ADAM Y SUSY

Adam había hablado de nuevo. La pequeña Susy se mostraba vacilante ante la susurrante voz. Miraba de reojo a los lados, arriba y abajo, esperando encontrar a Adam, su fantástico amigo imaginario. Pero aquel amigo no era nada más que su propia conciencia y ella no lo sabía, desconocía aquello. Si ella la había creado, ¿cuándo lo había hecho? ¿Cuándo fue la vez que esa voz llegó a sus oídos de un modo sibilante, como el de un siseo de una serpiente que parecía amenazar con atacarla?

Susy era tranquila, una pequeñuela de cinco años. Sus padres que tenían tanto amor de sobra que podían emplearlo en su hija. Era casi como el dinero en casa, nunca faltaba.

Lo que sí les faltaba a los padres de Susy, es tener conocimiento de que su hija tenía una voz que hablaba con ella en cualquier momento. A veces días seguidos y en otras ocasiones, Adam no se llega a escuchar y cuando eso pasaba, Susy extrañaba escucharlo. No obstante, Susy podía habérselo confesado a su mamá, pero Adam le había advertido que era mejor no hacerlo, no por el momento. Ella hacia caso, ¿por qué? Porque la voz de Adam, aparte de ser sibilante, era como la de un adulto y ella, tan pequeña e inocente no prefería tener problemas con adultos enojados.

Había enfadado a su padre una vez cuando ella disimuladamente regó agua sobre los papeles del trabajo de él sobre la mesa. La descubrió y en vez de admitir la verdad, de que Adam se lo había ordenado, no lo hizo. Mintió que se le había caído el vaso. Sin embargo, esa era una prueba de Adam, para verificar si la pequeñuela podía mantener la boca cerrada si le ordenaba que hacer.

Adam sólo era una voz, jamás se representó ante Susy como una persona, animal o cosa. Cuando ella soñaba, podía oírlo hablar y aun así no enseñaba lo que en realidad era.

Y no necesitaba hablarle con palabras, todo era mental.

Susy solía pasar en el jardín de niños, sola o con algunas niñas. Y aunque estuviera acompañada, Adam estaba de vuelta para hablarle, como un amigo, un buen amigo en el que le puedes confiar todos tus secretos, sabiendo que jamás te delataría con nadie, como el de un buen amigo con el que preferirías tenerlo de por vida.

Pero ahora ella se hallaba en un centro comercial, junto a sus padres, sus tíos y su abuela. En el viaje, en el coche, pudieron ver que el cielo ennegrecía y la luna llena fulguraba con solemne intensidad. Ella señaló con la mirada a la luna y Adam concordó con ella al admitir que la luna, esta noche, lucía muy hermosa.

Lo que iban a hacer en el centro comercial, era ver el cine. El cine, para Susy, era algo nuevo que le apetecía experimentar, algo que veía en las películas de vez en cuando y quería verlo por ella misma. Irían a ver una película infantil, la que estuviese de estreno. Su padre pagaría todo lo que vería y comería con su esposa e hija, aunque los demás familiares no tenían ánimos de ver películas para niños.

Al lado de los asientos de una madre que miraba distraída el móvil, había dos niñas más que jugaban entre sí (una con cabello suelto y la otra con dos trenzas), correteando en los mismos cuatro metros de espacio. Susy las miraba con intriga, deseosa de jugar con ellas. Esperaba que fuesen las niñas quienes se acercasen y dijeran: "¡Ven, vamos a jugar!"

Pero ese día no era su momento para jugar con desconocidas. Vería una película con su padre, pero Adam, que había vuelto a hablar desde algún sitio, esperó persuadir a Susy.

―Anda, pequeña. Se tú la que dé el primer paso―dijo Adam.

Los padres de Susy se encontraban cuchicheando los rumores del embarazo de una vieja amiga de la familia. Susy no ponía atención, nunca antes había escuchado la palabra "embarazo", totalmente nueva. Pero aquella palabra, tan extraña para ella, sólo podía relacionarla con un bebé.

Algo así era la cosa.

―Quisiera, pero nos iremos pronto―susurro ella, esperando que Adam le hubiese escuchado. No sabía si las voces de sus familiares la impidieran hablar con tranquilidad. Ni siquiera ponían atención a Susy.

―Oh, vamos, Susy... puedes intentarlo.

La voz la tentaba a hacerle caso. Al fin y al cabo, tres o cuatro minutos de enterramiento serían suficientes hasta que los grandotes dejasen de hablar de embarazos. Era un tema que no le tenía ningún interés.

―¿Pero qué se supone que deba hacer?―preguntó Susy, ladeando la cabeza.

Adam soltó una tenue risita. Susy no entendió que le parecía gracioso. A veces esa risita era espeluznante, malvada, aunque... si viene de un amigo, no podría ser nada malo, ¿o sí?

―¿Te has fijado cómo están jugando ellas?

―Sí―respondió Susy, viéndolas correr sin detenerse―. Aunque no sé bien de qué va.

―Se están golpeando―dijo Adam.

Susy frunció el ceño. Aquello no tenía sentido, ¿los juegos de niños persiguiéndose eran todos así? En su escuela veía algo similar, pero lo hacían más los niños, corriendo por el césped del patio y trepándose a los árboles con gran agilidad.

―Se pelean por cual es mejor, Susy...―siseó Adam, riendo sin disimulo―. Se han estado tardando al momento de pegarse, pero tú, puedes ganarles.

―¿Tú crees?―sonríe Susy, más convencida y animada―. ¿Qué debo hacer?

―Acercarte a una de ellas y golpearla.

―¿De esa forma voy a ganar?

No supuso si en esa clase de juegos había que ganar, cuando lo veía jugar a los niños, parecía no tener fin. Al día siguiente continuaban haciéndolo en la hora de recreo.

―Oh, pero claro que sí, mi pequeña... anda, hazlo...―hizo una pausa―debo agregar que puede dolerte la mano, pero se te va a pasar rápido.

Susy se bajó del asiento, ninguno de sus familiares le había prestado atención todavía. Se fue acercando a las niñas, que parecían competir por quien atrapaba a la otra (o como dijo Adam, por quien debe golpearse). Pero Susy las veía del modo en que un espectador mira una pelea en los asientos. Atenta, a saber de qué manera podrían atacarse.

Ella dejó de pensarlo, levantó un puño y golpeó a una de las niñas, la que traía trenzas. La niña golpeada, que no esperaba recibir ese impetuoso puñetazo en la mejilla, se tambaleó un poco y resbaló en el suelo de linóleo, aterrizando la cabeza en una esquina de la mesa donde la madre que miraba el móvil, distraída.

La pobre pequeña de trenzas cayó contra el suelo, rompiéndose el cráneo e inflamando el cerebro con gran contundencia. La hemorragia manó rápidamente, cubriendo el suelo de la sangre. Susy no vaciló su emoción.

Los familiares de Susy y la madre de las dos niñas, regresaron la atención hacia la pequeñuela para ver lo ocurrido. Adam, se estaba gozando entre risas, como si fuese su triunfo.

Susy dio la vuelta y vio a sus padres, que tenían una expresión horrorizada.

―¡Adam me aconsejó muy bien, mami y papi!―exclamó la pequeña Susy soltando una risita ―. He ganado... o eso creo...

Y la niña de trenzas, no la podría ayudar nadie. Ni siquiera el tiempo de llamar a la ambulancia habría sido suficiente, puesto que ella había muerto. La madre de la niñita de trenzas fue la persona más horrorizada y escandalizada que había visto lo que Susy hizo.

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