar todo... desde... cero reiniciar mi vida para corregir lo mucho que... lo mucho que he arruinado.
Ni siquiera podía llorar, pero quería soltar alguna lágrima.
Solo, con la luna llena espiándolo en el cielo, sin nadie que lo viera, con la puerta de la habitación 315 cerrada, estaba a segundos de soltar su última exhalación. El cardiograma cesaba su ritmo y seguido de eso fue un fuerte pitido se escuchó. Fue lo último que Anthony pudo oír.
Luego, todo se había tornado oscuro, como si tuviese los ojos cerrados. Su cuerpo parecía flotar en el espacio, allí no había nada, pero así se sentía, flotando en una nada oscura. El dolor que tanto tenía segundos antes se había disipado.
―¿Esto es morir? ―inquirió Anthony, moviendo el cuerpo para mirar, a donde sea que lo hiciera no había nada nuevo, solo había negrura.
Fue entonces cuando un destelló explotó frente a él.
―La luz... ¿iré al cielo a pesar de lo que he hecho y vivido? Pensaba que iría a...
El destello de luz, se tornó a un color rosa y empezó a titilar, algo había pasado. Su miedo de ir al infierno se intensificaba aún más.
―¿Qué está ocurriendo aquí? ―preguntó Anthony, miró alrededor y el tono rosado se esparció alrededor de él.
En algún lugar se escuchaba ruidos raros, parecían voces. Anthony pensó que podían ser ángeles. Descartó la idea cuando creyó escuchar la palabra Doctor. Anthony se encogió, aquel espacio en el que estaba se había estrechado y tuvo que acomodarse de otra manera. Los ruidos afuera iban en aumento.
―¡Que alguien me saque de aquí!
Ya no fue su voz, sólo su mente. Algo apresó la cabeza de Anthony y este por el respingo que dio, no podía moverse para apartar lo que había tomado de su cabeza. Escuchó los gritos de una mujer, luego la voz de una mujer que debía pertenecer a alguien más y luego el de un hombre.
Anthony cerró los ojos y sintió el tirón de aquello que lo estaba agarrando la cabeza, dolía mucho. El aire para él le había golpeado la boca y la nariz, como si hubiese aspirado oxigeno con fuerza. Y Anthony quedó boca abajo por unos segundos, hasta que la voz de un hombre dijo:
―¡Es un varón! ―Gritó el hombre― ¡Señora, su bebé es un varón!
Y Anthony, con los ojos cerrados apenas podía distinguir algo por la luz que le había vapuleado los ojos tan bruscamente. Después, no supo que pasó.
Solo vio rápidas imágenes, tratando de entender qué había pasado. Vio unos pies pequeños mientras iba siendo cargado por una antigua calle que le resultaba familiar. Luego un pequeño lapso en el que vio la luna llena y un fuego artificial verde explotando en la noche. Después el rostro de sus padres sonriéndole y al final, las imágenes dejaron de proyectarse.
Anthony tenía los ojos abiertos, cuando miró el lugar en el que estaba, vio que era la casa en la que nació, solo que se hallaba sentado en la cama de sus padres. Vio sus manos, pequeñas y sensibles. Sus pies, encogidos descalzos. No eran las mismas manos que tenía cuando era un adulto.
Se palpó la cara, sin barba y las mejillas eran totalmente suaves. Tocó su cabeza, parte del cabello que había perdido estaba de vuelta.
―He vuelto a nacer... con mis recuerdos...
Murió para volver a nacer. Había sido un proceso tan rápido Todo lo que había vivido aún estaba en su cabeza, nada se había ido. Las ocasiones en las que se había ido de una casa, de las personas que había conocido, del rostro de Belinda y de sus hijos gemelos, todo seguía tal y como recordaba en su cabeza. Pero el tiempo era diferente, había vuelto a 1954, cuando Anthony tenía 4 años de edad.
―Entonces... eso quiere decir que mi deseo antes de morir se cumplió...
Pensaba que era una ridiculez haber dicho eso antes de partir, aunque el deseo estaba mucho antes, esperando reiniciar su vida para hacerla de una manera diferente. Quería hacerlo, después de muchos años había tocado fondo y antes de que él pereciera en 1995 entendió y reflexionó lo mucho que debió haber cambiado.
Anthony tuvo una segunda oportunidad, una nueva en la que haría lo posible para no volver a caer en lo mismo. Ahora sí estaba decidido y lo lograría, en verdad lo lograría.
Al fin y al cabo, cuando se nos concede una segunda oportunidad hay que aprovecharla para remediar lo ocurrido, ¿verdad?
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